Sánchez Moguel, un crítico del nacionalismo hoy ignorado (I)

uno de nuestros profesores del doctorado de Letras, el pintoresco don Antonio Sánchez Moguel, no dejaba pasar ocasión de explicarnos que éramos [los catalanes] naturales de una “región” y que no había más nación que España” (Pedro Bosch-Gimpera, La España de todos, ed. Seminarios y ediciones, hora h, 1976, p. 124)

  1.- El día 8 del mes actual, ante un distinguido concurso de nacionales y extranjeros que llenaba el gran salón de actos de nuestra Academia, fué recibido solemnemente en individuo de número el sabio catedrático de la Universidad Central D. Antonio Sánchez Moguel. Expuso y juzgó científicamente el origen y desarrollo del Regionalismo, ó de la candente escuela separatista, que en algunas provincias de España, y singularmente en las de Cataluña y Galicia, para lograr su objeto de fraccionar la unidad nacional hace palanca, ó sease [sic] de la Historia. El discurso, brillantemente escrito y pronunciado, fué unánime y altamente aplaudido; y no menos lo fué el del Excmo. Sr. D. Eduardo Saavedra, que hizo hincapié sobre el mismo tema con toques profundos y exactísimos después del que consagró á epilogar las obras y méritos literarios del nuevo académico” (Boletín de la Real Academia de la Historia, Tomo XIII, año 1888).

Así, de este modo, se daba noticia en el propio Boletín de la Real Academia de la Historia de la intervención llevada a cabo por el asidonense, Antonio Sánchez Moguel, con ocasión de su toma de posesión, el 8 de diciembre de 1888, como miembro de la Real Academia de la Historia.

Nos llama la atención el modo claro, directo, sin tapujos (parresía, que le decían los griegos a este modo de hablar sin velos ni perífrasis) con el que se refieren en dicho boletín a la “candente escuela separatista”, que busca “hacer palanca en la Historia” para “fraccionar la unidad nacional”.

Y es que hoy sin duda, un siglo y medio después de tal acontecimiento, la noticia de este acto sería dada de otro modo mucho más contemporizador con el ahora llamado “nacionalismo periférico”, y también de un modo mucho más severo con el recién nombrado académico, seguramente calificado, si del acto se diera noticia hoy, de conservador, criptofranquista o directamente “facha”, sin más.

El hecho es que Sánchez Moguel resulta en la actualidad una figura completamente desconocida por olvidada, apenas referenciado en la historiografía (sobre este tema y sobre otros en los que trabajó), mientras que, sin embargo, la “escuela separatista”, a la que el recién nombrado académico se refería en aquella ocasión, es en la actualidad harto conocida, e incluso reconocida (fundaciones, homenajes, monumentos, nombres de centros de enseñanza, de calles, etc), en España (y no solo en las regiones de Cataluña y Galicia). Un olvido, naturalmente, no involuntario, sino deliberado, que va en proporción directa a la pujanza y beligerancia de esa misma “escuela separatista” cuando esta, con la complicidad del autonomismo imperante de la Transición (de la dictadura a la democracia), ha procurado echar tierra sobre tal figura y sobre otras que, como enseguida veremos, han buscado la oposición crítica al separatismo. En este sentido, ya en el año 1932, podía decir con verdad Otero Pedrayo, destacada personalidad representativa del galleguismo nacional-fragmentario, que las lecciones de Moguel estaban “bien muertas”[1], y esto lo afirmaba Pedrayo, con cierto orgullo y regodeo, tan solo veinte años después del fallecimiento del catedrático andaluz.

Porque hoy día una escueta entrada en la wikipedia, y la de Don Antonio Sánchez Moguel lo es (apenas 16 líneas), dice mucho, por su escaso contenido, del reconocimiento e influencia de un autor. Ni tan siquiera se menciona en ella el hecho de haber sido el director de la tesis doctoral de Unamuno[2], sobre la lengua vasca, o el de haber sido el descubridor en Lisboa de la tumba de Francisco Suárez, el doctor Eximio, por destacar dos hitos notables de su trayectoria académica.

El Discurso de Sánchez Moguel se puede leer, tras ser publicado ese mismo año 1888 en Madrid (Imprenta Viuda de Hernando y cia, calle Ferraz, 13) pero sin que jamás (que sepamos) se haya vuelto a reeditar, en fuerte contraste, insistimos, con lo que serán sus opositores de la “escuela separatista”, editados y reeditados en numerosas ocasiones.

De lo que aquí se trata es, precisamente, de reseñar, o más bien de hacer una breve selección de textos, de lo que en tal discurso se decía sobre la “escuela separatista”, para ver a continuación, en contraste, las respuestas que obtendrá dicho discurso de parte de dos destacadas figuras del galleguismo coetáneo como Manuel Murguía o Alfredo Brañas.

Hay que decir que en un sentido parecido al que habla Moguel ya lo había hecho dos años antes, aunque en otro foro distinto, en el Ateneo de Madrid, el entonces célebre poeta Gaspar Núñez de Arce, hoy igualmente olvidado[3]; y, así mismo, la propia Emilia Pardo Bazán, autora más reconocida en la actualidad, por lo menos más que Moguel o Núñez de Arce. Como ellos, la autora de Los Pazos de Ulloa, de la Madre Naturaleza o de Morriña también advirtió de las amenazas y peligros que la “escuela separatista” representaba para la nación española haciéndolo, igualmente, en un Discurso pronunciado en 1885, en La Coruña en este caso, con ocasión del homenaje que el Liceo de Artesanos de la ciudad herculina dedica a Rosalía de Castro (fallecida ese mismo año)[4].

2.- Y observa Moguel, al comienzo de su intervención, siendo lo primero que nos llama la atención, que el movimiento “regionalista”, así le llama, es minoritario y se restringe a dos “comarcas”: “se limita hoy, en rigor, a dos solas comarcas, Cataluña y Galicia, y en éstas a bien escaso número de adeptos, en abierta oposición con las ideas y sentimientos meramente provinciales, y siempre españoles, de la casi totalidad de sus compatriotas” (p. 7).

Llama la atención, decimos, el hecho de que le dedique dicho discurso, a pesar de contar con un “escaso número de adeptos”; y también es llamativo que no se contemple en él al nacionalismo vasco (el bizcaitarrismo) cuando ya, a la altura de 1888, tenía cierta beligerancia (aunque  no la suficiente, por lo que se, por lo menos en contraste con el “separatismo” catalanista y con el galleguista).

A continuación, nos advierte Moguel de que en ambas “comarcas” el regionalismo comenzó a tomar cuerpo a través, precisamente, de los estudios históricos, para después extenderse a lo literario, a lo social y, finalmente a lo político (cobrando ya un sentido “separatista”): “El principio, pues, de todo este movimiento, en Cataluña y en Galicia, hay que buscarlo en los modernos trabajos históricos de estas regiones, en la nueva tendencia que los distingue, desconocida de los historiadores anteriores, tendencia exageradamente localista, que para abrirse camino más fácilmente, para ganar mejor las voluntades, dando color y apariencias de antiguo a lo moderno, ha fantaseado a sus anchas la historia de Cataluña y de Galicia, en tanto o mayor grado que, en otros días, la historia religiosa, los falsos cronicones” (p. 8).

Teniendo esto en cuenta lo que hará Sánchez Moguel en este, insistimos, Discurso de entrada a la Real Academia de la Historia es, justamente, salirle al paso al regionalismo yendo a su origen, esto es, a los estudios históricos de las distintas regiones españolas que se fueron prodigando, sobre todo, a partir del siglo XVIII, y  poner así en su sitio esas “fantasías” del regionalismo que buscan en la Historia su justificación, cuando la Historia no se la puede proporcionar (si, en efecto, claro, nos mantenemos en el terreno de la verdadera Historia): “He aquí, señores Académicos el tema que me propongo tratar en el presente Discurso. Examinar, exclusivamente a la luz de la crítica histórica, como cumple en actos de esta índole, el movimiento histórico regionalista de Cataluña y Galicia, a fin de poder apreciar en justicia las razones históricas en que pretenden fundarse los regionalismos catalán y gallego; tal es el objeto de las investigaciones que tengo el honor de someter a vuestra consideración e indulgencia, que más que nadie necesito” (p. 8).

Y es que se da el caso de que la Historia, cultivada en manos de políticos, con distintos intereses, no es una Historia que busque el conocimiento de la verdad, sino que, más bien, la Historia es instrumentalizada, al servicio de la política (ancilla politicae, digamos), para tratar de vencer en el campo de batalla político: “La Historia sierva ayer de los intereses religiosos, lo es hoy de los intereses políticos; rompió las cadenas de su antigua esclavitud, para arrastrar hoy las no menos pesadas de su moderno cautiverio” (p. 14).

Y la peor de las servidumbres políticas de la Historia es, justamente, la regionalista, porque con ella se busca la división y la fragmentación de la nación, echando por tierra el esfuerzo de muchas generaciones anteriores, “el trabajo de nuestros padres”, dice Moguel, por constituir dicha unidad nacional: “Henos señores, en presencia de la historia regionalista, más grave, más funesta que la historia inspirada en las demás doctrinas políticas; como quiera que todas estas reconocen igualmente como primer principio la unidad e indivisibilidad de la nación, mientras que el regionalismo se funda, por el contrario, en la autonomía local y consiguientemente en el fraccionamiento, en la repartición de la patria en cien nacionalidades independientes, sin otros vínculos recíprocos que los que voluntariamente quieran establecer, de tal suerte que si un Estado o Región, en el perfecto uso de su autonomía, quisiera aislarse y vivir separado de las demás, no habría principio ni procedimiento legal de impedirlo” (p. 14).

El regionalismo, pues, tuerce tendenciosamente la Historia, alterándola pro domo sua, hasta el punto de que busca en el pasado histórico precedentes y materiales que justifiquen la división de España, cuando la historia verdadera es, y solo puede ser, la Historia de la unidad e independencia nacionales “costosamente proseguida y alcanzada por los trabajos de nuestros padres desde los comienzos de la reconquista hasta los legisladores de Cádiz” (p. 15).

3.- Pues bien, a partir de estas premisas examinará Moguel, con cierto detenimiento, primero el catalanismo (págs. 15-34) y a continuación el galleguismo (págs. 34-40), poniendo sobre sus quicios las deformaciones (desquiciadas) que el enfoque regionalista produce en la Historia (admirable es la relación que hace del Compromiso de Caspe, contrastando la caricatura regionalista con la verdad histórica), para terminar finalmente su Discurso con una comparativa entre el regionalismo y la historiografía portuguesa.

Así, mientras que en España el movimiento histórico regionalista busca en la Historia un motivo para la separación y la división de las distintas regiones cuando forman parte del mismo Estado, el movimiento histórico en Portugal, sin embargo, con Oliveira Martins a la cabeza, encuentra en la historia motivos para la unidad entre dos Estados distintos como son, en efecto, España y Portugal (es el iberismo de Oliveira Martins, que tanto influyó sobre todo en Unamuno y, en parte, también en Joan Maragall). Una división entre españoles y portugueses que, si persiste, es por intereses de terceras potencias, pero no porque conformen una unidad nacional (en sentido étnico) distinto.

Así, dice Moguel, reproduciendo el punto de vista de Oliveira Martins (Historia de la civilización ibérica), que el historiador portugués “reconoce terminantemente que los diferentes pueblos de la península constituyen un cuerpo etnológico dotado de caracteres generales comunes a todos”, quedando la raza, la diferencia racial (noción tan importante para los regionalistas coetáneos, así para Murguía como también para Brañas, ambos racistas, arianistas), completamente diluido, para Oliveira Martins (también para Moguel que lo confirma), como factor secundario de cohesión social de un pueblo.

A continuación, precisa Moguel, y de nuevo re-exponiendo y parafraseando a Oliveira Martins, como a este no le duelen en prendas reconocer que la independencia de Portugal se debe, no a su constitución nacional, sino más bien a la presión procedente del exterior, de terceras potencias, que ha roto esa unidad civilizatoria peninsular previa: “Aleccionado por la verdad histórica, tan seriamente cultivada, el más moderno de los historiadores portugueses, sin temor a las preocupaciones del vulgo, consigna solemnemente que la independencia de Portugal de 1641, como la de Bélgica en nuestro siglo, fue obra del equilibrio europeo, y que, desde entonces Portugal vive bajo el protectorado de Inglaterra, convertido positivamente en una “factoría británica”; espejo en que deben mirarse los autonomistas gallegos y catalanes para que aprendan a conocer –escarmentando en cabeza ajena- la suerte que tendrán sus regiones si posible fuera, que no lo será, que lograran separarse de la patria común para caer bajo la férula de naciones extrañas, como provincias o factorías de estas, incapaces como serían de vivir aisladas y con elementos seguros de conservar independencias soñadas e imposibles” (p.41).

Recuerda, finalmente, Moguel, lo refractarias que son las naciones hispanoamericanas (hermanas de la española) al separatismo, tan refractarias como lo son Francia o Italia en Europa, y concluye, Don Antonio, deseando tener méritos suficientes para que, en su epitafio, figure la misma inscripción que había visto hace poco, dice, en la tumba “de un escritor de nuestro siglo”, a saber: Patriam dilexit; veritatem coluit (Amó la patria; rindió culto a la verdad).

4.- Pues bien este Discurso, que será contestado, a su vez, en discurso de bienvenida, como exige el protocolo de la institución, por el historiador Eduardo Saavedra, no será muy bien recibido, sin embargo -obviamente- por los representantes del movimiento regionalista contra los que se dirige.

Nos fijaremos, según hemos anunciado anteriormente, solamente, en las respuestas de los galleguistas Manuel Murguía y Alfredo Brañas, ambos, con todo, destacadas figuras, quizás las más importantes, de las dos corrientes principales del galleguismo decimonónico. En ambas respuestas veremos los argumentos especiosos, de auténtico trilerismo político, que siguen inspirando en la actualidad al nacionalismo fragmentario español. Veamos.

 

[1]  Otero Pedrayo, Ensaio histórico da cultura galega, ed. Galaxia, p. 21, ensayo que representa, por cierto, toda una apoteosis de los que Gustavo Bueno ha llamado el “mito de la cultura”.

[2] Ver Unamuno, De esto y aquello (Ed. Espasa Calpe, colección Austral, p. 112) en donde Don Miguel reproduce una conversación con Sánchez Moguel sobre si los eruditos deben o no tener mujer.

[3]  También tengo delante este Discurso de Núñez de Arce, dado en el Ateneo el 8 de noviembre de 1886, Madrid, Est. Tip. “Sucesores de Rivadeneyra”, Impresores de la Real Casa, Paseo de San Vicente, núm. 30, 1886. Un discurso cuyo análisis y respuestas lo dejaremos para mejor ocasión.

[4]  El discurso titulado La poesía regional gallega, aparece publicado en Obra Critica (1888-1908), ed Cátedra, pp. 155 y ss.

Acerca de Pedro Insua

Pedro Insua Rodríguez (Vigo, 1973). Profesor de Filosofía. Como Investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno, ha publicado numerosos artículos en El Catoblepas y en El Basilisco. Es autor del libro Hermes Católico (Pentalfa ediciones, 2013), que trata de la relación entre la conquista de América y su ulterior emancipación y del libro Guerra y paz en el Quijote, ed Encuentro, 2017. Interviene con frecuencia en algunas tertulias televisivas (la Tuerka, Dando Caña...) y de radio (en el programa Sin Complejos, de esRadio, y en el programa Julia en la Onda, de Ondacero).