Conversación con Miguel Delibes

Desde hace casi cincuenta años viene regalándonos las más hermosas páginas escritas en lengua castellana. De alguna de sus novelas -«El camino», por ejemplo-ha vendido más de un millón de ejemplares. Ha cosechado en justo reconocimiento todos los galardones que se pueden conceder a un escritor -el último el Cervantes-, aunque incomprensiblemente no tiene el Nobel. Es Miguel Delibes, narrador irrepetible, maestro de periodistas, defensor de la cultura rural perdida y de una Castilla agónica que ha diluido sus raíces en empresas universales; cazador que defiende el equilibrio de la vida y crítico frente a la ambiciosa degeneración humana que destruye la naturaleza.
Septuagenario y moderadamente voluptuoso, Delibes vive en el corazón de Valladolid lleno de austeridad. Su mundo no es el del dinero, sino el de los libros. Hace un tiempo decidió detenerse ante el abismo porque la cabeza le decía que estaba perdiendo la cabeza. Pero en su casa viven con él, con sus hijos y junto a sus nietos, el Azarías, Daniel el Mochuelo, el viejo Eloy, Lorenzo el cazador, el señor Cayo y tantos otros personajes a los que ha dado vida y quien sabe si serán estos mismos los encargados de empujar a don Miguel a parir algún otro. Animador de los valores, su dolida alma castellana siente nostalgia e infinita pena cuando mira a la Castilla que le dio la vida, por haber matado palabras hermosas como parva, beldar o quitameriendas. Le preocupa la perdida de las raíces porque puede llegar un momento de
dispersión, que como dice Daniel el Mochuelo, el niño de once años que la ciudad quiere arrebatar del campo, va a llegar un momento en el que ya no sepamos distinguir entre una boñiga y un cagajón.
SUMARIOS
* El novelista lo que hace es mover una serie de máscaras que, en buena medida, portan una parte del escritor, bien de lo que él piensa, o una parte de sus propias experiencias.
* Algunos han interpretado lo de pararme al borde del abismo y no escribir una letra más, en el sentido de que iba a dejar de escribir. No, yo dejare de escribir en el momento en que los personajes no me requieran y no tenga nada que decir.* En la creación literaria, los momentos más tensos los vivo cuando estoy dando a luz un argumento, cuando estoy pariendo una novela. He pasado momentos de tensión con casi todos los libros.
* Cuando se está escribiendo llega un momento en el que se percibe una fluidez extraña, como una especie de abstracción de todo lo que le rodea, donde incluso oye voces o vé moverse a esos personajes y parece que hay una mano ajena que le está dictando lo que debe escribir.
* En España nos quejamos un poco de vicio al decir que se lee poco cuando se tiran cien mil ejemplares de una novela. Cuando Baroja y Azorín escribían, si vendían una edición de tres mil ejemplares, se compraban unas botas nuevas de contentos que se ponían.
* Nada termina con nada. Si la televisión se preocupase de darnos programas menos idiotas de los que nos están dando, se fomentaría el interés por la cultura, por lo nuevo.
* Pienso que he elevado a acta notarial la desaparición de una cultura campesina que va a ser sustituida por otra cosa. Hoy se ha perdido el idioma campesino.
* Los jóvenes no saben nada, ni de pájaros ni de plantas, ni le pueden orientar. Saben simplemente accionar la palanca de cambios del tractor o de la cosechadora, pero no les pregunte usted nada de esa sabiduría natural que tenían antiguamente los viejos.
* Ya no existen palabras como parva o quitameriendas, que son palabras hermosas. Tengo una pena grande, no porque el idioma pierda vocablos, sino porque se sustituyen por los neologismos.
* Cada vez se pone mayor énfasis en la sociedad española en el dinero. Y no creo que esto se haya producido por generación espontánea. El mismo poder oficial se ha preocupado de ello.
* Al mismo tiempo que se idolatra al dinero, van surgiendo grupos que se preocupan de cosas tan fundamentales como la naturaleza. Quiero decir con esto que no he perdido la esperanza.
* Al comenzar el verano, las residencias de viejos se llenan y los perros son abandonados en las carreteras o en los campos. Es una señal evidente del mal camino que lleva la actual civilización.
* En una sociedad que lucha por el dinero no nos puede chocar que existan tantos casos de corrupción. La gente que ve el acceso a un dinero fácil no vacila a la hora de extender la mano.
* Que el sol, en lugar de ser una cosa buena para la vida del hombre, se convierta en un peligro, me parece atroz. No se puede esperar al año 2.000 para tomar medidas, cuando ya se están muriendo personas por causa de la falta de ozono.
* La idea de la muerte surgió muy temprano en mí. Muchas veces me he preguntado cuándo se gestó en mí ese temor, por qué temía a la muerte, que no era a la muerte propia sino a la ajena, y he llegado a la conclusión de que lo que influyó en mí es que mi padre se caso mayor.
* Desde el punto de vista de la razón, veo tan difícil que una explosión organice un mundo como el nuestro y un universo como en el estamos, como pensar en la existencia de un ser creador.
* No sé si es comodidad o el afán de volver a tu fe de niño, pero quiero creer en la existencia posterior de algo. Entre otras cosas para que al fin conozcamos el sentido de los justo y de lo injusto.
* El castellano vive convencido de que hizo un alto papel en la historia, y ahora simplemente sobrevive.
* Me interesa y preocupa la política, pero me parece un mal necesario. Si los hombres estuviéramos más educados, me parece que la forma anárquica de vivir sería la más cómoda.
* Sería preferible que nos dijeran que España va a ser tierra de pastos para las ovejas, para ganado, o tierra de caza para los europeos y playas para descansar los europeos, como la California de Europa
Pregunta -¿Es cierto que su vida se ha diluido entre los personajes que ha creado en su novelas? ¿Tan fuerte es la identificación entre el escritor y los protagonistas que inventa?
Respuesta -En mi caso ha sido así. Esto le ocurre en mayor o menor medida a todos. Cuando estoy metido en una novela, las 24 horas del día no me son suficientes. A mí el gestar una novela y escribirla me lleva mucho tiempo, y durante ese tiempo, no vivo más que para esa novela. Si luego resulta que ha hecho usted 50 libros a lo largo de 50 años, en los que ha estado absorbido por los temas de las novelas y por los personajes, para crearlos de una forma humana y convincente, te das cuenta que te han robado buena parte de tu vida. Pero esto no quiere decir que yo renuncie… No quiero decir que si me dieran otra vida, no elegiría esta. Naturalmente, el novelista tiene sus compensaciones. Ha creado unos personajes vivos, ha manifestado sus ideas a través de ellos, de sus bocas, y les ve ya encerrados, acomodados en un libro con arreglo a lo que él imaginó. Lo cual no deja de ser una compensación para el escritor.
P -¿Cuál es el balance que podría hacer de toda su creación literaria en unos momentos en los que ha dejado de escribir?
R -Quizá pueda parecer más o menos exagerado, pero mi punto de vista es éste que acabo de expresarle. Los personajes me han llevado una gran parte de mi vida, posiblemente porque yo me he exigido mucho en su creación, de forma que estos fueran convincentes. Pero como también dije en Alcalá de Henares, en la entrega del Cervantes, uno tiene los pies en el suelo, y cuando en tu vida ordinaria ocurre un acontecimiento conmovedor, como puede ser el nacimiento de un hijo, o la enfermedad de una persona querida, entonces, automáticamente, se vuelve de esa ausencia momentánea y te incorporas a la vida. A mí me ocurrió concretamente cuando murió mi mujer. Estuve tres o cuatro años sin hacer novelas. Mis amigos me decían: «si eso te distraería». Pero no es una cuestión de distraerse. Una novela se vive o no se vive. Si se vive, una novela puede salir bien -no digo que porque la viva usted vaya a salir bien seguro-, pero si no se vive, de ninguna manera puede salir bien.
P -¿Hay un sentimiento trágico en la creación de unos personajes, en la narración de una novela? ¿Cómo lo siente usted?
R -No es necesariamente un sentimiento trágico. Yo tengo tan sólo dos libros que para mí han constituido un gozo a la hora de escribirlos: «Diario de un cazador», donde lo pasé muy bien y «Mi vida al aire libre», un libro que he hecho sobre los deportes que practiqué, naturalmente sin éxito espectacular, pero en los que me divertí mucho ejercitándolos. El resto me han producido una mezcla de placer y dolor a la hora de crearlos, tanto por las peripecias que uno está narrando, como por la dificultad o facilidad que se tiene para escribirlos. El día que aquello sale bien, te sientes un poco como Dios, un creador, pero el día que sale mal, o que no sale y que se va a trompicones, ese día te toca sufrir.
P -Cuál es el que más dolor le ha provocado?
R -Eso es algo que no se puede medir. Aunque en líneas generales los libros que más me ha costado desarrollar son los más complejos en su estructura, como «Madera de héroe» y «Mi idolatrado hijo Sisí». Este último me llevó dos o tres años pensarlo y hacerlo.
P -Pero que fue quizá uno de los que más satisfacción inicial le dió, ¿no?, porque, independientemente del premio Nadal,le puso en el camino del éxito literario.

R -Me dió satisfacción «El camino». El premio Nadal me causó la satisfacción del premio, pero no la de ser una obra más o menos lograda. Cuando la terminé me dí cuenta de que estaba muy por debajo de lo que había pretendido hacer. Era una novela que tenía sus entresijos y su trascendencia en relación con la muerte y el desasistimiento de las personas que amamos, pero por su redacción no era una novela madura, era una novela juvenil. Y le diría más; aquella novela podría considerarse la novela de un escritor de dieciocho o diecinueve años, y por entonces yo no tenía vocación de novelista. Si la escribí a los veinticinco o veintiseis años, fue sencillamente porque empecé tarde y con la misma inexperiencia que un escritor que comienza de chico.
La vida un juego de máscaras
P -Realmente la vida es un gran juego de máscaras?
R -La vida en sí no lo sé. Lo que es un juego de máscaras y disfraces es la relación del novelista con sus personajes. Es evidente que a uno le disfrazas un día de viejo de sesenta años, a otro de cazador y joven, y a otro de comerciante de tejidos. De manera que la vida del escritor, del novelista, lo que hace es mover una serie de máscaras que, en buena medida, portan una parte del escritor, bien lo que él piensa o una parte de sus propias experiencias. Pero en general, creo que todas las novelas que hay en el mundo llevan parte de la vida del autor, ya sea de su parte espiritual o de su vivencia física.
P -Sí, está claro que tiene que haber una identificación más o menos sentida cuando el narrador crea un personaje y plasma su propia personalidad.
R -Exactamente. En una novela tiene usted que distinguir lo que el autor inventa, lo que copia de lo que ve en la vida y lo que da de su propia experiencia. Hay tres vías para que el autor se nutra de contenido. A mí me ha ocurrido que en los primeros libros, en los libros digamos de juventud -llamando juventud hasta los cincuenta años-, ha prevalecido siempre la invención, la imaginación, mientras que en las últimas obras, prevalece lo autobiográfico. Esto no es que lo busque uno así, por lo menos yo no lo he buscado así, es que me ha venido así. Tal vez, porque a partir de los 50 adquiere una importancia grande el recuerdo, la memoria. Y hasta los 50 la memoria no deja de ser secundaria al lado de la proyección del futuro.
P -Otra de las cosas que le oído a usted manifestar en estas últimas semanas es que la suya es una vida vivida, no sé si queriendo decir que se le ha escapado la vida sin darse cuenta.
R -Sí, así lo he dicho más o menos, pero no tanto como sin darme cuenta. El protagonista de «Mi idolatrado hijo Sisí», Cecilio Rubes, un contable que ya ha cumplido 70 años, y es un hombre egoísta y amante de los placeres, dice: «si yo tuviera 70 años me moriría del susto». Ahora soy yo el que un día ha levantado los ojos de las cuartillas y me he encontrado con la edad del contable Cecilio Rubes, y si no me he muerto del susto es sencillamente, porque todo el proceso vital que se ha desarrollado desde mi primera novela hasta la última, me había pasado prácticamente inadvertido.
P -Usted también ha dicho que llegó un momento en el que se dio cuenta de que debía conservar la cabeza, porque estaba perdiendo la cabeza. Y en ese mismo instante frenar, detenerse al borde del abismo y no escribir una letra más. ¿Qué es lo que uno siente cuando se para al borde del abismo?
R -Con esto quería decir una cosa que creo que es clara y con la que sin duda estará usted de acuerdo conmigo. Cuando uno lee las noveles de vejez de un autor especialmente querido, es posible que llegue a la conclusión de que si esas novelas no las hubiera escrito, su obra quedaría más redonda. Por el contrario, hay otros hombres que las obras estimables, entre otros Cervantes, las han escrito con una edad avanzada. De manera que yo no puedo decir que ya no escribiré más novelas, no lo puedo decir. Simplemente estoy atendiendo los requerimientos de unos personajes que nacen dentro de mí, porque los veo o porque me los imagino. Esos personajes, ese personaje, va creciendo interiormente como el embarazo de una mujer y, finalmente, lo tengo que soltar porque si no reviento. De manera que quien tendría que decir que «ya no escribo más novelas» es el personaje, los hipotéticos personajes, que ya no me requieren para que escriba más novelas. Yo no soy quién para decir que ya no vengan más personajes, porque pueden venir incluso a cuenta y a costa de mi oposición. Ahora bien, ocurre otra cosa. Cuando la gente me dice «que conserve la cabeza muchos años», pienso que no es eso lo que tienen que decirme, porque lo que hay que conservar es la cabeza para darse cuenta de que se está perdiendo la cabeza, y entonces no escribir estas novelas de mucho más bajo tono literario que han escrito algunos en su vejez. Esto es lo que yo quería decir. Sencillamente, darme cuenta de esto, pararme al borde del abismo y no escribir una letra más. Claro, algunos lo han interpretado en el sentido de que yo iba a dejar de escribir. No, yo dejaré de escribir en el momento en que los personajes no me requieran y no tenga nada que decir. No voy a escribir una novela por oficio, sencillamente me callaré y no seguiré adelante.
El artista nace
P -¿El escritor en ese sentido, se hace o nace, o las dos cosas al tiempo?
R -Creo que hay un punto de nacimiento. Pero también tengo la impresión de que la adopción de un instrumento artístico, según se opte por la música o por el pincel o por la pluma, depende en la vida de circunstancias accidentales. Es decir, el artista nace, ese nervio de artista, esa capacidad o esa visión artística de la vida, se nos da con el nacimiento, pero después, dedicarse a una cosa u otra depende de circunstancias muchas veces triviales. El que mi padre tuviera una buena biblioteca, es lo que pudo haberme inclinado hacia las letras, en lugar de a los pinceles, pero si mi padre hubiera sido pintor o hubiera tenido un tío pintor al que hubiera visto manejar los pinceles desde pequeño, quizá me hubiera hecho dedicarme a la pintura, y lo mismo digo del resto de las manifestaciones artísticas. El detalle de la especialización puede deberse a una circunstancia trivial de la vida, pero el nacer sí, hay que nacer con un toque artístico.
P -¿Cuáles han sido los momentos de mayor tensión o incertidumbre que usted ha vivido?
R -Los momentos de mayor tensión se producen en la vida real no en la ficticia de la novela. Todo lo que se refiere a mi vida real, mis hijos, sus enfermedades, sus contrariedades, las mías, o la muerte de mi esposa, son los momentos de mayor tensión que he vivido. En la creación literaria, los momentos más tensos los vivo cuando estoy dando a luz un argumento, cuando estoy pariendo una novela. En «Cinco horas con Mario», por ejemplo, empecé la novela con Mario vivo, dando la réplica a su mujer, pero no caminaba a gusto, no escribía a gusto y, sin embargo, seguía avanzando en esa novela, que yo notaba que estaba chirriando y que no fluía dulcemente. Al mismo tiempo y contemporáneamente a esto existía mi tensión, mi preocupación porque aquella novela, tal y como la estaba haciendo, jamás pasaría la censura. Las opiniones de Mario eran tan diferentes a los criterios de la censura literaria que había entonces, que estaba convencido de que no pasaría. Fruto de esta doble tensión, primero como creador literario y segundo, como creador ante un instrumento tan cruel y tan arbitrario como la censura, me llevó a matar a Mario. Pero hasta que tomé esa decisión y destruí las 200 cuartillas que llevaba escritas, fueron momentos difíciles, de tensión, graves. He pasado momentos de tensión con casi todos los libros. Concretamente con «Los santos inocentes», que es una novela breve, pero que se estancó en la mitad de la redacción, seguramente -ahora no puedo recordarlo- por alguna circunstancia que me ocurrió en mi vida diaria y real. Lo cierto es que aquello se empantanó, se estancó y la olvidé, hasta que un buen día, quizá cinco o seis años después, la recogí, releí esos capítulos que tenía, que eran la mitad de la obra, y entonces ví claramente la solución. La salvé desde el primer día que me puse a escribir y aquello fluyó perfectamente hasta el final. Pero cuando uno se encuentra con el obstáculo y no se es capaz de vencerlo, es cuando sobrevienen los grandes momentos de tensión.
P -¿Y no hay otros momentos de tensión compartidos?
R -Sí, otros momentos difíciles para mí han sido cuando he sometido a amigos o a familiares a la lectura de una novela que había terminado y sobre cuya eficacia y calidad dudaba. Me acuerdo ahora de «El príncipe destronado». Recuerdo que leyó el manuscrito José Verllés, que era entonces mi editor de Destino, y quien casi siempre tenía opiniones entusiastas sobre mis novelas, pero que en aquella ocasión me dijo que no sabía si porque había tenido muchos hijos, pero que las historias de niños ya no le divertían. Aquello fue para mi decisivo. Tuvimos días de tensión, de duda, de vacilación. Al final, la metí en el cajón y no volví a recuperarla hasta que pasaron diez años. Tras leerla nuevamente pensé que la novela no estaba mal y que tenía muchas cosas aprovechables. La corregí por encima y le dije a mi editor que volviera a examinarla. Verllés se tiraba de los pelos porque fue una novela de gran éxito desde el primer momento. Recuerdo que Verllés me dijo que quizá la primera vez le cogí en un momento de mal humor. Sin embargo, para mí aquella decisión inicial suya fue suficiente, pues soy tan sensible a las opiniones ajenas, sobre todo de personas metidas en el mundo editorial, que en cuanto me dijo que no la publicara pensé realmente que aquella novela no valía.
P -¿Y el equilibrio? ¿Dónde está en esos momentos el equilibrio que necesita el escritor?
R -Hay diferentes momentos de tensión. Pero es evidente que con una tensión externa en la vida real, no puede usted refugiarse en la literatura. Hoy se puede ver que son infinidad de personas mayores, de viejas y de viejos, que se dedican a escribir o a pintar. Si le digo a usted que de cada 10 jubilados hay dos o tres que pinta o escriben, no crea usted que le exagero. Y como medida de higiene mental para la vejez me parece muy bien, ahora, creo que para una creación seria, el momento de tensión en la vida real no es bueno. El equilibrio es la característica principal que debe tener un artista, en este caso un escritor, en el momento de la creación literaria.
Voces extrañas , personajes que se mueven, manos que dictan
P -¿Con qué otras características debe hacerse el escritor para llegar a ser?
R -Pienso que para crear, una vez que llega eso que llamamos inspiración, está la capacidad para abstraerse, para concentrarse. Esto me parece fundamental. Cuando está usted escribiendo llega un momento en el que percibe una fluidez extraña, como una especie de abstracción de todo lo que le rodea, donde incluso oye voces o ve moverse a esos personajes y parece que hay una mano ajena a usted que le está dictando lo que debe escribir. En «Señora de rojo sobre fondo gris», el protagonista, un pintor, afirma que habían pintado por él los ángeles. Y ella, la señora, le preguntaba cada mañana: ¿bajaron los ángeles?, por si había habido o no inspiración. Esto sencillamente es capacidad de concentración. Por eso cada vez que me han preguntado si creo en la inspiración, he dicho que para mí la inspiración consiste en haber dormido bien, porque si usted ha dormido bien es señal de que está en paz, que está tranquilo y que tiene la conciencia tranquila, que no tiene tensiones y se puede concentrar. Como ve son dos maneras distintas de enfocar las cosas. Para el que escribe por afición para entretenerse, me parece estupendo como terapia. El problema es que estas personas, muchas veces acaban por convencerse de que tienen mucho talento y te piden que les hagas un prólogo, y esto ya es más conflictivo.
P-¿Sabe de dónde procede o como surge esa mano mágica? ¿Hay mucho del mundo subconsciente en un artista, en un escritor?
R -A partir de cierto momento uno no puede decir lo que le pasa. Hay una especie de metamorfosis, como si se borrara totalmente el lugar, la habitación, el mundo en el que estás, y parece que oyes las palabras de los diálogos y que ves lo que estás describiendo. Yo no sé de donde proviene esta sensación, pero he hablado con otros novelistas y les pasa también igual. En los momentos de mayor concentración usted no se levantaría a comer, seguiría escribiendo sin mirar el reloj. Por supuesto, llega un momento en que tienes que comer y desciendes de ese mundo donde has estado encerrado y conectas con la realidad. Luego, quizá, al día siguiente, es posible que no se produzca otra vez este grado de abstracción, de concentración. Es decir, no es porque usted lo busque, sencillamente porque hay un cúmulo de circunstancias psíquicas o físicas que le llevan a este estado mental de concentración. No se sabe de dónde viene, porque artificial y deliberadamente uno no puede producirlo. Pero generalmente esto llega en un momento de serenidad y de tranquilidad que no existe en otros momentos.
P -¿Cómo observa el mundo de la literatura en estos momentos?
R -Tengo la impresión de que en general la gente va sintiendo menos interés por la narrativa y se interesa más por los libros del día, por los libros de política, de ecología, de sociología, de ensayo o no de ensayo. Hoy, por ejemplo, un libro sobre medio ambiente que relate la catástrofe que estamos armando entre todos sin que nadie tome seriamente conciencia de la situación, tiene mucho interés. Es decir, que gustan cosas distintas de las novelas. Pero de todas maneras creo que en España nos quejamos un poco de vicio al decir que se lee poco. Recientemente estuve con un catedrático de Literatura Española en Alemania, y me decía que tirar cien mil ejemplares en la primera edición de una novela como se hace en España, no ocurre en Alemania. En Alemania una novela comienza a ser un éxito cuando vende los primeros cinco mil ejemplares. Pero estas cosas de España son inconcebibles en Alemania, a pesar de que tengo la impresión de que el interés por la novela decae, y también, a diferencia de lo que aquí ocurría a principios de siglo, cuando Baroja y Azorín escribían y si vendían una edición de tres mil ejemplares, se compraban unas botas nuevas de contentos que se ponían. De manera que hoy día no debe haber un motivo de queja sobre la lectura en España. Hay otro dato fundamental, y es que este año se han tirado 50.000 títulos nuevos en España, entre traducciones y libros nuevos, lo que es una barbaridad para un país analfabeto como dicen que es el nuestro. De manera que yo no estoy tan de acuerdo con que hoy se lea tan poco en España como se dice. Se está leyendo mucho más, estamos a niveles europeos, y en algunos casos los superamos.
P -Y sobre la narrativa, la novela que se hace hoy, ¿cree que tiene calidad?
R -Hay una buena acogida, aunque veo que va descendiendo, decae. En algunos países la pobreza de la novela se hace más sensible que en otros, porque han sido más ricos en otras épocas, como por ejemplo en Francia, o en Italia, donde han tenido grandes novelistas y ahora parece que no asoman. En España no podemos quejarnos porque hay muchos. Me han hablado de un centenar de nuevos novelistas. Pues si de ese centenar quedan media docena o diez, ya se justifica toda una época. Aquí observo que está mejor que en otros lados. Tampoco está mal en los Estados Unidos, donde hay novelistas muy interesantes y muy jóvenes. Pero en Europa, en general… Fíjese usted, en Alemania está Gunter Grass, que sigue siendo digamos el joven narrador de la novela de posguerra desde que murió Henry Bell. Sí, hay novelistas que flotan y que dan sus primeros frutos, pero creo que la novela europea no tiene la eclosión que tuvo a finales del siglo pasado y principios de éste. ¿Qué ocurre? Pienso que estos libros de los que le hablaba antes de biología, geografía, ecología, sociología, de historia y política, tienen hoy un desarrollo mayor que en otros tiempos, y también hay gente más preparada que antes. No hay más que ver la riqueza de carreras que se pueden estudiar en la Universidad. Resulta que quien en un tiempo no muy lejano, como en el del poeta Zorrilla, mi paisano, rimaba corazón con bravucón, ya decían de él que era un tío estupendo, un poeta formidable. La gente estaba muy distanciada y veía al escritor como un ser de otro planeta. Hoy no, hoy la gente es mucho más culta, hay mucha gente que escribe bien y que no hace falta que escriba cosas de creación para demostrar su talento literario, y entonces la gente, muchos compradores de libros, no van por los viejos caminos de la literatura, sino que buscan otro tipo de lecturas.
Nada termina con nada
P -¿En qué grado las nuevas tecnologías, la informática, las telecomunicaciones, la velocidad a la que vivimos influye en ese proceso que describe?
R -Eso es lo que queda por ver. Pero parece una gran verdad. ¿Hasta qué punto la televisión tiene la culpa de que la novela vaya perdiendo importancia en países donde la tuvo enorme, como, por ejemplo, en Francia? Observo que en los grupos jóvenes hay un número elevado que sólo se ocupan de estos nuevos inventos. Pero sigue habiendo una minoría que sigue leyendo. Incluso en los niños pequeños lo noto, lo digo por mis nietos. Veo quien rechaza el cuento desde el principio, antes de empezar a leer, y quien se acoge al cuento y lo seguirá haciendo hasta que pasen sus años de infancia y busque otro tipo de libros. De manera que con estos datos tan insignificantes, llego a la conclusión de que nada ha acabado con nada. Cuando surgió la radio dijimos adiós a los periódicos, y los periódicos alcanzaron un grado de tirada que no tenían antes. Cuando apareció la televisión dijeron adiós a la radio, y la radio sigue oyéndose y apreciándose por mucha gente. Nada termina con nada. Si el nuevo invento, por ejemplo la televisión, se preocupase de darnos programas menos idiotas de los que nos está dando, se fomentaría el interés por la cultura, por lo nuevo y por las cosas de alrededor. En definitiva, será un instrumento que promueva una mayor lectura de lo que ha existido hasta entonces. Pero esto tiene que ser a cuenta de que la televisión renuncie a este papel estúpido que dice que da la a la gente lo que la gente demanda. Es de todo punto absurdo que la gente más bruta y más burda de los países, sea la que oriente la televisión, en lugar de ser la televisión la que se ocupe de instruir a los menos instruidos, de forma que pueda darles una televisión más digna, más noble y elevada.

P -Parece claro que los periódicos y la radio con sus tertulias, nos pueden crear inquietudes y motivarnos al análisis, mientras que la televisión nos deja pasivos, pues sólo nos sentamos a ver imágenes en movimiento
R -Sí, pero si la cosa está bien hecha y le dan a usted un buen documental sobre el desembarco de Normandía, por ejemplo, le puede surgir una inquietud, una necesidad de saber más del día D y de la hora H, y quizá se vaya a la librería y se compre un libro. Ahora, si le dan un mal reportaje o no se lo dan, difícilmente vamos a conquistar lectores a través de la televisión. El lector no es más que una fuente de curiosidades. Y un libro no le satisface toda su curiosidad ni todas sus dudas, al contrario, le crea nuevas curiosidades y nuevas dudas, y entonces viene otro libro y más curiosidades y nuevas dudas, y viene un tercer libro, y así se convierte usted en un lector impenitente, que no dejará nunca de leer.
El fin de una cultura
P -Usted que siempre ha tratado de plasmar el mundo real de la sociedad rural y provinciana, y que ha tendido hacia el perfeccionamiento social, ¿cómo ve ahora esta sociedad?
R -Donde advierto un cambio formidable es en la sociedad rural que tanto he novelado, hasta el punto que pienso que he elevado a acta notarial la desaparición de una cultura campesina que va a ser sustituida por otra cosa, no sé cual. Naturalmente que le hablo de la cultura campesina en Castilla, que es la que yo he vivido y conocido más. La cultura campesina en Castilla giraba siempre alrededor de la cosecha, la sementera, el abonado, la recolección, la trilla, etc. Los jóvenes campesinos se hacían escuchando las historias al abuelo al amor de la lumbre. Esto ha desaparecido, primero, porque se ha mecanizado la agricultura y ahora basta un tractor para sembrar y una cosechadora para recolectar, que ya, incluso, le da los sacos de trigo bien atados; en segundo lugar, al abuelo ya no le escucha nadie, porque tienen la televisión y escuchan a la televisión. Y los chicos, los jóvenes de los pueblos, se vienen a la capital los domingos y se van a los bailes, a los cines, a los partidos de fútbol, exactamente igual que los muchachos de la capital. De manera que hoy se ha perdido el idioma campesino. Esa fuente de riqueza del idioma que era el señor Cayo, que yo novelé en una ocasión, se ha quedado reducida a los octogenarios o nonagenarios que aún quedan en los pueblos. Los jóvenes no saben nada, ni de pájaros ni de plantas, ni le pueden orientar. Saben simplemente accionar la palanca de cambios del tractor o de la cosechadora, pero no les pregunte usted nada de esa sabiduría natural que tenían antiguamente los viejos. Por eso le digo que para mí la cultura rural ha dado un cambio radical, y creo que va a identificarse cada vez más con la cultura urbana.
P -Creo que conozco algo de lo que dice de esa cultura rural, porque de pequeño iba todos los veranos a un pueblecito de mi familia aquí en Valladolid, cerca de Peñafiel. ¿Cree que es una pena que todas las palabras que se utilizaban antes en ese mundo, como parva, beldar, se hayan perdido y reducido casi exclusivamente a sus libros y poco más?
R -Ya no existen palabras como parva o quitameriendas que son palabras hermosas. Tengo una pena grande, no porque el idioma pierda vocablos, sino porque se sustituyen estas palabras tan bonitas del campo por los neologismos, que no tienen ningún interés lingüístico, pero que engordan el diccionario. No quiero decir con esto que vea un peligro para el idioma español, con veintidós países que hablan esta lengua, con esta Academia tan sensata que ahora les lleva a reuniones anuales para adoptar las mismas palabras para los nuevos inventos. Los neologismos no se aceptan ahora como se aceptaban hace 40 años. Entonces cada país de idioma castellano o español adoptaba una palabra, inventaba una palabra. Por ejemplo, la palabra bolígrafo en Cuba se llamó pluma fuente. Hoy la Real Academia ha de estar al quite y periódicamente se reúne para aceptar los mismos neologismos para las nuevas cosas que van apareciendo y denominarlas todas igual. ¿Qué quiere decir esto?, que sin entorpecer el enriquecimiento del idioma en los distintos pueblos, por distintos caminos, las aportaciones nuevas al diccionario vienen de la mano de todas las academias al mismo tiempo. Así, cuando todos los países que hablan español tengan la población que tienen que tener, resultará que la lengua española se habrá extendido de una manera formidable, sin tomarnos nosotros, los españoles de a pie, la más mínima molestia. Yo veo que con el tiempo van a crecer tres idiomas, el inglés, que ya está bastante extendido, el español, y luego el chino. Ahora el chino tiene una multitud de medios de expresión, no es una lengua uniforme, como no lo es el árabe, así que el español y el inglés serán a la larga los idiomas del futuro.
P -¿A pesar de lo que quieren hacer con la supresión de letras como la «ch», la «ll» o la «ñ»?
R -Lo de la «ch» y la «ll» tiene una importancia pequeña, porque lo que se quita es el aceptar dentro del diccionario la letra compuesta. Ahora, ya es más peliagudo cuando hablan de suprimir el fonema «ñ», porque entonces nos quitarán hasta España. Esto es mucho más delicado.
P -¿Se puede sentir el idioma español amenazado también por otras lenguas dentro de España? Me refiero, por ejemplo, dentro de Cataluña
R -Creo que pueden surgir pequeñas incomprensiones o pequeños choques, pero que en modo alguno van a afectar a la difusión y al buen futuro del español o del castellano, si consideramos como lenguas españolas el catalán, el vasco y demás. De hecho está ocurriendo en Cataluña. No dudo de que haya personas que se sientan atropelladas en sus derechos en un pueblo bilingüe. Pienso que es fundamental que cada uno pueda estudiar y educarse en la lengua que quiera, en los países y en las zonas de España que son bilingües. Me parece normal que en Cataluña lleven una política de preservación y cuidado del catalán, en cuanto que el catalán no puede extenderse más geográficamente. Incluso si consideremos el valenciano – aunque esto irrita notablemente a los valencianos-, y el mallorquín, como derivaciones del catalán, siempre se limitará a una zona muy reducida del mundo.
El dinero y la esperanza
P -Ha dicho antes que ha levantado acta notarial de lo que era el mundo rural. Pero ¿y la sociedad urbana? ¿Cómo ve la vida de las ciudades?
R -Esto es complicado, es un análisis más propio de un sociólogo. Sin embargo, veo que cada vez se pone mayor énfasis en la sociedad española en el dinero. Y no creo que esto se haya producido por generación espontánea. El mismo poder oficial se ha preocupado de ello. Ha creado nuevos sistemas de lotería, sorteos, como el de los ciegos, nuevas quinielas; en fin, los juegos en la televisión a base de repartir dinero a millones, de manera que se ha endiosado el becerro de oro otra vez y se ha puesto el dinero como meta, cuando realmente hay otros valores que están muy por encima del dinero. Hay pequeños grupos que antes eran aún más pequeños, y que van creciendo, que se preocupan de cosas fundamentales. Me refiero por ejemplo a los grupos ecologistas como Green Peace, que lucha de forma abnegada para que la conciencia mundial sobre la conservación del medio ambiente y la naturaleza se extienda. De esa inquietud inmediata no participan los estados, pero sí esos grupos, y esa conciencia se va haciendo más extensa. De manera que al mismo tiempo que se idolatra al dinero, van surgiendo grupos que se preocupan, a mi juicio, de cosas tan fundamentales como la naturaleza. Quiero decir con esto que no he perdido la esperanza. Prefiero pensar que esta cuestión del dinero es una cosa pasajera y sigo teniendo mi confianza y esperanza en el hombre, que de la misma manera que se preocupa por la naturaleza, se preocupa por otros valores que parecían enterrados, pero que no lo están tanto como cree la gente.
P -Ante esa deificación que se hace del dinero en lo que llamamos sociedad moderna, ¿qué sentido tiene para usted el dinero?
R -Para mí está en un segundo o tercer plano. Es algo que me vale en cuanto puede satisfacer mis necesidades materiales, pero no pongo esto nunca como una meta, ni el dinero ni todo lo que representa.
P- Le parece entonces una aberración el que se haya llegado a convertir el dinero en el centro de adoración para el hombre, como lo fueron en su día las catedrales góticas o románicas.
R -Sí, me parece un error, y todavía me parece un error más culpable, que el paso a la entronización del dinero se haya hecho desde el poder. Pienso que no debía haberse ido por ahí. Lo que deben exaltarse son otro tipo de valores para mover a la juventud.
P -Me gustaría que hablásemos de algunos rasgos de su obra, por ejemplo, de la preocupación por la soledad, que es algo que está presente en muchas de sus novelas. ¿Le obsesiona la soledad, sentirse solo?
R -No. No exactamente, lo que ocurre es que este tema de la soledad va ligado al otro tema del dinero, porque yo el dinero lo ligo a la lucha por el placer inmediato. Desde hace tiempo vengo comprobando que al comenzar el verano las residencias de viejos se llenan, y los perros son abandonados en las carreteras o en los campos. Es una señal evidente del mal camino que lleva la actual civilización. Todo esto le lleva a uno a observar que los paganos de esta sociedad son los marginados y los solos, los hombres solos y las mujeres solas, que naturalmente se han multiplicado. Primero, porque la muerte se ha alejado. La mujer española tiene una media de vida que me parece que es de 67 años, y el varón de 64 años. Esto no se podía pensar hace 50 años. Los viejos van resultando cada vez más molestos y, en consecuencia, los hijos si quieren desarrollarse y vivir su vida necesitan apartarlos y los meten en residencias o en asilos, en lugares donde no estorben. Esto origina un problema de soledad tremendo que es lo que me ha llevado a tenerlo en cuenta en mis novelas.
P -¿Cree que se debería frenar un poco el desarrollo para volver a recuperar los valores que se han perdido?
R -Tanto como frenar el desarrollo no diría, pero vigilarlo sí. Hoy día el desarrollo está fomentándose a costa de la naturaleza. Yo pondría en plano de concordia el desarrollo con la naturaleza. Es decir, no ir a un desarrollo que modifique nuestro medio ambiente, que es esencial para la vida. Más que frenarlo, hay que coordinarlo con las exigencias de la naturaleza, porque de esta manera el desarrollo está destrozando nuestros ríos, nuestros mares, la capa de ozono.
P -La moral, ¿la ve perdida?
R -Es un momento indeciso este. Hay unos criterios morales distintos. Antes, parece que casi todos los hombres coincidíamos en fijar esos criterios morales. Y actualmente no es así. En general, creo que todos aquellos valores por los que vale la pena esforzarse no digo que hayan desaparecido, pero están más atenuados.
P -Hemos hablado antes de la pérdida de rumbo de la civilización. ¿Cree que esos valores se tienen que recuperar para establecer de nuevo el equilibrio del hombre?
R -Sí. Pero mire usted, se da por hecho por ejemplo que la familia ha desaparecido. Yo no lo veo así. Al contrario, me parece que la entidad familiar es hoy más sólida que nunca, lo que pasa es que la familia se compone de menos miembros que antes, pero la institución familiar, como base de la sociedad, la veo viva y vigente.
P -Otra cuestión de la que se habla mucho es de la ética. Son estos tiempos de turbación, en los que habla mucho de ella pero que no está en consonancia con los modos aparentes de vida. ¿Cree que la ética también es algo a recuperar?
R -Bueno, es que yo creo que todos estos valores decrecen en la medida en que crecen otras ambiciones, como el dinero. En una sociedad que lucha por el dinero no nos puede chocar que existan tantos casos de corrupción. La gente que ve el acceso a un dinero fácil no vacila a la hora de extender la mano. Claro, esto ya destruye un concepto ético y moral que antes respetábamos. Respetar los bienes de los demás, no codiciar lo ajeno, ésta máxima se viene abajo desde el momento en que alentamos esta fiebre por el dinero que existe en la actualidad.
P -¿Cómo analiza esos fenómenos que fluyen de una forma tan fácil y tan diaria como son los fenómenos de corrupción, incluso con nombres propios, que estamos viviendo en los últimos tiempos.
R -Son situaciones lamentables pero que están acorde con la situación que vivimos actualmente. Si a un señor que no obedece a unos principios morales, se le da acceso a un puesto donde el dinero está pasando por sus manos constantemente, no habrá quien le impida que la alargue. Ahora lo difícil es saber hasta donde se nos ha ido esto que hemos tardado tanto en tratar de encauzar. Conocemos ocho, diez casos de corrupción, pero quién nos asegura que no haya veinte o treinta todavía enterrados. Este es el peligro más grave. Creo que la voluntad de acabar con ella existe, porque el Estado, las instituciones y el Gobierno, han sufrido un duro golpe, han pasado y están pasando por unos momentos muy difíciles.
P -¿Tenemos para ello que mejorar al ser humano?, que es otra de las cosas que resalta en su obra.
R -Sí, pero nos estamos metiendo en cosas propias de filósofos y sociólogos que yo no entiendo y en las que no me quiero meter… Todo lo que tengo que decir sobre los valores lo he dicho de la forma que sé expresarme, que es a través de la novela, lo que no sé es filosofar sobre ello.
P -¿Hasta qué punto el escritor vive comprometido con su tiempo, con su momento?
R -Con su tiempo y consigo mismo. Hubo un tiempo en que el compromiso tenía unas tintes exclusivamente políticas, hace treinta años. Ahí, coincidíamos casi todos en que había que ayudar a apearse al dictador, a abrir nuevas sendas democráticas para España. Pero hoy día sigue siendo una realidad ese compromiso del escritor con su tiempo y consigo mismo.
Naturaleza, sol y degradación
P -Hablemos de los temas de la naturaleza, de «El último coto», de «Diario de un cazador»¿Es tan grave la degradación del espacio en que vivimos?
R -Yo lo veo terriblemente grave, pero más grave que el mismo mal de nuestro medio natural, veo el poco interés que ponen los hombres que tienen el poder por atajar estos males. Hay de vez en cuando un movimiento de arrepentimiento que consigue organizar una conferencia como la de Finlandia o como la de Río. Pero en cuanto se toca un tema que afecta al interés de alguno de los asistentes, se para todo. Por ejemplo, allí se habló de la biodiversidad animal y vegetal. Todos damos por hecho que los pueblos tienen el derecho de utilizar y de concebir su país bajo una biodiversidad. Pero cuando se habló de la vegetal salieron los Estados Unidos, que han creado literalmente nuevas plantas por medio de híbridos, como los de maíz o de trigo, y al tocar esos puntos resulta que había que pagar unos derechos por utilizarlas. Es decir, que surgía otra vez el dinero que se interponía entre los deseos de acceder todos a la biodiversidad de una manera espontánea y natural. De vez en cuando hay un intento de mejorar la situación, pero después va usted a la realidad y se encuentra con personas que le dicen que en Australia a los niños en las playas les bañan vestidos con un traje blanco que les cubre hasta los pies y tan sólo durante diez minutos. Y no porque se tenga miedo a la falta de ozono, allí están perfectamente medidos los niveles de ozono. En la Patagonia hay rebaños de ovejas a los que les han estallado los ojos por la incisión del sol sin una protección. Incluso los propios pastores van con gafas negras para protegerse. Esto me parece tan grave, que no es hablar ya de que un río esté contaminado, que lo están todos, pero que nos falle la cobertura del sol, y que el sol, en lugar de ser una cosa buena para la vida del hombre, se convierta en un peligro, me parece atroz. Pues bien, cuando este problema se plantea en el mundo, se dice que para el año 2.000 habrá que tomar medidas. ¿Qué medidas? Si no se puede esperar al año d 2.000, si ya están muriendo personas por causa de la falta de ozono.
P -¿Y de qué forma podemos levantar esa voz de rearme crítico?
R -Nosotros no podemos hacer más que protestar y pedirlo. En España todavía no existe un ministro de medio ambiente, y creo que esto es fundamental. Y no se trata de inventarse un hombre con pretensiones ecológicas, pero que no esté suficientemente formado para afrontar esto. Hay que buscar al español más interesado en los peligros que acechan a nuestro planeta para ponerlo en lo alto de un ministerio o de lo que sea, pero creo que hay que atender con urgencia esta llamada.
P -Y fomentar el contacto con la naturaleza.R -Sí, pero de una forma natural, porque ya hay cosas que aparecen como un progreso o como una manifestación de talento del hombre, y dudo mucho de que sean talentudas. Por ejemplo, las perdices ya se están fabricando en casa, en granjas, es decir, que nos estamos irrogando el papel de la naturaleza. Es de una vanidad alarmante. Así no desaparecerá el pájaro como tal, con sus pintas, su pico rojo, sus características propias, pero sí desaparece el animal silvestre, salvaje, tal y como existía en la naturaleza. Con la trucha pasa lo mismo. Se han envenenado los ríos, se han muerto las truchas. Pero nosotros nos creemos más listos que la naturaleza y que las hemos sustituido con ventaja. Y dá la casualidad de que las truchas que el hombre ha puesto artificialmente en los ríos, que no se pescan, mueren. A este paso si se mueren las truchas, las perdices los cangrejos y los olmos, cualquier día nos va a tocar a nosotros. Yo cuando surge una noticia alarmista como esta de la bacteria asesina o mutante en Inglaterra, me echo a temblar y me digo si será esto lo que estaba temiendo o el Sida, que no sabemos como ha venido.
Obsesión por la muerte
P -Don Miguel, usted es un escritor de la vida, sin embargo en su obra, también ha estado presente la idea de la muerte, no sé si porque la vida conlleva la muerte. ¿Me puede hablar sobre su idea de la muerte?
R -La idea de la muerte surgió muy temprano en mí, de una manera que los críticos no admitieron, porque cuando publiqué mi primera novela, «La sombra del ciprés es alargada», algunos dijeron que lo único absurdo de aquella obra era que un niño tuviera pensamientos sobre la muerte. Y la verdad es que habían sido los míos a esa edad. De lo único de lo que estaba seguro es que podía existir un niño de once años que tuviera esa obsesión y ese temor por la muerte. Muchas veces me he preguntado cuándo se gestó en mí ese temor, por qué temía a la muerte, que no era a la muerte propia sino a la ajena, a la de las personas de las que yo dependía, mis padres; y he llegado a la conclusión de que lo que influyó en mí es que mi padre se casó mayor, a los 42 años, de forma que yo era el tercero de la familia, y cuando me quise dar cuenta de esa situación, mi padre era un hombre de cincuenta y tantos, y en los años 20 era ya un viejo. Y digo que ese sería el origen de esta obsesión por la muerte.

P -Y en estos momentos ¿qué reto tiene frente a ella?. ¿La ha visto, la ha sentido, la ha vivido?
R -No, simplemente uno siente que se aproxima. El calendario y los años nos van dando idea de que la muerte es un hecho y que cada vez está más cerca.
P -¿Y cómo es la espera?
R -Lo único que quiero es afrontarla con serenidad. El hecho de la desaparición no me inquieta excesivamente, lo que me inquieta es la parafernalia que rodea a la muerte. Las circunstancias de dolor, de una excesiva lucidez que no quisiera tener en esos momentos. Esto es lo que me hace temer a la muerte. Y en el momento del fallecimiento, saber cómo se va a producir, si va a tener una agonía de dolor. Para mí la muerte ideal sería acostarse y no despertar. Una buena muerte afrontada con la mayor dignidad.
P -¿Siente que hay algo en la vida del más allá?
R -Esta es una cuestión de fe. Yo tuve la fe que tuvimos casi todos los españoles de mi edad en la infancia, una fe ciega de que todo era así. Pero luego con la razón, con los años, con las lecturas, vienen las dudas, las dudas unamunianas. A mí lo que me queda es casi el convencimiento de que no puede cerrarse todo con la muerte. Es decir, que el hombre surge demasiado inteligente, demasiado perfecto para que todo termine con él. Yo quiero creer que existe algo después de la muerte. Soy un hombre cristiano, practicante además, porque creo que esto no puede tener un final abrupto. Es usted demasiado perfecto para que todo pueda ser tan efímero.
P -¿Debemos pensar en el hombre como compañero de Dios ante la existencia de un Dios principio motor y fin de todas las cosas?
R -Claro, ahí viene la discrepancia entre los partidarios del Big Bang y los que creen en la presencia de un Dios creador. Desde el punto de vista de la razón, veo tan difícil que una explosión organice un mundo como el nuestro y un universo como en el que estamos, como pensar en la existencia de un ser creador. El ateo te dice que no existe, pero ¿qué pruebas nos da él?. No sé si es comodidad o el afán de volver a tu fe de niño, pero quiero creer en la existencia posterior de algo. Entre otras cosas para que al fin conozcamos el sentido de lo justo y de lo injusto.
P -¿Quién ha influido más en su vida y en su obra?
R -El hecho de ser novelista se debe a tres circunstancias muy concretas que las conozco perfectamente: una fue la influencia de mi mujer, que ya desde novios me obsequiaba con libros y me acercó a la lectura cuando yo era un hombre poco aficionado a ella. La segunda, fue un libro de Derecho Mercantil de don Joaquín Garrigues, que conocí estudiando esa oposición, y que me llamó la atención, naturalmente no por el contenido, porque era absurdo que yo me emocionara por los temas de Derecho Mercantil, sino por su prosa. Luego, con los años, me he dado cuenta de que no era nada raro esto puesto que Garrigues era un orteguiano y escribía tan bien como los ángeles, aficionado al adjetivo exacto, a la metáfora. Y en tercer lugar, fue el ingreso como periodista en el Norte de Castilla, cuando yo no pensaba tampoco haber sido periodista. Simplemente echaron a tres redactores del periódico en tiempos de la dictadura y entonces me incorporé a la redacción para que no nos metieran otros tres señores que fueran de la cuerda. Entonces fue cuando me solté a escribir. Estas tres circunstancias hicieron de mí el escritor, y del escritor, vino el novelista de una manera insensible. Se conoce que estaba dentro de mí el contar historias.
Una brizna de suerte
P -¿En qué grado influyen en el éxito la suerte y el azar?
R -Sin duda que hay una parte de suerte en el destino humano, pero creo que el secreto está en no dejar pasar la oportunidad sin echarle mano. Yo he llevado un camino completamente ajeno al que me propuse, pero llegué a ser novelista, lo mismo metiéndome en un periódico que haciendo oposiciones a Derecho Mercantil. Pienso que hubiera llegado de todas maneras. El ser hijos de la suerte o del azar, no creo de ninguna manera, pero que puede haber una pizca, una brizna de suerte, sí. Esto lo vemos por ejemplo en el deporte. En fin, en una pequeña parte sí juega el azar, pero supongo que en una carrera, los primeros serán los mejores.
P -Para muchos usted es nuestro escritor más universal, al que incomprensiblemente no le han dado el premio Nobel. ¿Cómo definiría el éxito?
R -Nunca me he metido a reflexionar sobre el éxito, pero pienso que está en quedar satisfecho con la finalidad que se perseguía. Cuando eso se logra, creo que uno ha alcanzado el éxito. Pero en fin, las manifestaciones del éxito, que es de lo único que le puedo hablar, no me agradan nada. Esto de la fama y el ser conocido me da cien patadas. Yo querría vivir y salir a la calle siendo uno más. En las solemnidades me gusta estar en el patio de butacas en lugar de en el escenario. Si esto es el éxito, a mí el éxito no me gusta. En sus manifestaciones más vulgares no me gusta.
P -¿De quién tiene más, de Quijote o de Sancho?
R -Pues supongo que a partes iguales, como todo buen español.
P -¿Cree que la obra más universal de toda la literatura escrita en castellano es la del Ingenioso hidalgo?
R -Creo que sí. Además, está estatuido de tal manera que ya no hay quien lo mueva. Es la primera novela y la más completa, incluso con todas las cosas que hoy nos pueden parecer defectos. Es una novela universal que ha demostrado otra cosa, que a través del localismo uno llega a ser un escritor universal. El localismo estéticamente interpretado, sencillamente es la universalidad. Don Quijote no podía ser inglés, por ejemplo y, sin embargo, es una novela universal.
P -Usted que ha heredado el alma de Castilla y que ha vivido seguramente su agonía diluida en el concepto nacional de España, ¿cómo vive Castilla?, ¿qué siente por ella?
R -El castellano tiene un concepto curioso de la vida. Es muy poco político. No se siente exclusivista ni regionalista. Toda esta idea de la autonomía no ha calado en el castellano. Los partidos castellanistas o leonesistas no han llegado a ser nada. El castellano vive convencido de que hizo un alto papel en la historia, y ahora simplemente sobrevive. Creo que pese a las dificultades agrarias, porque claro no podemos competir con el resto de Europa, me gustaría que en este concierto europeo -que espero que cuaje de una vez, aunque de momento no nos viene bien para nuestros propios intereses-, nos dieran un papel determinado para saber a qué atenernos. Porque hasta ahora, Castilla ha vivido y está viviendo de una política de subvención. Le subvencionan a usted para que no haré tantas tierras, para que mate las vacas de leche, para que descepe tantas hectáreas, para que conserve las avutardas. Es una situación de provisionalidad que tiene que terminar algún día. Sería preferible que nos dijeran que España va a ser tierra de pastos para ovejas, para ganado, o tierra de caza para los europeos y playas para descansar los europeos, como la California de Europa. Lo que está esperando Castilla es que le digan qué tiene que hacer. Un director de orquesta es lo que necesitamos, como me dijo un buen amigo de Zamora.
P -¿Cómo ve España en estos momentos?
R -Pues un poco así. Ahora, lo de la Unión Europea tiene otros aspectos positivos, por ejemplo, que aleja para siempre el peligro del cuartelazo y de las guerras civiles a las que hemos sido tan aficionados.
P -¿Pasa de la política?
R -Me interesa y preocupa la política, pero me parece un mal necesario. Si los hombres estuviéramos más educados, me parece que la forma anárquica de vivir sería la más cómoda. Lo que pasa es que quedaríamos en manos del más cruel o del más desaprensivo de los habitantes, y esto, por hoy, no se puede aplicar a la humanidad. Pero la política la acepto así, como un mal necesario. Tenemos que organizarnos de alguna manera. Y dentro de la política como mal necesario, la democracia como el menos malo de todos los males necesarios.
P -Y siendo ya septuagenario, ¿sigue siendo voluptuoso?
R -Bueno, me gustan los pequeños placeres de la vida. Pienso que los pequeños placeres son los que dan sentido a la vida. No soy un tragón, pero lo que como me gusta que esté en su punto y bien guisado. Espero con satisfacción los primeros espárragos, las primeras alcachofas, aun cuando ahora, que vienen del invernadero, ya no tienen tampoco el gusto que tenían en mi infancia. Pero sí hay una cierta voluptuosidad incluso en la vejez.
(Más allá de la Ciencia. Especial líderes, Nº4, 1994)

  • Miguel Delibes

    Acerca de Jesús Palacios

    Jesús Palacios es periodista e historiador especializado en Historia Contemporánea. Ha sido profesor de Ciencia Política y es colaborador honorífico de la Facultad de Ciencias Políticas (UCM). Miembro del Consejo Editorial de la revista www.kosmospolis.com y autor de "Los papeles secretos de Franco", "La España totalitaria", "23-F: El golpe del Cesid", "Las cartas de Franco", "Franco y Juan Carlos. Del franquismo a la Monarquía" y "23-F, el Rey y su secreto". Es coautor junto con Stanley G. Payne de "Franco, mi padre" y "Franco, una biografía personal y política", con ediciones en (Wisconsin Press), Estados Unidos, (Espasa), España y China. El general Sabino Fernández Campo, que fuera jefe de la Casa de Su Majestad el Rey Juan Carlos I, ha afirmado que: “Jesús Palacios es un escritor importante, que proporciona a sus obras un extraordinario interés y que las fundamenta en una documentación rigurosa y casi siempre inédita hasta entonces”... “A Jesús Palacios le deberá la Historia de los últimos tiempos muchas aclaraciones que contribuirán a que en el futuro se tenga un concepto más exacto, más neutral y más independiente de lo sucedido en momentos decisivos de la vida de nuestro país.”