CATALUÑA, PARTIDA POR GALA EN DOS (Una mirada al 27-S)

CATALUÑA, PARTIDA POR GALA EN DOS (Una mirada al 27-S)
En este annus horribilis, aún no concluso, en el cual los ciudadanos y, por ello, contribuyentes, hemos soportado el martilleo de las varias campañas electorales, una tras otra o simultaneas, todas importantes para el conjunto de los españoles, aun cuando algunas estuvieran localizadas, confieso sentir una cierta fatiga … Un maremágnum de promesas de edenes por un lado o profecías catastrofistas por otro, frases hechas y sonrisas forzadas por todos se agitan en mi cerebro, ampliados por el brillo de las pantallas de televisión, las voces sin rostro de la radio y las sesudas o apasionadas reflexiones de las columnas en los diarios. Sin embargo, creo mi deber, y lo cumplo demás como una catarsis, exteriorizar mi valoración de los últimos comicios, celebrados en Cataluña, completando así mis crónicas sobre los precedentes, como ensayos de la gran función que habrán de ser las elecciones generales convocadas para el 20-D, en las que tanto nos jugamos. Dichos esto, ahí van mis impresiones
1. Una campaña electoral sucia.El proceso electoral se abrió ya con malos augurios. Con esa astucia de la que se jazta Artur Mas, para las elecciones autonómicas revestidas de un sedicente talante plebiscitario se eligió un día que estuviera a dos semanas de la «Diada». Una festividad civil de todos los catalanes fue secuestrada por los separatistas y convertida en un espectáculo, una «perfomance» que recordaba las concentraciones nacionalsocialistas en Nüremberg, filmadas por Leni Riefenstal. Así se difundió por la cadena pública TV3 en una pirueta acrobática de parcialidad informativa como aseveró la Junta Electoral, sin que su recomendación –más bien orden- de que compensara adecuadamente a las demás fuerzas políticas con espacios equivalentes se cumpliera. La figa o la higa es el gesto habitual de los separatistas, vista la impunidad de cuantos desafueros cometen. No fue este el único de esa cadena pública, repito y enfatizo, caja de resonancia de los revoltosos. También vetó a José Borrell por su libro «Las cuentas y los cuentos de la independencia» donde se desmontan los mitos –no, es demasiada palabra-, las burdas mentiras que son el leit motiv de Oriol Junqueras y su compañero de viaje, prisioneros ambos de su propia estulticia.
En el tramo final de la carrera electoral se produjo un acontecimiento inesperado, el debate en una cadena privada de televisión, catalana por supuesto, del ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno de España, José Manuel García Margallo y el prohombre de Esquerra Republicana de Cataluña, Oriol Junqueras. Dejando en la cuneta aquí y ahora la conveniencia y oportunidad de tal «diálogo», puesto que es un hecho consumado, me queda en la retina la impresión global de que no fue un partido de tenis en el que la pelota cambiara de campo voleada por los dos contendientes, sino la pugna entre un pelotari -García Margallo- y una pared, el frontón, Junqueras. No sólo parecía sordo sino incluso invidente, ciego, por sus ojos entrecerrados y su cabeza alzada. La primera enseñanza de tal cruce de monólogos fue que el «diálogo», invocado vagamente por separatistas y acompañantes, el principal Pedro Sánchez, no resulta posible. El ministro, que estuvo correcto, ponderado y exponiendo hechos, no consiguió traspasar el muro ni un milímetro. Su oponente, Junqueras se encastilló tozudamente en formulas verbales estereotipadas tergiversando todo, negando la evidencia, despreciando los hechos y afirmando lo imposible e incluso lo absurdo con desfachatez, en un ejercicio de cinismo insuperable.
Oriol Junqueras me recuerda a Goebbels, que seguía fielmente el consejo de Hitler en «Mein Kampf», repetir mil y una veces mentira tras mentira hasta que se conviertan en «verdad». Estaba claro que Junqueras partía de la creencia no explicita pero nítida, de que el pueblo catalán es memo, premisa heredada del Serrano Suñer de 1938, en la ley donde impuso la censura, cuyo fundamento era la minoría de edad del pueblo español. El tema recurrente fue su tesis de que la Unión Europea no expulsaría a Cataluña. «Claro, respondió una y otra vez el ministro, porque es Cataluña la que se va». De nada sirvió.
La sedicente doble nacionalidad de los catalanes independizados, un flanco al descubierto por los titubeos de Rajoy en una entrevista radiofónica, dio la oportunidad a su ministro de explicarlo, sin que se apreciaran indicios de que Junqueras lo hubiera captado, que sí lo había captado. Ahí le faltó un punto de ironía a García Margallo para marcar la originalidad de una Republica Catalana independiente poblada enteramente por los españoles. El fanatismo y la ignorancia dos ingredientes que por lo general funcionan unidos, impedían cualquier esfuerzo de comprensión.
No deja de ser significativo que Junqueras, cuya intención inicial era haberse expresado en catalán, idioma que su interlocutor habla y entiende, decidiera librar la batalla dialéctica o más bien recitar sus monólogos para los audiovidentes en correcto español. En el fondo era el reconocimiento del fracaso de tantos años de brutal inmersión lingüística para eliminar la «lingua franca». Así pretendía conseguir que sus consignas fueran entendidas por todos y no solo por los catalanoparlantes que apenas cubren una mitad del censo.
2. Las urnas hablanTras esta impura campaña electoral con el apoyo de TV3 y de las instituciones pues la Generalitat ha sido beligerante, se formalizó la votación el domingo 27 con una alta participación, circunstancia que da más solidez a las inferencias que puedan extraerse del escrutinio. Pone de relieve también que los ciudadanos catalanes cayeron en la trampa de darle un cierto valor plebiscitario, como lo había hecho el Gobierno español, y puesto en tal sintonía, conviene advertir que en esa dimensión las abstenciones han de computarse como «noes» a la secesión porque para ella es necesaria la voluntad explícita de una mayoría cualificada de total del censo electoral, no de los votantes. Pues bien, el resultado mostró el rechazo de la tácita pregunta pero puso de relieve la desintegración de la sociedad catalana, primera víctima del tozudo adoctrinamiento separatista.
Empezando por el principio como aconsejan los sabios, ha quedado nítidamente expresada la voluntad general de rehusar la separación de España propugnada por la «lista única», extraña mezcolanza representativa de esa propuesta, con el doble núcleo de «Esquerra Republicana», el partido de Lluis Companys, marxista y de «Convergencia Democrática», democristiana. Desde la perspectiva estricta del carácter real de la consulta ciudadana, ha sido la más votada aun cuando resulte problemática su posibilidad de imponer un candidato y gobernar las instituciones. Con mayoría de escaños -62, de los cuales solo 30 son de «Convergencia»- le faltan 6 para instalarse en el poder, pues el total son 135. Sin embargo, el porcentaje de votos, un 47,78 de los participantes, muestra que no han logrado convencer a sus conciudadanos, a pesar de que entre sus votantes muchos lo hicieron como protesta, no a favor de la independencia. Los contrarios a ésta fueron un 51,69% a los que habrá que añadir, como dije antes, a quienes no comparecieron que con su abstención votaron «no».
El gran perdedor de esta irresponsable escapada a «la tierra de nunca jamás» ha sido Artur Mas, que para emprenderla y no ser perjuro hubiera debido dimitir antes la presidencia de la Generalitat, institución constitucional a cuya cabeza él es el representante del Estado que pretendía desguazar. Victima también, y me duele, ha sido «Unió», desaparecida del mapa político, degollada sin piedad por «Convergencia», que ya se desangraba por la corrupción de los caso Palau y Pujol así como por la ambigüedad de Durán y Lleida que debió haber saltado mucho antes del tren en marcha. En opinión de muchos, entre los cuales me cuento, «Unió» representaba una versión razonable y ponderada del catalanismo, sentimiento profundo, atractivo incluso para quienes somos simples espectadores.
«Ciutadans», favorecido también por el matemático excéntrico con 25 escaños y un 17,91% de la votación, se ha alzado hasta alcanzar en el podio el segundo puesto, la segunda lista más votada, quizá la primera si «Esquerra» y «Convergencia» se hubieran presentado por separado.
El descenso de «Podemos» (Cat si que es Pot) era previsible y fue predicho por mí hace unos meses. El espacio natural y propio de esta nueva experiencia marxista-leninista-estalinista no puede ser otro que el ocupado por el Partido Comunista disfrazado de Caperucita, Roja por supuesto, bajo la advocación de «Izquierda Unida» que en su momento álgido, 15-J, obtuvo 20 escaños con el 10% de votos y en el «septenio negro» de Zapatero (2004-2012) con un ambiente favorable, se quedó en 5 diputados durante el primer mandato, 2 en el segundo y ningún senador en ambos. En las elecciones andaluzas -22.03.15- con un ambiente muy propicio, no logró superar el 15%. Tras esta primera reflexión obligada conviene aludir a algunos acontecimientos que han funcionado como factores desencadenantes de la desbandada de adictos. Desde el exterior ha calado su notoria dependencia del régimen dictatorial de Venezuela, ligado al cubano y a otros análogos en el cono sur del continente americano, así como el fracaso estruendoso de «Syriza» y de Tsipras en Grecia, respaldado puño en alto por Iglesias, con la contemplación en directo del «corralito». Desde el interior de la península Ibérica, los «cien días» de los regímenes municipales, avanzadilla de la «conquista del cielo por asalto», en Madrid, Barcelona, Valencia o Zaragoza, cuyo único fruto ha sido una política de gestos, siempre negativa, en la que importa más el callejero que la limpieza de las calles, el fomento de las inversiones o la disminución del paro.
Se ha descubierto que las soluciones mágicas no han funcionado y las razonables ya habían sido anticipadas por los antecesores. Sobre todo ha pesado el destape del cinismo, en el que es maestra Manuela Carmena, el autoritarismo –ordeno y mando-, el arbitrismo, el resentimiento social, la instalación permanente en la mentira para disimular la ignorancia de personajes como Ada Colau, de profesión «activista», especializada en «escraches» con un bagaje cultural que apenas roza la educación general básica. A nadie puede extrañar, pues, que «Podemos» en Cataluña haya bajado al 8,93% de los votos.
Del Partido Socialista de Cataluña, otrora hegemónico, con 52 diputados entonces y del Popular ¿qué decir?. Simplemente que han pegado el peaje de su itinerario zigzagueante el primero y de la pasividad de la Moncloa el segundo. Ambos, de su complicidad permanente y el entreguismo a los separatistas por los partidos matrices desde las calles madrileñas de Génova y Ferraz, cerrando los ojos ante la corrupción, con tal de sentarse en la Moncloa, ansiosos del poder por el poder sin sentido del Estado y del interés general.
En el resto de España los resultados de estas elecciones autonómicas con ribetes plebiscitarios, después de una campaña preñada de augurios tenebrosos, han sido percibidos con alivio y hasta alegría porque el rechazo del separatismo también por los demás españoles de las distintas regiones era un sentimiento, sentimiento de amor a Cataluña, con las características que la personalizan, su dinamismo y su «seny». Malditos sean quienes, con un pretexto o con otros, nos dividen para medrar ellos en un feudo convertido en «ghetto» quienes pretenden repartirse trozos de España como en otros tiempos los dueños de Chicago. Los andaluces, que han contribuido decisivamente a crear la prosperidad de la Cataluña de hoy, los vascos y los gallegos, los extremeños y los murcianos, los valencianos y los castellanos, «Madrit» también, crisol de pueblos, desean una Cataluña pujante en una España unida por un sugestivo proyecto histórico común porque ese trozo entrañable de tierra entre los Pirineos y el Ebro ha estado, y está y estará siempre en el corazón de todos los españoles de buena voluntad.
3. El día despuésEl análisis desde el sesgo plebiscitario que inconstitucionalmente se le dio por el convocante a estas elecciones autonómicas lleva a unas reflexiones que han sido expuestas más atrás, pero una vez despejada la incógnita de su significado añadido y espurio, NO a la independencia, queda en pie otra, la derivada de su condición autentica. ¿Quién va a gobernar en Cataluña? ¿Quién presidirá la Generalitat?. La tergiversación de su naturaleza ha provocado la extraña situación de que el primero de la lista no sea el candidato a «president», puesto para el que el preconizado era aparentemente Artur Mas. Ahora bien, la extraña coalición del separatismo marxista con el democristiano, perdedora del plebiscito pero la más votada, ha conseguido sin embargo mayoría de escaños en el «Parlament» aun cuando le faltan media docena para acceder al poder. En su auxilio se han presentado las CUP con los suyos, aunque no incondicionalmente. Los aportaría por vía positiva o negativa, absteniéndose, siempre que el presidente no sea Artur Mas (que debió haber dimitido al perder «su» plebiscito, como hizo su colega escocés) y exige la inmediata ruptura con el Estado español antes de hablar de la investidura, mientras Romeva era aclamado en su sede como «president». ¡Qué lejana parece ahora la reciente imagen en la que Artur Mas era recibido en un mitin por una dama que se arrodillaba y le besaba la mano!.
En este momento no me entretendré en averiguar, con meros indicios o con pruebas si el descabalgamiento del candidato era una argucia del «maestro armero» desde el principio. El caso es que la estabilidad de la Marca Hispánica está en manos de Antonio Baños, un nihilista, antisistema por supuesto, antieuropeo, anticapitalista y antisemita, revolucionario sin alharacas, seguro de sí mismo, próximo siempre a quienes pretenden dinamitar el escenario actual.
Cuando escribo estas líneas aún está por ver lo que ocurrirá en éste y en el otro bando. Lo único seguro para mi es que ahora, fuere el que fuere quien se asome al balcón de la plaza de San Jaume para saludar los vítores no habrá provocación alguna y esperará agazapado al escrutinio de las elecciones generales el 20 de diciembre. Y según quien venza en la Carrera de San Jerónimo, actuará.
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    Acerca de Rafael de Mendizabal Allende

    Académico Numerario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.Magistrado Emérito del Tribunal Constitucional Juez del Tribunal Europeo de Derechos Humanos