Historia de un maletín

Se considera la Transición como uno de los períodos de mayor éxito político por el nivel de consenso alcanzado entre las diferentes ideologías y formaciones políticas. El tránsito pacífico del régimen autoritario al sistema democrático, fue posible por el impulso de los reformistas del régimen franquista, quienes ofrecieron a una oposición llegada del exilio y legalizada, la ruptura pactada. De ahí, que de un proceso de reforma, se pasara a un período constituyente absolutamente novedoso. Sin embargo, esa etapa tan dinámica e intensa, adoleció de un alto grado de improvisación por parte de la mayoría gubernamental de centro derecha. Los partidos nacionales de izquierda –PSOE y PCE- se presentaron con un discurso federalista y por el derecho a la autodeterminación de los pueblos de España. Los llamados nacionalismos históricos, principalmente el vasco y el catalán, reivindicaron de inmediato el retorno de los derechos forales y de las instituciones estatutarias otorgadas durante la Segunda República, para a renglón seguido, plantear como objetivo final la secesión territorial. Y Adolfo Suárez, líder del engrudo de la UCD, decidió adoptar posiciones progresistas hasta pretender disputar el espacio político a la izquierda socialista, a fin de camuflar y amortiguar el plomo franquista y falangista que llevaba bajo las alas. Con todo ese bagaje y de la necesidad del pacto y del consenso, se llegó a la Constitución de 1978 como marco de convivencia y estabilidad para todos los españoles en el nuevo orden político.
No obstante, la Constitución se pergeño con unas serias imperfecciones al incluir en su artículo segundo el término «nacionalidades» y el desarrollo de las Comunidades Autónomas en su Título VIII. La «astuta» idea del café para todos, al objeto de frenar las exacerbadas ansias de los nacionalismos identitarios, no ha dejado de ser más que un planteamiento simplista y pedestre. Cuando Adolfo Suárez avaló ante el rey Juan Carlos la «genialidad» de la España de las Autonomías, lo hizo con el argumento de que si los nacionalistas catalanes pretendieran ir más lejos, él sacaría a sus paisanos de Ávila a la calle. Casi treinta años después, a la vista está el resultado: el pacto constitucional se ha roto ante el empuje de los nuevos marcos estatutarios que se definen como nación; no sólo en el ámbito de las comunidades que anteponen sus hechos diferenciales y su singularidad, sino entre otras comunidades o regiones que apuestan por inventarse una emergente realidad nacional. El nacionalismo no tiene freno y nunca aceptará ser primus inter pares en el conjunto de la nación española. La insolidaridad está servida. Y la inviabilidad de una España así también. La gravedad del momento se torna máxima cuando además el animador principal de este proceso es el mismo Gobierno de la nación por su estrategia partidista de perpetuarse en el poder.
El intento de golpe de Estado del 23-F marcó un punto de inflexión importante a pesar de su fracaso, puesto que abrió un paréntesis de veinticinco años al acoso nacionalista. El libro de Gil Sánchez Valiente aborda aquellos hechos y aquellos años de la transición. Son las memorias de un protagonista de aquella asonada a quien la historia rodeó después en un halo de misterio y secreto ligado a un maletín. El capitán de la Guardia Civil Sánchez Valiente fue uno de los oficiales de Tejero, que si bien no participó inicialmente en el asalto al Congreso de los Diputados, luego sí estuvo toda la tarde y larga noche en él, formó parte del cordón de seguridad de los GAR (Grupo de Acción Rural), la unidad de intervención rápida de la Guardia Civil, y fue el oficial que optó por marcharse al extranjero, así recogido en el pacto del capó, el documento que simbolizó el acto de entrega de los golpistas.
El testimonio de Gil aporta su propia experiencia y las vivencias de los meses, semanas y días anteriores al 23-F. Escrito con honestidad, el autor se desnuda sin importarle demasiado el grado de compromiso de su propia implicación, para acercarnos a otros testigos y protagonistas principales que siempre eludieron hablar, tergiversaron la verdad o descaradamente mintieron, caso del general Alfonso Armada y del comandante del Cesid, José Luis Cortina. Así sabemos con certeza que la unidad de los GAR que mandaba el comandante Sesma no formó un cordón alrededor del Congreso para cercar a los asaltantes, sino para apoyar la acción de Tejero, y de las reuniones previas de varios capitanes de la Guardia Civil con el teniente coronel Tejero. Especialmente significativa es la que días antes del 23-F tuvo lugar en la casa del capitán del Cesid Vicente Gómez Iglesias, de la que Tejero saldría para entrevistarse de madrugada con el comandante Cortina, jefe de la Agrupación Operativa de Misiones Especiales del Cesid (AOME), quién le diría por vez primera que el 23 de febrero tenía que asaltar el Congreso; y entre otras, las horas vividas en el Parque de Automovilismo, desde donde saldría el principal contingente de la fuerza de Tejero.

Ligado siempre a los servicios de inteligencia, Sánchez Valiente se define como un hombre de acción, testigo de numerosos atentados terroristas de Eta durante su destino en la Comandancia de San Sebastián, en pleno proceso neorrevolucionario en el País Vasco, confiesa también la propuesta que hizo a sus superiores –sin que la tuvieran en cuenta- de organizar la lucha contraterrorista de Eta en Francia, contratando mercenarios colombianos. Operación que unos años después se llevaría a cabo con los Gal bajo los gobiernos de Felipe González. La obra narrada en un hilo de continuidad, está estructurada en dos partes; la primera son puramente sus memorias y la segunda, es de análisis y ensayo sobre el 23-F y sus consecuencias. Es en esta segunda parte en la que ofrece unos datos muy interesantes de sus conversaciones con Alfonso Armada y con José Luis Cortina. Gil regresó voluntariamente a España en 1987, luego de estar a salto de mata en varios países y tras seis años de estancia en Estados Unidos. Durante ese tiempo se creó sobre él una leyenda rocambolesca en la que se le hizo protagonista de infinidad de sucesos, desde aquél intoxicador y surrealista asalto al Banco Central de Barcelona de mayo de 1981, perpetrado por delincuentes comunes, a numerosos intentos de secuestrarle ante la amenaza que representaban los papeles que se había llevado en su famoso maletín; una supuesta serie de órdenes y decretos firmados por el rey antes del golpe de Estado.
Sánchez Valiente no fue procesado por su implicación en el 23-F, sino simplemente por abandono de destino. Condenado a dos años de prisión, perdió su empleo a todo efecto práctico y también sus derechos pasivos, algo absolutamente insólito por increíble que parezca. Durante su estancia en Alcalá-Meco fue cuando prodigó sus contactos con los generales Milans y Armada y con los comandantes Pardo Zancada y Cortina. Especialmente con este último, a quién ya conocía desde su época de fundador de GOSSI (Grupo Operativo de los Servicios Secretos de Información) y de sus relaciones con el Cesid y con quien después y hasta el momento presente, ha seguido manteniendo una buena amistad. Nunca hubiera existido un 23-F tal y como se preparó y ejecutó, sin la participación del Cesid y sin la figura del comandante José Luis Cortina, su verdadero muñidor junto al general Armada. Poco importa que gracias a su habilidad –un experto del camuflaje, así lo definió el general José María García Escudero, instructor de la causa- y a otras cartas veladamente exhibidas, fuera declarado inocente. Su amigo Sánchez Valiente lo califica de «autodesignado doctrinario en la sombra de la conjura». De ahí que tenga especial relevancia las numerosas confidencias que Cortina le hace sobre el propósito del 23-F y que se corroboran con las que en su día hizo a Prieto y Barbería en El enigma del elefante: «Se trataba de tener unas Fuerzas Armadas controladas bajo la tutela de la Monarquía, encuadrando a los más exaltados y reforzar además la figura del rey, dejando sus manos libres. Para lograrlo se debía proporcionar a los políticos una especie de coartada que les permitiera encauzar la situación creada y «vender» a sus bases el nuevo giro.»
El 23-F fue una operación política desarrollada bajo la técnica de un golpe de mano. Su ejecución, planificada como una operación especial desde ciertas áreas del Cesid, se articuló en dos fases. La primera fase fue la toma del Congreso de los Diputados por el teniente coronel Tejero, con el fin de interrumpir la votación de investidura del candidato de la UCD, Leopoldo Calvo Sotelo. Para ello Tejero contó con la cobertura y el decisivo apoyo logístico de unidades y material del Cesid. Este hecho encuadrado en un SAM (Supuesto Anticonstitucional Máximo), por lo que suponía de violación de la legalidad constitucional, debería ser «arreglado» –reconducido, será el término acuñado- en la segunda fase de la operación. Ésta se desarrollaría con la entrada en escena del general Alfonso Armada, quién a instancias de los capitanes generales, JUJEM (Junta de Jefes de Estado Mayor) y por el propio rey, se presentaría en el Congreso para ofrecerse a los diputados como jefe de un Gobierno de salvación nacional, que estaría integrado por miembros de todo el arco parlamentario.
Tan maquiavélico plan falló por el factor humano: al teniente coronel Tejero nadie le había explicado el fondo del asunto, ni que él, junto con sus capitanes, debería ser inicialmente «sacrificado», dando por hecho que acataría voluntariamente la orden por patriotismo y disciplina. Pero Tejero se sintió engañado y estafado y se rebeló contra los mismos jefes –Milans y Armada- que pocas horas antes le habían dado la orden de asaltar el Congreso. Las reservas que se hacen de que un gobierno formada en tales circunstancias habría sido dudosamente constitucional o anticonstitucional, carecen de relevancia, pues la situación era excepcional y aquél día se tomaron decisiones para salvar la situación no contempladas en la Constitución. Si los líderes políticos, los portavoces de los grupos y los diputados, hubieran dado su voto al general Armada, nadie se habría cuestionado después nada, pues además, los integrantes de ese gobierno ya habían sido tocados –y aceptado- unos meses atrás para formar parte de un gabinete de coalición presidido por el general Armada, mediante la presentación de una segunda moción de censura al presidente Suárez. La sutilidad de esta operación estriba en que de haber triunfado, jamás se hubiera vinculado al general Armada con Tejero, quedando cerrada y estanca la parte visible del golpe exclusivamente en la acción del teniente coronel. El general Alfonso Armada habría sido el salvador de la situación y quien habría impedido la amenaza hacia una involución y la pérdida de libertades. Incluso se habría explicado el bando de Milans y el despliegue de las unidades en la III Región Militar y en la División Acorazada. Ese gobierno, forzado pero aceptado, surgido al estilo de cómo el ejército francés presionó a la Asamblea de Francia en 1958 para que el general De Gaulle fuera designado jefe del ejecutivo, hubiera dispuesto de dos años de legislatura para reformar el capítulo de las autonomías y dar una dura batalla al terrorismo etarra.
En el 23-F el papel del rey Juan Carlos fue absolutamente fundamental. Pues nadie de los conjurados se movió sin creer tener la seguridad y la certeza de que la operación contaba con su conocimiento y respaldo. Sánchez Valiente manifiesta esa creencia a lo largo de la narración, pese a las reservas y dudas manifestadas de si se debía hacer algo en ese caso. Es decir, que sin la figura real no habría habido 23-F, pues fue capital para quienes pusieron en marcha el golpe, como igualmente lo fue de forma decisiva, cuando dio órdenes precisas para que las unidades regresaran a los cuarteles, tras fracasar el general Armada ante Tejero, en su intento de acceder al hemiciclo del Congreso. Sánchez Valiente da la importancia que realmente tiene al comandante Cortina y a los elementos del Cesid que acordonaron la operación del 23-F, sin embargo resta todo protagonismo a la figura del entonces teniente coronel Javier Calderón, secretario general del Servicio de Inteligencia y de hecho verdadero número uno. Es algo sobre lo que abiertamente discrepamos. Durante algún tiempo el Cesid propaló la especie de que tuvo conocimiento previo del 23-F y que se metió en él para controlarlo y hacerlo fracasar. Al no conseguir que se instalara esta intoxicación, pasó a mantener que el 23-F les pilló por sorpresa y no se enteraron de nada. Pues es preferible que a uno lo tachen de negligente o incapaz que de conspirador o golpista. La relación entre Cortina y Calderón siempre ha sido muy especial. El comandante era su mejor hombre de confianza y en el supuesto de que hubiera traicionado a su jefe, manteniéndole ajeno a la trama, ha sido el propio Calderón quien se ha encargado de despejar toda duda con los esfuerzos realizados desde hace veinticinco años para encubrir a su subordinado y ocultar la implicación de áreas y unidades del Cesid en el golpe de Estado. Informe Jáudenes incluido.

Las memorias de Gil Sánchez Valiente, sobre las que ha estado trabajando largo tiempo, constituyen una aportación importante sobre unos hechos, que cada vez se van despejando más, de forma clara y nítida. Con ellas rompe un silencio de muchos años, hasta aclararnos, incluso, el misterio del maletín, objeto de tantas especulaciones. Y lo hace de forma valerosa y decidida. Quizá por ello, Gil represente ser el último de los capitanes de una época, el último de una saga cuyo espíritu ya no se cultiva.
(Mi 23-F. Historia de un maletín. Gil Sánchez Valiente. Imagine Ediciones, Madrid, 2006)

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    Acerca de Jesús Palacios

    Jesús Palacios es periodista e historiador especializado en Historia Contemporánea. Ha sido profesor de Ciencia Política y es colaborador honorífico de la Facultad de Ciencias Políticas (UCM). Miembro del Consejo Editorial de la revista www.kosmospolis.com y autor de "Los papeles secretos de Franco", "La España totalitaria", "23-F: El golpe del Cesid", "Las cartas de Franco", "Franco y Juan Carlos. Del franquismo a la Monarquía" y "23-F, el Rey y su secreto". Es coautor junto con Stanley G. Payne de "Franco, mi padre" y "Franco, una biografía personal y política", con ediciones en (Wisconsin Press), Estados Unidos, (Espasa), España y China. El general Sabino Fernández Campo, que fuera jefe de la Casa de Su Majestad el Rey Juan Carlos I, ha afirmado que: “Jesús Palacios es un escritor importante, que proporciona a sus obras un extraordinario interés y que las fundamenta en una documentación rigurosa y casi siempre inédita hasta entonces”... “A Jesús Palacios le deberá la Historia de los últimos tiempos muchas aclaraciones que contribuirán a que en el futuro se tenga un concepto más exacto, más neutral y más independiente de lo sucedido en momentos decisivos de la vida de nuestro país.”