Memorias y desmemorias históricas: del “guerracivilismo” a los “agujeros negros” de la democracia española

Memorias y desmemorias históricas: del “guerracivilismo” a los “agujeros negros” de la democracia española
«Wittgenstein once observed in a lecture that the work of a philosopher consists in assembling reminders for a particular purpose, and the Socratic doctrine that knowledge is reminiscence: although he believed that there were also other things involved in the latter.»Ludwig Wittgenstein: A Memoir, by Norman Malcolm (Oxford U. P., London, 1958)
«Civil war is not merely an old custom, but the primary form of all collective conflict. Its classic account, the History of the Peloponnesian Wars, was written 2,500 years ago and has never been bettered (…) There is an unexplained linkage between hating one´s neighbour and hating a stranger. The original target of our hatred was probably always our neighbour; only with the formation of larger communities was the stranger on the other side of the border declared an enemy.»Civil Wars, by Hans Magnus Enzensberger (The New Pres, New York, 1990)
La lectura el pasado verano de las obras de Pilar Urbano, La Gran Desmemoria. Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recodar (Planeta, Barcelona, 2014), y de Ignacio López Bru, Las cloacas del 11-M (Sepha, Málaga, 2013), me ha incitado a reflexionar sobre la literatura reciente acerca de la denominada Memoria Histórica concerniente a la Guerra Civil, el Franquismo y la Transición, tres periodos de nuestra reciente historia nacional contaminados historiográficamente por la ideología del «guerracivilismo», y jalonado especialmente el último por «agujeros negros» que han dificultado obviamente la supuesta Consolidación democrática.
Pudiera parecer exagerado, pero desde la gran obra clásica de Tucídides, La Guerra del Peloponeso, escrita hace 2.500 años y traducida por primera vez en Occidente por Thomas Hobbes en el siglo XVII, probablemente no se había publicado algo parecido, mutatis mutandis, -con la excepción quizás de la obra, de contenido más limitado en el tiempo y el espacio, de Ernst Nolte, La Guerrra Civil Europea, 1917-1945 (México DF, 2001, traducción de la quinta edición alemana, corregida y aumentada, München, 1997)- hasta la aparición del libro de Stanley G. Payne, La Europa revolucionaria. Las guerras civiles que marcaron el siglo XX (Madrid, 2011), en el sentido en que ambas tratan el tema de una guerra civil o un conglomerado de guerras civiles dentro de un mismo ámbito cultural internacional-interestatal o civilización: la clásica Helénica en el primer caso, la moderna europea en el segundo. El profesor Payne, historiador e hispanista de la Universidad de Wisconsin en Madison, culmina con este trabajo una brillante carrera con una producción vasta y enciclopédica sobre la historia española y europea. Aunque su poderosa mente productiva todavía no se ha detenido: simultáneamente a la obra mencionada publicaba la edición en inglés (en español apareció en 2008) de Spain. A Unique History (2011), y con posterioridad ha publicado The Spanish Civil War (2012), «Los responsables de la Guerra Civil» (kosmos-polis.com, Junio 2014), y acaba de aparecer en el presente año la biografía –práctica y probablemente definitiva- de Francisco Franco, con Jesús Palacios como coautor, editada simultáneamente en inglés con el título Franco. A Biography (University of Wisconsin Press, Madison, 2014) y en español con el título Franco. Una biografía personal y política (Espasa, Barcelona, 2014).
Todos estos trabajos y muchos otros anteriores (The Spanish Revolution, en 1970; The Spanish Civil War, the Soviet Union, and Communism en 2004 ; The Collapse of the Republic, 1933-1936: Origins of the Civil War, en 2005; Cuarenta preguntas fundamentales sobre la Guerra Civil, en 2006; ¿Por qué la República perdió la guerra?, en 2010; asimismo diferentes monografías sobre Franco y el franquismo, en 1967, 1987, 1998, 2008…) constituyen un riquísimo acervo historiográfico sobre los géneros del «guerracivilismo» y del franquismo en nuestros lares y penates, que oportunamente corrige científicamente las «memorias históricas» a que tan aficionados han sido los españoles (particularmente los de izquierdas) durante los últimos años de nuestra Transición política (que no Consolidación democrática, todavía pendiente, como vengo insistiendo con reiteración), alentados por los discípulos, epígonos y émulos de las escuelas historiográficas de Tuñón de Lara, Southworth, Preston, Gibson, etc.
A propósito del «guerracivilismo», cuando hace pocos años el profesor Payne había obtenido cierta ventaja en votaciones preliminares para el Premio Príncipe de Asturias, en competición con otros notables historiadores extranjeros (entre los que se encontraba Paul Preston), los miembros del jurado recibieron instrucciones de La Zarzuela (probablemente inspiradas por un importante grupo editorial progresista) en el sentido de que se evitara premiar a especialistas en la Guerra Civil. El premio le cayó finalmente a una oscura socióloga de Harvard de cuyo nombre no puedo acordarme.El profesor Payne estima que todavía es prematuro escribir la historia de la Transición, pero, aparte de notables investigaciones periodísticas, memorias, biografías e, incluso, historiografía free lance (como las importantes exploraciones de Pío Moa, Jesús Palacios, y otros) sobre la España posfranquista, algunos historiadores y politólogos académicos ya se han aventurado en el trabajo con algunas monografías. Por ejemplo, es el caso de autores como Silvia Alonso-Castrillo, La apuesta del centro. Historia de la UCD (Alianza Editorial, Madrid, 1996), y Juan Francisco Fuentes, Adolfo Suárez. Biografía política (Planeta, Barcelona, 2011), entre los historiadores; Raúl Morodo, La transición política (Tecnos, Madrid, 1984), y Ramón Cotarelo (comp.), Transición política y consolidación democrática. España 1975-1986 (CIS, Madrid, 1992), entre los politólogos.
Volviendo a Tucídides, Rex Warner en una moderna traducción de su obra (1954) pensaba, como Thomas Hobbes, que el ateniense no solo era el más importante «Politick Historiographer» de toda la cultura occidental, sino que su obra constituía también la primera y más aguda reflexión que conocemos sobre la política en sentido amplio. A mi juicio más completa y elaborada que la de su genial coetáneo en la cultura oriental, Sun Tzu, autor del famoso tratado El Arte de la Guerra, escrito también en una era endémica de guerras civiles en China.
Permítame el lector que cite un breve texto metodológico del propio Tucídides al inicio del primer libro (capítulo) de su obra: «Al investigar la historia y llegar a ciertas conclusiones, debemos admitir que no podemos basarnos en cada detalle que nos llega por la tradición. La gente suele aceptar todas las historias antiguas de manera acrítica, incluso las relativas a su propio país (…) hace muchas asunciones incorrectas no solo sobre la memoria del pasado sino también sobre la historia presente (…) La mayoría, de hecho, no se esfuerza en buscar la verdad y se inclina a aceptar la primera narración que oye» (traducción mía de la versión inglesa de T. Hobbes -1628- de la obra de Tucídides, edición Bohn, vol. 8, London, 1843). Creo que este texto ilumina perfectamente muchas cuestiones relativas a los extensos y a veces tediosos debates sobre la llamada Memoria histórica.
Metastasio, un poeta italiano del siglo XVIII al que gustaba citar el notable intelectual Achille Ratti -más conocido como el Papa Pio XI- durante sus polémicas con el Fascismo, había escrito: «No existe el pasado, la memoria lo inventa…No hay futuro, la esperanza lo proyecta…Solo existe el presente, pero siempre se no escapa.» (D. I. Kertzer, The Pope and Mussolini, New York, 2014). Dos escritores norteamericanos que admiro también han escrito sobre el valor relativo de la memoria, como algo distinto de la historia y del simple conocimiento, según pensaba Wittgenstein en la cita que encabeza este ensayo. El gran historiador Henry Adams destacó su importancia en el proceso de la educación personal: «This was the journey he remembered. The actual journey may have been quite different, but the actual journey has no interest for education. The memory was all that mattered…» (The Education of Henry Adams, 1907). Por otra parte, el gran dramaturgo Tennesse Williams añadiría poéticamente: «Memory is seated predominantly in the heart».El profesor Payne en el capítulo final de su obra España. Una historia única (2008) planteó con rigor los términos historiológicos del problema, y una muestra de tal crítica es su reciente artículo «History War» (kosmos-polis, 5 de Mayo, 2014). Asimismo, el prestigioso juez don Rafael de Mendizábal Allende ha completado el análisis desde la perspectiva histórico-legal y constitucional en un largo ensayo publicado en dos partes, «Memoria histórica, desmemoria y amnesia» (kosmos-polis, Julio y Septiembre, 2014).
Como nadie es perfecto y el que escribe no puede en ningún caso tirar la primera piedra, pido disculpas anticipadas al paciente lector por las interpolaciones personales sobre mi personal «memoria histórica» de la Transición y el 23-F, acontecimientos que me tocó vivir muy joven en cierta proximidad a la primera línea (véase M. Pastor, «Reflexiones sobre el 23-F», kosmos-polis, Marzo, 2014).

En su última y voluminosa obra, La Gran Desmemoria… (863 páginas), la prestigiosa periodista de investigación Pilar Urbano aborda las actuaciones del Rey Juan Carlos y de Adolfo Suárez en la Transición política española. La autora, sin duda, aporta una información impresionante, aunque adopta un enfoque estilístico más novelero que historiográfico, basándose en testimonios y memorias de diferentes actores políticos, y utilizando presuntos, hipotéticos o imaginarios diálogos de los principales dramatis personae. Es un método que nos recuerda al de los cronistas norteamericanos Bob Woodward y Carl Bernstein en su famosa obra All the President´s Men (Simon & Schuster, New York, 1974), y otras secuelas, en las que crearon un estilo narrativo original y efectivo que ha fascinado a sucesivas generaciones de periodistas, en España y otros países, que han tratado temas históricos recientes o biográfico-políticos (pienso por ejemplo, aparte de Pilar Urbano, en Luis María Ansón, Gregorio Morán, Pedro J. Ramírez, Victoria Prego, José García Abad, etc.). Tal método estilístico –narración ágil y bien estructurada, diálogos construidos literariamente con personajes reales de la vida política en situaciones privadas de imposible demostración documental- en general ha tenido un resultado eficaz en términos de verosimilitud histórico-virtual y, sobre todo, de éxito en el mercado de los bestsellers.Permítame el lector una breve digresión. El asunto de Watergate y su tratamiento literario por Woodward y Bernstein ha provocado por emulación un periodismo de investigación muy extendido (en algún caso fallido, como el de Ernesto Ekáizer intentando relatar y denunciar un «nuevo Watergate» a propósito del affair Wilson-Plame, que «debería» haber conducido a los impeachments del presidente G.W. Bush y del vicepresidente R. Cheney, se saldó en un rotundo fracaso, aunque el autor nunca explicó a sus lectores de El País, después de dos años de crónicas prolijas y a veces absurdas, el resultado del proceso y quiénes fueron los auténticos responsables según la justicia norteamericana…En fin, un ejemplo patético de periodismo progre y anti-americano). El problema de este método periodístico -detectable en gran parte de la obra de Pilar Urbano- aunque ameno para el lector, casi siempre resulta irrelevante desde el punto de vista historiográfico. Woodward y Bernstein nunca demostraron, pese a su empeño, la culpabilidad de Richard Nixon en el escándalo Watergate, como han mostrado y subrayado recientemente los historiadores John Lewis Gaddis y Frank Gannon en sendas recensiones de las últimas obras de la ya abultadísima bibliografía nixoniana («Nixon on the Record», The Wall Street Journal, July 26-27, 2014). Asimismo me permito dudar que admiradores de los célebres periodistas norteamericanos como P. J. Ramírez y E. Ekáizer sospechen siquiera quién ordenó el asalto a Watergate y qué iban buscando los asaltantes.
A propósito de las licencias periodísticas, una escritora del prestigio de la señorita Urbano no debería cometer los gruesos errores (que no erratas) de cultura general histórica, y pongo solo dos ejemplos: describiendo al jefe de gobierno de la Segunda República el 18 de Julio de 1936, José Giral, como socialista (página 125), cuando en realidad era del partido Izquierda Republicana del presidente Azaña (ambos personajes entre los máximos responsables del desencadenamiento de la Guerra Civil, como nos ha recordado recientemente el profesor Payne en un artículo de kosmos-polis); o refiriéndose al presidente estadounidense Gerald Ford como «jugador de béisbol» (página 140), cuando es notoriamente conocido que fue un afamado campeón universitario de fútbol americano, practicante amateur también después de esquí y de golf, pero sin aparente interés por el béisbol a lo largo de su vida.
De mayor sustancia histórico-política es la falaz o incompleta descripción de la visita al Rey Juan Carlos, el 3 de Mayo de 1976, del veterano político democristiano de la CEDA, vuelto del exilio, José María Gil-Robles, acompañado de Joaquín Ruiz Giménez y Fernando Álvarez de Miranda (páginas 127-129), en la que, según la autora, Gil-Robles aseguraba representar a toda la oposición democrática de izquierda (incluidos los comunistas), recomendándole un cambio de gobierno con el fin de iniciar las negociaciones para la reforma política. Pues bien, justamente el día después de la sustitución de Arias por Suárez, el 4 de Julio, el Sr. Gil-Robles convocó una reunión urgente en su bufete de la calle Velázquez a la que yo mismo asistí con José Bono, en representación del profesor Tierno Galván (PSP), y en la que también estuvieron presentes Felipe González (PSOE), Julián de Ajuriaguerra (PNV), Antón Cañellas (UDC), y el citado Joaquín Ruiz Giménez (Izquierda Democrática), es decir, democristianos y socialistas de diferentes colores (entre paréntesis, como anécdota con ribetes narcisistas-jocosos, el viejo líder de la CEDA y ministro de la Guerra en 1934 nos recordó a los asistentes que él era la única persona viva ante quien Franco se había tenido que «cuadrar» saludando militarmente). El objetivo de la convocatoria era criticar al Rey por el nombramiento de Adolfo Suárez y formar un frente común negociador, excluyendo radicalmente a todos los comunistas, incluidos los del PCE. El manifiesto lo redactó allí mismo Felipe González bajo supervisión del propio Gil-Robles y de su hijo José María Gil-Robles junior, pero el PSP se opuso y la operación fracasó.
Los diálogos en la obra a veces se aproximan a la sátira y reproducen muy fuertes palabras referidas al Rey, por ejemplo, por el presidente Arias, con claro resentimiento –»¡Es un imbécil!» (página 175)- o las del presidente Suárez, en tono más jocoso –»Ese cabrón» (página 187)- o despectivas, con cabreo real en un momento dramático –»Ese tío» (página 701), culminando en la frase espetada directamente al Rey: «¡Nos la has metido doblada!»(página 701), y ante su perro excitado que ladra amenazante: «¡Coño, echa de aquí a este jodido animal!» (página 704), aunque el Borbón tampoco se queda corto y replica al presidente Suárez: «¿Me estás amenazando, so cabrón?» (página 704). Un diálogo muy poco edificante entre los dos máximos representantes de la Nación en la resaca del 23-F, que la autora reproduce con un realismo «mágico» no exento de cierto humor satírico que nos evoca al valleinclanesco Ruedo Ibérico. Incluso entre los «golpistas» se intercambian frases de cierta comicidad de opereta: Milans hace referencia a «el burro de Laína quiere meter a los geos a tiro limpio en el Congreso…»(página 666). Cuando el golpe ya ha fracasado, el Rey llega a sobreactuar melodramáticamente ante Milans: «¡Tendríais que fusilarme!» (página 665). En la mañana del 24-F, tras la liberación de los rehenes por Armada, el Rey abraza jubiloso al general Sabino Fernández Campo y exclama: «¡Lo hemos conseguido! ¡Hemos ganado! …» y de inmediato añade el comentario, que resume muy bien la confusión del momento y el inicio de su lavamanos: «Sabino, espero que no te hayas equivocado…con Armada» (página 696). Páginas atrás, la autora ponía en boca del mismo Sabino: «El Rey no perdía nunca. El Rey ganaba en cualquier caso. Sólo tenía que esperar para ver de qué lado ponerse» (página 665).
Por otra parte, hubiera sido interesante que la autora profundizara más en el denominado «Triángulo» de la Transición (ya que mentamos los «agujeros negros» podríamos decir con una gota de ironía el «Triángulo de la Bermudas» de la Transición): el Rey, Suárez y Carmen Díez de Rivera, ésta más íntima –sospecho yo – del Rey que de Suárez, quien actuaba en cierto modo como tapadera de la relación entre el soberano y la aristócrata doncella. Pilar Urbano se basa sistemáticamente en los trabajos biográficos de Ana Romero (Historia de Carmen, Planeta, Barcelona, 2002, y sobre todo El Triángulo de la Transición: Carmen, Suárez y el Rey, Planeta, Barcelona, 2013) y no aporta nada nuevo al papel de la «amiga íntima» a la que el Rey telefoneaba casi a diario a altas horas de la noche (como hacía Mussolini con su confidente Margherita Sarfatti) y con la que, según la autora, «mantuvo una relación de gran confianza». Entre otras confidencias, le anticipa el 13 de Junio que Suárez será el sustituto de Arias, y se lo confirma definitivamente la noche antes del primero de Julio –a la una menos veinte de la madrugada-, fecha histórica de la comunicación oficial al «dimisionario» (páginas 159 y 171), aunque todavía estaban pendientes los tejemanejes de Torcuato Fernández Miranda en el Consejo del Reino, los días 1, 2 y 3, para conseguir la terna adecuada: Silva Muñoz, de la familia democristiana ANCP (15 votos), López Bravo, de la familia Opus Dei (13 votos), y el que finalmente sería elegido por el Rey, Suárez, del Movimiento Nacional (12 votos).
Tengo la impresión de que, no solo en las obras de Ana Romero y Pilar Urbano, sino en muchas otras, así como en las memorias individuales y colectivas de aquél tiempo, dejando aparte el morbo y el drama personal, se han sobrevalorado las cualidades políticas de la que llamarían «La Musa de la Transición». Fue, sin duda, una mujer de cierta cultura, bella y con clase, muy bien relacionada, pero un poco indigente política e intelectualmente, siempre tratando de ser o parecer «progre» y viendo «fascistas» por todos los lados. En realidad todo su entorno vital estuvo condicionado por personajes realmente fascistas o como mínimo franquistas, en el presente o en el pasado: sus padres, hermanos, familiares y amigos, Ramón Serrano Súñer, su admirado político Dionisio Ridruejo y su admirado profesor universitario José Antonio Maravall, Juan Carlos de Borbón, Adolfo Suárez… Su obsesión por no ser una «pija» (en sus propias palabras) y elegir alternativas de izquierdas (USDE, PSP, PSOE) fueron episodios inconsistentes y superficiales. Me recuerda a las hermanas Mitford (véase mi ensayo sobre ellas en kosmos-polis) y, salvando las distancias, me parece un caso simétrico al de la bellísima Diana Mitford-Mosley, que al final de su vida política -como su esposo el líder laborista, después fascista Sir Oswald- buscó inútilmente la redención en la utopía europeísta.
Conocí personalmente a Carmen Díez de Rivera durante un brevísimo periodo de la Transición. La había visto por primera vez, una década antes, durante una charla de Xavier Zubiri sobre metafísica para un público selecto, y actuaba como una especie de secretaria del filósofo. Me fascinó por su belleza y estilo, pero ignoraba quién era. En Marzo de 1977 (dudo que, como escribe Ana Romero, «con el consiguiente cabreo de Suárez») ingresó en el PSP de Enrique Tierno Galván y Raúl Morodo (éste precisamente era vecino, amigo, y hasta cierto punto consejero informal de Suárez desde 1975, y terminó acompañándole -junto con Carmen- en su última aventura del CDS). Por recomendación del Viejo Profesor la ex jefa del gabinete del presidente y neófita en mi partido me acompañó a varias reuniones de la «Platajunta» de Madrid. En una de ellas, en la primavera de 1977, le admitió al doctor Pedro Caba (ginecólogo de La Pasionaria) y a un grupo de feministas del PCE -yo fui testigo- que había tenido un aborto voluntario. ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Quién fue el varón corresponsable? ¿O simplemente era un farol de exhibición feminista «progre»? La última vez que la vi fue cenando en el restaurante La Ancha la noche electoral del triunfo del PSOE en Octubre de 1982. Tuve entonces la impresión (estaban también presentes mi amigo Juan Parra Villate, conde de Valmaseda, y el primogénito de la Casa de Alba, el duque de Huéscar) de que tanto ella como los demás del grupo no sentíamos demasiado entusiasmo por el acontecimiento.En mi caso particular, desde el 23 de Febrero de 1981 había decidido distanciarme de la militancia política. Siendo muy joven fui dirigente del PSP, como secretario de relaciones internacionales, representante en la Junta Democrática y en la «Platajunta» (Coordinación Democrática) de Madrid. En 1977-78 formé parte -con Fernando Morán, Alfonso Guerra y Luis Yáñez- del comité para la unidad PSP-PSOE, y entre 1978 y 1980 fui miembro activo de la Comisión Internacional del PSOE. Al producirse el infame incidente del 23-F estaba ya harto del partidismo y sectarismo izquierdista en la vida política española (la absurda campaña anti-OTAN dictada por el padrino alemán Willy Brandt, a la que yo me opuse), con todos los síntomas típicos del síndrome que entonces se llamó el desencanto.
Volviendo al libro de Pilar Urbano, y sin ánimo de ser exhaustivo, debo dejar constancia de su interés, por la cuantiosa información que proporciona, para una futura historia rigurosa de la Transición. No obstante, deben corregirse algunos aspectos y episodios de su narración, y señalarse en su caso aspectos de la investigación que no han sido debidamente documentadas o referidas a otras investigaciones originales anteriores, especialmente las del mencionado periodista e historiador Jesús Palacios sobre el 23-F. Por ejemplo, no se acreditan debidamente la autoría de largos párrafos (páginas 478-479 y 520-521) sobre asuntos que ya habían sido investigados por Palacios, u otros que parecen inventados, aunque puestos en boca del desaparecido Sabino Fernández Campo (páginas 645-646).

Como suele ocurrir con la mayoría de los periodistas españoles, no se desaprovecha la oportunidad de incluir sutilmente algún comentario anti-americano (páginas 366 y 430), aunque la autora desconoce, por ejemplo, la investigación rigurosa del historiador Misael Arturo López Zapico (2011), el único que ha profundizado en la actuación del embajador Terence Todman en torno al 23-F (véanse las referencias en M. Pastor, «Los Estados Unidos y el Rey en el 23-F», kosmos-polis, Enero 2014).
Aparte de sus libros absolutamente fundamentales (23-F. El golpe del CESID, Barcelona 2001, y 23-F. El Rey y su secreto, Madrid, 2010), en números anteriores de kosmos-polis el lector podrá leer artículos de Jesús Palacios que matizan o corrigen pertinentemente algunas de las afirmaciones o hipótesis de Pilar Urbano (asimismo, se pueden visionar en kosmos-polis algunos vídeos relativos al mismo asunto). En particular lo que me parece más cuestionable es el intento, que subyace en la obra de Pilar Urbano, de exculpar al Rey de los sucesos puntuales del día 23 de Febrero de 1981, y de redimirle como «salvador de la democracia» en última instancia. Es una tesis querida por los progresistas y juancarlistas de distintos colores del Establishment: populares, socialistas, intelectuales de PRISA, manipuladores de la información o abiertamente desinformadores como Eduardo Serra, Iñaki Gabilondo y Jordi Évole, liberales despistados o mal informados como Carlos Alberto Montaner, Santiago Navajas, etc., y escritores como Javier Cercas – y a través de éste, historiadores izquierdistas como Antonio Elorza-, que igual que la Urbano han utilizado las investigaciones de Palacios para sacar diferentes conclusiones. Reconozco que es una tesis que, aunque falaz, ha calado y se ha afianzado en la memoria colectiva de una gran mayoría de españoles.
Entre los «agujeros negros» del 23-F y del 11-M hay otro que ya ha sido suficientemente investigado, aunque la justicia no ha llegado al fondo en la depuración de responsabilidades y penalización correspondiente. Me refiero al caso de los GAL, expuesto rigurosa y documentadamente por varios periodistas, destacándose los trabajos de Melchor Miralles. Solamente aportaré un testimonio personal mínimo, pero significativo. Durante los años 1978-81 en que formé parte activa de la Comisión Internacional del PSOE, tras la incorporación del PSP, mantuve cierta relación, breve y yo diría incluso mutuamente recelosa, con el veterano e influyente socialista Curro López del Real (cerebro de la operación de Suresnes), quien no obstante en nuestras frecuentes conversaciones me admitió dos cosas, en raros y sincerados momentos: la presión del padrino Willy Brandt a favor de la campaña anti-OTAN, en sintonía con sus intereses y bazas negociadoras dentro del esquema de la Ostpolitik; y la intención de los dirigentes del PSOE de resolver el problema de ETA, cuando llegaran al poder, inspirándose en el precedente de De Gaulle en Francia, quien recurrió a pistoleros profesionales para liquidar a la OAS.
El «agujero negro» del 11-M (la trágica matanza de Atocha y otras estaciones periféricas el 11 de Marzo de 2004), desgraciadamente más grave políticamente y sobre todo en términos humanos, ha sido ejemplarmente investigado y expuesto por Ignacio López Bru, colaborador habitual de kosmos-polis, en su impresionante libro Las cloacas del 11-M. Me sumo a las opiniones –algunas entre los propios expertos (Gabriel Moris, Luis del Pino)- de que ésta es la mejor, más sistemática y profunda investigación sobre el tristísimo episodio de nuestra reciente democracia.El autor -que con razón sostiene que la Transición española «ha sufrido periódicamente golpes como el 23-F, el GAL y el 11-M»- nos relata una significativa e increíble escena: «Nada más elocuente que la confesión que hizo el rey Juan Carlos a la presidenta de la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M, la ejemplar Ángeles Domínguez, cuando ésta le manifestaba el deseo –y la necesidad- de las Víctimas de conocer la verdad de todo lo que ocurrió: «Lo lleváis crudo. A mí todavía me ocultan cosas del 23-F». Estas palabras, aunque chocantes y poco afortunadas, son de lo más reveladoras. Si le han ocultado «eso» a alguien tan importante, y tan cercano a los hechos, como el monarca, ¿qué no se habrá ocultado al resto de los españoles?» (páginas 25-26). Asimismo nos recuerda en su investigación que fue precisamente Fernando Múgica quien desde 2006 viene refiriéndose a los «agujeros negros» del 11-M. En realidad habría que referirse a toda una serie de «agujeros negros» que han jalonado y corrompido la Transición, haciendo imposible la Consolidación democrática (23-F, caso GAL, 11-M, caso Faisán, caso Bildu… y los múltiples e interminables casos de escándalos económicos, culminando en el caso Pujol y la amenaza presente del secesionismo catalán).
López Bru incluye en su obra un apéndice sobre el 23-F y establece algunos paralelismos con el 11-M, para llegar a una pesimista conclusión: «A esto hemos llegado. Golpe a golpe. Y que nadie se extrañe si a la vuelta de la esquina nos sorprenden con otro. Quien hace un cesto hace ciento. Para seguir llevándoselo «crudo» no hay como tener una población golpeada, asustada y sumisa.»(página 436)
Al menos el autor nos ha dado un ejemplo de responsabilidad intelectual y coraje moral al investigar y denunciar las imposturas políticas así como las corrupciones o errores policiales y judiciales de este caso. Un modelo de lo que se debería hacer en los demás casos, y como no he encontrado nada que objetar en su investigación lo único que propongo es que se lea su libro, que refuta totalmente las tesis oficiales.
Los expertos aseguran que vivimos en un universo lleno de «agujeros negros» («black holes», sobre los que desconocemos casi todo) y que en algún momento uno de ellos nos absorberá totalmente, conduciéndonos a la nada absoluta (Michael Finkel, «Star-Eater. The Truth About Black Holes», National Geographic, March 2014). Tomándolo como metáfora, el sistema democrático español («democracia de mierda» fue la dura expresión empleada por el presidente Suárez –según Pilar Urbano- en su momento pesimista más bajo durante el 23-F) también está poblado de «agujeros negros» (sobre los que desconocemos casi todo) y si los ciudadanos no reaccionamos adecuadamente en algún momento absorberán nuestros derechos básicos -y el derecho a conocer nuestra historia es la base de nuestra libertad- reduciendo la democracia a una nada casi absoluta.
En cualquier caso debemos ser conscientes que, si bien Sócrates mantenía que todo conocimiento es reminiscencia, intencionadamente o no nuestras memorias siempre están plagadas –como sospechaba Wittgenstein- de «other things», nuestros propios «agujeros negros» mentales.

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    Acerca de Manuel Pastor

    Catedrático de Teoría del Estado y Derecho Constitucional (Ciencia Política) de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido director del Departamento de Ciencia Política en la misma universidad durante casi dos décadas, y, de nuevo, entre 2010- 2014. Asimismo ha sido director del Real Colegio Complutense en la Universidad de Harvard (1998-2000), y profesor visitante en varias universidades de los Estados Unidos. Fundador y primer presidente del grupo-red Floridablanca (2012-2019)