La versión de Armada "Voy a hablar hoy para la Historia"

A sus 91 años, el general Alfonso Armada accedió a hablar para Magazine [El Mundo] sobre lo acontecido el 23-F bajo una condición: no ser entrevistado. Su monólogo, recogido por el escritor Jesús Palacios (quien intentó colar alguna pregunta sin éxito), fotografiado por Chema Conesa y dibujado por Pedro Arjona, es el que sigue:
«Lo primero que voy a hacer es presentarme: yo soy Alfonso Armada y Comyn. Nací el 12 de febrero en Madrid; es decir, ahora cumplo 91 años. Soy católico, soy español y soy monárquico. Y esas ideas, que al principio puede ser que me inculcase la familia, han permanecido en mí siempre, y cada día se van afianzando más y las considero fundamentales en toda mi vida.
Segundo: yo le voy a contar la verdad, porque voy a hablar ahora para la Historia; primero, lo que he hecho durante mi vida brevemente, y enseguida le contaré los sucesos vividos por mí el 23 de febrero.
Yo me eduqué en una familia profundamente cristiana y acomodada. Participé en la contienda, en la cruzada, en la guerra de España en el bando nacional, como es natural, y luego estuve ya de militar profesional en la División Española de Voluntarios en Rusia. Mi vida militar ha sido la Academia de Artillería de Segovia, porque soy artillero; después, en regimientos en la Escuela Superior del Ejército, donde di 11 cursos, y distintos destinos en el Estado Mayor y en la secretaría de tres ministros, y luego, una gran parte de mi vida, sirviendo en el Palacio de la Zarzuela.
Tuve el privilegio de ser elegido por el general Martínez Campos, duque de la Torre, para formar parte del equipo que tenía que preparar al príncipe Juan Carlos para la entrada en la Academia General Militar. Y desde 1955, en que me eligió el duque de la Torre, hasta 1978, en que dejé la secretaría de la Casa del Rey, he tenido contacto con la Zarzuela; siendo ayudante, secretario del
Príncipe Juan Carlos, secretario del Príncipe de España y secretario después del Rey de España. Mi último destino militar fue mandar la división de Lérida, una unidad magnífica y un destino interesantísimo en una región que me entusiasma, como es Cataluña.
El día 3 de febrero de 1981 fui destinado al Estado Mayor Central como segundo jefe. Tomé posesión el día 12, y el día 13 por la mañana estuve con su majestad el Rey informándole, porque tenía una autorización, o más bien una orden, del marqués de Mondéjar, que le había escrito una carta al general Gutiérrez Mellado, vicepresidente del Gobierno y ministro de Defensa, para que yo periódicamente le informase de la situación militar y del ambiente general a Su Majestad el Rey.
El día 13 de febrero de 1981 estuve en la Zarzuela, y el rey me ordenó que fuese a ver al general Gutiérrez Mellado, ministro de Defensa [en realidad vicepresidente del Gobierno. El ministro de Defensa era Rodríguez Sahagún], intenté informarle de la situación, y digo intenté, porque el general Gutiérrez Mellado me cortaba diciéndome: «Alfonso tu sueñas», y terminó con una afirmación categórica diciendo: «Yo soy el ministro de Defensa (sic) y tengo mucha mejor información que tú, y por tanto, yo te digo que todo lo que estás diciendo es soñar. No vuelvas a hablar de este asunto, porque realmente no nos haces ningún favor».

Yo desde ese momento me callé, y a veces me pellizcaba pensando ‘¿Estaré yo equivocado?’. Pero yo tenía una información muy grande de lo que iba a suceder, intenté informar al general Manuel Gutiérrez Mellado, ministro de Defensa, el día 13 de febrero.
El día 23 de febrero, a media tarde, estaba despachando con el general Gabeiras. El general Gabeiras ha atestiguado que estuve todo el tiempo con él y que lo obedecí en todo momento. De manera que toda la tarde y toda la noche estuve ayudándole, y resolviendo, después de firmar la Operación Diana, todos los problemas de acuerdo con lo que me decía el general Gabeiras. Y no tuvimos la menor discrepancia.
Cuando ya estaba avanzada la noche me dijeron que se habían puesto bastante nerviosos en el hemiciclo, vamos, en el Congreso de los Diputados, y entonces Gabeiras quiso ir y Tejero dijo que no, que él si hablaba, hablaba conmigo. Pedí permiso a la Junta de Jefes de Estado Mayor y a la Zarzuela para poder ir al Congreso. Permiso que me dieron. Y entonces Gabeiras me envió al Congreso.
Cuando llegué a la verja del Congreso vino Tejero a buscarme. Lo primero que le dije es que tenía un avión preparado para marcharse con aquellos que lo quisieran fuera de España. Lo rechazó. Me dijo que se mareaba en los aviones. Yo entonces hice lo siguiente: le dije que si soltaba a los diputados yo me ofrecía para hacer cualquier gestión, fuese la que fuese. Y lo dije de corazón, porque yo entonces me jugaba todo mi prestigio, pero resolvía una situación que yo creía que era delicada. Tejero me dijo que no, que él se había metido allí y que no pensaba moverse.
El teniente coronel Tejero rechazó la petición de soltar a los diputados. Entonces yo no le dije nada. Me marché diciendo que había fracasado, aunque con el compromiso, que lo sellamos con un apretón de manos, de que si no metían a los GEO, allí no pasaría nada. He de contar que cuando salía del Congreso uno de los guardias le dijo al teniente coronel Tejero: «¿Le pego un tiro al general?», y Tejero le dijo: «No, en absoluto». Y salí, pero en aquel momento creo que me temblaron un poco las piernas.
Lo del Gobierno que tanto se ha dicho y lo han escrito, es un invento de la médica, que me pareció a mi también algo tan ridículo que ni siquiera lo quise rechazar. Siempre me he reído. Mire, de todos esos miembros del Gobierno conocía yo tan sólo a tres o cuatro, a todos los demás yo no los conocía. No los conocía.
Me volví al Cuartel General. Visité la junta de subsecretarios que se había creado, y les dije que meter a los GEO era una catástrofe, y ellos, como es natural, porque no eran profesionales, decían que había que meterlos sin saber el peligro que encerraba todo aquello. Después me volví al Cuartel General y estuve obedeciendo a Gabeiras con el que no tuve la menor discrepancia. Y con Tejero no tuve más acuerdo que el de que trataría de que no entrasen los GEO en el Congreso.
A la mañana siguiente me dijeron que Tejero quería hablarme, y después de volver a obtener el permiso de la Junta de Jefes de Estado Mayor y de la Zarzuela, me acerqué otra vez a la puerta del Congreso donde estaba el general Aramburu. Hablé con Tejero y con el comandante Pardo, al que yo no conocía hasta aquel momento, entonces se presentó una propuesta que se llamó el pacto del capó, que yo firmé, el cual exoneraba de toda responsabilidad de los tenientes para abajo. Yo firme comprometiéndome personalmente.
Después de esto hubo una pequeña deferencia, o grande, si se quiere, sobre quién tenía que salir primero; los diputados querían salir después de que se rindiesen los asaltantes. Y Tejero quiso que salieran antes los diputados. Yo le dije al general Aramburu: «Mira vamos a ir adelante porque aquí lo que hace falta es que esto se termine y que termine bien». Y terminó, gracias a Dios, sin el menor rasguño para nadie.

Por eso digo y repito que mi actuación en el 23 de febrero fue la siguiente: primero, informé; segundo, obedecí y tercero, resolví la situación. Y no hubo ninguna baja ni ningún herido.
Después de esto le voy a decir lo que he hecho. Primero, tengo una familia formada por una esposa espléndida, y por 10 hijos, 25 nietos y 14 biznietos que no hacen más que darme satisfacciones. Gran parte del año lo paso en Santa Cruz de Rivadulla [A Coruña], donde heredé de mi padre una finca en la que había una buena colección de camelias, de la que me he ocupado bastante y he reproducido.
Y ahora, como me insistían muchísimo, he escrito un libro que quizá no refleje lo que muchos están buscando, pero sí mis memorias y mis recuerdos de Santa Cruz de Rivadulla, y sobre todo las verdades de Melchor Gaspar de Jovellanos. Durante el tiempo que estuve en activo leí mucho a Jovellanos y me identifiqué con la gran personalidad del polígrafo asturiano, que trabajo siempre por España; era un cristiano magnífico que, sin embargo, fue castigado desterrándole primero a Mallorca, en la Cartuja de Valldemosa, y más tarde, al Castillo de Bellver.
Se han seguido escribiendo libros, porque el 23-F no ha quedado claro para muchos. Y por eso hablo con el señor Palacios, que de todos los que han escrito, ha publicado el libro que más se aproxima a la realidad, aunque da por seguro lo del Gobierno que sólo estuvo en la mente de la doctora y que ha servido a muchos para seguir hablando.
Siento mucho que se hayan divulgado tantas falsedades, sin embargo, pienso lo mismo que pensaba Jovellanos, que la libertad de expresión cuando no se tiene un verdadero control es bastante improductiva.
Y como colofón, vuelvo a reiterar que yo antes, durante y después del 23 de febrero de 1981, siempre estuve a las órdenes del Rey. Yo sigo siendo monárquico, y por mis creencias religiosas he tenido una gran tranquilidad de conciencia y una satisfacción inmensa. Eso es lo único que puede consolarme. Segundo, que yo soy español y tengo testimonio de todas las regiones; lo mismo de Cataluña, Galicia, que de Asturias, son un conjunto que desde luego es maravilloso. Y tercero, sigo siendo monárquico y sigo creyendo en las grandes ventajas que sigue teniendo la monarquía para una nación como la española. He terminado».
*(Declaraciones publicadas en El Mundo-Magazine el 20 de febrero de 2011)

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