Populismo y antiamericanismo en la Era Trump

Un fantasma recorre Europa: el fantasma del populismo. Todas las potencias de la vieja Europa se han unido en una Santa Alianza para acorralar ese fantasma…y los intelectuales (especialmente los periodistas en todos los medios de comunicación) aprovechan la oportunidad para mezclar churras con merinas. En efecto, hemos visto que últimamente a tal fantasma –generalmente anti-sistema e izquierdista en sus propuestas económicas- extrañamente se le asocia con toda normalidad, acríticamente, una forma específica americana y pro-capitalista de populismo, el trumpismo, lo que no es otra cosa que un intento de activar una nueva versión del viejo síndrome europeo anti-capitalista, o el hispánico “arielismo” (con envidia o resentimiento) del antiamericanismo.

Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista italiano, diputado parlamentario encarcelado por Mussolini en 1927 (ambos habían sido antes de la Gran Guerra camaradas en el Partido Socialista), tuvo un momento de lucidez cuando en unas notas de sus famosos Cuadernos de Cárcel, escribió: “Los intelectuales europeos en general (…) se regocijan con la vieja Europa. El antiamericanismo es cómico, además de ser estúpido.” (notas sobre la novela de Sinclair Lewis, Babbitt, c. 1930)

Es curioso observar las incongruencias de este antiamericanismo en la Era Trump. Personalmente he intentado explicar en diferentes artículos (en Libertad Digital, Kosmos-Polis, y La Crítica) que como mínimo hay que admitir que no todos los populismos son iguales, y que solo comparten un denominador común en su posición anti-Establishment, anti-élites, anti-corrupción y anti-partitocracia. Son muy importante las diferencias en sus programas económicos: los populismos europeos o latinoamericanos generalmente son socialistas o estatistas. El trumpismo, como su antecedente inmediato en EEUU, el Tea Party, son claramente partidarios del capitalismo y de la sociedad civil (propiedad privada, libre empresa y libertad de mercado). E importantísimo: en EEUU el populismo se identifica radicalmente con el pluralismo, con la democracia liberal y constitucional (Imperio de la Ley), muy lejos de las pulsiones o tics autoritarios o incluso totalitarios que caracterizan a los populismos en otras latitudes. Lo que no ha impedido que algunos idiotas políticos de la intelectualidad norteamericana hayan calificado de “fascismo” al Tea Party (Harold Bloom en Vanity Fair, en 2010) o de “fascista” a Donald Trump (recientemente, entre muchos otros, el profesor Cornel West y los periodistas Carl Bernstein y Chris Matthews), paradójicamente alentando a grupos extremistas de auténtico comportamiento fascista, como Occupy Wall Street, Black Lives Matter, y Antifa.

Ciertamente el caso del Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia, pese a presentar unas características típicamente de izquierdas, fuertemente estatista, intervencionista y anti-capitalista, ofrece también una imagen de liderazgo fuerte, patriotismo, defensa de la cultura y valores nacionales, así como una política anti-inmigratoria y anti-terrorismo islamista, similares a las de algunas corrientes dentro de la coalición Trump (por ejemplo, la encabezada por Steve Bannon), que lo diferencian de otros casos de populismos europeos o latinoamericanos.

Las recientes elecciones presidenciales en Francia y el triunfo final de Emmanuel Macron han evidenciado también, en su posicionamiento “centrista” un rechazo populista al Establishment, no muy distante de algunas corrientes concurrentes urbanitas y “yuppies” en el trumpismo (por ejemplo, la encabezada por el matrimonio Ivanka Trump- Jared Kushner).

El prestigioso analista político y económico francés Alain Minc afirmaba en una entrevista después de las elecciones en Francia: “Macron ha inventado el populismo mainstream.” (El País, Madrid, 9 de Mayo de 2017), afirmación que subscribía con entusiasmo mi colega la politóloga Edurne Uriarte en ABC la misma fecha.

Lamento corregirles: No, lo inventaron el Tea Party y Donald Trump, y remontándonos en la historia posiblemente habría que recordar el populismo democrático (el “New Nationalism” y el Partido Progresista Nacional o Bull Moose Party) de Teddy Roosevelt a comienzos del siglo XX, y más cercanos en el tiempo los candidatos presidenciales Ross Perot y Pat Buchanan. Incluso intelectuales liberal-conservadores en Europa a veces también deslizan inconscientemente, desde posiciones eurocéntricas, pensamientos de un antiamericanismo “chic”, no reconociendo  ideas o realidades políticas inventados en el Nuevo Mundo. Un filósofo español que supo evitar tal error de percepción, Julián Marías, llegó a insinuar que mucho europeísmo escondía en realidad cierto antiamericanismo.

Durante la campaña de las elecciones presidenciales de 2016 en EEUU vimos cómo en España (y otros países de Europa) se formaba esa Santa Alianza contra el populismo americano o coalición anti-Trump (pro-Hillary Clinton), incluyendo a todo el espectro político: PP, Ciudadanos, PSOE, IU, Podemos, nacionalistas, separatistas, etc., y prácticamente la totalidad de los medios de comunicación (también los liberales como Libertad Digital). Esa misma Santa Alianza se ha vuelto a formar durante las elecciones francesas contra el Frente Nacional de Le Pen, expresando su preferencia por la candidatura de Macron, que independientemente del hecho sociológico del populismo mainstream que le ha dado la victoria (gracias más bien a un voto anti-Le Pen) con algunos rasgos “trumpistas”, como personaje representa un presidencialismo soft, socialdemócrata y eurócrata, multi-culti, ecologista, prisionero de la “corrección política”, e internacionalmente un liderazgo buenista y multilateralista (“Alianza de Civilizaciones”) como el de Zapatero en España, o “desde atrás” (“Leadership from Behind”) como el de Obama en EEUU.

El veterano populista Pat Buchanan se preguntaba en un artículo reciente si Macron representaba al futuro de Francia o era simplemente el último hombre del pasado (“Is Macron the EU´s Last Best Hope?”, Townhall, April 25, 2017). A diferencia del populismo rompedor de Trump, el de Macron, en un sistema partitocrático pero sin un partido propio, en la “tercera vuelta” (las elecciones legislativas de este Junio) se revelará como lo que realmente es: un fenómeno temporal y de transición, liderado por un “enarca”, maniquí presidencial cautivo de su pasado político en el Establishment francés (y de la Unión Europea), continuando el consenso socialdemócrata/estatista en la tradición del dirigisme de la V República.

En evidente contraste con el populismo americano de Trump.

Acerca de Manuel Pastor

Catedrático de Teoría del Estado y Derecho Constitucional (Ciencia Política) de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido director del Departamento de Ciencia Política en la misma universidad durante casi dos décadas, y, de nuevo, entre 2010- 2014. Asimismo ha sido director del Real Colegio Complutense en la Universidad de Harvard (1998-2000), y profesor visitante en varias universidades de los Estados Unidos. Fundador y primer presidente del grupo-red Floridablanca (2012-2019)