Hacia una historia crítica del sindicalismo español

En su ensayo clásico y pionero sobre las culturas políticas, «Comparative Political Systems» (paper presentado en una conferencia celebrada en la Princeton University, en Junio de 1955), Gabriel A. Almond diferenciaba las democracias liberales más consolidadas entonces –que él denominaba sistemas políticos angloamericanos (UK, USA)- de las democracias en la Europa continental (Francia, Alemania, Italia) y en los sistemas pre-industriales. Y uno de los requisitos funcionales de las primeras era precisamente la existencia de una cultura política homogénea, pragmática y secular (en el sentido de cálculo racional y experimental), con una estructura de roles altamente diferenciados, es decir, con una división política del trabajo más compleja, más explícita y más estable. Por ejemplo, los partidos deberían actuar como partidos, los parlamentos como parlamentos, y en concreto los sindicatos también deberían actuar como sindicatos, no como partidos políticos, movimientos revolucionarios o cualquier otra cosa.La impresionante, extensa y erudita obra de Santiago Castillo y sus colaboradores sobre la historia del sindicato español UGT es un trabajo casi definitivo sobre la evolución y diversas mutaciones de esta organización, desde las sucesivas etapas pre- industrial, industrial y post-industrial de la cultura política española, hasta el momento presente en su –hasta ahora- fallido intento de encontrar su ubicación en una democracia liberal consolidada. El problema lógicamente es que hoy los sindicatos en las sociedades más desarrolladas, con muy pocas excepciones, tiene una militancia muy mermada, de un nivel medio entre el 10 y el 12 por ciento de los trabajadores. Es decir, los sindicatos ya no representan los intereses de la mayoría de los trabajadores sino los de sus propias organizaciones burocráticas, con un alto número de miembros «liberados»: la
elite dirigente y los agentes «agit-prop». Algo parecido a lo que en una cultura política tan sofisticada como la norteamericana, representan hoy los llamados «organizadores comunitarios» siguiendo las peculiares tácticas sindicalistas de Saul Alinsky, al estilo de ACORN (el propio Obama fue uno de ellos), estrechamente vinculados a un nuevo tipo de organizaciones sindicales minoritarias pero muy activistas, como SEIU o los sindicatos de profesores y funcionarios públicos, que han desplazado al sindicalismo tradicional de la AFL-CIO.Quizás los autores de esta enciclopédica obra sobre la UGT deberían haber hecho un uso más sistemático de los enfoques histórico-comparativos (de historia política, principalmente), tanto para las etapas clásicas del movimiento obrero (épocas de la I y II Internacionales, y de la Guerra Civil española) como en las más recientes (bajo el franquismo y en la democracia), una carencia general y habitual de la historiografía española, como ha señalado pertinentemente Stanley G. Payne en uno de sus últimos libros (España. Una historia única, Madrid, 2008). Por otra parte, resulta obvio que todos los autores comparten un cierto sesgo -¿cómo llamarlo?- socialista o izquierdista, lo cual es perfectamente válido y legítimo, pero conviene advertirlo. Al fin de cuentas nadie tiene la culpa de que no exista una historiografía social de derechas, excepto las propias derechas (aunque en el volumen cuarto, de Pere Gabriel, excepcionalmente se incluyan en la bibliografía historiadores políticos españoles como Comin Colomer, García Venero, Salas Larrazábal, o extranjeros como Bolloten y Payne, muy críticos de las izquierdas).El primer volumen de esta obra colectiva, en el que se estudian los orígenes y la primera etapa de la UGT, tiene como autor al director de la misma, Santiago Castillo (Un sindicalismo consciente, 1873-1914, 335 páginas), aparecido ya en 2008, que contiene también una apropiada introducción explicativa del conjunto. El profesor Castillo, catedrático de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid, tiene una acreditada experiencia como investigador de la historia social española desde la perspectiva interdisciplinaria de las ciencias sociales, y ha sido formado también en la escuela historiográfica de Tuñón de Lara, aunque con una ejemplar independencia ideológica. El autor expone con precisión los orígenes e infancia del asociacionismo obrero español, desde la crisis de la I Internacional tras la Guerra franco-prusiana y la Comuna de Paris hasta el colapso de la II Internacional con el estallido de la Primera Guerra Mundial, aportando datos interesantes e inéditos, y siempre con referencia a los conflictos ideológicos nacionales (Revolución liberal de 1868, republicanismo y federalismo), e internacionales (marxismo y bakuninismo), para destacar «un aspecto esencial del sindicalismo ugetista: su temprana y estrecha vinculación con el socialismo europeo» (p. 121). La UGT estará así desde el principio subordinada a la dirección política del PSOE, siguiendo el modelo alemán fijado en el Congreso de Gotha (1875) y años posteriores: la DGB como «correa de transmisión» del SPD. El profesor Castillo ha dirigido ejemplarmente esta obra, con la perspectiva de independencia, profesionalidad y rigor, no solo al fijar las líneas de investigación, sino también en la selección de los autores adecuados para cada uno de los períodos históricos. Para el período que él
estudia, hay que reconocerle el mérito y capacidad de integrar en el relato más de un centenar de artículos científicos.Tanto en este primer volumen como en el segundo, de José Luis Martín Ramos (Entre la revolución y el reformismo, 1914-1931, 245 páginas), publicado también en 2008, hubiera sido útil una comparación más sistemática del sindicalismo socialista de UGT con las otras formas de sindicalismo que se desarrollan en sendos períodos dentro del ámbito de las sociedades industriales: anarco-sindicalismo, sindicalismo puro, «trade-unionismo» (británico y norteamericano), sindicalismo soviético… Por cierto, en el volumen de Martin Ramos hay un pequeño error o errata al comienzo (p. 2), en realidad una pequeña confusión entre el congreso internacional de Stuttgart (1907) y el de Copenhague (1909). Es obvio que fue en éste, y no en el de Stuttgart, donde eventualmente se felicitaría al PSOE y a la UGT por la huelga general de 1909 en Barcelona. Y a propósito de huelga general, se echa de menos una reflexión y un análisis del concepto de la misma, del carácter revolucionario, no meramente económico, de inspiración anarco-sindicalista y que luego sería apropiado también por el comunismo soviético, pero que en rigor era un concepto ajeno a la tradición del sindicalismo socialista.Ya he mencionado otros modelos de sindicalismo, y entre ellos el que propiciará la Comintern a partir de 1919, apoyando una estrategia de infiltración de los agentes propios en las organizaciones sindicales no comunistas. La UGT sufrirá tal penetración y hay una personalidad muy conocida que la ejemplifica porque, además, es el primer historiador de la UGT siempre citado en todos los estudios, Amaro del Rosal. Ahora bien, es posible que la influencia bolchevique o internacionalista del grupo Zimmerwald (1915) fuera muy anterior a la revolución en Rusia y a la fundación de la Comintern. En su autobiografía, Trotsky menciona que durante su estancia en Madrid, de paso por España hacia Nueva York en 1916, su contacto más o menos secreto era Daniel Anguiano, entonces dirigente de la UGT, y como es sabido, uno de los escisionistas («terceristas») que en 1921 fundaron el primer partido comunista obrero español (PCOE). En el interesante apéndice biográfico sobre Daniel Anguiano (1882-1964) del volumen de Martín Ramos se ofrecen datos significativos sobre las simpatías comunistas de este militante ugetista a partir de 1917, pero no se mencionan sus relaciones anteriores con Trotsky y su grupo.Estas claves y cuestiones ideológicas, y asimismo otras derivadas que culminarán en la radicalización del PSOE y la UGT durante los años treinta se echa de menos en el volumen tercero, el último de los publicados en 2008, de Marta Bizcarrondo (Entre la democracia y la revolución, 1931-1936, 274 páginas), teniendo en cuenta que en una obra suya anterior, en colaboración con Antonio Elorza, habían investigado la intervención de la Comintern en España. Desde la publicación de ésta en 1999, e incluso con anterioridad (S. Hook, F. Borkenau, F. Claudín, B. Lazitch, M. M. Drachkovitch, M. Buber-Neumann, etc., y sobre España en concreto, J. Bullejos , E. H. Carr) se ha producido un auténtico torrente de literatura historiográfica internacional sobre la
antigua Unión Soviética y sus relaciones con el movimiento obrero mundial que quizás no ha sido suficientemente tenida en cuenta. Este volumen tercero, que probablemente sea el último trabajo de la -por desgracia, desaparecida- profesora Bizcarrondo, es un ejemplo del gran conocimiento que la autora tenía del período y de los temas que trata, aunque en su investigación se aprecia un claro sesgo izquierdista en las fuentes que maneja, despreciando la historiografía que no sintoniza con sus ideas (véase alguna bibliografía reciente más adelante). No es muy riguroso, por ejemplo, que en la crisis de octubre de 1934 conceda más importancia al testimonio de un periodista como Henry Buckley, simpatizante de Largo Caballero y del PSOE, que a historiadores como Malefakis (al que cita de pasada y no muy favorablemente), o a otros que prefiere ignorar o simplemente se refiere a ellos como «otras versiones» (Bolloten, Payne, y los historiadores revisionistas a los que califica de «panfletarios»). Su explicación de la crisis en Austria como justificación de la insurrección largocaballerista ya no se sostiene si la contrastamos con la historiografía internacional más seria (por ejemplo, concretamente sobre la crisis austríaca, los trabajos de U. Kluge, W. B. Simon, G. Botz, G. K. Kindermann, L. S. Gelott, B. F. Pauley, A. G. Rabinbach y de G. Bischof y colaboradores). No deja de resultar irónico y oportuno citar a Julián Besteiro, el marxista más ortodoxo del PSOE- UGT en aquella coyuntura, cuando afirmó que el peligro de fascismo en España lo representaba mejor Largo Caballero y sus seguidores en el partido y en el sindicato que la propia CEDA (Stanley G. Payne, La Europa revolucionaria, Madrid, 2011, p. 221). Y a propósito de Besteiro, a la autora se le desliza un palpable error de nombres en el apéndice biográfico del personaje cuando escribe que «muy pronto había dado la guerra por perdida, posición que le lleva a formar parte del Consejo de Defensa de Casares Quiroga» (p. 245).Los tres últimos volúmenes de esta obra han aparecido, respectivamente: el cuarto en 2011, de Pere Gabriel (Un sindicalismo de guerra, 1936-1939, 566 páginas); el quinto en 2008, de Abdón Mateos (Contra la dictadura, 1939-1975, 273 páginas); y el sexto en 2011, de Rubén Vega García (La reconstrucción del sindicalismo en la democracia, 1976-1994, 390 páginas).A mi juicio, el más impresionante de los tres es sin duda el del profesor Gabriel, de la Universidad Autónoma de Barcelona. No solo por su mayor extensión, dedicado para un período cronológicamente más limitado (los tres años de la Guerra Civil), sino por una mayor calidad e intensidad de la investigación sobre una temática que antes no se había hecho. Las fuentes y bibliografía consultadas son las adecuadas, tanto para la parte general como para la de los estudios regionales y locales. Ya señalé antes que, a diferencia de los autores de los otros volúmenes, incluye una selección de obras de historiadores independientes, conservadores o derechistas, que no comparten la perspectiva izquierdista que impregna toda esta historia de la UGT (el autor también se hubiera beneficiado de la consulta y bibliografía del último libro de Payne sobre el asunto, ¿Por qué la República perdió la Guerra?, Espasa, Madrid, 2010). Quizás solo se le pueda reprochar que no haya referencias historiográficas a los acontecimientos políticos internacionales
que constituyen el trasfondo de la tragedia española. Vuelvo a reiterar las objeciones que Payne ha hecho a cierto «ensimismamiento» y falta de comparativismo en la historiografía española. Cito sus propias palabras en la edición más reciente, en inglés, que es la que tengo a mano: «Current Spanish historiography still has a profound tendency toward self- absortion though, happily, there are some notable exceptions (…) Research monographs have been more important, but the broader and more comparative dimension has probably been the more significant aspect.»(Stanley G. Payne, Spain. A Unique History, University of Wisconsin Press, Madison, 2011, p. 38).La de Pere Gabriel es una excelente y modélica monografía sobre el sindicalismo «de guerra» y en una guerra que, como señala el autor en la primara página, «se alteró de manera profunda la propia cultura obrerista que se había ido desarrollando a lo largo de una historia de diversas generaciones de militantes». Pero hubo otros sindicalismos en Europa que también estuvieron en guerra (incluso en guerra civil), y no alteraron por ello su carácter ideológico. La radicalización de la UGT fue anterior, tenía precedentes históricos y motivos varios, y eso es lo que la hace diferente en una perspectiva comparada. Como en el caso del volumen de Marta Bizcarrondo, se hace notar en éste también la ausencia de bibliografía historiográfica crítica internacional relativa al impacto de la Comintern y la Profintern sobre el socialismo y el sindicalismo españoles durante la década de los treinta, y en concreto la manipulación estalinista de la estrategia del Frente Popular (entre los autores más conocidos, por orden cronológico de la publicación de sus trabajos, mencionaré a E. H. Carr, M. Hayek, A. Agosti, K. McDermott, J. Agnew, P. Broué, C .L. R. James, A. Vaksberg, y los más recientes de W. L. Chase y de la Rossiiskaia Akademiia Nauk sobre la Comintern; R. Tosstorff y I. Birchall sobre la Profintern).El profesor Gabriel documenta exhaustivamente las reuniones, resoluciones, virajes, actuaciones y personajes principales de la UGT durante estos años críticos del «sindicalismo de guerra», y presenta un relato muy detallado, en toda su complejidad, con datos absolutamente inéditos de los momentos finales y dramáticos del conflicto español, como el golpe del coronel Casado y la formación del Consejo Nacional de Defensa (capítulo 7: Derrota, pp. 467-521), al que no solo apoyaron individualmente, como es conocido, los socialistas Julián Besteiro (consejero de Estado) y Wenceslao Carrillo (consejero de Gobernación), sino también la dirección responsable de la UGT, con su último secretario general José Rodríguez Vega, y quién aceptó el cargo de consejero de Trabajo en la misma junta rebelde, Antonio Pérez García, que más adelante, ya en la posguerra, participaría en la reorganización clandestina de la UGT en el interior, y en 1948 sería elegido junto a Indalecio Prieto y otros miembro de la comisión especial del PSOE para la negociación con los monárquicos en el denominado Pacto de San Juan de Luz.El volumen de Abdón Mateos es la crónica de la UGT bajo el régimen franquista (1939-1975), y el de Rubén Vega García la de la reconstrucción de la misma en la democracia, bajo el liderazgo de Nicolás Redondo Urbieta (entre 1976-1994). Crónica o,
si se quiere, historia social pormenorizada y documentada en lo que respecta a personajes, actuaciones, reuniones y congresos, pero en cierto modo marginal a una concepción de la historia general política. Se trata de investigaciones rigurosas que se basan en gran medida en la «memoria histórica» de los protagonistas del relato y de los propios cronistas oficiales y oficiosos. Pero, sin entrar en profundidades, la memoria («histórica» o de cualquier otro tipo) no es propiamente historia, ya que como escribió el gran dramaturgo Tennessee Williams, «memoria es aquello que anida principalmente en el corazón». El peculiar y difícil equilibrio entre lo subjetivo y lo objetivo que debe caracterizar a la historia resulta muy complicado cuando los autores son, y lo admiten, cronistas oficiales u oficiosos – no necesariamente con carnet de militancia- del movimiento sindical que tratan de historiar. Su esfuerzo, no obstante, es admirable y el resultado debe ser considerado como un paso necesario, de obligada consulta y referencia, para una historia más objetiva e independiente en algún momento del futuro. En medio de tanta documentación del propio sindicato, de fuentes orales y memorias autobiográficas, la literatura historiográfica es muy escasa, y por tanto se aprecian las referencias bibliográficas a algunos historiadores extranjeros (Balfour, Fishman, Gillespie, Führer, Hamann, Köhler, Meer…), pero con todo resultan a veces deficientes o insuficientes por los sesgos ideológicos.Escribo estas notas en vísperas de la celebración de la manifestación convocada por la UGT y Comisiones Obreras para el 11 de Marzo de 2012, como ensayo general de una pretendida huelga general, y resulta imposible obviar las sospechas de manipulación de los objetivos de unas organizaciones cuyo poder como «agentes sociales» en el proceso histórico y político, y cuyos poderosos intereses especiales y privilegios se han ido acumulando y consolidando durante los años de la transición democrática española, pero que paradójicamente se han convertido hoy en un obstáculo considerable para la consolidación de la misma democracia. Queda mucho por historiar sobre los desencuentros y reencuentros entre la UGT y el PSOE, el fuerte corporativismo y la progresiva construcción de los mencionados intereses económicos del sindicalismo, basados en las más o menos arbitrarias devoluciones de patrimonios históricos, millonarias subvenciones y sólidos salarios oficiales de sus dirigentes, así como la permisiva vinculación de éstos a consejos de administración de cajas, bancos y empresas públicas. Asimismo, todavía no se ha analizado y reflexionado suficientemente sobre los motivos y razones justificativas de las sucesivas «huelgas generales», gracias a la reinante permisividad política y judicial, algo que a mi juicio está en abierta contradicción con el orden constitucional de las democracias liberales de Occidente, y que, para terminar, volviendo a las hipótesis de Gabriel A. Almond mencionadas al comienzo de esta recensión, son la demostración de una cultura política todavía fragmentada, anti- capitalista, históricamente desfasada, que nos retrotrae a fases pretéritas de democracias no consolidadas, de baja calidad, con tentaciones populistas y eventualmente autoritarias. En cualquier caso, con abundancia de rasgos demagógicos y con una proyección política
en forma de «movimientos» o sectas radicales, más que de sindicatos de clase o profesionales.Esta historia de la UGT inteligentemente dirigida por el profesor Santiago Castillo y desarrollada por este notable grupo de prestigiosos especialistas constituye una brillante aportación a la historia social de España, con el acierto de abarcar el período histórico más noble del sindicalismo español, cuando los valores genuinos de la clase trabajadora – con sus propios aciertos y errores en las tácticas y estrategias- eran defendidos siempre con referencia a los más altos principios de la dignidad humana. Para los que defendemos una Ciencia Política esencialmente histórica (no historicista), cada vez más divorciada del relativismo axiológico y de los fundamentalismos empiricistas y conductistas, indiferentes a lo cualitativo de las ideas y valores, obras como ésta son un auténtico regalo y de una importancia indiscutible.
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    Acerca de Manuel Pastor

    Catedrático de Teoría del Estado y Derecho Constitucional (Ciencia Política) de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido director del Departamento de Ciencia Política en la misma universidad durante casi dos décadas, y, de nuevo, entre 2010- 2014. Asimismo ha sido director del Real Colegio Complutense en la Universidad de Harvard (1998-2000), y profesor visitante en varias universidades de los Estados Unidos. Fundador y primer presidente del grupo-red Floridablanca (2012-2019)