Tres enigmas de la Rusia del siglo XX

1. Tres personajes: Rasputin, Stalin, Anastasia.
A finales del presente 2016 iniciamos el centenario de un período trágico y enigmático de la Rusia del siglo XX, con la Gran Guerra de fondo, entre el asesinato de Rasputin (30 de Diciembre de1916) y el de Anastasia junto a toda su familia (17 de Julio de 1918), período coincidente con el fin de la Autocracia imperial zarista, el establecimiento de la dictadura bolchevique/comunista (1917-18), y la aparición en la escena política de Stalin, en camino de convertirse en el autócrata más absoluto, imperialista y criminal de la historia. Un temprano disidente de la revolución comunista en Rusia, Anton Ciliga, escribió en el prólogo a sus memorias, en Julio de 1937: «The myth of Soviet Russia is one of the most tragic misunderstanding of our time (…) The internal decomposition of the regime has now become apparent to the whole world» (1940: x-xi). Ciertamente, Ciliga era muy optimista respecto a la percepción en aquellas fechas del problema en la opinión pública mundial, problema que expresó muy bien en el título de la edición en inglés de su obra: The Russian Enigma (London: The Labor Book Service, 1940; la primera edición, en francés, había aparecio en Paris, en 1938, con el título Au Pays du Grand Mensonge).
Pero si hubiera que identificar el enigma dentro del enigma, dudo que ningún otro personaje público superaría a estos tres que jalonan, entrecruzándose, la historia trágica de la Rusia del siglo XX. Las cuestiones se amontonan: ¿Quién era realmente Rasputin y qué relación tenía con agentes de inteligencia alemanes y bolcheviques? ¿Qué papel tuvo Stalin en el asesinato de Stolypin, el Primer Ministro liberal que había decidido liberar a la familia imperial de la nefasta influencia de Rasputin? ¿Qué relación, en general, tuvo Stalin con la Okrana? ¿Quién decidió y ejecutó el asesinato de Rasputin? ¿Quién decidió y ejecutó la masacre de la familia imperial? ¿Qué le ocurrió realmente a la Gran Duquesa Anastasia, pereció o sobrevivió a la masacre? ¿Fue Anna Anderson realmente Anastasia o una impostora? ¿Qué papel jugaron, respectivamente, los agentes de Stalin y Maria Rasputin (la excéntrica hija del «Monje Loco») en el largo, controvertido, y frustrado proceso de Anna Anderson para obtener el reconocimiento de su identidad? Estas y otras muchas cuestiones son una muestra de los enigmas que rodean a los tres personajes que, pese a la abundante e impresionante literatura biográfica e historiográfica sobre ellos, reclamaban -o reclaman todavía- desesperadamente una explicación más convincente.
En su excelente biografía Stalin. The Court of the Red Tsar (London, 2004), Simon Sebag Montefiore, en una nota pie de página nos ofrece una sorprendente revelación: «President Vladimir Putin’s grandfather was a chef at one of Stalin’s houses and revealed nothing to his grandson: ‘My grandfather kept pretty quiet about his post life’ As a boy, he recalled bringing food to Rasputin. He then cooked for Lenin. He was clearly Russia’s most wordl-historical chef since he served Lenin, Stalin and the Mad Monk.» (2004: 93) Como veremos, los tres compartieron algo más que un chef. En todo caso, la nota es significativa, porque: 1) es sabido que los chefs de los dirigentes soviéticos eran necesariamente miembros del aparato de Seguridad; 2) por tanto, siendo el propio Putin un antiguo miembro de la KGB (probablemente por haber sido su abuelo miembro acreditado de la Cheka) no debería extrañarle que revelara poco de su pasado; 3) es sabido también que Rasputin gozaba de la protección/vigilancia de la Okrana, y que seguramente el joven chef Putin le fue asignado por ella; y finalmente 4) es fácil inferir que antiguos funcionarios de la Okrana, como este histórico chef, fueron transpasados tras la Revolución bolchevique a la Cheka. Es una conjetura, pero no es el único «asistente», como dijimos, que compartieron Rasputin, Lenin y Stalin. Otra curiosa coincidencia: el monje Hermogenes fue rector del seminario en Tiflis cuando el joven «Soso» (Stalin) era seminarista allí, y parece que también decidió su expulsión; posteriormente, ya obispo de Saratov, promovió a Rasputin como «starets», pero más tarde intentó «excomulgarle» a golpes, literalmente, de crucifijo. Paradojicamente, la idea de Hermogenes de restaurar la antigua institución del Patriarcado fue rechazada por el Zar y, posteriormente, autorizada por Stalin (No obstante, Hermogenes sería liquidado en junio de1918, siendo obispo de Tobolsk-Siberia y conspirador para la liberación de la familia del Zar, por el bautismal procedimiento de ahogarlo en el rio Tobol).
De Lenin sabemos casi todo. Su biografía adulta está perfectamente documentada, casi día a día (incluida su muerte y los avatares de su cadaver, como nos revela el fascinante relato macabro de Ilya Zbarsky y Samuel Hutchinson, A l’ombre du mausolee, Arles, 1997 (versión en inglés, Lenin’s Embalmers, London, 1998). Su pensamiento, radical y pragmático, por no decir oportunista, no es un misterio. Como personaje histórico y político no es un enigma. No podemos decir lo mismo de Rasputin, de Stalin, y de la pobre Anastasia, en la hipótesis de que realmente sobreviviera a la masacre de su familia. Tres singulares y enigmáticos personajes en busca de un autor definitivo de sus vidas.
2. Tres autores: Massie, Kurth, Radzinsky.
En una extraordinaria obra de Greg King y Penny Wilson que intenta responder a algunas de estas cuestiones, The Fate of the Romanovs (Hoboken, NJ: John Wiley & Sons, 2003) se citan a los tres autores de una manera especial. La obra, de hecho, esta dedicada a Peter Kurth, con una cita de Mark Twain: «Loyalty to petrified opinions never yet broke a chain or freed a human soul in this world -and never will.» Y el propio Kurth es autor del breve Foreword a la voluminosa obra (657 páginas). He aquí sus palabras: «I am a ‘nut’ on this story, and am confident in predicting that many of you will be, too, when you discover what follows»(Kurth, 2003: xi).Ya en el Afterword a su extraordinaria biografia sobre Anastasia había confesado: «I believed her, yes. I believed her, I liked her, and I am proud to have stood on her side of the struggle.» (Kurth, 1986: 456).
En la página 492, los autores mencionan a Edvard Radzinsky y Robert Massie como invitados especiales, junto al entonces Presidente de Rusia Boris Yeltsin y varios representantes de la familia Romanov, en el solemne funeral y entierro de los restos de la familia imperial en la catedral de la Fortaleza de San Pedro y San Pablo de San Petersburgo, el 17 de julio de 1998, justamente el octogésimo aniversario de la masacre. Es decir, los propios autores aparecen en el relato de la historia. En efecto, Radzinsky escribiría en el epílogo de una de sus obras: «As a member of the Government Commission for the Funeral of the Royal Family, (…) I was witnessing a remarkable thing for a writer: the funeral of his own characters.»(2000: 502).

¿Quiénes son estos tres autores, Robert K. Massie, Peter Kurth y Edvard Radzinsky?
Los dos primeros son norteamericanos, el tercero ruso. Ninguno de ellos es un historiador académico en el sentido convencional, aunque Massie estudió Historia en las universidades de Yale y Oxford. Kurth es esencialmente un biógrafo y Radzinsky un escritor dramático. Pero las aportaciones de los tres a la historia de la Rusia del siglo XX han sido, a mi juicio, decisivas. Aportaciones en la línea iniciada en 1967 por Massie, profundizando en el factor humano y espiritual, una línea rigurosa y a la vez poética, como hubiera apreciado el gran historiador norteamericano Henry Adams, tal como reflexionaba sobre la metodología histórica en sus obras maestras Mont-Saint-Michel and Chartres (1904) y The Education of Henry Adams (1907). Sentido histórico y sensibilidad poética que también combinaba magistralmente el desaparecido Peter Viereck, uno de los padres «gentiles» del neoconservadurismo norteamericano (véase el artículo de Tom Reiss, «The First Conservative», The New Yorker, October 24, 2005). Dadas sus circunstancias biográficas personales (descendiente de un pariente bastardo de las familias imperiales alemana y rusa, Louis Viereck, que además -ironías de la vida- fue socialista y amigo de Karl Marx y Friedrich Engels), Peter Viereck, historiador, poeta y «sobrino» natural del último Kaiser y de la última Zarina, probablemente pudo saborear el esplendor, la nostalgia y la tragedia de la perdida «Atlantis» en los magníficos escritos de Massie, Kurth y Radzinsky.
Tales escritos, concernientes a nuestro tema, fundamentalmente son: de Robert K. Massie, Nicholas and Alexandra (1967), «Introduction» to The Romanov Family Album (1982), y The Romanovs. The Final Chapter (1995); de Peter Kurth, Anastasia. The Riddle of Anna Anderson (1983), «Afterword» (1986), «The Mystery of the Romanov Bones» (1993), Tsar: The Lost World of Nicholas and Alexandra (1995) «Foreword» (2003) y «Anna-Anastasia: Notes on Franziska Schanzkowska» (2005); de Edvard Radzinsky, The Last Tsar. The Life and Death of Nicholas II (1992), «Introduction» to Peter Kurth (1995), Stalin (1996), The Rasputin File (2000), y Alexander II. The Last Great Tsar (2005).
3. Retorno a «Atlantis».
En un video producido en 1994 por The National Geographic Society, Russia’s Last Tsar, el escritor Edvard Radzinsky relata cómo muchos años atrás, durante el régimen soviético, husmeando en los archivos todavía no abiertos al público, descubrió los albunes de fotografias de la familia del último Zar. Según sus propias palabras, aquéllas fotos fueron una especie de ventanas que le permitieron contemplar un mundo perdido, «Atlantis». Tras la publicación y el gran éxito de su libro sobre la tragedia de la familia del último Zar Nicolas II, incluyendo el enigma sobre el destino de la Gran Duquesa Anastasia y del Zarevich Alexis, Radzinsky se vió compelido a escribir sobre los otros dos personajes enigmáticos, Stalin y Rasputin. Últimamente, nos ha regalado su biografía sobre el gran Zar Alejandro II, el «Lincoln ruso» que puso fin a mil años de esclavitud en Rusia, para completar el cuadro histórico que haga comprensible el hundimiento y la pérdida irreversible del Antiguo Régimen, identificando un nuevo fenómeno histórico colectivo de largo alcance: «The great Tsar was forced to see the bitterest change: His Russia became the home of terrorism, a terrorism previously unparaleled in scope and bloodshed in Europe (…) For the first time the fate of the country was decided not only in the magnificent royal palace but in the impoverished apartments of the terrorists. Underground Russia, with its secret life and bloody exploits, is an important character in this book (…) The Russian terrorism of Alexander II’s reign remarkably presaged the terrorism of our day (…) Alexander had to learn to fight against a previously unknown evil (the ‘new barbarians’, as he called them). The Tsar declared a war on terror, for the first but not the last time in history.» (2005: xii-xiii) En efecto, Rasputin, Stalin y Anastasia no fueron sino productos y/o víctimas de ese Terror.
Al mismo tiempo, Radzinsky apunta certeramente a ese escenario y a esos personajes escurridizos de la historia contemporánea que son escamoteados en los análisis políticos habituales: la Rusia «subterránea», secreta y sangrienta, de terroristas y «provocateurs» en las redes de la Inteligencia y la Contra-Inteligencia. Los jesuitas del Renacimiento denunciaron a Maquiavelo y la «razón de Estado» («razón de Establo» la llamó nuestro Gracián) mientras secretamente practicaban el maquiavelismo; el jesuitismo político de nuestro tiempo denuncia y descalifica toda teoría conspirativa mientras secretamente practica el maquiavelismo, invoca cuando le conviene la «razón de Estado» (actualizada como «interés nacional» o «seguridad nacional») y conspira permanentemente, revalidando el famoso concepto de lo político según Carl Schmitt: la distinción entre el amigo y el enemigo. Maquiavelo y Schmitt fueron francos y realistas. Los hipócritas son los jesuitas políticos que los condenan prometiendo la utopía, celestial o terrenal.

El retorno a «Atlantis» le permitirá a Radzinsky una perspectiva histórica que hace más inteligible (y aborrecible) la Rusia del siglo XX, con los efectos concomitantes en la política mundial que todos hemos padecido y seguimos padeciendo, directa o indirectamente. La reflexión final del autor sobre el ciclo de violencia que se inicia en la Rusia de Alejandro II es pertinente: «This Law of Blood in Russia was a hellish circle. No one wanted to break the cicle. Lubricated by the blood of the dead, the wheel of Russia history rolled swiftly toward revolution and 1917. I often wonder, ‘What if?’ What if (which has no place in history, but does in the human heart) (…) – prefiero no revelar aqui el pensamiento de Radzinsky e incitar a leerlo- Who knows, perhaps Russia’s sad history would have been different.» (2005: 428).
Dostoievski, entre otros, lo había profetizado. Poco antes de 1917, el Gran Duque Nikolai Mijailovich, sobrino de Alejandro II y tio de Nicolas II, un intelectual e historiador de reconocido prestigio -que también sería ejecutado por los bolcheviques- se lo anunciaba solemnemente en una carta al Zar: «Estáis en vísperas de una Nueva Era de agitación, incluso diría una Era del Asesinato…» (Radzinsky, 2000: 427). Rasputin, Stalin y Anastasia pertenecen a esa Era del Asesinato, aunque la Gran Duquesa es de una generación más joven. Curiosamente, el enigma comienza con las fechas de nacimiento de Rasputin y de Stalin, y la de la muerte de Anastasia.
Radzinsky ha investigado las primeras y ha determinado con bastante exactitud que Rasputin nació en 1869 (el «starets» sin embargo se atribuía más años) y Stalin en 1878 (el dictador, por el contrario, se atribuía un año menos). ¿Por qué? En ambos casos había razones -digamos- de conveniencia y significación públicas. Grigory Efimovich Rasputin tenía que asumir el rol de «Viejo», aunque realmente era mucho más joven que el Zar y la Zarina, porque en la tradición ortodoxa rusa la condición de «Viejo» tenía un significado religioso, místico (mezcla de profeta y curandero, guía espiritual y mediador ante Dios) que le convenía representar como consejero aúlico de la familia imperial (Radzinsky, 2000: 26). En el caso de Stalin, el mismo autor ha investigado cuidadosamente el problema y ha concluido que la fecha oficial de su nacimiento, tal como aparece en las enciclopedias y biografías (21 o 9 de Diciembre, 1879, según los calendarios Juliano o Gregoriano) es ficticia. La real es 6 de Diciembre, 1878, según el calendario Juliano. Algunos intentos oficiales u oficiosos de escribir la biografía de Stalin, como el del historiador Yarolavsky o el del gran escritor Gorky, se encontaron con que las fuentes sobre su vida anteriores a Octubre de 1917, en palabras de su secretario personal en 1935, eran «prácticamente inexistentes». El autor reflexiona: «Stalin no quería recordar la vida del revolucionario Koba (…) y para distanciarse de él incluso cambió la fecha de su nacimiento. ¿Qué secreto había en la carrera de Koba que producía tal incomodidad a Stalin?» (Radzinsky, 1996: 12, 14).
Respecto a Anastasia, nacida en 1901, obviamente el misterio está en su muerte: ¿1918? (según Robert Massie y la gran mayoría de los historiadores). ¿1984? (según Peter Kurth y una minoría de «nuts», como él mismo reconoce con humor). Radzinsky no se pronuncia al respecto porque, aunque no subscribe expresamente las tesis de Kurth (1983, 1986) sobre Anna Anderson -pero aceptaría prologar una de sus obras en que la tesis está implícita (Tsar, 1995)-, deja abierta la posibilidad de que Anastasia y el Zarevich sobrevivieran a la masacre de la noche del 16 al 17 de Julio de 1918 (Radzinsky, 1992). De hecho, como se demuestra en la exhaustiva investigación de Greg King y Penny Wilson, los restos de Alexis y Anastasia nunca han sido científicamente identificados entre los del conjunto desenterrado en 1991 -pese a las presiones y mentiras oficiales del gobierno ruso (como diria Kurth, «liars lying to liars», en la mejor tradición bolchevique)-, ni han sido encontrados posteriormente en las múltiples búsquedas por los bosques de Koptyaki en las afueras de Ekaterinburg. Por tanto, concluyen los autores, la presunta muerte de ambos es solo, como ya habían sostenido Peter Kurth (1983) y James Blair Lovell (1991), una hipótesis histórica: «Survival of the executions at the Ipatiev House does not provide evidence of rescue, nor are two missing bodies irrefutable proof of continued life. In the end, however, the complete absence of any trace of their remains means that the deaths of Anastasia and Alexei that night are only a theory of history.»(King & Wilson, 2003: 427- 434, 469-470).
4. Enigmático Koba/Stalin.
En la primera y todavía valiosa, aunque casi olvidada, biografía no hagiográfica publicada sobre Stalin, Isaac Don Levine ya lo había anticipado: «The mystery of Stalin is one of the fictions of our day (…) unlike Lenin, Stalin is naturally endowed with a great reserve. He can be alone. He needs no confidents. His innate selfsufficiency, more than anything else is responsible for the Stalin’s Mystery» (1931: 323).
La biografía sobre Stalin de Edvard Radzinsky se publicó en 1996. Como señala el autor en el prólogo, gracias al entonces Presidente Yeltsin tuvo el privilegio de ser el primer investigador que hacía uso del Archivo Presidencial y del Archivo personal de Stalin, cuyos contenidos eran rigurosamente secretos por sucesivas decisiones del Politburo en 1920, 1923, 1924 y 1927. Y en ese sentido, se expresa Radzinsky, «I thank all of my voluntary helpers, inhabitants of the vanished empire called the USSR, yet another Russian Atlantis» (1996: 5-6, 8).

Pero además del secretismo característico del régimen, Radzinsky se encontrará con el problema de la personalidad misteriosa de Koba/Stalin. Ya en la Introducción, que titula «An Enigmatic Story», nos presenta el tema de la incomodidad de Stalin con el pasado del revolucionario «Koba» y la posible falsificación de documentos sobre su nacimiento, etc., para desorientar a los investigadores futuros. Todo un capítulo 2 lo titula «Enigmatic Koba», en el que plantea la ausencia de documentacion sobre la biografía del joven «revolucionario profesional» y sus actividades «especiales» con anterioridad a 1917, infiriendo de pruebas circunstanciales su posible colaboración con la Okrana: el extraño comportamiento de Koba en torno al asesinato de Stoypin en 1911 («Another Enigmatic Story», páginas 68-70), y la hipótesis que plantea, en la línea del famoso caso Malinovsky: «Twelve provocateurs had operated among the Bolsheviks. A thirteenth, whose pseudonym was «Vasili», was never exposed. Rumors that Koba was a provocateur began to appear at the very beginning of his career.» (1996: 79).
En la obra anteriormente citada de Montefiore, se describe la llegada de Beria a Moscú en Agosto de 1938, en pleno Gran Terror, y su designación por Stalin como diputado primero al director de la NKVD: «Beria attended most meetings with Yezhov and took over the Intelligence departments.» En realidad, la misión de Beria era controlar a su jefe y preparar su liquidación. Poco después, inmediatamente tras su detención, Beria registró la residencia del director caído en desgracia: «Yezhov had collected materials about Stalin’s pre-1917 police records: was this evidence that he was an Okhrana spy? There was also evidence against Malenkov. The papers disappeared into Beria’s safe.» (2004: 277-278, 297) Últimamente, en la investigación de Donald Rayfield, Stalin and His Hangmen, se apunta a la posible colaboración de Stalin con la Okrana y el Ministerio del Interior en dos casos célebres: los asesinatos del príncipe -ahora santo de la Iglesia ortodoxa- Ilia Chavchavadze en 1907, y del Primer Ministro Piotr Stolypin en 1911. «Were the joint work of the establishment’s right wing and the revolution’s left wing, united against the parlamentary liberals who thwarted them both.» (2004: 38)En tal hipótesis, Koba/Stalin habría intervenido en favor de Rasputin, pues era conocida la decidida voluntad de Stolypin de terminar la nefasta relación del Monje Loco con la familia imperial.
Pero el gran misterio está en el cruce de la vida de Stalin con la de Anastasia, es decir, la masacre de la familia imperial. Por supuesto, ningún historiador discute hoy la responsabilidad política fundamentalmente de Sverdlov y de Lenin, respectivamente jefes de «Estado» y de «Gobierno» (y el Partido) del régimen bolchevique. Pero sigue siendo oscura la cuestión de si Stalin jugó un papel especial. Es sabido que la intención inicial de Lenin y sobre todo de Trotsky era organizar un gran proceso histórico en Moscú, con todo el aparato de propaganda activado, contra el Zar y la familia imperial (principalmente la Zarina y algunos de los Grandes Duques). El estallido de la guerra civil y las intervenciones extranjeras, no obstante, exigieron un aplazamiento del espectáculo. Trostky se desplazó a los frentes y tuvo que dedicarse a la difícil tarea de improvisar y organizar el Ejército Rojo, uno de sus mayores éxitos personales como nuevo Comisario de la Guerra. Atrás quedaba su misión controvertida como Comisario de Política Exterior durante el período inicial del régimen que culminó en el Tratado de Brest- Litovsk con Alemania, en Marzo de 1918, y que tanto descontento había generado en el seno del partido bolchevique, quebrando también la alianza con los populistas de izquierda. Trotsky sirvió, pues, como un conveniente chivo expiatorio, exculpando al intocable Lenin, para algunos miembros del Politburo como Bujarin o Stalin. El recelo, por no decir odio, de éste hacia el nuevo Comisario de la Guerra parece que alcanzó su climax durante la primavera de 1918, cuando el Comisario para las Nacionalidades se desplazó a Tsarintsyn, en el Cáucaso, y aliado con otros líderes bolcheviques, cuestionaron la política de Trotsky de incorporar antiguos oficiales zaristas al Ejército Rojo e ignoraron algunas de las decisiones del jefe militar superior. Rayfield sostiene que por estas fechas, la secreta Cheka -polícia y servicio de inteligencia política- se había posicionado bajo la protección de Stalin, frente a la GRU -servicio de inteligencia militar- favorecido por Trotsky. Tras el incidente del asesinato en San Petersburgo del embajador alemán Mirbach (el asesino, el chekista y social-revolucionario Blyumkin, era aliado de Trotsky), el propio Felix Dzerzinsky estuvo algunas semanas bajo sospecha hasta su «rehabilitación» por Stalin y últimamente por Lenin, lo que hace sospechar de que todo fuera una operacion de provocacion para desplazar a los trotskistas y populistas (social-revolucionarios) de izquierda del aparato de seguridad. El asunto es oscuro. En su obra standard The Russian Revolution, Richard Pipes señala que «Neither before nor after did the Bosheviks show such leniency to their enemies. Indeed, this unusual behavior has led some historians to suspect that the murder of Mirbach and the Left Srs uprising had been staged by he Bolsheviks, alyhough it is difficult to find a motive for such elaborate deception (…) Dzerzhinskii was suspended from his job. Officially, he resigned as chairman and member of the Cheka to serve as a witness in the forthcoming trial of Mirbarch’s assassins, but since the Bolsheviks did not normally observe such legal niceties and no such trial took place, this was merely a face-saving formula. His suspension was almost certainly due to Lenin’s suspicion that he had been implicated in the SR conspiracy. Latsis directed the secret police until August 22, when Dzerzhinskii was reinstated.» (1990: 644, 645)

Para aclarase en este embrollo, la cronología de 1918 es esencial. 14 de Marzo: el Congreso de los Soviets ratifica el Tratado de Brest-Litovsk; los social-revolucionarios de izquierda, descontentos, abandonan el Gobierno (Sovnarkom). 4 de Abril: primera expedición militar japonesa desembarca en Vladivostok. Finales de Abril: problemas en el Cáucaso. 22 Mayo: comienza la rebelión de la Legión Checa contra los bolcheviques. Principios de Junio: Stalin se desplaza a Tsaritsyn (futuro Stalingrado) y comienzan los enfrentamientos con Trotsky; desembarco de tropas británicas en Arcángel. 11-12 de Junio, el Gran Duque Miguel (único hermano varón del Zar) es asesinado en una trampa preparada por la Cheka en Perm. 28 de Junio: el Káiser Guillermo II decide continuar el apoyo a los Bolcheviques (con ciertas condiciones de garantizar el salvamento del Zar y su familia). Finales de Junio: la guerra civil se extiende por todas las provincias, al resistirse los campesinos a las expropiaciones bolcheviques. 1-2 de Julio: proclamación del Gobierno de Siberia Occidental en Omsk; huelga anti-bolchevique en St. Petersburgo (probable decisión de ejecutar al Zar por el liderazgo bolchevique en Moscú). 5-6 de Julio: rebelión de Savinkov en Iaroslavl, Murom y Rybinsk. 6 de Julio: asesinato del embajador alemán Mirbach y levantamiento de los social-revolucionarios en Moscú, inmediatamente reprimido por las tropas letonas al servicio de los bolcheviques. 16-17 de Julio: Asesinato del Zar, su familia y sirvientes en Ekaterinburg, seguido de la masacre de varios gran duques y compañia en Alapaevsk. 21 de julio: masacre de más de 350 oficiales y civiles en Iaroslavl. (Pipes, 1990: 855) (Existen algunas discrepancias cronológicas sobre la estancia de Stalin en Tsaritsyn y su enfrentamirnto con Trotsky, según Pipes, con Levine, 1931: 164-167).
Como se indicó, Dzerzinsky «dimitió» como jefe de la Cheka entre el 6 de Julio y el 22 de Agosto. Presuntamente, durante ese mes y medio Stalin consolida su alianza con ciertos líderes bolcheviques (Sverdlov, Vorosilov…incluso con el pragmático Lenin) y el aparato chequista (Latsis, Dzerzinsky) contra Trotsky. La presunta decisión inicial -a espaldas de Trotsky- de ejecutar al Zar se amplía «secretamente» (maniobras entre Stalin-Sverdlov y los chequistas de los Urales, desplazamiento del misterioso Vasili Vasilevich Iakolev, cuya misión inicial era llevar al Zar y eventualmente toda la familia a Moscú) -probablemente a espaldas de Lenin, al que se le presenta como hecho consumado o inevitable la necesidad de ejecutar a toda la familia. Esto explicaria la confusión, es decir, la falta de información e incongruencias posteriores en las memorias del propio Trotsky en el exilio. Por otra parte, como han advertido algunos de los mejores historiadores académicos, hay que ser cautos con la documentacion de los archivos soviéticos, ya que están plagados de falsificaciones. Una vez más hay que recordar la caracterización de Peter Kurth: «liars lying to liars».
Un ejemplo notable: el documento número 154, de la obra de Mark D. Steinberg y Vladimir M. Khrustalev, The Fall of the Romanovs, publicada por la Universidad de Yale en 1995, en la serie «Annals of Communism». Se trata de un documento sobre la sesión del Gobierno soviético (Sovnarkom) el 18 de Julio de 1918, en la que Yakov Sverdlov anuncia la ejecución del Zar: «Chaired by: Vl. Ilich Ulianov (Lenin). Present: Gukovsky, V.M. Bonch-Bruevich, … (y otros diez nombres), Trotsky, … (y otros diecisiete nombres), Chicherin, Karakhan. (…) Heard: 3. Special announcement by comrade Sverdlov, chairman of the TslK (Soviet Supremo), on the execution of former tsar Nicholas II according to the sentece passed by the Yekaterinburg Soviet and on the TslK Presidium’s confirmation of the sentece. (…) Decreed: 3. To record the information (…) Chairman of the Council of People’s Commisars, V. Ulianov (Lenin). Council Secretary, N. Gorbunov.» (Steinberg & Khrustalev, 1995: 339, 341). Convenientemente no aparece Stalin, que efectivamente estaba ausente en su misión en el Cáucaso, pero se introduce el nombre de Trotsky, que también estaba ausente como Comandante Supremo del Ejército Rojo, visitando los frentes de la guerra civil. Los historiadores más rigurosos sospechan que no es el único documento falsificado entre los que se suceden en esas fechas.
King y Wilson últimamente han expuesto detalladamente las circunstancias que rodearon a la criminal decisión y concluyen -frente a la opinión convencional de la mayoría de los historiadores- que Lenin, como Trotsky, estuvo al márgen. Menos plausible es su hipótesis de que tal decisión emanara autónomamente del Soviet de los Urales, en un complicado intercambio entre Goloshchokin, Berzin, Zinoviev y Sverdlov (2003: 282-295). Stalin, como comisario de las nacionalidades, ejercía ya un férreo control del Soviet y la Cheka de los Urales a través de su viejo camarada en el destierro siberiano, Sverdlov (Levine, 1931: 103-104, 155, 159) que ahora, como Presidente del Soviet Supremo, era un aliado fundamental contra Trotsky. El letón Latsis, bajo el protectorado del comisario para las nacionalidades, era el jefe provisional de la Cheka. En este contexto se explican las incongruencias en las memorias posteriores de Trotsky, ya en el exilio. Sus reflexiones en el Diario en el Exilio (1935) se basan, como el mismo reconoce, en recuerdos fragmentarios: «The resolution was adopted in Moscow. The affair took place during a very critical period of the Civil War, when I was spending almost all the time at the front (…) ‘And who made the decision?’, I asked. Sverdlov: ‘We decided it here. Ilych believed that we sholdn’t leave the Whites a live banner to rally around’…»(1958: 80-81). Obsérvese el matiz en la respuesta de Sverdlov: Lenin creía … Nosotros decidimos. Las dudas hacen reflexionar a Trotsky y escribir en su diario un día después sobre las consideraciones políticas e históricas que pudieron convencer a Lenin (un punto de vista de una indignidad moral que compartían todos los bolcheviques, incluido el propio Trotsky, que debería abrir los ojos a los seguidores recalcitrantes del «héroe de Octubre», el «profeta desterrado»). En todo caso, cuando es asesinado en Méjico en 1940, parece que disponía de más información y más que una reflexión sobre unos recuerdos fragmentarios, es una afirmación aparentemente documentada que deja en su biografía inacabada sobre Stalin: «According to Besedovsky, the murder of the Tsar was Stalin’s work. (…) On the 12th of July, 1918, Stalin had come to an agreement with Sverdlov. On the 14th of July, he initiated Goloshschekin into his plan (…) Sverdlov saw Stalin. Stalin said, ‘Under no circumstances must the Tsar be surrendered to the White Guards’. These words were tantamount to a sentence of death.»(Trotsky, 1941: 414). El «nosotros decidimos» de Sverdlov cobra así su auténtico significado.

En una conversación, poco antes de su asesinato, entre el embajador alemán Conde Mirbach y el cortesano ruso Conde Benckendorff sobre un presunto codicilo secreto en el que el Káiser exigía garantías sobre la seguridad de la familia imperial, el primero habría dicho: «Esté tranquilo.Tengo toda información sobre la situación en Tobolsk -donde se encontraban entonces bajo arresto el Zar y su familia- y cuando sea preciso, el Imperio Alemán actuara.» (Kurth, 1995: 178-179). Su tranquilidad seguramente también estaba alimentada por las actuaciones secretas del Gran Duque Ernst Ludwig, «Ernie», de Hesse, hermano de la Zarina (véase más adelante), y por la publicitada voluntad de los principales líderes bolcheviques, Lenin y Trotsky, de organizar un proceso público con intenciones propagandísticas, pero sin posibilidad de culminar en ejecuciones: Alemania todavía seguía financiando al régimen soviético, y tanto Lenin como Trotsky tenían una deuda personal con el servicio de inteligencia militar alemán, que había facilitado especialmente el regreso de ambos a Rusia.
5. El Monje Loco.
En el documento 154, antes citado, sobre la reunión del Sovnarkom que posiblemente fue objeto de falsificación durante la era estaliniana, se mencionan algunos personajes presentes en la misma, como Chicherin y Karakhan, notorios estalinistas que desde el Comisariado de Relaciones Exteriores y la Komintern se dedicaban a propagar mentiras y falsedades sobre el destino de la Zarina y los hijos del Zar hasta finales de los años veinte, alimentando entre su familia y en la opinión pública mundial la esperanza de que siguieran vivos. Asimismo aparece en el mismo documento otro personaje más interesante y singular, V. Bonch-Bruevich.
Según Richard Pipes, Vladimir Dmitrievich Bonch-Bruevich, aparece desde Octubre de 1917 como el secretario ejecutivo de Lenin, que preside el Sovnarkom (Gobierno revolucionario) desde la habitación 67 del Instituto Smolnyi. Aunque poco después es nombrado N. P. Gorbunov, de 25 anos de edad y sin experiencia administrativa, secretario del Sovnarkom, Bonch-Bruevich continuará como secretario privado de Lenin y supervisor de todo el secretariado administrativo, siendo al mismo tiempo el autor de las primeras hagiografías del líder bolchevique (1990: 525, 530). Pero Edvard Radzinsky nos revela más datos sobre este personaje: antes de llegar a ser el principal encargado de los asuntos del Consejo de Comisarios del Pueblo y fundador de la Cheka, «Bonch» había sido un conocido experto en sectas religiosas rusas, una especie de sociólogo sobre la materia y autor de numerosos estudios, al mismo tiempo que miembro del «underground» del partido bolchevique y estrecho colaborador de Lenin. Como tal, al parecer, penetró en el círculo íntimo de Rasputin (2000: xiii), e incluso publicaría un reportaje elogioso del Monje Loco («O Rasputine», Den, Petrograd, 1 Julio 1914). Según Radzinsky, Rasputin era posiblemente miembro secreto de la secta «Khlyst», practicante de una especie de religiosidad orgiástica sexual, naturalmente ilegal y como tal de interés para los bolcheviques Lenin y Bonch. De hecho, Lenin había presentado, con el asesoramiento de Bonch, una resolución sobre las sectas disidentes en el Segundo Congreso del partido socialdemócrata obrero ruso (1903): «Desde el punto de vista político, los Khlysty merecen nuestra completa atención como odiadores apasionados de todo relacionado con las autoridades, es decir, el Gobierno (…) Estoy convencido de que mediante un acercamiento táctico entre los revolucionarios y los Khlysty podemos ganar numerosos amigos.» (Cit. por Radzinsky, 2000: 104).
The Mad Monk of Russia (New York, 1918) es el título de la primera biografía del personaje, totalmente crítica y descalificadora, escrita por su antiguo amigo y confidente el monje Iliodor (Sergei Trufanoff). En realidad, Gregory Efimovich Rasputin no era siquiera un monje de la Iglesia Ortodoxa, sino un «starets», un curandero religioso de los muchos que proliferaban y eran tolerados en la Rusia tradicional, que aparece en St. Petersburg hacia 1903 y es presentado a la familia imperial en Octubre de 1905 por las montenegrinas «Princesas Negras», las hermanas Anastasia y Militsa, practicantes de misticismo y casadas respectivamente con dos Grandes Duques hermanos, Nicolás y Pedro Nicolavich, tíos del Zar. El interés de éste, y sobre todo de la Zarina, por Rasputin radicaba esencialmente en que el «starets» era capaz de controlar y curar las crisis hemorrágicas del Zarevich Alexis, enfermo de hemofilia, mediante una combinación de hipnosis y oración (Massie, 1967: vii-viii, 186-189, 200-204). Todo el asunto era un alto secreto de Estado: la enfermedad del Zarevich y las prácticas de Rasputin. La opinión pública e incluso gran parte de la nobleza no entendía la proximidad del Monje Loco a la familia imperial, lo que daba pábulo a toda clase de sospechas y comentarios maliciosos.
Radzinsky no especifica cuándo comienza la relación entre Bonch y Rasputin, pero hace plausible, conocido el interés de los bolcheviques por la influencia del Monje Loco en las altas esferas, la participación de Stalin en el asesinato de Stolypin, según la opinión reciente del historiador Donald Rayfield, antes referida, y que coincidiría con las actividades sospechosas en ese período de la secreta biografía de «Koba» (Levine, 1931: 85-87; Souvarine, 1939: 136; Smith, 1967: 241-245; Radzinsky, 1996: 68-70, 79-81).El autor ha investigado exhaustivamente el caso Rasputin, a partir del descubrimiento y adquisición por su amigo el famoso director de orquesta Slava Rostropovich del famoso «File» en una subasta de Sothbey’s en 1995. El título literal de la documentación es «Comisión Extraordinaria de Investigacion de los actos ilegales de ministros y otras personas responsables del régimen zarista» y consta de 426 folios, 852 páginas, que recoge los interrogatorios efectuados por miembros de la «Seccion 13» (Inteligencia) para la Comisión, entre Marzo y Octubre de 1917 (Radzinsky, 2000: 6-8, 18-20, 504).
Radzinsky demuestra cómo el asesinato de Rasputin en San Petersburgo la madrugada del 17 de Diciembre de 1916 fue el resultado de un complot que se anticipó a un posible golpe de los Grandes Duques liderados por Kiril Vladimirovich. Los principales conjurados, cuyo objetivo era simplemente eliminar al Monje Loco y su influencia en el gobierno imperial a través del llamado «Gabinete de Tsarkoe Selo», fueron el Gran Duque Dimitri Pavlovich (primo del Zar y «prometido»de su hija mayor Olga), el Príncipe Felix Yusupov (esposo de Irina, sobrina mayor del Zar), V. M. Purishkevich, monárquico conservador y miembro de la Duma, Vladimir Maklakov, monárquico liberal y miembro del partido Constitucional Demócrata, el teniente Sukhotin y el doctor Lazavert. Participaron también dos damas: la bailarina Vera Karalli, amante de Dimitri, y Marianna Pistolkors-Derfelden, hijastra del Gran Duque Pavel y por tanto hermanastra de Dimitri. Con toda seguridad, tenían conocimiento del mismo Felix Yusupov y Zinadia Yusupova, padres de Felix, la Gran Duquesa Elizaveta «Ella», hermana de la Zarina, los Grandes Duques Nikolai Mijailovich y su hermano Alexander «Sandro», padre éste de Irina, la esposa de Felix. Aunque Irina, igual que su madre, la Gran Duquesa Xenia, y la madre de ésta, la Emperatriz viuda María (sobrina, hermana y madre del Zar, respectivamente) se encontraban en Crimea, probablemente tenían alguna información sobre el complot a través de «Sandro» y de Felix. La minuciosa investigación de Radzinsky lleva a la conclusión de que el principal responsable de la muerte de Rasputin, intelectual y materialmente, fue el Gran Duque Dimitri Pavlovich, lo cual corrige la historia convencional de que fuera Felix Yusupov. Este, sin duda, fue un conspirador fundamental que jugó un papel decisivo y aportó ciertos elementos eróticos, auténticos o imaginarios, a la situación, pero el líder fue su amigo Dimitri (Radzinsky, 2000: 426, 428-482).

Conviene quizás apuntar algunos aspectos positivos del personaje: Rasputin, a diferencia de Iliodor y otros no era antisemita y no apoyó las Centurias Negras. No mató ni golpeó a nadie, mientras él fue golpeado por Hermogenes y Yusupov, atacado violentamente por una discípula de Iliodor y finalmente asesinado por Yusupov y el Gran Duque Dimitri (posiblemente apoyados por agentes británicos). Al márgen de que estuviera influenciado por agentes alemanes, Rasputin tenía razón en que Rusia no debía entrar en la guerra para proteger a los serbios, a diferencia del Gran Duque Nicolás y su política «montenegrina» y pro-serbia -probablemente el principal responsable de la movilización que llevó fatalmente al conflicto con Alemania. Rasputin aparentemente fue, pese a sus defectos y vicios, una persona generosa y no movida por intereses materiales. Probablemente era consciente de colaborar con agentes alemanes en favor de una paz separada, pero casi seguro no lo era de que también estaba manipulado por agentes bolcheviques, que coincidían en los mismos objetivos. Es curioso que el régimen de terror impuesto por Lenin y Stalin liquidó prácticamente a todos los Romanov que no consiguieron abandonar Rusia, pero no reprimió ni eliminó, aunque pudo hacerlo, a los miembros del círculo de Rasputin que eran también próximos o protegidos de la Zarina: Anya «Anushka» Vyrubova, Yulia «Lili» Alexandrovna von Dehn, Maria «Matryona» Rasputin y su esposo Boris Solovyov, así como el resto de la familia del Monje Loco.
6. Anastasia Nicolaievna Romanova/Tschaikovsky/Anderson/Manahan.
Respecto a la enigmática historia de Anastasia, el punto de partida necesario son las biografías de Harriet Rathlef, Gleb Botkin, Dominique Aucleres, y sobre todo de Peter Kurth (1983) y James Blair Lovell (1991).Sobre la fiabilidad de su historia, por supuesto, hay que contar con la oposición interesada de los Vladimirovich, la Gran Duquesa Xenia y el Gran Duque Sandro, su hija Irina y Felix Yusupov, Ernst de Hesse y Louis Battenberg/Mountbatten. Es curiosa la discreción de Gran Duque Dimitri y su hijo, ciudadano estadounidense Paul Ilisky.Asimismo, es plausible suponer que existiera una manipulación de Kiril-Vladimir-Maria por agentes de influencia de la NKVD-KGB.Son significativas las dudas de Gleb Botkin sobre la asimismo enigmática personalidad de Jack Manahan -¿homosexual chantajeado por algún servicio de Inteligencia?- y las pruebas ¿fabricadas? del DNA de Anna Anderson. No menos enigmática es la personalidad de Alexis Milukoff, último confidente de Anastasia en Europa, residente en Madrid (anteriormente había trabajado para la administración militar norteamericana en Frankfurt…¿acaso era un agente del servicio de inteligencia militar, o de la OSS/CIA?).
Enigmáticas coincidencias en las biografías de Stalin y Anastasia: en 1939 posible encuentro «secreto» entre Stalin y Hitler (Radzinsky); en 1940 encuentro «discreto» entre Anastasia y Hitler (Lovell). El autor ruso-norteamericano de la biografia de 1931 sobre Stalin, Isaac Don Levine, visita posteriormente el escenario de la masacre en Ekaterimburg, y más tarde, en la posguerra, prestará servicios importantes a Anastasia (ayuda editorial y ayuda médica, a través de Gleb Botkin); en los años cincuenta revelará (al mismo tiempo que Alexander Orlov) el «horrible secreto» de Stalin (su colaboración con la Okrana, aunque no precisa la reponsabilidad del líder bolchevique en los asesinatos de Stolypin y de la familia imperial) e investigará, ya como defensor de la autenticidad de Anastasia, el caso de la «Quinta Gran Duquesa» (véase más adelante). Si en el encuentro con Hitler Anastasia escuchaba una vez más las tópicas y divulgadas acusaciones antisemitas que responsabilizaban a los judios de la matanza de su familia, sus relaciones posteriores con Levine le llevaron al convencimiento de que un judio, precisamente, le salvó a ella la vida (Lovell).
Poco se puede avanzar mientras no sean públicos los archivos secretos de la Cheka-KGB, la documentación secreta de la familia real danesa, y el dossier secreto del Gran Duque Andrei secuestrado por la familia Vladimir-Maria, aparte por supuesto de la documentacion secreta de la familia real británica.El caso Anastasia, contaminante, devastador y letal para la reputación de algunas monarquías europeas (la británica y la danesa, en particular), y por extensión para el resto de las monarquías y para gran parte de la nobleza europea (y en concreto, el Gran Ducado de Hesse, y su heredero, Louis de Mountbatten), con algunas excepciones (la familia del Káiser en el exilio, el Gran Duque Andrei, Princesa Xenia de Russia, Príncipes Cecilia y Segismundo de Prussia, el Príncipe Frederik, …). Sería interesante investigar la actitud aparentemente discreta de la Casa Real española –vinculada como la británica a la de Battemberg/Mountbatten-, y en todo caso es ilustrativo conocer quiénes y por qué reconocen hoy la legitimidad de la «Zarina» Maria Vladimirovna.
Último enigma de esta compleja historia: la existencia inicialmente investigada por Isaac Don Levine de una presunta «Quinta Gran Duquesa», hermana menor de Anastasia, «Alexandra» alias Suzanna-Catharina de Graaff, nacida en San Petersburgo en 1904 y fallecida en Holanda en 1968, y su hijo primogénito holandés, Antoon van Weelden, nieto natural por tanto de Nicholas II y Alexandra, y en consecuencia auténtico «heredero» del trono imperial de Rusia, al no tener Anastasia, aparentemente, descendientes legales. Al escribir este ensayo ignoro si alguna vez existió un hijo de Anastasia como ella declaró, presuntamente nacido en Rumania en 1919, y por otra parte supongo que siguen vivos los hijos (Antoon y Jeanette) de «Alexandra», localizados y entrevistados por James Blair Lovell en Doorn, Holanda (precisamente el lugar de residencia en el exilio del último Káiser), en el otoño de 1989.
Independiente de que Anastasia Manahan (su último nombre legal en el momento de su muerte en Charlotteville, Virginia, en 1984) fuera o no la auténtica Anastasia, su historia tiene en cualquier caso un significado y un valor enormes, histórica y simbólicamente, por el simple hecho de haber desenmascarado la corrupción política y moral de los bolcheviques y de los Romanov en el exilio.
La famosa cuestión moral planteada por Dostoievski en su novela Los endemoniados, sobre si existe una justificación social y política para el asesinato de un inocente, también expuesta brillantemente por Albert Camus en su drama Los Justos, tiene en mi opinión una respuesta clara, negativa, sin excepciones, que está en la base de toda filosofía que reconozca el derecho natural y humano a la vida. Las derivaciones del reconocimiento de este principio son inmensas, y no es el objeto de este ensayo examinarlas, pero no me resisto a evocar la famosa objeción, en el ámbito de las ciencias sociales, planteada por Leo Strauss a las premisas metodológicas de Karl Marx y de Max Weber, y por extensión a todos los nihilistas, relativistas e historicistas.
El historicismo marxista, en concreto, y particularmente la forma radical del mismo en la ideología bolchevique (de Lenin, de Stalin o de Trotski, pues en esta cuestión no existen diferencias entre ellos) constituye la base de la mayor corrupción moral y política de la historia de la humanidad, en el sentido que legitima el Totalitarismo, el régimen político más inhumano, abyecto y criminal que se haya conocido. La cínica reflexión y justificación del mismo por Trotski en su diario del exilio de 1934 es suficiente para entender el nivel de indignidad intelectual a que se puede llegar (contrástese con la actitud, pocos meses antes, del célebre músico exiliado Sergei Rachmaninoff, protector de Anastasia en los Estados Unidos, que había firmado una carta en The New York Times declarando: «En ninguna época, en ningún país, ha existido un régimen responsable de tantas crueldades, asesinatos y toda clase de crimenes como el bolchevique», citado recientemente por Terry Teachout en la revista Commentary) .
La leyenda de Anastasia, además, ha servido para dinamitar moralmente a la práctica totalidad de la nobleza europea y sus casas reinantes, en especial la británica y la danesa, pero las demás también han quedado contaminadas. Irónicamente, el mundo se olvidó muy pronto de los auténticos Romanov en el exilio, pero la presunta Anastasia fue una celebridad sin rival durante su vida, y su leyenda sigue imperecedera después de su muerte gracias a la literatura, el teatro, el cine y la televisión, pero también gracias a sus excelentes y apasionados biógrafos, Harriet Rathlef-Keilman (1928), Gleb Botkin (1937), Dominique Aucleres (1962), James Blair Lovell (1991), y sobre todo Peter Kurth.
Al final de toda esta historia enigmática y sangrienta -especialmente para el pueblo ruso, pero también afectando a millones de seres humanos en otras latitudes de todos los continentes- la suprema ironía, tragicómica y vulgar, es que los herederos en la nueva Rusia del poder y la tradición autocrática de los imperios zarista y soviético hayan sido precisamente Boris Yeltsin y Vladimir Putin, el cacique político provincial responsable de la destrucción y manipulación de los vestigios de la masacre de la familia imperial (continuadas bajo su presidencia), y el nieto del cocinero de Rasputin y de Stalin.Para los amantes del pueblo ruso solo queda escuchar la voz del poeta, en el umbral de su muerte:
«Padre Nuestro Menesteroso,No abandones a Tu Rusia, tanto tiempo sufriente (…)No permitas que perezca o se hunda en la oscuridadSin haber servido en Tu Nombre.De las profundidades de la CalamidadSalva a Tu desordenado pueblo.»
Alexander Solzenitsyn, «Oración por Rusia»
(Traducción mía de la versión en inglés publicada, poco antes de morir, en First Things, New York, January 2007).
Post-Scriptum
Este ensayo fue escrito en 2007. Desde entonces se ha publicado una abundante bibliografía -especialmente sobre Stalin (véase M. Pastor, «Enigmático Stalin», Kosmos-Polis, 2014) y la polémica sobre los huesos o restos localizados de la familia imperial- que el presente texto no ha integrado a la hora de su publicación, ya que a mi juicio no modificaría sustancialmente la narrativa original. Quiero, no obstante, destacar las interesantes memorias de la corresponsal española de ABC en la Rusia zarista y revolucionaria, Sofía Casanova, publicadas en dos volúmenes por la editorial Akrón (Astorga, 2007 y 2008), que sin duda se tendrán en cuenta en un futuro ensayo sobre el fatal destino de la familia imperial Romanov en 1918 y sus ramificaciones políticas, incluída la mencionada polémica sobre los «huesos», el ADN, y las batallas legales por su fabulosa o fabulada herencia.

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    Acerca de Manuel Pastor

    Catedrático de Teoría del Estado y Derecho Constitucional (Ciencia Política) de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido director del Departamento de Ciencia Política en la misma universidad durante casi dos décadas, y, de nuevo, entre 2010- 2014. Asimismo ha sido director del Real Colegio Complutense en la Universidad de Harvard (1998-2000), y profesor visitante en varias universidades de los Estados Unidos. Fundador y primer presidente del grupo-red Floridablanca (2012-2019)