Isaac Peral, inventor del submarino

ISAAC PERAL, el submarino y la traición

Estamos en el 166 aniversario del nacimiento del inventor del submarino, y el 8 de septiembre de 2018 se celebrará el 130 aniversario del nacimiento de su invento, fecha en la que se botó el primer submarino de la historia. El pasado 9 de julio comparecí en el popular programa de Cuarto Milenio para hablar de su silenciada hazaña y del libro que publiqué el año pasado, en el que se clarifica todo el turbio entramado de intereses que provocaron la caída en desgracia del inventor y la secuela de su injusta postergación en la Historia Universal. De igual forma que hace algunos años se ha tratado de hacer justicia histórica a su coetáneo Nicolás Tesla, el otro gran impulsor, junto al español de la Segunda Revolución Industrial, se debería aprovechar el 130 aniversario para recuperar la memoria del invento y de su inventor. El libro que dediqué a la memoria de mi ilustre antepasado, se titula El Submarino Peral, de la gloria a la traición, (Editorial Mandala), y está disponible en Amazon. A modo de resumen, paso a relatar de manera breve su personalidad, su vida y su obra.

Tesón, perseverancia, celo profesional, audacia, acendrado patriotismo, firmeza y amor por su profesión, fueron las principales características de este marino de guerra, hijo y nieto de marinos: Isaac Peral y Caballero, nacido en Cartagena el 1 de junio de 1851. Ingresó con apenas catorce años en el muy restringido y exigente Cuerpo General de la Armada, al que se reserva el mando de los buques de la Flota. Poseía el mencionado cuerpo una sección de notables científicos, desde que en 1783 Antonio Valdés creara la Academia de Ampliación de Estudios, con el objeto de proporcionar a la Armada hombres de elevada cualificación científica, necesaria para asegurar el progreso técnico de la navegación, a la vez que el conocimiento científico para intentar comprender y someter un medio tan hostil como la mar. A este fin, se reservaban los oficiales más competentes de cada promoción. Ello explica que, incluso en pleno siglo XIX, cuando España, por la ceguera de las distintas facciones políticas que la gobernaron entonces, dio la espalda al progreso científico, la Marina mantuviera un plantel de científicos de gran prestigio dentro y fuera de España, entre los que sobresalen, aparte de Peral, otros inventores como González Hontoria, Bustamente o Fernández de Villaamil, o especialistas muy notables como Díez Pérez-Muñoz, Pujazón, Viniegra, etc.

Tras una veintena de años dedicados a la acción en la que Peral transitó por todos los mares y océanos, recorriendo el Mediterráneo, el Pacífico y el Atlántico, en toda la variopinta clase de embarcaciones de la época (buques de vapor, de vela, de madera, blindados, protegidos y sin proteger), y en la que no faltaron meritorios y distinguidos hechos de armas, Isaac Peral es reclamado por el Director del Observatorio de la Marina y de la Academia de Ampliación de Estudios para que se hiciera cargo de las cátedras de Física, Química y Alemán, y el 1 de enero de 1883 recibe el nombramiento definitivo.

La Armada y el Ejército españoles llevaban años de oscura y abnegada lucha en los confines de lo que quedaba del Imperio. Con cada vez menos recursos materiales, por la cicatera y negligente política de los sucesivos gobiernos liberal-burgueses que asolaron España en la segunda mitad del siglo XIX, se batían con singular eficacia, a base de grandes dosis de valor, audacia y exquisita profesionalidad, contra la insurgencia cubana, contra el filibusterismo amparado desde Washington y contra los permanentes ataques de la piratería malaya. En estas campañas, desconocidas para los españoles de hoy en día, la Marina se distinguió hasta el punto de que luego los EE. UU., con infinitos mayores recursos, nunca obtuvieron los éxitos de la Armada en la durísima lucha contra los piratas joloanos, en las que tenían que hacer frente a los primeros ataques de terroristas suicidas, llamados entonces juramentados (antecedente de los yihadistas actuales), registrados en la historia moderna.

1884 supone un hito dramático para la Armada, tras años de abandono en lo que a la dotación material y presupuestaria se refiere por todos los gobiernos sin excepción, desde la caída de Narváez, el ministro de Marina se vio obligado a suspender ese año el ingreso de cadetes en el Colegio Naval de San Fernando por falta de buques de guerra. Apenas se construían nuevos y los viejos se iban dando de baja o quedando obsoletos. La situación se agravó el año siguiente con la medida absurda y suicida de cerrar los Arsenales de La Habana, dejando a merced de los ingleses en Jamaica y de los propios norteamericanos el mantenimiento de nuestra flota de las Antillas.

Isaac Peral, testigo y protagonista de excepción de estas hazañas de la Armada y de la desastrosa situación a la que estaba abocada, no pudo permanecer al margen y decidió hacer algo grande, verdaderamente grande, para atajar el problema: la invención del Arma Submarina. No es por casualidad que el proyecto fuera acabado, en el plano teórico, precisamente ese año de 1884. A la única persona a la que se lo comunicó fue a su mujer Carmen, quién, repentinamente, sintió el presentimiento de que aquello no traería nada bueno, por lo que le pidió que no se lo comunicara a nadie más. Y consiguió persuadirle de ello, al menos por algún tiempo.

La situación cambió de repente, cuando un enfrentamiento con Alemania por la posesión del archipiélago de Las Carolinas, amenazó con llevar a España a la guerra contra aquel poderoso país. La tensión fue creciendo entre ambas naciones durante los meses de agosto y septiembre de 1885. El inventor sintió que era su deber inexcusable, debido a la gravedad del momento, poner en conocimiento de sus superiores que había inventado el submarino y que lo ofrecía a su patria para su mejor defensa.

En agosto de 1885, en plena crisis prebélica, comunica su invento a sus superiores, Pujazón y Viniegra, directores respectivamente del Observatorio Astronómico y de la Escuela de Ampliación. Pujazón le contesta que por decírselo persona a la que tiene en gran consideración, le cree; viniendo de otra, hubiera pensado que se trataba de una locura.

Se nombró de urgencia una junta con las personas más capacitadas de ambas instituciones para que Peral defendiera su invento en juicio contradictorio. Salió airoso de la prueba y convenció a sus superiores de la veracidad de su oferta, rogándole que la comunicara inmediatamente al entonces ministro de Marina, Manuel de la Pezuela, lo que así hizo. El 9 de septiembre de 1885 le envía la carta, y el ministro, tras recabar información de sus superiores, acoge con gran interés el proyecto, dictando varias órdenes para que se efectuaran algunas pruebas preliminares y declarando el asunto de alto secreto militar. La suerte, sin embargo, cambió muy pronto para el inventor, ya que con la muerte de Alfonso XII se produjo el relevo del gobierno lo que implicó el cambio en la cartera de Marina. Al general Pezuela le sustituyó otro general, pero de talante bien diferente: el vicealmirante Beránger, intrigante cacique bien relacionado con el trust industrial británico, principal responsable del inadecuado desarrollo del Programa Naval que nos condujo al desigual enfrentamiento con la Marina de los Estados Unidos y el ministro de Marina más nefasto del siglo XIX.

El 15 de diciembre de 1885 se hace cargo del ministerio y con su llegada el proyecto del submarino queda aparcado, inexplicablemente, durante siete meses, y lo que es más grave, sufre la primera violación del secreto. En las propias dependencias del ministerio tuvo acceso a los planos y la memoria allí depositados por el inventor uno de los peores traficantes de armas que ha habido en la Historia: Basil Zaharoff, conocido más adelante como el Mercader de la Muerte. El mencionado Zaharoff había sido reclutado por el espionaje británico en la década de 1870, según sus biógrafos Allfrey y McCormick.

No fue hasta finales de junio de 1886 que Beránger, actuando bajo presión, decidió dar continuidad a lo previsto por el anterior ministro, y pasó el informe de la prueba preliminar al Centro Técnico de la Armada, el cual, acto seguido, emitió informe favorable. A finales de octubre, dimitió Beránger por discrepancias políticas con el presidente Sagasta. Le sustituyó en el cargo Rafael Rodríguez de Arias, que venía de la capitanía general de Cádiz, pero quien tampoco era partidario del submarino; la intervención personal de la Reina Regente a favor de Peral le obligó a cambiar de actitud.

El proyecto del submarino siguió adelante, no sin dificultades, ni sin trabas. Y aún tuvo que pasar otras dos pruebas previas a la autorización definitiva; en una de las cuales, precisamente la que tenía que verificarse en presencia de la Reina y de los dos ministros militares, sufrió un sabotaje que recuerda mucho a los que tan a menudo efectuó Zaharoff, el Mercader de la Muerte, contra sus competidores. El día de la prueba, Peral acudió antes de la celebración para hacer un ensayo previo y verificar el buen funcionamiento de todos los mecanismos. Y se llevó una desagradable sorpresa al comprobar que las pilas no funcionaban porque habían sacado de ellas el bicromato de potasa y lo habían sustituido por tinta roja con la intención de hacer fracasar la prueba. Afortunadamente, descubrió a tiempo la añagaza y pudo subsanarla. Y la prueba fue un éxito.

No debemos olvidar que por estas fechas la empresa Maxim&Nordenfelt, que dirigía este peculiar individuo trataba de vender falsos submarinos a varios países y, de hecho, estafó a los gobiernos griego, turco y ruso con tres artefactos diseñados por Garret y por el propio Nordenfelt, que se hundieron en las primeras pruebas efectuadas. El 20 de abril de 1887 se firma la Real Orden por la que se facultaba al inventor para que, con la “mayor urgencia”, procediera a la fabricación de su submarino y decretaba “máximo secreto” todo el asunto. Ni lo uno ni lo otro se observaron como exigía la Jefatura del Estado.

El Arma Submarina de Peral. Museo Naval de Cartagena

Después de recorrer varios países europeos para adquirir el material necesario, en septiembre de 1887 comienza la fabricación del submarino al que se puso la quilla el 1 de enero de 1888 y se botó el 8 de septiembre del mismo año. Durante los años 1889 y 1890 Isaac Peral junto con los otros diez tripulantes del submarino efectuaron, y muy satisfactoriamente, cuantas pruebas se le exigieron: navegó dentro y fuera del agua, en la bahía y en alta mar, disparó torpedos sumergido y sin sumergir, realizó ejercicios tácticos de ataque y defensa; diurnos y nocturnos. De todos salió exitoso regresando siempre a puerto con toda la tripulación sana y salva.

A presenciar las pruebas en la bahía de Cádiz acudieron periodistas españoles y extranjeros  y asistieron buques de guerra de todas las marinas del mundo que saludaron con honores militares la gesta. Pero, extrañamente, ninguna autoridad civil ni militar española se dignó visitar Cádiz en aquellos días. El submarino incorporaba elementos totalmente novedosos, que luego han incorporado todos los submarinos convencionales posteriores: propulsión eléctrica, tubo lanzatorpedos, periscopio, corredera eléctrica, aguja compensada, etc. Todos los testigos de esta hazaña enmudecieron de asombro. Pero por desgracia, desde prácticamente el inicio de sus trabajos se venía tejiendo en su contra un poderoso complot que acabaría por destruir su obra. Desde antes incluso de la botadura ya se había iniciado una campaña en determinados medios muy hostil hacia el submarino y hacía su inventor.

Con la llegada a España en 1887 del espía y traficante Zaharoff, en compañía de sus socios, se fue tejiendo la tela de araña en su contra. Éste, se presentó en España, junto con sus socios Maxim y Nordenfelt, con un triple propósito: vender sus armas al Ejército y la Marina, adquirir una fábrica de armas en España, y sabotear y neutralizar el submarino. En su visita a Cádiz para efectuar las demostraciones pertinentes ante los mandos de la Armada, consiguió por la noche, en compañía de Arístides Fernández Fret, un espía infiltrado en la Marina, visitar e inspeccionar en persona el submarino que estaba en construcción en el arsenal de La Carraca. Y ello, a pesar de que estaba especialmente vigilado el acceso, por haber sido declarado alto secreto militar por la propia Jefatura del Estado. Fue identificado por uno de los marinos que vigilaban el interior del arsenal, que lo denunció. Pero a pesar de que la prensa local se hizo eco del asunto, las autoridades españolas echaron tierra sobre él.

Las negociaciones para la adquisición de la fábrica fueron todo un éxito para el denominado Mercader de la Muerte y un fracaso para España. En 1888 se hizo con una de las mejores fábricas de armas española y europea: Euscalduna, que construía, entre otros tipos de armas, fusiles Remington y los vendía a varios ejércitos europeos. La sociedad era “Hijos de Manuel Agustín Heredia”, una empresa que pertenecía a una de las familias más ricas de la oligarquía malagueña: los Heredia Livermore, familia anglo española que debía los orígenes de su fortuna al comercio con Gibraltar, donde tenía una de las sedes de sus negocios el fundador de la saga. A los Heredia-Livermore les unía estrechas relaciones de amistad e interés -e incluso familiares- con los políticos más influyentes del partido liberal conservador: los malagueños Cánovas del Castillo, sobrino político de Matilde Livermore, y Romero Robledo; a los que hay que añadir a Francisco Silvela, que había contraído matrimonio con Amalia Loring Heredia en 1875. Con estos padrinos, no resulto extraño que nadie pusiera objeciones a que se vendiera una de las mejores fábricas de armamento españolas a una sociedad extranjera, ni que uno de sus propietarios fuera competidor directo de Isaac Peral, ni que otro, Maxim, fuera ciudadano norteamericano, estando ambos países en plena situación de beligerancia. Como era de temer, Maxim suministró información capital y de inestimable ayuda para el Gobierno americano en los meses inmediatamente anteriores a la guerra; tal y como recogió la prensa de aquel país.

La nueva sociedad ya en su poder fue rebautizada como The Placencia de las Armas, Co. Ltd., con sede en Londres. Como directores en Londres fueron nombrados el propio Zaharoff y Siegmund Loewe, hermano del fabricante de armamento judío-alemán Ludwig Loewe. En España, Zaharoff nombró director al coronel de Artillería Naval Arístides Fernández Fret, el mismo que le acompañó en su incursión en La Carraca. Se trataba del antiguo delegado de la Marina en Washington, testaferro de Zaharoff en todos sus negocios españoles y hombre de confianza del almirante Beránger.

Por su parte, Peral continuaba con su invento, sus pruebas y su hazaña. Al final de las pruebas oficiales del submarino, en julio de 1890, tal y como estaba previsto, se reunió una Junta Técnica, nombrada al efecto, para dictaminar sobre la utilidad militar del invento y emitió un riguroso y completo informe sobre el submarino y sus características, concluyendo que el Programa submarino debía seguir adelante y confirmando que Isaac Peral había inventado el submarino y había logrado lo que nunca antes había hecho hombre alguno. En septiembre de 1890, el nuevo Gobierno debía tomar una decisión respecto al submarino. Habían vuelto al poder Cánovas y Beránger y era claro que ninguno de los dos tenía la menor intención de seguir adelante con el proyecto. Tampoco Sagasta lo hubiera hecho, por otra parte. Políticamente la situación era compleja debido a que el informe de la Junta Técnica era favorable y la mayoría del pueblo apoyaba sin reservas al inventor. Pero la solución era sencilla y el periódico El Correo (cercano al partido de Sagasta), la predijo con exactitud: se ocultaría el informe de la Junta, se involucraría a otras instituciones y se perdería tiempo con el objeto de enfriar el entusiasmo popular. Beránger constituyó sobre la marcha un Consejo Superior de la Marina, bajo su presidencia, a la medida de lo que se buscaba y con hombres de su máxima confianza. Se nombró secretario de dicho consejo al capitán de fragata Emilio Ruiz del Árbol, espía al servicio de los EE. UU. El Gobierno, infringiendo lo dispuesto en la Real Orden vigente, le encomendó que examinara el asunto, cuando lo previsto es que fuera el propio Consejo de ministros quién lo resolviera. Para facilitar más la tarea de manipulación se estableció que las reuniones deliberativas comenzaran a partir de las nueve de la noche.

El 4 de octubre, el citado Consejo emitió un informe muy ambiguo que se dedicaba más a descalificar la personalidad del inventor que a juzgar técnicamente su obra, pero del que se concluía que “no había invento ni en el conjunto del submarino ni en ninguno de sus elementos” y además, atribuía a la “casualidad” sus más que evidentes logros. Luego se descubrió que el propio informe presentaba adulteraciones y enmiendas respecto del original, tal y como acreditó la prueba notarial requerida por el inventor. Se remitió el informe adulterado al consejo de ministros que lo suscribió al cien por cien y se hizo creer a la opinión pública que era el informe de la Junta Técnica el que suscribía. El Gobierno cometió un grave error, por decirlo de manera benevolente, que pagó la nación entera pocos años después.

En noviembre se instó a Isaac Peral a que entregara bajo inventario su submarino y, con ello, se dio muerte definitiva al primer programa submarino del mundo. Peral cumplió escrupulosamente la orden y, acto seguido, pidió la licencia absoluta que suponía su baja definitiva en el Cuerpo. El inventor se trasladó a Madrid en cuanto obtuvo la licencia, para operarse de un cáncer que se le había manifestado en octubre de 1889 y que le había perjudicado de forma ostensible durante  el periodo final de las pruebas. No quedó curado pero le dio tiempo a crear la primera industria eléctrica de importancia que hubo en el mundo. Montó una fábrica de acumuladores en Madrid y varias empresas diseminadas por toda la geografía nacional para electrificar municipios, empresas e instalaciones de todo tipo. Además, montó las primeras centrales eléctricas que hubo en España. También patentó, dentro y fuera de España otros inventos, como un ascensor eléctrico, un varadero de torpedos, una ametralladora eléctrica y otras aplicaciones prácticas de la electricidad. Sólo por estos hechos merecería reconocimiento universal pues fue pionero de la Segunda Revolución Industrial.

Su salud se fue deteriorando muy deprisa, y desde 1891 hasta 1895 sufrió cuatro graves intervenciones quirúrgicas, no pudiendo sobrevivir al postoperatorio de la última, que le fue practicada en Berlín, cuando estaba a punto de cumplir 44 años. Su obra, en materia eléctrica, fue continuada, en buena medida, por el ingeniero belga Tudor. Y, precisamente con las baterías Tudor, volvieron a navegar los submarinos.

¡La Armada española y sus marinos trataron de evitar el desastre que se avecinaba; los políticos, las interferencias del espionaje angloamericano y los turbios negocios, la condenaron!

Acerca de Javier Sanmateo Issac Peral

Economista, ligado a la Industria del Automóvil en las áreas de RR HH, Marketing, ingeniería de procesos, Calidad y Logística. En los últimos diez años compatibiliza sus tareas profesionales con las de investigación en temas históricos relacionados con el origen y evolución del Arma Submarina. También orienta su investigación a los conflictos militares y las actividades de la industria de armamento y el espionaje militar e industrial en el último tercio del siglo XIX y el primero del XX. Autor de tres libros, varios artículos y conferencias sobre dichas materias.