PATO PATÉTICO: EL LEGADO DE BARACK HUSSEIN OBAMA

La expresión «lame-duck» (pato cojo, pato rengo, pato inútil…) en el argot político americano se refiere a cualquier político y especialmente a un presidente impotente o irrelevante en sus últimos meses de mandato, después de las elecciones y hasta la toma de posesión del nuevo presidente electo.
En el caso de Barack Hussein Obama y su legado, tras la elección de Donald Trump el 8 de Noviembre pasado, habría que hablar mejor de un pato patético, como ha quedado patente en su última rueda de prensa el 16 de Diciembre de 2016 (al mismo tiempo de las declaraciones de su esposa Michelle Obama en el programa de televisión Oprah, lamentando que el país haya perdido la esperanza: la famosa «Hope» como eslogan de la campaña de su marido en 2008).
Lady Michelle ya nos dijo en 2008 (cuando todo indicaba que su marido podía ser presidente) que por primera vez en su vida se sentía orgullosa de su país. Ahora que tienen que dejar la Casa Blanca, y en vísperas de sus vacaciones navideñas en el cálido Hawaii –donde su marido jugará al golf mientras el mundo que nos dejaba y su Partido Demócrata se desmoronaban- nos anunció que el país ya no tiene esperanza. Esta dama es boba o es una cínica.
Obama probablemente ha sido el peor presidente de la historia. Entre los peores en tiempos recientes si duda se llevan la palma los demócratas: JFK y LBJ nos legaron Vietnam y la concomitante «contracultura» que puso fin al consenso en la política exterior norteamericana durante la Guerra Fría ; Carter y Clinton nos legaron una era de tonto buenismo, de multiculturalismo, multilateralismo, y peligroso apaciguamiento –en términos de desarme y bajada de guardia en el liderazgo- que desembocaría en el 11-S (Carter al menos nos dejó el legado de los Acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel). Pero Obama los ha superado a todos y su legado desastroso se resume en dos palabras: radicalismo ideológico e incompetencia. Estados Unidos y el mundo están peor y son más peligrosos hoy que antes de su llegada a la Casa Blanca.
Newt Gingrich ha predicho (22 de Diciembre de 2016) que el 90 por ciento del legado de Obama desaparecerá en un año. Tengo gran curiosidad por ver qué 10 por ciento se conserva. En tal perspectiva, el lamento de Michelle Obama sobre la pérdida de esperanza cobra otro significado. En 2009 yo mismo ironizaba sobre el título de la memoria política del nuevo presidente, The Audacity of Hope (La Audacia de la Esperanza): mucha Audacia y poca Esperanza… Hay un cartel cómico que lo expresa muy bien: en el famoso retrato de 2008 de Obama con la palabra «Hope», ésta ha sido cambiada por «Uhhh…»
Veamos, sumariamente, el legado:
Una economía renqueante (rebajada en su calificación…) con tratados comerciales desfavorables; una deuda nacional astronómica (durante su mandato Obama ha superado la deuda acumulada de todos los presidentes de la historia americana antes de él); un incremento de la pobreza de la comunidad negra; un incremento de la población dependiente del «Welfare State» y de los cupones para alimentación (más de 50 millones de personas); fracaso espectacular del Obamacare (hasta el propio Bill Clinton lo ha señalado).
Una sociedad más dividida por los problemas raciales; un incremento de la violencia de los grupos radicales negros contra la policía y dentro de la propia comunidad negra en algunas grandes metrópolis; una forma nueva de terrorismo islamista doméstico; un incremento de la delincuencia vinculada a la emigración ilegal y las ciudades santuarios.
Es difícil no interpretar la victoria de Donald Trump como un referéndum nacional contra el régimen Obama, encarnación perfecta del multiculturalismo, del multilateralismo, del estatismo y de la Corrección Política (y el rotundo fracaso ideológico de todo ello). El caso de Obama probablemente servirá como una especie de vacuna política para evitar en un futuro la elección de otro presidente solo por razones de la Corrección Política (siguiendo criterios de raza, religión, género, etc.) y no de competencia.
Una encuesta de USA Today/Suffolk University (USA Today, 21-12-2016) revela que los americanos están divididos –como en la elección presidencial- sobre el legado de Obama, pero solo un 24 % consideran un éxito el Obamacare, solo un 22 % perciben la recuperación económica positivamente, y solo un 9 % valoran igualmente su liderazgo moral.
Ya se ha subrayado en múltiples medios y por diversos analistas la crisis de liderazgo internacional de los Estados Unidos con Obama: la desastrosa «Primavera Árabe», las tragedias de Irak, Siria, Libia (con el colofón de Bengasi), y el surgimiento del Estado Islámico; el vergonzoso «apaciguamiento» de Irán, etc.
Pero no menos espectacular es el fracaso personal de Obama como líder doméstico del Partido Demócrata. Como ha señalado Deroy Murdock («Under Obama, a Disaster for the Democrats», National Review, Dec. 23, 2016), «Al tiempo que Obama concluye su reinado de error, su Partido es más pequeño y más débil que nunca desde los años 1940s». He aquí algunos datos objetivos: desde 2009, aparte de entregar la Presidencia a un neófito político como Donald Trump, en el Senado los Demócratas han descendido de 55 a 46 (16 %), en la Cámara de Representantes de 256 a 194 (24 %), los Gobernadores estatales de 28 a 16 (43 %), las Legislaturas estatales (ambas cámaras) de 27 a 14 (48 %), los «Trifectas» (Estados con Gobernador y ambas cámaras legislativas) de 17 a 6 (65 %). En total, los Demócratas han perdido casi 1.100 puestos a nivel federal o estatal.
Por otra parte, su creciente autoritarismo, gobernando a espaldas del Congreso y haciendo un uso abusivo de los «executive orders» (entre el 60 y el 70 por ciento de su legado consiste en «executive orders»), según algunos expertos en Derecho Constitucional –Obama ejerció brevemente como instructor de esta materia- le han llevado en ocasiones a vulnerar el orden jurídico y prevaricar, por lo que en otras circunstancias, y no siendo el primer presidente negro, hubiera sido imputado en un proceso de «impeachment» (Andrew C. McCarthy ha publicado un libro en el que presenta un buen número de razones para el caso: Faithles Execution: Building the Political Case for Obama´s Impeachment, New York, 2014).En el reciente escándalo de los emails que ha afectado negativamente a la candidata demócrata Hillary Clinton, no se ha destacado suficientemente que Obama estaba implicado, usando un alias, recibiendo mensajes desde el servidor ilegal de la Secretaria de Estado y respondiéndolos, lo que ha sido la razón de fondo (el presidente ha invocado «executive privilege» para evitar las investigaciones) por la que no ha prosperado una imputación judicial desde el FBI y el Departamento de Justicia.
Sobre las insinuaciones acerca de la implicación de Rusia, Obama mejor haría en no mentarlas, ya que hay sospechas en su pasado que algunos han interpretado como un caso de «Manchurian Candidate».
No voy a entrar en cuestiones personales, pero creo que las siniestras revelaciones de Larry Sinclair en 2008 sobre ciertas conductas de Obama en 1999 (relativas al consumo de drogas y ciertas prácticas sexuales poco ejemplares) no han sido convincentemente refutadas y, aunque ignoradas por los medios progresistas y el gran público, siembran serias dudas sobre la personalidad del último presidente. Otro misterioso silencio se ha impuesto sobre su militancia en el grupo socialista marxista The New Party, antes de integrarse en el ala izquierda del Partido Demócrata en 1996.
En la mencionada última rueda de prensa el 16 de Diciembre, Obama hizo absurdas insinuaciones sobre el Colegio Electoral como «una reliquia del pasado», o la posibilidad de que Rusia hubiera contribuido al triunfo electoral de Trump. Muestras de un presidente «lame-duck», impotente, como la posterior abstención de la delegación estadounidense en la resolución contra Israel en la ONU (23 de Diciembre), último gesto de debilidad de la administración Obama en el liderazgo mundial y de traición a su aliado incondicional –única democracia- en Oriente Medio («Unhappy Hanukkah»… por cierto, España ni siquiera se abstuvo, votó a favor de la condena de Israel). Andrew C. McCarthy no ha dudado en llamarlo «el Día Negro de la diplomacia americana» (National Review, 24 de Diciembre de 2016).
El subtítulo de la excelente –y me atrevo a decir definitiva- biografía del radical negro, Malcolm X. A Life of Reinvention (Viking, New York, 2011) por Manning Marable, historiador negro de la universidad de Columbia (recientemente fallecido), podría aplicarse perfectamente al gran impostor que ahora deja la Casa Blanca, ya que después de ocho años de mandato el mundo sigue ignorante o indiferente de su pasado y de su verdadera biografía política.
En la autobiografía que Obama publicó en 1995 (Dreams fom My Father. A Story of Race and Inehritance, Three Rivers Press, New York, 1995, nueva edición con prefacio, 2004), el autor deja claro que las personalidades que más influyeron en su educación política fueron -de una manera más velada- el misterioso «Frank» (pp. 76, 77, 89), un poeta negro amigo de su abuelo y -esto no lo dice en el libro- miembro del partido comunista; y de una manera más explícita Malcolm X (pp. 86, 87, 117, 279, 437). No menciona a los discípulos del radical marxista-populista Saul Alinsky, los «organizadores comunitarios» del área metropolitana de Chicago, para quienes también era lectura obligada la popularísima obra, best-seller nacional, The Autobiography of Malcolm X (New York, 1965), con la colaboración del escritor negro Alex Haley.
Pero Obama nunca tuvo las agallas de Malcolm X, y adoptó una estrategia más moderada, gradualista, dentro del Establishment, posiblemente recomendada por el comunista «Frank» (Frank Marshall Davis), e inspirada en el socialista Bayard Rustin, y el pacifista Martin Luther King, aunque siempre fue tributario de la retórica radical, marxista y racista de la Teología Negra de Liberación del reverendo Jeremiah Wright, cuyo famoso sermón «Hope», inspiraría el título de la memoria política que Obama publicó cuando comenzó a postularse como candidato a la presidencia (The Audacity of Hope, New York, 2004).
El famoso e innoble comentario que Malcolm X hiciera con motivo del asesinato del presidente Kennedy en 1963 («the chickens coming home to roost»), sería repetido por el reverendo Wright en el trágico atentado del 11-S en 2001. No consta que Obama, entonces fiel parroquiano suyo, desaprobara el comentario, y como es sabido solo rompió su relación con él durante la campaña ya avanzada de 2008.
Merece recordarse la primera biografía crítica de Obama que ya denunciaba las conexiones radicales y extremistas del entonces candidato presidencial, The case Against Barack Obama. The Unlikely Rise and Unexamined Agenda of the Media´s Favorite Candidate, de David Freddoso (Regnery, Washington DC, 2008), que posteriores autores han confirmado y ampliado.
El triunfo de Obama, a mi juicio, abrió la espita de una Era que ha dado ala a los populismos izquierdistas y anti-sistema en todo el mundo, lo que provocaría como sana reacción en los Estados Unidos el movimiento populista liberal-conservador del Tea Party, y consiguientemente el triunfo de Donald Trump.
En 2009, poco después de su toma de posesión, publiqué un primer ensayo sobre «El pensamiento político de Barack Hussein Obama» (en Cuadernos de pensamiento político, FAES, Madrid, 2009). Desde entonces he ido desgranando diversos análisis en aproximadamente una veintena de ensayos y artículos (publicados en Semanario Atlántico, The Americano, Libertad Digital, Kosmos-Polis, Floridablanca, y La Crítica), por lo que puedo decir que ostento un cierto récord, si no en número de palabras, si en número de breves aportaciones críticas al régimen Obama. Mi conclusión hoy, sin dudarlo un instante, es que nos deja un pobrísimo legado, el peor que se recuerda de un presidente al menos desde la Guerra Civil, por excluir la etapa histórica americana en que estuvo vigente la esclavitud.
Este Fin de Año muchos celebramos también, felizmente, el fin de la Era Obama.

Acerca de Manuel Pastor

Catedrático de Teoría del Estado y Derecho Constitucional (Ciencia Política) de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido director del Departamento de Ciencia Política en la misma universidad durante casi dos décadas, y, de nuevo, entre 2010- 2014. Asimismo ha sido director del Real Colegio Complutense en la Universidad de Harvard (1998-2000), y profesor visitante en varias universidades de los Estados Unidos. Fundador y primer presidente del grupo-red Floridablanca (2012-2019)