España y Marruecos: factores condicionantes de unas débiles y peligrosas relaciones

España y Marruecos: factores condicionantes de unas débiles y peligrosas relaciones
LOS FACTORES CONDICIONANTES
La llegada de España a Marruecos durante el siglo XIX se produjo a consecuencia de la derrota francesa en la guerra franco prusiana de 1870. Bismarck alentó a las potencias europeas, sobre todo a Francia para que no pensara en el desquite, a emprender una política de expansión colonial por África, Asia y Oceanía que culminaría en el tratado de Berlín de 1.885, por el cual las potencias europeas se repartieron el mundo e iniciaron la segunda era del colonialismo europeo. La diplomacia francesa, interesada en el norte de África, quiso evitar la competencia en el Magreb de Gran Bretaña o Alemania, para lo cual consiguió convencer al gobierno español de lo interesante y productivo que sería para España repartirse con Francia la penetración en Marruecos. Por el tratado de Algeciras de 1.912 ambos países establecieron un protectorado sobre Marruecos. España se quedó con la cornisa mediterránea y Francia con la zona atlántica, quedando Tanger como zona internacional.
La invasión aliada en la II GM se realizó por las playas atlánticas de Marruecos, lo que permitiría la progresión del III Ejército de Patton para establecer contacto con el VIII Ejército de Montgomery, y poder expulsar del norte de África a Rommel, desembarcar en Sicilia y penetrar en Europa por Italia. Para los EEUU Marruecos se convirtió así en una cabeza de playa ideal para avanzar del sur al norte de Europa, antes del desembarco final de Normandía. Al iniciarse la guerra fría nuestro vecino del sur se convertiría en el reaseguro ante una eventual crisis que amenazara la seguridad de Israel. El Mediterráneo era el eje que garantizaba el apoyo operativo y logístico al estado judío. Dicho eje vino determinado por las bases de Azores, Rota, Nápoles y Chipre. La UE al norte constituiría la defensa principal, mientras que por el sur, Marruecos constituyó el punto desde el que podría actuarse de flanco si surgiera una amenaza que procedente de Argelia o Libia pusiera en riesgo el despliegue de la VI flota.
Después de 1.945, las relaciones bilaterales de España con Marruecos han pasado por diferentes fases, según evolucionaban las respectivas coyunturas políticas internas o variaba la correlación de fuerzas entre las grandes potencias; ya fuera en el ámbito regional o global. La influencia de la situación internacional ha sido durante este período uno de los factores determinantes en la evolución de estas relaciones debido, sobre todo, a la situación geográfica que ambas naciones ocupan en el extremo occidental del mar Mediterráneo. Por esta razón lograr el apoyo diplomático de otras potencias, sobre todo de los EEUU y Francia, ha constituido uno de los objetivos prioritarios de ambas naciones en la defensa de sus intereses.
España en esta relación bilateral, es la potencia conservadora. Su aspiración es el mantenimiento del status quo, no ambiciona ganancias territoriales y basa su política en la cooperación al desarrollo de Marruecos en diversos sectores económicos y militares y sin pretensión de obtener influencia política alguna. Marruecos, como señalaría Kissinger en su tesis doctoral Un mundo restaurado, es la potencia revolucionaria que intenta variar el status quo con variadas ambiciones territoriales, predispuesta al chantaje, a crear tensión o a incumplir la legalidad internacional si con ello consigue lograr sus fines.
La vulneración sistemática de las leyes internacionales a cuenta del Sahara ha convertido a la monarquía alauí en un Estado «gamberro», que ocasiona más inestabilidad que seguridad, y con el que es difícil llegar a acuerdos fiables y duraderos, al basar su diplomacia en la fuerza y no en la cooperación. Bien entendido que su fuerza es una fuerza prestada gracias al apoyo que obtiene de EEUU y Francia, miembros permanentes del Consejo de Seguridad y potencias hegemónicas a nivel mundial y regional respectivamente. Marruecos se asegura el apoyo franco–norteamericano por dos vías: el desarrollo de un potente lobby en cada uno de estos países, así como su alianza incondicional en las crisis internacionales con los intereses de EEUU o Francia. Como se vio en la primera guerra del Golfo o en el Chad, es un país aliado de los intereses de Occidente antes que árabe o africano, por eso es mirado con desconfianza por la OUA y los países árabes, si se exceptúan todas las monarquías del Golfo, que comparten parecida alianza con los intereses estratégicos de los EEUU.
Los elementos geopolíticos que condicionan también las relaciones entre ambos países pueden sintetizarse en los siguientes:
1º España y Marruecos constituyen el extremo occidental del mar Mediterráneo, vía de comunicación estratégica de primer orden por el tráfico de materias primas del norte de África y por los recursos tecnológicos procedentes de Europa, así como por constituir el eslabón -con el canal de Suez y el mar Rojo, que comunica los océanos Atlántico e Índico. Desde el tratado de Utrech, la diplomacia británica siempre ha considerado a Gibraltar un seguro en sus manos para evitar que España tuviera las dos orillas del estrecho y por lo tanto su control absoluto. No hay que olvidar que el factor esencial en la formación y conservación del Imperio Británico fue el control de los mares, bien para tener abiertas las rutas de comercio marítimo en situaciones normales, o para poder bloquear la acción militar de una potencia europea si esta se convertía en una amenaza para el mantenimiento del equilibrio continental, como ocurrió con Napoleón. Esta concepción estratégica del control marítimo y mantenimiento de la libertad de navegación por todos los mares sería adoptada por los EEUU, una vez que Gran Bretaña pasó el testigo de potencia hegemónica mundial a su antigua colonia. Por ello y con arreglo a las hipótesis más peligrosas existentes, puede afirmarse que la mayor seguridad estratégica para Washington la proporciona una presencia compartida y pacífica en el estrecho de Gibraltar.
2º Los modelos socio políticos de ambos países son diferentes, en el norte un régimen de monarquía parlamentaria con amplias autonomías regionales, y en donde la transición política desde la dictadura no ha generado un sistema estable, con un modelo económico liberal e industrializado además de contar con una población envejecida y estancada. Mientras que en el sur existe un sistema de monarquía teocrática de carácter feudal, las instituciones existentes son sólo para consumo occidental y con un modelo económico de país en vías de desarrollo e intervencionista en torno a palacio; una población joven, 25 años de media, y con una presión demográfica que casi ha duplicado la población en los últimos 40 años. Este incremento de la población se ve agravado por la dificultad de generar empleo, así la fuerza de trabajo se duplica pero no los puestos de trabajo, lo que origina una gran masa de jóvenes que a corto y medio plazo ven que sus expectativas personales son prácticamente nulas. Esto es, se está produciendo en el Magreb igual fenómeno que el que se produjo en la década de los setenta en varios países musulmanes de Asia y que sirvieron de caldo de cultivo para las revoluciones del integrismo radical. Una gran cantidad de muchachos sin porvenir alguno por el fallo de las políticas de modernización implementadas por sus gobiernos, que finalmente sólo se han planteado la represión en lugar de la innovación para parar las protestas y así poder conservar el status privilegiado que tienen las clases dirigentes. Algunos analistas no han querido ver que con demasiada frecuencia no ha sido el motor religioso el principal causante de las revueltas, sino a causa de unas condiciones sociales insufribles, que se vuelven inaceptables gracias al acceso a la información global que sí tienen estos desheredados.
3º La estabilidad de los dos países es un factor esencial para la estrategia de los EEUU en Oriente Medio y en su apoyo a Israel. Y en el supuesto de que uno de ellos tenga problemas internos, sería preciso asegurar a toda costa la estabilidad del otro. Como sucedió en 1.975 tras la muerte del general Franco y la sucesión en el rey Juan Carlos, el inicio de la Transición española era una incógnita y los EEUU aseguraron sus intereses estratégicos reforzando militarmente a Marruecos y organizándoles la «marcha verde» sobre el Sahara Occidental. En 1.981, después del 23 –F, se produjo otra vez en España la incógnita sobre su evolución política. Por ello el Presidente Reagan volvió a reforzar al sultán permitiéndole apoyar un golpe militar en Mauritania mirando para otro lado, mientras Hassan II ocupaba rápidamente todo el territorio del Sahara Occidental, que por el Tratado de Madrid le había correspondido a Mauritania y que al instalarse en el poder la junta militar mauritana cedía a Marruecos.
4º El buen entendimiento entre las dos orillas del mar Mediterráneo es un factor de estabilidad regional para la UE. El Magreb que tiene en su conjunto una gran presión demográfica esta sometido también a los movimientos migratorios procedentes del África subsahariana. Con una Europa en crisis y en armonización por la ampliación de la UE con los países del este, no parece que sea capaz de poder absorber el excedente de población existente hoy día en África. Parece evidente que la solución a medio plazo radica más en crear unos polos de desarrollo en determinados puntos de África, situados de tal forma que la utilización de las riquezas naturales existentes resulte rentable, que permitir un éxodo masivo sobre el continente europeo.
5º Las relaciones de EEUU con España y Marruecos son estrechas pues a la superpotencia no le interesa que ninguna crisis bilateral pueda poner en riesgo la libre navegación por el estrecho de Gibraltar. España, con su desarrollo industrial y con su entrada en la OTAN y en la UE, ha podido situar su alianza con los EEUU a un nivel más alejado de la tutela estratégica que tenía durante la dictadura, además de participar con soldados en la guerra de Afganistán o en el Líbano, sirviendo los intereses del amigo americano. Para Marruecos el saldo en los últimos 40 años ha sido mucho peor, por un lado los intentos de integración regional han fracasado, el Sahara ha pesado como una losa para su desarrollo económico y político y los saharauis no han sido integrados en el reino alauí, sino que se han convertido en una resistencia contra la tiranía del sultán que ha minado el prestigio exterior del país por su violación sistemática del derecho internacional y de los derechos humanos. Está debilidad creciente de la monarquía alauí la hace cada día más dependiente de los intereses de EEUU y de Francia. En tal sentido opera el tratado suscrito en 2004 entre Rabat y Washington, por el que se crea una zona de libre comercio entre ambos países y que concede a Marruecos el status de aliado preferencial de los EEUU lo que supone también un enfeudamiento estratégico en beneficio de los intereses norteamericanos, que se materializa con la posibilidad de establecer bases militares en la zona.
6º El control de los yacimientos petrolíferos existentes entre las islas Canarias y el Sahara, constituyen un factor esencial en el futuro de la región y en el desenlace de la invasión del Sahara Occidental por parte de Marruecos.
En definitiva, puede decirse que toda crisis que surja entre ambos países a corto o medio plazo, va inevitablemente a sobrepasar el marco bilateral, al existir demasiados intereses globales en juego de otros actores internacionales. Por ello, Mohamed VI sondeó en 2002 el apoyo internacional que le podría prestar su principal aliado, poco después de haberse firmado entre ambos un tratado que reconocía el status de Marruecos como aliado preferencial de los EEUU, ocupando el islote de Perejil. En tal ocasión, el secretario de Estado, Colin Powell, le aconsejó volver sobre sus pasos, toda vez que el gobierno español se había mostrado resuelto a no admitir el expolio del islote. Quedaba patente que los presupuestos políticos válidos durante la guerra fría habían quedado ya obsoletos, y que una postura firme y respetuosa con el derecho internacional era el mejor camino para moderar las ambiciones territoriales del sultán.
LAS RELACIONES BILATERALES ESPAÑA-MARRUECOS.
La ocupación ilegal del Sahara por Marruecos ha sido desde 1.975 el factor determinante en las relaciones bilaterales. Los otros contenciosos como Ceuta, Melilla o la pesca han pasado a un segundo término, y sólo se han utilizado como elemento de chantaje cuando se quería obtener ventajas diplomáticas en el asunto del Sahara.
A pesar de las declaraciones oficiales que insisten en la alianza estrecha entre ambos países, Marruecos ha sido siempre un mal vecino que nunca ha dejado pasar una ocasión de generar tensión, si eso le reportaba alguna ganancia. No ha sido nunca un aliado fiable aunque si puede haber cedido a alguna petición del rey de España en diversas circunstancias especialmente sensibles, pero un estado que utiliza como norma de comportamiento el chantaje y la debilidad política de otro estado, está más cerca de la concepción de estado gamberro que la de buen vecino.
Nuestra ubicación geográfica no nos hace rivales geoestratégicos, aunque ello es debido a la imposición de los EEUU, cuyos intereses en Oriente Medio prevalecen sobre cualquier rivalidad que pudiera surgir entre ambas naciones. Pero España sí se viera amenazada en sus intereses internos por la actitud de Rabat, ante amenazas como el activismo islámico, que dirigen hacia nuestro país, el tráfico de drogas, que también orientan hacia la península Ibérica o el tráfico de personas, que coordinan y dosifican hacia nuestras costas. De ahí, que las diferentes burocracias políticas españolas cuando hablan de «los intereses comunes», no deberían referirse a estas amenazas que afectan al interés general, sino a los negocios particulares que mantienen al otro lado del estrecho y que tan buenos rendimientos pecuniarios les dan.
En España existe un importante lobby promarroquí, incrustado en los partidos políticos, en el mundo empresarial, en el ejército y en los medios de comunicación, que actúa de manera descarada a favor del sultán y con la más absoluta impunidad. No hay que olvidar que el principal valedor de este grupo es la propia corona española. Por ello, poner sordina a las provocaciones o a los desplantes del rey moro está bien visto, pues de paso se ayuda a diluir la responsabilidad gubernamental en el tratamiento de los asuntos políticos, en tanto se obtienen pingües beneficios en el abastecimiento de armas, del que la Casa Real española obtiene sustanciosas ganancias. Hassan II y su hijo Mohamed VI han puesto buen cuidado en crear y ampliar dicho lobby, del que hay que reconocer su eficacia, aunque se hayan gastado y sigan invirtiendo cuantiosas sumas, que se justifican con unos objetivos que se van cumpliendo ampliamente. Sin embargo, el prestigio internacional de nuestra nación se ha visto gravemente afectado, pues el mantenimiento de posturas vergonzantes siempre afecta a la sociedad en general, a cambio de que un pequeño grupo de personas estén engrosado sustancialmente sus cuentas corrientes.
El plan marroquí para apropiarse de nuestras plazas de soberanía -Ceuta y Melilla- tiene el mismo esquema que la Marcha Verde, aunque en este caso quizás no sea necesario ni siquiera marchar, sino introducir en ambas ciudades una cantidad importante de súbditos marroquíes, a quienes con el tiempo se les otorgue la nacionalidad española o se les permite votar en las municipales como residentes. Esta situación es un dislate que puede convertirse a corto o medio plazo en una amenaza y en una situación incontrolable.
Una persona nacida en Marruecos, según su Constitución, no tiene la posibilidad de renunciar a su nacionalidad, nace y muere marroquí, por lo tanto está obligado a ser fiel súbdito del sultán y su infidelidad se considera delito de traición, que puede castigarse hasta con la muerte. La manera de aplicar la justicia en el país vecino no es la usual en los países occidentales, en donde existen ciertas garantías procesales y la probabilidad de ser juzgado por un juez neutral, sino que el modelo es el usual en las monarquías musulmanas de carácter feudal, tal y como se describe en las mil y una noches» y en donde se castiga por el agraviado -el sultán- no sólo al infractor, sino a toda su familia y amigos más directos. Así los marroquíes que se instalan en España están obligados a la obediencia al sultán de Marruecos, y saben que no hacerlo traerá consecuencias inmediatas para la familia que hayan dejado, además de las represalias directas que se tomen sobre ellos. Los que coordinan el control sobre la población que reside en España son los funcionarios diplomáticos acreditados en nuestro país, sobre todo los que se ocupan de las funciones consulares. En resumen, la bonhomía gubernamental con el eficiente apoyo del lobby marroquí, ha permitido que un gran número de súbditos marroquíes participen activamente en nuestra organización política obedeciendo las órdenes de un soberano extranjero.
Es evidente que las cosas ya no son como eran durante la guerra fría, y que una invasión de Ceuta y Melilla no resultaría tan sencilla como lo fue la del Sahara, pero, en definitiva, la defensa de estas ciudades empieza por la voluntad política de impedirlo por parte del gobierno que ocupe el poder, de mostrar firmeza en un asunto de seguridad nacional y de asegurarnos el apoyo de nuestros aliados. El pragmatismo que conlleva la aceptación de chalets en Tánger u otros enclaves atractivos de Marruecos, es un impedimento para que la izquierda gobernante pueda defender los principios éticos que inspiran la legalidad internacional, así como para cuestionar las acciones de un régimen tiránico que tiene sojuzgada a su población.
Como he señalado anteriormente, el asunto del Sahara ha marcado las relaciones entre nuestros dos países, y treinta y cinco años después de nuestro abandono, su ocupación no ha dado resultado, a pesar de ser los saharauis una pequeña comunidad que para colmo pertenece a la misma cultura y tiene la misma religión. Nadie en Washington podía pensar en 1.975 que con lo astuto e inteligente que era Hassan II iba a fracasar en integrar en su reino a unos pocos nómadas, y que la ocupación del territorio sería una losa para la necesaria modernización de Marruecos, si se quería lograr su industrialización y desarrollo. Tampoco parece que nadie en París se diera cuenta de que el sultán sólo ambicionaba el territorio y las riquezas naturales que guardaba, y que para él los nómadas no representaban ningún valor. Ese desprecio hacia el hombre del desierto ha constituido el factor esencial del fracaso. En Madrid nadie pensaba nada, sólo en afianzar una monarquía emanada de la dictadura y que para colmo tampoco contaba con la legitimidad dinástica. El abandono marcaba la cobardía de una clase dirigente o con aspiraciones a serlo, como quedaría patente en 1.982 cuando el PSOE logró mayoría absoluta con 202 escaños. Los jóvenes socialistas que encarnaban la esperanza del país para recuperar la libertad y la dignidad, pronto siguieron el camino de las viejas glorias del antiguo régimen, y han sido incapaces ni siquiera de mover un dedo para reparar la indignidad cometida con los saharauis. En lo referente a la libertad recobrada, el saldo es más bien pobre.
Los tres países responsables del desafuero, dos por su fuerza y el otro por su debilidad, no acertaron en sus previsiones y ello les ha hecho padrinos de la violación del derecho internacional, que al prolongarse en el tiempo ha derivado en graves violaciones de los derechos humanos, al tener el rey de Marruecos que acudir a la represión si quería conservar lo que estos tres países le habían proporcionado, a pesar de que esta donación vulneraba la Carta de San Francisco, el dictamen del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya de 1.976 y la Declaración de los Derechos del Hombre.
El papel de la antigua metrópoli, España, no ha podido ser más descorazonador, de una parte sirve a los intereses de dos países aliados, EEUU y Francia, pero a costa de su prestigio internacional, y por lo tanto de su status como país respetado y respetable; por otro lado, la «comprensión» gubernamental a los desmanes marroquíes, hace que nuestra nación además de encubridora de los asesinatos, desapariciones y torturas que se han producido en nuestra antigua provincia, sea también cómplice, pues el silencio español es necesario para no avergonzar a la Casa Blanca y al Elíseo, y para que la represión continúe. El silencio siempre tiene un precio y Mohamed VI, al igual que su padre, es un hombre generoso. La lista es larga y ya desde antes de Solís llegamos al chalet tangerino de Felipe González y a las sustanciosa comisiones obtenidas por nuestra Casa Real. El dinero, en sus múltiples formas, ha inundado generosamente las cuentas corrientes de numerosas personas que teóricamente dedicaban su tiempo al Estado español.
Para soslayar la celebración del referéndum, al que está obligado por numerosas resoluciones de la ONU y por el dictamen del TIJ de 1.976, Marruecos lanzó en su día la iniciativa de conceder una amplia autonomía al Sahara Occidental. Esta propuesta fue inmediatamente respaldada por Francia y con un seguidismo digno de mejor causa por España, mientras que los EEUU, a su más alto nivel, han permanecido expectantes manteniendo su apoyo al sultán, pero matizando que no impondrían una autonomía no aceptada por los saharauis. La postura norteamericana es realista pues una propuesta de parte no puede sustituir aquello que respalda el derecho internacional, la celebración de un referéndum de autodeterminación.
La indiferencia mostrada por la ONU a la autonomía propuesta por Rabat, ha sido el motivo que ha obligado a anunciar a Mohamed VI unas profundas reformas constitucionales y la cesión de varias de sus atribuciones. Washington le ha indicado que no es posible hablar de autonomía en un estado feudal y teocrático. Su condición de descendiente del Profeta ata de pies y manos al sultán, pues esa naturaleza sobrenatural no puede renunciar a su privilegio en beneficio de una soberanía popular. Un decreto real (dahir), según el artículo 19 de la constitución marroquí es una fuente prioritaria de derecho, por ello no puede ser revisada por otra instancia judicial o legislativa.
Las reformas anunciadas dejan en entredicho a los gobiernos de Francia y España, que durante tantos años propagaban a los cuatro vientos la «homologable» democracia marroquí y su carácter de país moderno y avanzado en cuanto a «las libertades democráticas». Los ciudadanos de estos dos países han podido constatar que Mohamed VI, según la su constitución, no tenía que nombrar primer ministro al líder del partido más votado, ni aceptar las sentencias judiciales, además de tener capacidad de veto legislativo y de generarse desde Palacio las iniciativas legislativas más importantes, pues la designación de los ministros de Defensa, Asuntos Exteriores, Justicia y Asuntos Religiosos, corresponde exclusivamente al deseo real. Como se ve la superestructura marroquí no se diferencia en nada de la de Fernando el Católico, excepto que este último tenía menos poder en el ámbito religioso.
La dificultad de poder reformar el sistema político reside además en el carácter sobrenatural del régimen, ya indicado, y en la mala redistribución de la riqueza, con la existencia de una clase privilegiada muy reducida que posee más del 90% del PIB, y por lo tanto en la raquítica clase media marroquí, que es a todas luces incapaz de promover el desarrollo y la modernización de la sociedad. Para la clientela palaciega sería más fácil derrocar al sultán y poner a otro en su lugar, que perder su status por el consejo político occidental.
No deja de resultar sorprendente que habiendo sido los EEUU los avalistas y promotores de la Marcha Verde, sean más sensibles al engaño que supone la iniciativa marroquí, que el gobierno de España, que en su día fue obligado por las circunstancias a adoptar decisiones muy poco honorables. La propuesta de autonomía está pensada para consumo de la opinión pública internacional, sobre todo si los tres países occidentales más concernidos la apoyan, y para sustituir la organización del referéndum. Si los saharauis no la aceptan la misma es inviable, por ello se entiende mucho menos el empecinamiento de nuestro gobierno en respaldar una opción que no tiene futuro. Marruecos no puede conceder autonomía a un territorio sobre el que no tiene soberanía, y sólo está capacitado para descolonizarlo o para ocuparlo por la fuerza. Todos los pueblos que han estado o están sometidos, tienen derecho a escoger su propio destino y el pueblo saharaui aún no ha tenido tal oportunidad. En otro orden de cosas la monarquía alauí no es un régimen parlamentario, aunque tenga Parlamento, sino un reino feudal y teocrático, en el que todos los poderes temporales y espirituales confluyen en el sultán, como ya hemos comentado. En ese marco político la concesión por necesidad de una autonomía supondría la renuncia al poder absoluto, o dicho de otra manera, ir contra la propia naturaleza del sultanato, lo cual no es creíble al estar formulado en un estado de necesidad, no de renuncia voluntaria al privilegio en el ejercicio del poder. Es posible que Mohamed VI piense sobre las autonomías de la misma manera que piensa sobre las elecciones: predeterminando el resultado, o lo mismo que opina sobre las leyes que aprueba la Asamblea Legislativa: que previamente son elaboradas y después remitidas por Palacio, o sobre la validez de las sentencias que dictan los tribunales de justicia sobre temas importantes para el Majzén, y que son dictadas previamente desde Palacio.
Una cosa es adoptar una semántica al uso democrático y otra muy distinta vivir en democracia. No obstante la primera razón que he expuesto es determinante en si misma, la segunda es un simple corolario que sólo pone de manifiesto la falsedad del rey de Marruecos.
Existen tres prácticas con las que es preciso terminar si se quieren iniciar unas relaciones bilaterales presididas por la cordialidad en un marco de reciprocidad.
La primera es la mala costumbre de escoger a Marruecos como el primer destino del presidente del Consejo de Ministros electo, pues no es allí interpretada como una muestra de cortesía y de deferencia sino de debilidad y sometimiento. España, al menos de momento, es la nación fuerte la que con el dinero de sus ciudadanos intenta aliviar las penurias y el subdesarrollo del pueblo marroquí espoliado por diferentes oligarquías privilegiadas por el sultán. En este asunto nuestro gobierno debería copiar el protocolo francés o norteamericano y aplicarlo. En las relaciones internacionales el prestigio es esencial y si un país no defiende su preeminencia nadie lo va a hacer por él.
La segunda, quizás origen de la anterior, es el asignar al rey de España un papel equivalente en estas relaciones bilaterales al desempeñado por el presidente francés. Este último tiene la responsabilidad constitucional de dirigir las relaciones exteriores de su nación, el jefe del Estado español no. Asignarle a Juan Carlos I y a Felipe VI un status que no les corresponde, conlleva rebajar el nivel político del presidente del gobierno, que es el responsable legítimo y quien decide nuestra política exterior, y situarle al mismo nivel que ostenta el primer ministro marroquí, que no está capacitado por sus leyes a tener capacidad decisoria en las relaciones exteriores. Este estado de cosas que le permite a nuestro jefe de Estado desempeñar un papel protagónico y a veces decisivo, opera en contra de nuestros intereses al gestionarse las relaciones bilaterales con la persona equivocada. La responsabilidad constitucional en el ejercicio de la acción exterior no puede ni debe delegarse, aunque sea en la persona del rey, hacerlo supone debilitar nuestra posición negociadora y reforzar la del adversario.
Por último es un grave error que las tensiones surgidas en Ceuta o Melilla, siempre por iniciativa marroquí, sean negociadas por los ministros del Interior de ambos países. Ello supone admitir implícitamente por parte española, que dichas ciudades son un asunto interno marroquí, otro ejemplo del poder político del que goza el lobby.
A pesar de la imagen de modernidad que, en comparación con el resto de países del Magreb, pretende transmitir Marruecos siempre ayudado por Francia, la realidad de los hechos es muy distinta. Su organización política tiene unas carencias que obstaculizan claramente su desarrollo social y político.
En primer término, hay que considerar que el carácter autocrático y teocrático del Estado dificultan las reformas profundas y convierten en utópicos los deseos, tantas veces publicitados, de democratizar el régimen. Para ello sería preciso previamente recortar los poderes temporales y espirituales del rey, extremo harto difícil ya que los tiene otorgados en nombre de Alá.
En segundo lugar, el tratamiento feudal que tiene toda la problemática social y política. Todo ocurre alrededor de Palacio y la fortuna o desgracia individual es directamente proporcional a la distancia en que cada súbdito se encuentra del Majzén. No existe el interés general, sólo la razón de Estado, y esta coincide completamente con los intereses del sultán. Al no existir prácticamente clase media, las desigualdades materiales entre ricos y desheredados es tan grande que su acercamiento es una entelequia. La oligarquía gobierna en función de los intereses del sultán, en la población se piensa sólo cuando se agita y amenaza la protesta. Ello conduce al desprecio por parte del Poder hacia los Derechos Humanos, que sólo preocupan al gobierno cuando su violación trasciende sus fronteras y crea alarma internacional en los medios de comunicación pública.
Su vocación de ´estado gamberro´ le hace mantener contenciosos territoriales con todos sus vecinos y siempre que puede trata de influir en la situación interna de los mismos. Por este motivo la UMA ha permanecido bloqueada durante décadas. Rabat, desde la subida al trono de Hassan II, apostó por su alianza con EEUU y Francia para lograr la superioridad en el Magreb, y fundamentar una hegemonía que estuviera respaldada por estas dos grandes potencias. El resultado ha sido el estancamiento socio político de la sociedad marroquí, no por falta de habilidad diplomática ni de audacia, en el logro de los fines, sino por el inmovilismo de la propia estructura de poder. Es imposible modernizar e innovar si además quieren mantenerse intocables los privilegios políticos.
La conjunción de todas estas circunstancias es la fuente de inestabilidad que genera Marruecos, tanto en sus relaciones con los países vecinos como en su organización interna. Lamentablemente no hay señales que permitan ver con optimismo que esas carencias puedan resolverse a corto plazo. Todo hace pensar que la situación interna irá agravándose en los próximos años y para diluirla es muy posible que Mohamed VI intente apelar al nacionalismo irredentista y se oriente hacia Ceuta y Melilla, igual que su padre lo intentó con el Sahara. Aunque no lo tendrá tan fácil como Hassan II, pues como ya hemos señalado, no hay guerra fría y ya no es la pieza estratégica esencial que era en 1.975 para los EEUU. Además, España es miembro de la OTAN y de la UE, y sólo es débil en función de su propia voluntad no de su régimen político y, finalmente, su pueblo está cada vez más cansado de la miseria que soporta por financiar al Majzén. Existiendo las condicionantes anteriores, si es probable que lo intente como hizo con la toma del islote Perejil, pero ya no es la hipótesis más probable, aunque sigue siendo la más peligrosa, por lo que España debería seguir organizando su seguridad en torno a ella. No hacerlo es ofrecerle más posibilidades para intentarlo.
El presidente Zapatero alcanzó las más altas cimas de la nada, al realizar dos afirmaciones surrealistas, que dejarían a Dalí como un simple principiante de tal movimiento cultural. La primera fue elogiar la democracia marroquí y, la segunda, proponer la entrada de Marruecos en la UE.
Asusta sólo pensar cuál es el modelo democrático que tiene el señor Zapatero en la cabeza al elogiar la tiranía existente en Marruecos. Queda de manifiesto que su desconocimiento de las ideas políticas corre parejo con su ignorancia en economía y la ineptitud y maldad que demostró gobernando.
Zapatero durante su mandato quiso aproximarse tanto a Mohamed VI, que rompió la tradicional posición de España respecto al Sahara, y el respeto de nuestra nación hacia las resoluciones de la ONU. Hasta el punto de escuchar a todo un ministro de la Presidencia decir en sede parlamentaria, con motivo de la destrucción del campamento de Geim Izik por la policía y el ejército marroquí, que el Sahara era ¡el núcleo duro de la soberanía de Marruecos! La soberanía está pendiente de definirse y ello tendrá lugar cuando la comunidad internacional impida al sultán seguir obstaculizando el referéndum. España, según una resolución de la ONU de 2.002, sigue siendo la potencia administradora, y esa dejación de responsabilidad por la presión combinada de EEUU y Francia, debe inducir a nuestro país a retomar una responsabilidad que nunca debió dejar y luchar diplomáticamente por devolver a los saharauis aquello que se les quitó: el derecho a elegir su destino. La aplicación del principio de reciprocidad sería un buen principio para racionalizar y encauzar nuestras relaciones bilaterales.
Por último, la política bilateral durante la actual legislatura de Rajoy no ha sufrido cambios apreciables, y el continuismo, al igual que en otros ámbitos, ha sido la pauta seguida por el gobierno español, al que ni siquiera las oleadas de emigrantes subsaharianos sobre Ceuta y Melilla han hecho replantearse dicha relación con Marruecos. Los dos últimos presidentes del gobierno comparten su desprecio por la geografía política.
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    Acerca de Diego Camacho

    Coronel de Infantería, diplomado en Operaciones Especiales. Licenciado en Políticas y profesor de Relaciones Internacionales.