Ángel Viñas

Ángel Viñas Martín: una forma de hacer historia

  1. Campo historiográfico y ética cívico-profesional.

A lo largo de más de cincuenta años, se ha ido consolidando en nuestro país lo que, siguiendo al sociólogo Pierre Bourdieu, podemos denominar campo historiográfico. El concepto de campo hace referencia a un espacio social,  un microcosmos, con una autonomía relativa y poseedor de su propia lógica[1]. El campo se compone no sólo de historiadores profesionales, sino de centros de investigación y de docencia, revistas, editoriales, sociedades, etc. Se trata, al mismo tiempo, de un campo de fuerzas y de luchas. Cada uno de los agentes empeña su fuerza –en términos de Bourdieu, su capital- que ha adquirido, incluso en aquellos casos en los que la disputa se plantea en relación a la posición teórica o conceptual. Una de las apuestas mayores de las luchas que se desarrollan en el campo es la de la definición de sus límites, es decir, de la participación legítima en las luchas. El campo no es inmune a las luchas políticas, pero ha de garantizar la autonomía relativa ante su desarrollo. Y es que, como señalaba Bourdieu en su diálogo con el historiador de la cultura Roger Chartier, “no debe estar permitido que se liquide un argumento científico con un argumento político”. “Un campo científico relativamente autónomo, capaz de producir verdades provisionales, susceptibles de verificación, es un campo en que ese golpe deja de estar autorizado”[2]. No se trata, por supuesto, de ausencia de  ideología en la narración histórica, algo imposible, sino de atenerse a unas reglas de argumentación y de fair play. Sobre todo, de no ver al otro como enemigo, sino como adversario y de aceptar el pluralismo inherente a la investigación histórica.

Como señala José Enrique Ruíz-Doménec: “El fair play es una técnica narrativa que tiene como función hacer más persuasivo el contenido; pero también es una actitud de limpieza moral en favor de la libertad y el talento individual para la defensa de las ideas (…) La intimidación y el juego sucio amenazan con fracturar la profesión de historiador (…) hay que comprender en lugar de juzgar. La complejidad de la historia se opone a la simplificación del dogma, venga de donde venga”[3]. Más incisivo se muestra el historiador italiano Renzo de Felice a la hora de reivindicar el pluralismo interpretativo y la libertad académica: “Cuando un estudio se encuentra frente a realidades tan complejas y dramáticas como el racismo y el antisemitismo –esto es válido también para otras realidades como el fascismo y el antifascismo- debe tener el valor de escapar a la elección de bando y de toma de posiciones emotivas: los rechazos morales carecen de sentido y de eficacia. Rabia y resentimiento, indignación y condena, son sentimientos que, al igual que la militancia, deforman la correcta interpretación histórica, prohíben la reconstrucción de los hechos, impiden identificar las motivaciones que subyacen bajo los hechos tan monstruosos que parecen inconcebibles (…) Hacer inteligible un fenómeno histórico, considerándolo en su complejidad, no quiere decir justificarlo o absolverlo (…) Fórmulas como <mal absoluto> o <locura histórica>, hoy tan de moda, ni explican ni tienen ninguna función pedagógica”[4]. No muy lejos de esta perspectiva, se encuentra, Antoine Prost: “Si contempla la imparcialidad, el historiador debe resistir la tentación de utilizar la historia para otra cosa. Su pretensión es la de comprender, no dar lecciones ni moralizar”[5].

Frente a estas posiciones, se alzan de vez en cuando individuos que se creen en posesión de la verdad absoluta y cuyo objetivo, confesado o no, es ejercer el control del contenido de la producción historiográfica mediante recursos como la violencia simbólica, es decir, un modo de ejercer el poder a partir un tipo de violencia no física, indirecta a través del lenguaje, mediante la cual los dominados se sientan coaccionados e interioricen las formas de poder establecidas[6]; o la seudología, una técnica clásica que consiste en detestar algo asimilándolo a una cosa ya detestada: Joseph Gabel cuenta que en el Congreso del Partido Comunista Francés en 1947 uno de los oradores dijo que De Gaulle está contra el comunismo; Hitler también lo estaba; luego De Gaulle=Hitler[7]. Otra estrategia es la intimidación a la hora de criticar, demonizar, silenciar y/o marginar, en el campo historiográfico, a los representantes o defensores de otras corrientes interpretativas y tradiciones académicas. Su función, por emplear la terminología de Michel Foucault, es  la  de vigilar y castigar. Y es más que probable que a no pocos de estos guardianes o aspirantes a dicha función les gustaría o tengan como ideal o proyecto la instauración de una especie de panóptico o “régimen de vigilancia” historiográfico, basado en el control jerárquico y la sanción normalizadora[8]. En el fondo, se persigue la exclusión de los que considera sus enemigos. En su libro El orden del discurso, Foucault hace referencia a tres sistemas principales de exclusión: la prohibición del discurso, la exclusión de la locura frente a la razón y la “voluntad de verdad”. Sin duda, el tercero es el más peligroso en la medida en que se ha intentado constituir como fundamento de todos los demás, y que prohíbe todo universo de discurso que ese considere al margen de esa “verdad[9].

A lo largo de los últimos treinta años, diversos historiadores españoles han tratado o pretendido ejercer ese rol represivo. Entre los más notables, se encuentran  Manuel Tuñón de Lara y Josep Fontana. El último intento ha sido protagonizado por Ángel Viñas Martín, cuya producción historiográfica viene marcada por la beligerancia, el espíritu combativo y el recurso a la descalificación sumaria del adversario, para él enemigo. Veámoslo.

2.El hombre y su formación intelectual: la forja de un historiador de combate.

Nacido en Madrid el 2 de marzo de 1941, Ángel Viñas Martín se licenció en Ciencias Económicas y Empresariales y como técnico comercial de Estado.  Su principal mentor fue el profesor Enrique Fuentes Quintana. Siempre se consideró antifranquista, aunque nunca militó en los partidos de la oposición. Así, en una entrevista con el historiador Mario Amorós, afirma: “Participé, en segunda línea, en la marcha contra el rectorado de la Universidad Complutense, disuelta por una carga de los <grises> a caballo, y en alguna otra ocasión”. Eso sí, pasó una noche sin dormir, en casa de un amigo comunista, destruyendo libros y revistas que podían resultar peligrosos en caso de que hubiese un registro de la policía. Ningún gesto heroico, pues. No obstante, posteriormente afirmaría: “He de confesar algo: nunca he sido procomunista, pero tampoco he sido anticomunista y, sobre todo, no me he ganado la vida yendo de anticomunista”. En una ocasión, se vio obligado, por motivos protocolarios, a saludar a Franco, en octubre de 1967: “Me pareció que estaba muy enfermo, muy afectado por el parkinson, y pensé que moriría pronto. Fue tremendo verle parpadear constantemente: sus párpados eran blancos y destacaban cuando se abrían y cerraban sobre el trasfondo de su rostro moreno tostado por el sol. No lo olvidaré”.  Trabajó en el Fondo Monetario Internacional y como agregado comercial en la embajada española en la República Federal Alemana. A la muerte de Franco se tomó una copa de champagne, para celebrarlo; todo un gesto. Sin riesgo, por supuesto. En 1975, ganó la oposición a la cátedra de Economía Aplicada en la Universidad de Valencia. En el campo historiográfico, se dio a conocer con dos obras, El oro español en la guerra civil y La Alemania nazi y el 18 de julio. En la primera, señalaba que la operación del oro fue el último recurso de la República para organizar su defensa. En la segunda, que el III Reich no tuvo participación en el golpe de Estado de julio de 1936 [10]. Aunque contradecía la versión oficial, Ricardo de la Cierva defendió la publicación del libro sobre el oro de Moscú, frente a los que pretendían secuestrarlo. Para De la Cierva, Viñas era “uno de los primeros expertos en los más vidriosos y escondidos temas de nuestra historia”; y calificaba de “espectacular” su libro La Alemania nazi y el 18 de julio[11]. Viñas nunca se lo agradeció; todo lo contrario.

Hombre del PSOE[12], durante los años ochenta, su labor historiográfica pasó a un segundo plano, por su trabajo como asesor de los ministros de Asuntos Exteriores Fernando Morán y Francisco Fernández Ordoñez; y luego en la Comisión Europea. Fue Director General para las Relaciones con América Latina y Asia; y embajador de la Unión Europea ante las Naciones Unidas. Sin embargo, su producción historiográfica dedicada a la guerra civil española y al franquismo continuó: Guerra, dinero, dictadura: ayuda fascista y autarquía en la España de Franco, Las garras del águila,  Franco, Hitler y el estallido de la Guerra Civil. Antecedentes y consecuencias. No obstante, es a partir de la etapa de gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero cuando su pluma se desata: La soledad de la República, El escudo de la República, El honor de la República, El desplome de la República, La conspiración del general Franco, La  República en guerra, Las armas y el oro,  La otra cara del Caudillo, Sobornos y El primer asesinato de Franco (La muerte del general Balmes y el inicio de la sublevación. Además, este erudito ha coordinado una serie de volúmenes colectivos de contenido abiertamente polémico: En el combate por la Historia. La República, la Guerra Civil y el Franquismo; “La Guerra Civil”, en la revista salmantina Studia Histórica; y “Sin respeto a la Historia”, un número extraordinario de la revista Hispania Nova, dedicado, desde una perspectiva brutalmente descalificadora, a la obra del hispanista norteamericano Stanley G. Payne. Según su propio testimonio, los historiadores que han ejercido una mayor influencia sobre su obra son Manfred Merkes, Herbert R. Southworth, Juan Marichal, Andreas Hillgruber, Manuel Tuñón de Lara, Gabriel Cardona, Julio Aróstegui, Gabriel Jackson, Hugh Thomas, Edward Malefakis, Raymond Carr, Paul Preston, etc[13]. Igualmente, se declara devoto de Carl von Clausewitz[14].

Quizás por ello considera la historia como una continuación de la guerra por otros medios. En ese sentido, fue muy significativa su intervención en el conflicto ocurrido con motivo de la presentación en sociedad en del Diccionario biográfico de la Real Academia de la Historia. Las entradas sobre Franco, Azaña o Carrillo suscitaron un acalorado debate sobre la frontera entre interpretación y desfiguración de los hechos del pasado. Y es que Luis Suárez Fernández, autor del artículo sobre Franco, omitió la palabra “dictadura” a la  hora de catalogar el carácter político del régimen que éste encarnó, presentándolo como “autoritario”; tesis que avalan no pocos historiadores y científicos sociales.  Algunas asociaciones defensoras de la “memoria histórica”  de las izquierdas se manifestaron con banderas republicanas ante el edificio de la Academia[15]. Como respuesta, Viñas convocó a un grupo de historiadores de izquierda para elaborar un “contradiccionario”, que luego llevó el título de En el combate por la Historia. Para Viñas, el diccionario de la Real Academia de la Historia era una “provocación a los hechos, al conocimiento de la historia y a los historiadores”. E interpretó el régimen de Franco como una “peculiar variante nazi-fascista”, “la configuración del fascismo español”. Se trataba, además, de la dictadura europea más sanguinaria del siglo XX a excepción de la soviética. De ahí que, en su particular opinión, debía establecerse un paralelo entre Franco/Stalin y entre España/Rusia[16]. En este volumen, Viñas contó con la colaboración de algunos seniors de la historiografía española de izquierdas, como Julio Aróstegui, Carlos Barciela, Antonio Elorza, Francisco Espinosa, José Carlos Mainer, Hilari Raguer, Alberto Reig Tapia, etc, al lado de individuos más jóvenes como Carlos Collado Seidel, Matilde Eiroa, Gutmaro Gómez Bravo, Eduardo González Calleja, Fernando Hernández Sánchez, José Luis Ledesma, Juan Carlos Losada, etc.

Siguiendo la tipología elaborada por el filósofo Hayden White[17], podemos decir que la trama narrativa que preside la producción historiográfica de Viñas, como la de su amigo Paul Preston, es de claro sesgo trágico; su modo de argumentar, mecanicista; y su enfoque ideológico, radical. Como tendremos oportunidad de ver, para Viñas, la historia contemporánea española resulta trágica, porque fue un intento fallido de transformación social que significó el triunfo de las fuerzas políticas y sociales más retrógradas y autoritarias representadas por las derechas españolas. Incluso el proceso de transición a la democracia liberal le ha dejado insatisfecho. A diferencia de Paul Preston, que sigue dando en sus libros una visión positiva de la Monarquía de Juan Carlos I, Viñas, como veremos, se ha declarado a favor de la instauración de la III República. Su pensamiento histórico, si de tal cosa puede hablarse, viene a ser, como veremos,  una curiosa amalgama de empirismo, retórica marxistizante, individualismo metodológico y  moralismo sublime, es decir, de juicios de valor al servicio de su ideología política. No sin razón, el historiador norteamericano Michael Seidman ha destacado el anacronismo de sus supuestos metodológicos. Y es que se trata de una historia “desde arriba” que margina los factores económicos y organizativos[18]. En un sentido análogo, Pablo Sánchez León señala que su método “no parece haber experimentado evolución histórica alguna desde el siglo XIX”. “No hay en su obra trazas de ninguna reflexividad acerca de las categorías con las que construye su relato histórico ni apenas apoyatura en la historiografía previa”. Y concluye: “La miseria del planteamiento de Ángel Viñas reside en su creencia en que basta con la capacidad del historiador de disponer en orden adecuado los datos procedentes de la documentación de archivo para producir un relato verdadero, que se reduce a la exposición de información veraz a partir de una expurgación selectiva de textos (…) Esta visión tan primitiva de la tarea del historiador no sólo impide hacerse cargo de las exigencias propias de la reflexión histórica, sino que además deja desnudo el profundo sesgo subjetivo de su marco interpretativo”[19].

Por mi parte, diré que la de Viñas es  una forma de hacer historia bastante acrítica, que ni tan siquiera parece ser consciente de los problemas planteados por las tendencias posmodernas y por el denominado “giro lingüístico”, que se expresa en las obras de Hayden White, Michel Foucault, Roland Barthes, Jacques Derrida, etc[20]. Creo que su metodología está basada en un “realismo” bastante ingenuo. Como historiador, no soy posmodernista, pero estimo que resulta necesario reflexionar sobre la problemática que plantean estos autores. Entre otras cosas, los límites del conocimiento histórico.

El contenido de su obra destaca por su carácter apasionado y beligerante. No en vano, The Volunter, órgano de la Fundación de Veteranos de la Brigada Abraham Lincoln, lo ha definido como “warrior historian”[21]. En todo momento, Viñas afirma ser partidario del “tratamiento empírico de los problemas” y se autodefine como “historiador empírico”. Casi podríamos decir que padece una especie de fetichismo del documento, de las fuentes primarias, de los archivos. Uno de los conceptos que aparece permanentemente en sus escritos es el de la “evidencia primaria relevante”, cuyo fundamento son los documentos de archivo[22]. Viñas pretende que su método y sus investigaciones  están basados en la inducción: “Nunca he partido de una tesis apriorística (¡), siempre he aplicado una metodología inductiva. Esto no es nuevo, otros también han procedido de igual manera. No obstante, creo que me diferencian de otros historiadores dos características: no parto de un estado de la cuestión y me pongo a escribir del análisis crítico de la evidencia. Es decir, diseño lo que llamo cañamazo original sobre el que se basará el discurso ulterior. Como no me dejo llevar por hipótesis previas ni por el conocimiento acumulado, que en ese momento ignoro o no tengo en cuenta, el cañamazo articula una evidencia primaria ya ordenada y segmentada cronológicamente. En ese momento voy reconociendo las lagunas o los agujeros que existen y examino, siguiendo un procedimiento iterativo, lo que otros historiadores han escrito sobre el tema””[23] . ¿Han leído ustedes cosa más deliciosa en los últimos doscientos años?.  Por mi parte, confieso que no.  Ya para el gran David Hume, la inducción era un mito: como no podemos saber las conexiones causales que elegimos son genuinas, nuestra decisión de denominar “leyes” a algunas de ellas es un asunto de hábito y, sobre todo, de conveniencia[24]. Y lo mismo piensa Karl Raimund Popper, para quien la inducción es un método de justificación; de ahí que, rechazando la justificación, se resuelve el  problema de la inducción. En vez de buscar razones positivas para fundar una teoría, hay que buscar razones críticas, por qué preferir una teoría en lugar de otras. En palabras de Popper, “no podemos dar razón positiva para sostener que nuestras teorías son verdaderas”. Las razones críticas, más que justificar, defienden la preferencia de una teoría sobre las demás, la decisión de usar ésta y no la otra. Popper contrapone, por tanto, justificación y crítica. La ciencia es, pues, “búsqueda sin término”[25]. En ocasiones, Viñas afirma que “la historia no es nunca definitiva”[26]; pero siempre razona –es un decir- como si estuviera en posesión de la verdad absoluta.

Al mismo tiempo, Viñas se muestra contrario al principio de neutralidad valorativa. Como su admirado Herbert R. Southworth, se considera un “historiador apasionado y vitalmente antifranquista”[27]. En realidad, como hubiera señalado el gran Arthur Schopenhauer, su forma de argumentar es erística, es decir, orientada al único objetivo de lograr la victoria en las disputas sin tener en cuenta para nada la verdad. Por doquier, aparecen en la obra del historiador madrileño, el recurso a la extensión, a la homonimia, a las falsas premisas, a la alegoría, al argumento ad hominen, a la retorsio argumenti, al argumentum ad auditores, al ataque personal, al argumentum ad verecundiam, a la inclusión de las afirmaciones de sus enemigos en la categoría de lo execrable, etc[28].  Y es que, en su opinión, uno de los imperativos de cualquier historiador es “la necesidad de no suministrar ningún tipo de legitimación a los sistemas de dominio”. La historia es, a su juicio, necesariamente “antifascista”; no anticomunista[29]. Su objetivo es “pasar la factura científica al anterior régimen”[30]. Y es que, según nuestro autor, “el franquismo no fue derrotado en el campo de batalla” y tampoco “a nivel metapolítico y sociológico”; lo cual hace necesaria una política de reeducación análoga a la llevada a cabo en Alemania tras la Segunda Guerra Mundial[31].

Cuando no tiene argumentos, recurre, entre otras estratagemas, a subsumir las opiniones de su adversario/enemigo en la categoría de lo aborrecible, es decir, contemporáneamente al nazi/fascismo. Lo que Leo Strauss denominaba “reductio ad Hitlerum”[32]. Así, en ese sentido afirma: “¿Resultaría aceptable ser historiador y no antinacional-socialista?”[33]. Tal razonamiento entra en la estratagema 32 de la dialéctica erística de Schopenhauer. Y es falaz. Con tal aserto tan sólo se intenta salir del paso. Sólo pondré un ejemplo, que hasta Viñas creo que puede entender y compartir. Durante muchos años se sostuvo que los nazis habían sido los autores de la matanza de Katyn, ¿refutar tal aserto equivale a ser hitleriano?. En modo alguno, pues en eso estamos. Lo cual vale para el estudio de la II República, la guerra civil o el régimen de Franco elaborados con un mínimo de imparcialidad y de objetividad. Criticar a los republicanos/revolucionarios no equivale a defender posturas “franquistas”; y viceversa.

Pero sigamos con Viñas, quien, llevado de su concepción moralizante de la historia,  recurre incluso  a los planteamientos del católico John Emerich Edward Dalberg-Acton, lord Acton, ya que corresponde al historiador “identificar a los criminales, delincuentes que abundan en la historia, sean héroes o papas, sin abdicar de su papel como árbitro moral”[34]. Claro que Viñas no parece ser un buen lector de Acton. En realidad, pretende instrumentalizar el pensamiento del historiador británico falseando su contenido. Viñas silencia, o desconoce, que Acton tomó partido por los Estados del Sur durante la Guerra de Secesión norteamericana, acusando de “absolutismo abstracto” tanto a los partidarios de la esclavitud como a los abolicionistas. Y es que el sistema democrático “envenena todo lo que toca”. “Todas las cuestiones constitucionales están sometidas al único principio fundamental de la soberanía popular, sin considerar la política o la conveniencia”[35]. Acton siempre se mostró escéptico e incluso contrario a los principios de la democracia radical: “La democracia no sólo exige ser suprema, sin autoridad por encima de ella, sino también absoluta, sin independencia por debajo de ella, ser su propia dueña y no su depositario”[36]. Desde los supuestos actonianos, bien puede someterse a crítica el fundamentalismo democrático. No creo que el historiador británico hubiese aprobado la política religiosa de Manuel Azaña o el espíritu revolucionario de Francisco Largo Caballero.

Significativa y digna de estudio resulta igualmente su devoción por el panfletista norteamericano Herbert Rutledge Southworth, al que considera un historiador solvente[37]. Por su parte, Southworth consideraba a Viñas “el abanderado de los opositores a la última defensa del búnquer franquista”[38]. Mi opinión está en  las antípodas de Viñas. Southworth fue, ante todo y sobre todo, un polemista; y el conjunto de su obra no puede ni debe tomarse excesivamente en serio. El propio Viñas no parece estar muy enterado de su pensamiento y trayectoria pública. En concreto, niega que fuese comunista[39]. Sin embargo, el panfletista norteamericano afirmó, en uno de sus libros, que “en lo más hondo de mi corazón creo que el futuro del mundo descansa en alguna forma de socialismo o de marxismo, si es que va a haber algún futuro”[40]. En su primera obra, El mito de la Cruzada de Franco, que Southworth coeditó con la editorial Ruedo Ibérico[41],  se esforzaba en demostrar, contra no pocas racionalidades y evidencias, que la victoria del bando nacional en la guerra civil se llevó a cabo bajo el signo de la svástica. Es decir, no entendió la especificidad del conflicto español. Polemizó, además, con Rafael Calvo Serer y Vicente Marrero cuando la obra de estos dos autores no era representativa del proyecto político-social defendido por el régimen de Franco en aquellos momentos. El primero avanzaba ya hacia el liberalismo; mientras que el segundo persistía en un tradicionalismo muy crítico con la tecnocracia. Luego, en sus afanes polémicos denunciaba “la leyenda del Alcázar”, que ni por asomo logró destruir. Negaba que el alzamiento militar hubiera tenido como objeto impedir una revolución social.  Subestimaba, por motivos políticos, que no estéticos, la calidad de la obra poética de Paul Claudel y de Roy Campbell simplemente porque apoyaban a Franco. A Campbell lo calificaba de “fascista”, lo cual es falso, ya que en la Segunda Guerra Mundial combatió contra el Eje. El sudafricano fue siempre un outsider de derechas[42]. Opinaba que el libro de Brasillach y Bardèche sobre la guerra civil no había sido publicado en España, en lo que se equivocó, porque fue publicada en Valencia en 1966. De la misma forma, somete a una crítica sumaria las obras de Seco Serrano, Madariaga,  Hugh Thomas y Burnett Bolloten, etc, etc[43]. En realidad, este libro sirve más para entender al panfletario norteamericano que al objeto de sus investigaciones. Es difícil tomar en serio a un autor que afirma que el lugar que los judíos ocupaban en la ideología nazi “fue reservado en España a los catalanes y vascos, cuyas culturas propias fueron suprimidas por completo por los franquistas, partidarios de la centralización castellana”[44].

Y lo mismo podemos decir de su alucinante Antifalange, crítica a un libro de Maximiano García Venero, lo que provocó una serie de graves problemas a la editorial Ruedo Ibérico[45] Es una muestra a la vez de ignorancia y maledicencia. No deja de ser curioso que Southworth se mostrara orgulloso de este libro[46]. Sin embargo, sus páginas demuestran a la claras sus insuficiencias metodológicas e historiográficas. Southworth no tenía ni idea de lo que fue el fascismo. Incluso ponía en duda que Franco fuese el autor de Raza. Pero no nos interesa aquí incidir en lo obvio, sino en la catadura moral del panfletista norteamericano. Véase, por ejemplo, sus opiniones sobre el asesinato de José Calvo Sotelo: “Si observamos el asesinato de Calvo Sotelo desde una perspectiva histórica, la víctima aparece como un preminente conspirador, afortunadamente eliminado días antes del levantamiento, y antes que los efectos de su traición pudieran tener plenas consecuencias (…) Si el gobierno de la República estuvo implicado en el asesinato de Calvo Sotelo –hecho que los esfuerzos realizados por los publicistas del franquismo no han llegado a demostrar- la disculpa política sería fácil en consideración a los peligros del momento”. Stalin o Hitler no hubieran razonado de otro modo. Y es que, para Southworth, el gran error de los republicanos fue “no escuchar las palabras de Largo Caballero y no prepararse para afrontar el conflicto armado”. De ahí que considerara la revolución de octubre de 1934 como una “revolución democrática”. Y, para colmo, dice unas cosas muy curiosas sobre José Antonio Primo de Rivera “un hombre guapo, quizás demasiado”[47]. Pese a todo, su amigo Paul Preston la considera una “obra extraordinaria”[48].

Nada digno de ser recordado existe en Antifalange, salvo la lección de lo que nunca debería ser un libro de historia; y hasta el propio Viñas es consciente de ello. De ahí su énfasis en la revalorización de la última obra del polemista norteamericano, La destrucción de Guernica. Periodismo, diplomacia, propaganda e historia, una tesis doctoral bajo la dirección del historiador comunista Pierre Vilar –prologuista de la obras completas de Stalin[49]– , leída en la Sorbona y publicada posteriormente en Ruedo Ibérico. Se trata de una obra muy erudita., dedicada sobre todo al análisis de la batalla propagandística en torno al bombardeo de la ciudad vasca. Pero finalmente su autor reconocía que sólo podía aventurar hipótesis y la suya era que probablemente fue “el resultado de una colusión entre el mando español y la Legión Cóndor”[50]. A su lectura acudieron Pierre Cot, Marcel Bataillon, José Maldonado, José María Leizaola y el pseudohistorador nacionalista vasco Martín de Ugalde[51].

Por su parte, Viñas ha avalado, prologado y escrito un epílogo a una nueva edición de la obra, a la que considera todavía actual, aunque reconoce que Southworth “todavía no pudo agotar el porqué de la destrucción  y, sobre todo, el tema central de las responsabilidades, aunque se acercó bastante a lo que la historiografía ulterior ha puesto de relieve”[52].  Sin embargo, la reedición del viejo texto de Southworth es, para Viñas, meramente instrumental, ya que le sirve para continuar su particular guerra contra la “historiografía franquista”. Ahora, el objeto de sus iras es Jesús Salas Larrazábal, cuyos libros  Guernica y Guernica. El bombardeo. La historia frente al mito somete, en el epílogo,  a una crítica inmisericorde. Salas Larrazábal sostenía, frente a Southworth y otros historiadores, que Guernica sí tenía interés militar; que el bombardeo no pudo durar más de tres horas; que no hubo ametrallamientos de la población; que la Legión Cóndor disfrutaba de autonomía respecto al mando nacional: la responsabilidad recaía en Von Richthofen, uno de los jefes de la Legión Cóndor; y que el número de víctimas fue de 126[53]. Siguiendo su peculiar modo erístico de argumentar, Viñas acusa a Salas de pretender ningunear a Southworth; de “proceder un tanto caprichosamente” al reducir el número de víctimas;  sospecha que “antes de la apertura de archivos, hubo tiempo suficiente para hacer desaparecer la evidencia directa en torno a Guernika”; estima que la documentación utilizada por Salas es “muy escasa, quizás porque su investigación es, digamos, somera”. Como era de esperar, le acusa de querer exculpar “como sea” al “mando nacional” y de “tergiversar y manipular”. En realidad, Viñas acusa a Salas de lo que él hace habitualmente en sus libros: no buscar “la verdad”, sino la culpabilidad de Franco. No lo consigue.  Al final, reconoce que no haber podido localizar la correspondencia de Kindelán, Mola y Solchaga con el Cuartel del Generalísimo dificulta llegar a la conclusión de la responsabilidad directa de Franco. No obstante, a juicio de Viñas, era preciso no olvidar que “el jefe es responsable de los actos de sus subordinados”. Y, en consecuencia, “Franco no tiene salvación histórica posible”[54]. Que era, por supuesto, lo que se trataba de demostrar, aunque no dispusiera de la “evidencia primaria relevante”[55]. Viñas es siempre previsible. Por cierto, el reciente estudio de Roberto Muñoz Bolaños sobre el bombardeo de la ciudad vasca está más cerca de las conclusiones de Salas Larrazábal que de las de Southworth, Viñas o Irujo. Para este autor, el número de muertos fue de unos doscientos como máximo y cien como mínimo[56].

Y es que la tan cacareada “evidencia primaria relevante”, se encuentra siempre, en la obra de Viñas,  sesgada. En realidad, su relato histórico alberga un alto grado de simplificación. Desde el principio, es perceptible en sus libros una clara selección de los elementos del pasado que él considera relevantes. En ese aspecto, Viñas, como diría Carl Schmitt, se considera “soberano” sobre el “estado de excepción”, es decir, una situación que excede los criterios establecidos, que es excepcional. Al enfrentarse a una situación para la que carece de premisas desde las que poder deducir de manera irrefutable la acción correcta que dice emprender, debe “decidir” qué hacer[57]. Análogamente, la opción en virtud de la cual el historiador selecciona los datos del pasado que engrosarán su relato también constituye propiamente una “decisión” y, en ese sentido, una prueba de “soberanía”. Ciertamente, puede no carecer por completo de criterios que le inclinen hacia una u otra dirección. Sin embargo, al “decidir” está sólo; de ahí su responsabilidad. La “evidencia primaria relevante” nunca es, en Viñas, fruto o consecuencia de un método inductivo, al revés de lo que él pretende, sino de una decisión previa, consciente y precisa, de fidelidad a unos primeros principios. Por decirlo coloquialmente: Viñas “sabe” de antemano lo que hay que “encontrar”; y busca apoyatura empírica a sus prejuicios. Sin duda, está en su derecho de opinar lo que le venga en gana; pero no a racionalizar sus pulsiones mediante una documentación sesgada y parcialmente seleccionada.   Y es que, como señala John Vincent, “no puede haber nada más sospechoso que hallar la documentación adecuada”[58].

  1. El mito de la II República.

En realidad, el leifmotiv  de toda su obra no es sólo destruir lo que denomina “mitos” –es decir, “una narrativa desarrollada para definir la identidad y las aspiraciones de grupos sociales, o incluso países, y que no necesita estar fundamentada”[59]-franquistas sobre la II República y la guerra civil, sino consolidar los planteamientos de los derrotados en la contienda, sobre todo los defendidos por Manuel Azaña, su “héroe” Juan Negrín y otros políticos republicanos. No por casualidad, Viñas reivindica el cadáver historiográfico del periodista Antonio Ramos Oliveira, militante del PSOE con ínfulas de historiador. Viñas lo considera “un personaje injustamente olvidado en la España democrática” y cuya perspectiva histórico-política juzga actual: “Puso el dedo en la cuestión agraria, tan trabajada por la historiografía española posterior a la transición a la democracia y en la cortapisas introducidas por la jerarquía católica”[60]. No pondremos tampoco a Viñas entre los historiadores de la historiografía española. A Ramos Oliveira no se le recuerda simplemente porque sus planteamientos metodológicos y sus tesis historiográficas se encuentran ya muy desfasadas. Eso lo sabía hasta Manuel Tuñón de Lara y lo saben los historiadores serios[61].

Sin embargo, guste o no, como solía decir el gran Georges Dumézil, la historia y el mito se encuentran “inextricablemente mezclados”[62]. Y Viñas incurre, como veremos, en los mismos vicios que reprocha a sus enemigos. Su producción historiográfica tiene como objetivo la construcción del “mito” de la II República, fundamento, a su vez, de un curioso legitimismo republicano que ha de llevar a la instauración de la III República como heredera de la anterior. De ahí que haya firmado con otros intelectuales de izquierdas, la mayoría antiguos comunistas,  un manifiesto a favor de la instauración de la III República. Entre los firmantes, se encuentran igualmente Nicolás Sánchez Albornoz, Josep Fontana, Mirta Díaz-Balart, David Ruíz, José Manuel Caballero Bonald, Belén Gopegui, Joan Garcés, Isaac Rosa, Antonio Ferres, Julio Rodríguez Puértolas, Julio Diamante, Carlos París, Carmen Negrín, Rosa María Madariaga, Armando López Salinas,  Juan Antonio Hormigón, Rosa Regás, Carlos Jiménez Villarejo, Juan Genovés, Luis Otero, Fernando Reilein, Amparo Climent, Fernando Marín, José Luis Abellán, Salvador López Arnal, Ignacio Ramonet, Miguel Riera, etc. Los firmantes desean poner fin a la anomalía que supone que el Jefe del Estado sea “un Rey impuesto por el dictador y nunca sujeto a un referéndum de ciudadanía”; lo que consideran “el principal precio que se pagó en el proceso de Transición de la dictadura a la democracia al no tener lugar la ruptura democrática y articularse la reforma pactada bajo la presión ejercida por el Ejército surgido del golpe de Estado de 1936 contra la II República, los poderes económicos y la larga mano de EEUU”. La Monarquía era presentada como una “institución obsoleta”; y la II República como “una urgente necesidad de regeneración democrática”[63].  Y es que, en el fondo, a Viñas le ocurre lo mismo que al protagonista del cuento La Oposición, obra de Alfonso Mateo Sagasta. Para él, la historia no es una narración sobre el pasado, sino sobre el futuro[64].

Para Viñas, el advenimiento de la II República y su legitimidad no fueron sólo consecuencia del resultado de las elecciones municipales de abril de 1931, sino del “impulso irrefrenable de un pueblo abierto a la experimentación política y social que pedía ser oído más de lo que determinaba la vacilante arquitectura” del régimen de la Restauración. Por lo visto, los republicanos no recurrieron a las armas, las rebeliones de Jaca y Cuatro Vientos no existieron; fueron un mito franquista. Cuestionar esa legitimidad supone dar legitimación, según él, al “régimen del 18 de julio”[65]. Sin embargo, un analista tan agudo como Guglielmo Ferrero –liberal antifascista- no dudó en calificar a la II República como “forma de gobierno prelegítima”, es decir, un régimen que “tiene necesidad de ser sostenido contra la oposición abierta o soterrada que, por todas partes, encuentra en sus intentos para sostenerse”[66]. Y es que los dirigentes republicanos fueron incapaces de lograr un consenso básico para la mayoría de la población. La legitimidad no es, por tanto, sólo de origen; ha de ser igualmente de ejercicio[67]. Y esto vale tanto para las izquierdas como para las derechas.

Uno de los episodios más significativos de la trayectoria investigadora y discursiva de Viñas fue la elaboración del artículo “La connivencia fascista en la sublevación y otros éxitos de la trama civil”, inserto en el libro colectivo Los mitos del 18 de julio. Y es que el artículo fue escrito en un contexto personal ciertamente peculiar e incluso dramático, casi medio muerto, víctima de una pancreatitis, dolencia de la que hubo de ser operado. En plena UVI, Viñas pidió, según su propio testimonio, un ordenador para finalizar el artículo. De haber fallecido, hubiera sido su contribución póstuma a la causa del antifranquismo. Hasta ahí llega su fanatismo. En una entrevista concedida a su amigo el periodista Juan Cruz, afirma: “Tres meses después llamé a la editorial: quería retocar ese texto, ¡porque lo había escrito en rigor mortis!”[68]. El contenido del artículo es una buena muestra de la mentalidad de este sujeto y de su peculiar forma de hacer historia. Incluso en una página del libro escribe: “Ja, ja”[69] como diciendo: “Franco, ya te tengo, te he cogido, esta vez ya no te me escapas”. Viñas hace referencia a lo que denomina “contratos romanos” de los monárquicos alfonsinos, encontrados en el archivo de  Pedro Sainz Rodríguez,  con la Italia fascista, de cara a conseguir material de guerra para el golpe de Estado y la previsión de una contienda prolongada en el tiempo. Según el historiador madrileño, estos contactos demostrarían que el conflicto español no era endógeno, sino que confluía en “factores operativos externos de gran calado”[70]. Sin embargo, lo que Viñas no demuestra es, como señala Jesús Salas,  que esos contratos fuesen, en realidad, efectivos. Y es que ni Franco ni Mussolini los conocían. El Duce no tenía constancia de su contenido y tuvo, en un primer momento, una actitud negativa a conceder ayuda militar a los rebeldes[71].

Pero no es solamente Salas Larrazábal quien desmiente las pretensiones de Viñas; es un historiador de izquierdas como Ismael Saz Campos, experto en las relaciones entre la Italia fascista y la II República, quien sostiene las mismas conclusiones que el general-historiador: “Con todos los respetos, entendemos que no hubo tales compromisos. Primero, por la suerte misma del rapport de Goicoechea. Como analizamos en otro lugar, este reconocía en una supuesta entrevista con Ciano, el 25 de julio, que no había habido ayuda previa porque el portador de la información, Carpi había sido retenido en la frontera. Segundo, porque el mismo Carpi, ya en 1942, realizando gestiones en Roma para lograr el apoyo italiano a una restauración de la Monarquía presentó –para hacer valer la larga colaboración con Mussolini y los monárquicos españoles- los documentos relativos a los acuerdos de marzo de 1934 y no ninguno relacionado con la conspiración de julio de 1936-. Finalmente, porque carecería de sentido que Mussolini negase con una mano la ayuda que se le solicitase unos días antes del golpe y en los primeros días que le siguieron  hasta el cambio de actitud hacia 27 de lo que había concedido con la otra”[72].

Por supuesto, Viñas califica a la derecha monárquica de “fascista”. En concreto, José Calvo Sotelo era un político “criptofascista”[73]. Algo que, como casi todo lo suyo, me parece enormemente superficial. En realidad, Calvo Sotelo se interesó por el modelo fascista italiano de economía dirigida y corporativismo social. Este interés no era producto de una mera improvisación, sino fruto de su interpretación de la crisis del capitalismo liberal posterior a la Gran Guerra, algo que podemos ver en sus escritos de la etapa maurista y primorriverista. Sin embargo, Calvo Sotelo rechazó el modelo económico fascista, que consideraba excesivamente intervencionista. En ese sentido, estimaba que Roosevelt veía la situación económica con mayor acierto. Además, Calvo Sotelo nunca compartió las políticas populistas de Mussolini, ni la instauración de un partido único. Su perspectiva más bien autoritaria y tecnocrática le aproximaba a un Oliveira Salazar, pero con Monarquía[74]. Y es que Viñas cree que la Italia fascista ejerció desde los años veinte una  gran “fascinación sobre una parte de la derecha que no se conformaba con planteamientos arcaizantes”[75]. Creo que mis estudios sobre las derechas españolas demuestran lo contrario[76].

Con tan poco conocimiento de causa, Viñas atribuye, en ese mismo sentido, una militancia filonazi al escritor Eugenio Montes y al fundador de las JONS Ramiro Ledesma Ramos[77]. En el primero de los casos, hubiera bastado con leer las crónicas de Montes en ABC sobre el nacional-socialismo para sostener lo contrario. Montes nunca fue simpatizante del régimen nazi, ni tan siquiera fascista; era un conservador tradicional, muy criticado, por cierto, por Ledesma Ramos[78]. En el segundo, basta con la lectura de la obra del fundador de las JONS, en la que el factor racial brilla por su ausencia, para desestimar la apreciación de Viñas. Ledesma era fascista, pero no nazi. Según han señalado expertos en el fascismo como Zeev Sternhell, Stanley G. Payne o Renzo de Felice, esta distinción resulta esencial, porque fascismo y nazismo son dos mundos políticos, culturales e ideológicos muy diferentes[79]. En definitiva, no pondremos a Viñas en la lista de los sociólogos, historiadores de las ideas o los politólogos; tan sólo en la de los polemistas superficiales.

A su entender, ni  la situación del orden público, ni la violencia ejercida contra la Iglesia católica y sus símbolos religiosos, ni los movimientos nacionalistas en Cataluña, el País Vasco y Galicia podían “justificar” la rebelión del 18 de julio de 1936. El único motivo real, a su juicio “inconfesable”, fue la oposición a todas las reformas políticas, sociales y culturales, en particular la agraria[80]. A ese respecto, Viñas banaliza, por ejemplo, el sentido de la revolución socialista de octubre de 1934, que, a su entender, no fue “más que un chispazo obrero (sic), esencialmente local, en el marco, eso sí, de una estrategia que pretendía impedir que la CEDA (un partido crecientemente escorado hacia la derecha) entrara en el gobierno”. Y continúa: “La dinamita de los mineros hizo milagros y escabechinas (sic)”. El profesor universitario de clase media fascinado por la violencia proletaria y revolucionaria, un fenómeno muy viejo y de consecuencias políticas y sociales desastrosas.  En definitiva, lo considera, con su habitual dogmatismo, “irrelevante”[81]. Así escribe Viñas no la historia, sino “su” historia. Inútil hacer comentarios. No deja de resultar irónico que Tuñón de Lara, por quien Viñas dice sentir veneración discipular, sostuviera que octubre de 1934 supuso nada menos que “una verdadera revolución obrera, la primera revolución socialista en España”[82]. Por su parte, un historiador de la independencia y profesionalidad de José Álvarez Junco afirma: “La izquierda intentó entonces un asalto al poder al modo leninista, tirando por la borda las reglas del juego democrático”[83].  ¿Por qué niega Viñas la transcendencia de los sucesos de octubre de 1934?. Simplemente, porque en el fondo cuestiona los fundamentos de su relato histórico, su “voluntad de verdad”.

Sin embargo, Viñas permanece imperturbable en su discurso. Nunca rectifica; tampoco razona; como veremos, sólo insulta. Ni por un momento se ha preguntado, por ejemplo, sobre la limpieza del resultado electoral de febrero de 1936; algo que ha sido elocuentemente puesta en duda en investigaciones recientes[84].

Ciertamente, según Viñas, el gobierno salido de las elecciones de febrero de 1936 fue desbordado por la efervescencia de las masas, pero la culpa recaía, a su juicio,  en los gobiernos anteriores de la derecha y sus políticas antirreformistas[85]. A lo que se ve, habrían tenido que seguir, según él,  el programa de sus adversarios.   Y dice: “Por supuesto, una gran parte de la izquierda tenía un discurso radical, pero no lo llevó a la práctica. Hay que distinguir entre retórica y acción. Algunos poco menos que confunden la primera con la segunda”[86]. Aquí pueden percibirse una vez más las insuficiencias de Viñas como historiador.  Y es que no hay la menor duda de que existieron muy graves desórdenes, asesinatos políticos y ocupación ilegal de tierras, pero es que ¿acaso el lenguaje no contribuye, además,  a crear la realidad política?. Según el gran historiador del pensamiento político John A.G. Pocock, los actos políticos son verbalizaciones y las verbalizaciones son en sí mismas actos políticos. Y ello porque las intenciones de una acción se muestran a través de las palabras y la verbalización es inmediatamente performativa, es decir, una verbalización que es en sí misma acción. Por ello, para Pocock, una acción política legítima es aquella que preserva una estructura de comunicación de doble sentido, es decir, en la que hay posibilidad de réplica, porque los sentidos del lenguaje no han sido completamente monopolizados. Esta es la condición de la existencia de la libertad política. Frente a ello, existe un modelo unidireccional de usar el lenguaje en el que actos performativos de poder definen su entorno desde un modo que no cabe ninguna réplica. En opinión de Pocock, el lenguaje revolucionario no es conciliable con este modo de entender el juego lingüístico, ya que se define al otro de un modo que no admite réplica; y es, por lo tanto, incompatible con la democracia[87].  Por lo visto, tampoco incidieron en la dinámica político-social del momento, según se deduce de la narración de Viñas, las quemas de conventos, la ocupación ilegal de tierras, las huelgas permanentes, la quiebra del principio de autoridad,  etc. “Sin novedad señora baronesa”, que se cantaba entonces. Y es que si no somos capaces de reconstruir el universo simbólico de la época, el análisis histórico resultará fallido.

Ni que decir tiene que Viñas comparte al ciento por ciento la discutible tesis de su amigo Paul Preston sobre la existencia de un auténtico proyecto genocida por parte de los franquistas para acabar con las izquierdas a lo largo de la guerra civil[88]. A su entender, todo aquel que no comparta dicha tesis resulta ser simpatizante o partidario de “los numerosos descendientes del pacto de sangre que militares felones cerraron con sus bases sociales, ya fuesen clase alta (particularmente Andalucía, Extremadura, Salamanca y Rioja, es decir, la oligarquía agraria) o con sus adláteres de las clases medias y de servicio”, o “con los que crecieron en los loores a una cohorte de guerreros sanguinarios contra su propio pueblo  y que constituyeron la espina dorsal del Ejército y de la Guardia Civil de Franco”, o de “una jerarquía católica neointegrista que a veces recuerda a la de los años treinta, con su incapacidad para separarse de las verdades de Trento”[89].

En opinión de nuestro autor, la guerra civil española fue la antesala de la II Guerra Mundial, algo que considera “absolutamente indiscutible”: “La guerra civil española fue una de las primeras manifestaciones del asalto fascista al poder por las armas en un país europeo”[90]. Una tesis que no resiste un análisis histórico riguroso. Más que el primer episodio de la II Guerra Mundial fue uno de los últimos coletazos de la Gran Guerra. En rigor, fue una guerra civil revolucionaria/contrarrevolucionaria, de las mismas características que las que marcaron toda una época desde Rusia y Finlandia en 1917/1918 hasta Grecia en 1949[91]. No pocos de los sectores sociales que habían apoyado a Franco durante la guerra civil, fueron enemigos de Hitler a lo largo del conflicto mundial[92].

La victoria del bando nacional –que él denomina tan sólo como “franquista”, como si todos los que militaron en sus filas hubieran sido incondicionales de Francisco Franco[93]– fue consecuencia de la ayuda material de Italia y de Alemania, muy superior a la recibida por la República de manos de la Unión Soviética y otros países. Algo que ha sido elocuentemente puesto en duda por Lucas Molina, Rafael Permuy y Jesús Salas Larrazábal. Estos autores reprochan a Viñas sus “escasos conocimientos en el tema militar, tanto del material terrestre, naval o aéreo como del desarrollo de las operaciones bélicas”, y, sobre todo, su presunción de estar en “posesión de la verdad absoluta”. Para Molina y Permuy, el material suministrado por la URSS al bando revolucionario, al que es preciso añadir el que compró en otros países, fue superior, en los primeros momentos del conflicto y aún después, al suministrado por Alemania e Italia. Los autores aportan numerosos y fundados cuadros estadísticos a la hora de demostrar sus argumentos y las falacias del historiador madrileño. Igualmente afirman que es preciso tener en cuenta que, hasta 1937, la fabricación de armas por parte del bando frentepopulista en las fábricas de material de guerra de Trubia, Sestao y Reinosa, y que cuando la República perdió el frente norte la suerte de la contienda estaba echada. Para ambos autores, lo que marcó la diferencia fue el mejor empleo del material en el campo de batalla[94].

La derrota revolucionaria, además, según Viñas,  consecuencia de la “traición” de las democracias francesa y británica y de la política de “no intervención”[95].  Una interpretación enormemente discutible desde el punto de vista de las relaciones internacionales, y que resulta en el fondo ahistórica y moralizante. Como señaló el siempre lúcido Raymond Aron en sus Memorias acerca de la posición del gobierno francés ante el estallido de la contienda española: “¿Puede el jefe de un gobierno democrático comprometer a su país en una acción que lleva aparejado un riesgo de guerra y que la mitad del país no considera acorde con el interés nacional?”[96]. Por otra parte, ¿era homologable un gobierno, como el presidido por Francisco Largo Caballero, compuesto por socialistas revolucionarios, comunistas y anarquistas, con cualquier gobierno demoliberal de la época?. Y es que el antifascismo de los representantes de la República era revolucionario y fue incapaz de conseguir el apoyo de los antifascistas liberales, conservadores o socialdemócratas[97].

La España republicana tuvo que luchar, así, no sólo contra sus enemigos españoles, sino contra Alemania, Italia y Gran Bretaña. Según Viñas, la República sobrevivió únicamente “gracias al entusiasmo y la esperanza de una parte sustancial del pueblo español”[98]. Sólo le ha faltado evocar las gestas de Sagunto y Numancia. A falta de razones sólidas, Viñas desdeña  las tesis de Michael Seidman sobre la superioridad administrativa y organizativa del bando nacional como clave de su victoria en la guerra civil[99]. A su entender, a Franco se lo dieron todo hecho alemanes e italianos: ”El efecto de no disponer de abundantes latas de sardinas (sic), no admite comparación con la inhibición y el terror que desataban los bombardeos sistemáticos y terroristas de los aviones fascistas o las acometidas de los Messerchmitt”[100]. Como de costumbre, Viñas tiende a banalizar los temas.  Claro está que tampoco menciona el elevado número de desertores que se produjo entre los republicanos[101]. De la misma forma, compara las represiones de ambos bandos, señalando, como ya lo habían hecho los representantes del bando revolucionario, el carácter espontáneo de la republicana y el institucionalizado de la nacional[102]. Algo cuando menos discutible[103]. A ese respecto, Viñas no duda en banalizar las matanzas no sólo de Paracuellos del Jarama, sino las del clero católico. En el caso de Paracuellos, según nuestro autor, el énfasis en la matanza sirve para resaltar el “terror rojo” y para ocultar la represión franquista[104]. Y es que la República fue, a lo largo del conflicto, un régimen democrático[105]. Lo que no le impide afirmar que ignora el “rumbo que hubiera seguido España en el caso de una victoria bélica de la República”[106].

Frente a la matanza de Paracuellos del Jarama, Viñas y su  acólito Reig Tapia hacen referencia a “miniParacuellos” y “maxiParacuellos”, por ejemplo, en Cantabria[107]. Sin embargo, como señala Julius Ruíz, estos planteamientos delatan “su convicción de que tratar de explicar la peor atrocidad republicana de la Guerra Civil significa en cierto modo exculpar los crímenes de Franco[108].  Viñas siempre ha atribuido la matanza al denominado “vector soviético”[109]. Otros investigadores, como el propio Julius Ruíz,  ven la mano de los antifascistas españoles[110]. En un sentido muy próximo al historiador escocés, Pablo Sánchez de León acusa a Viñas  no ya de “revisionismo”, sino incluso de “un cierto negacionismo”. Y es que “en su afán por salvar la imagen de la República en guerra, arremete de forma recurrente contra determinadas fuerzas políticas dentro del bando republicano –especialmente la CNT, de orientación anarcosindicalista, y el POUM, un partido marxista revolucionario-, a los que endosa el grueso del ejercicio de la represión sobre los civiles acusados de traidores o quintacolumnistas, colaboradores del triunfo enemigo”. “En cambio, se muestra mucho más comprensivo y complaciente con las actividades de otros colectivos y organizaciones leales a la causa del Estado republicano, sobre todo el PCE y los delegados soviéticos en España enviados por Stalin- El problema de este enfoque es, en el intento de negar la implicación de las autoridades e instituciones  republicanas  en actividades represivas, Viñas llega a rebajar la relevancia de las masacres ocurridas en ese bando”[111].

Viñas no se ocupa demasiado del carácter y las consecuencias de la persecución religiosa en la zona republicana. A lo sumo llega a decir que era lógico que la Iglesia católica hubiese quedado “traumatizada” por el número de sus muertos. Faltaría más.  No obstante, reprocha a algunos historiadores eclesiásticos que hagan referencia a la “persecución republicana” en tiempos de paz. Como si la quema de conventos, la pasividad  de las autoridades republicanas ante esos hechos,  la legislación anticlerical y los sacerdotes muertos durante la revolución de octubre de 1934 no hubiesen existido. A Viñas lo que le interesa analizar es el contenido de la Carta colectiva del episcopado, redactada por el cardenal Gomá, a la que califica sin rebozo de “documento de guerra política” y de “documento basura”, reflejo, según él, de “las percepciones, las obsesiones y la paranoia de su principal e integrista autor”. “Los aspectos pseudoteológicos no nos interesan. Son indigeribles”. Insiste, además, en que cuando la Carta fue escrita y publicada la persecución del clero era “ya historia”, dado que “un católico a marchamartillo como Manuel Irujo era el Ministro de Justicia”[112]. Tan sólo una pregunta, ¿existió libertad religiosa en la España republicana?. Para los católicos, creo que no.

Su “héroe” es Juan Negrín López, a quien no duda en comparar con Charles de Gaulle y Winston Churchill[113]. Claro que luego, en una entrevista, reconoce que tal equiparación resulta exagerada[114].  No se aclara el docto erudito. En cualquier caso, Viñas siente una extraña fascinación por la figura de Negrín, a quien considera poco menos que una especie de superhombre político: “Frente a  los errores de Azaña en términos de gestión, Negrín no cometió ningún error irreparable (…) a Negrín no le asusta la Historia (…) Negrín no tiene miedo de la Historia. Quienes quizás si lo tienen son los vencedores y sus descendientes. De otra forma, no se explica su comportamiento”[115]. Así, pues, Juan Negrín, sin pecado concebido. Luis de Galinsoga y Joaquín Arrarás fueron mucho más cautos a la hora de enaltecer la figura de Francisco Franco. Mi pesimismo antropológico y el realismo político que profeso me impiden creer en tales supercherías. ¿No tuvo nada que ver Negrín en la represión ocurrida en el propio bando republicano?. ¿Acaso no aspiró a la constitución de un partido único y fracasó en el intento?. ¿Qué ocurrió con la ayuda económica a los exiliados republicanos?. ¿Y el tesoro del yate Vita?.  ¿Fue o no corrupto económicamente?.  ¿No son los dirigentes, según dice Viñas con respecto a Franco, políticamente responsables de los actos de sus subordinados?. En concreto, Viñas, estima que Negrín obró sabiamente al tratar de prolongar la guerra española hasta que estallase el conflicto internacional, lo que, de haberse logrado, hubiera salvado el régimen republicano. Lo que les impidió lograrlo fue la “traición” del coronel Casado, del socialista Julián Besteiro[116] y del anarquista Cipriano Mera. Esta “traición” hundió, además, todas las esperanzas de salvar los cuadros republicanos[117]. Una mera especulación, ya que las alternativas eran muy limitadas.

Igualmente, celebra los intentos del dirigente republicano de construir una especie de partido único, con el PCE y el PSOE. Y es que, según él, “no tenía por qué parecerse a las condiciones partidistas que la URSS impondría muchos años más tarde en las futuras <democracias populares>”. Lejos de ello, nuestro autor lo relaciona nada menos que con el general De Gaulle: “Lo que Negrín quería era desarrollar una plataforma política que superase las luchas internas que desgarraban al Frente Popular. Lo hizo el general De Gaulle, en el crisol de la Segunda Guerra Mundial con una auténtica refundación de la III República  francesa. Después de 1944/1945 restaurar la III República no era posible. Tampoco Negrín pensaba que sería factible volver al viejo parlamentarismo. En cualquier caso no se trata de un disparate. Negrín simplemente se adelantaba a su tiempo. Como en tantas otras ocasiones”[118]. Lo dicho: Negrín, como Stalin o Mussolini, siempre tiene razón.  Además, Viñas es juez y parte, ya que preside el comité científico de la Fundación Juan Negrín, que fue constituida en febrero de 2014. Junto a Viñas, forman parte de la comisión los historiadores Ricardo Miralles, Helen Graham, Gabriel Jackson y José Miguel Pérez, secretario general de los socialistas canarios[119]. Viñas reprocha a Luis Suárez haberse convertido en el “von Ranke del franquismo”[120]; pero él incurre en ese supuesto vicio a la hora de ejercer una apología acrítica de Juan Negrín. Viñas es el von Ranke de Negrín y del bando revolucionario. Otros lo consideran el “Arrarás del siglo XXI” de la izquierda[121].

A su modo, Viñas contribuyó, en la etapa de José Luis Rodríguez Zapatero, a la radicalización ideológica del PSOE, al propiciar la rehabilitación del propio Negrín y de treinta y cinco militantes socialistas expulsados del partido, entre los cuales destacan los nombres de Julio Álvarez del Vayo, largocaballerista, procomunista, admirador de Mao Tse Tung y fundador de la organización terrorista Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico; Ramón González Peña, uno de los dirigentes de la revolución socialista de octubre de 1934; y Ángel Galarza Gago, ministro de gobernación durante las matanzas de Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz. Celebrando dicha decisión, Viñas dijo en la prensa: “La reconstrucción documentada del pasado siempre triunfa. El PSOE ha tenido un acierto político y de dignidad”[122].

  1. El régimen de Franco como aberración histórica.

Para Viñas, todos los defectos y horrores se concentran en la figura de Francisco Franco, arquetipo de la maldad y, al mismo tiempo, de la mediocridad.  Viñas configura un Franco de pesadilla y, a la vez, grotesco.  Así, en una entrevista, dirá: “Franco o era gallego (sic), o era idiota, o no tenía ni idea de política exterior”[123]. Y es que Franco obstaculizó la liberación de José Antonio Primo de Rivera; propició el asesinato del general Amado Balmes; fue filonazi y económicamente corrupto; alargó conscientemente la guerra para matar más y mejor; acabó con el reformismo republicano; y su aportación a la modernización de la sociedad española fue mínima, por no decir nula. En realidad, esas transformaciones tuvieron lugar no gracias, sino a pesar de Franco y su régimen político. Claro que, al final, la realidad se impone; y el propio Viñas, bien es verdad que a regañadientes, tiene que reconocer los progresos experimentados por la sociedad española durante el franquismo: “El plan de estabilización y liberación permitió, tras un compás de espera, un rápido crecimiento económico que, aunque distribuido desigualmente en términos personales, sociales y regionales, suavizó las lacras del subdesarrollo y facilitó la posterior evolución hacia una economía más acorde con el juego del mecanismo de mercado, metas todavía lejanas cuando falleció Franco. A posteriori, amamantó la leyenda del creador del <milagro económico> que aún perdura. Forma parte de toda mitología hacer de la necesidad virtud. Y las virtudes no tardaron en identificarse: había que llegar a los mil dólares de renta percápita, había que desarrollar el <Estado de obras>. ¡Ah! Y no debía tocarse a lo político”[124].

En su  obra La otra cara del Caudillo, Viñas trata de demostrar, contra no pocas racionalidades y evidencias, frente a Juan José Linz, que el régimen de Franco fue un régimen totalitario fascista, muy influido por el nacional-socialismo alemán, sobre todo por el Führerprinzip. En el texto, Viñas llega a escribir “¡Heil Franco!”[125] Viñas cae así no sólo en la caricatura, sino en lo que el historiador Michel Winock ha denominado “fascismo protoplasmático” o “panfascismo”, es decir, la identificación sin más con el fascismo de cualquier régimen o grupo político de derecha nacional o de extrema derecha[126]. Por supuesto, no lo demuestra, porque no es un especialista en ciencia política e historia de las ideas. Entre otras cosas, nos “descubre” que el régimen de Franco fue una dictadura, algo que ya habían señalado algunos pensadores oficiales del franquismo como Rodrigo Fernández Carvajal, que lo definió como “dictadura constituyente y de desarrollo”, lo que fue aceptado, entre otros, por Gonzalo Fernández de la Mora[127]. No deja de ser un tanto significativo que Viñas recurra, a la hora de definir el Führerprinzip, ¡a wikipedia! [128]. Un historiador que presume de políglota debería haber consultado la bibliografía europea, y en concreto alemana,  sobre el tema.  Lo de wikipedia debe ser quizá otra forma bastante peculiar de llegar a la “evidencia primaria relevante”. Y es que Viñas no parece tener idea de lo que, en realidad, significaba el Führerprinzip. Un politólogo de la talla de Julien Freund –discípulo de Raymond Aron y de Carl Schmitt, y combatiente en la Resistencia  frente al nazismo- afirmó que, para Hitler y los suyos, el Führer “era” el Derecho[129]. El caudillaje de Franco no tenía como fundamento ese decisionismo radical, sino el iusnaturalismo católico. Franco era, como aparecía en las monedas de la época, “Caudillo por la Gracia de Dios”; lo que suponía unos límites claros a su capacidad de decisión.  Esta distinción es, a mi juicio, capital. Sin embargo sospecho que a Viñas quizás le suene a música celestial.

En cualquier caso, creo que un galimatías semejante como el elaborado por Viñas en La otra cara del Caudillo debería acabar con el capital simbólico de cualquier profesional de la historia que se precie[130]. Sin embargo, en este como en otros aspectos, Viñas nunca defrauda a sus incondicionales. Si bien a la hora de reivindicar a Negrín, no ahorra críticas a las memorias de sus enemigos como Jesús Hernández o Indalecio Prieto, cuando se trata de Franco todo vale. Viñas cree a pies juntillas los testimonios de antifranquistas de derechas tan notorios como Pedro Sainz Rodríguez  o de Eugenio Vegas Latapié. Aquí no caben dudas; todo está tenebrosamente claro. Incluso ha editado y prologado las memorias del diplomático Francisco Serrat Bonastre, Salamanca 1936, con el sólo objetivo de fundamentar sus prejuicios antifranquistas. Ni por un momento duda de las veracidad de sus alegatos, que ilustran, a su buen entender, los “ejemplos de caos, improvisación, desidia, combates corporativos y de competencias y falta de interés en las alturas”; y que “advirtió muy temprano la incapacidad de Franco, al menos en ciertos ámbitos no relacionados directamente con la conducción de la guerra”. “Franco se distraía y se daba a la charleta. No estaba volcado en la tarea de gobernar (…) También fue incapaz Franco de poner orden en el batiburrillo, o patio de Monipodio, que parece haber sido el Cuartel General de Salamanca”. “Estamos en las antípodas de las afirmaciones corrientes en la literatura sobre el inmarcesible genio de Franco”[131].

Mención aparte merece el tema del supuesto “asesinato” del general Amado Balmes ordenado por Franco. Esta acusación fue ya sostenida por Vilas, en un primer momento, en su libro La conspiración del general Franco y otras revelaciones acerca de una guerra civil desfigurada. Aquí nos encontramos con una historia detectivesca, donde Viñas se convierte en Sherlock Holmes y Franco en el profesor Moriarti. Según Viñas/Sherlock –o Sherlock/Viñas-, Franco fue el inductor del asesinato y señalaba como autor material a un oficial de la guarnición, del que se negó a dar el nombre por temor a una querella de los herederos. Gracias al asesinato de Balmes, Franco encontró una excusa para trasladarse a Gran Canaria, donde le esperaba el Dragon Rapide encargado de trasladarle a Marruecos. Y es que Balmes era un militar civilista contrario al golpe de Estado[132] .

Sin embargo, no parecía estar seguro de su tesis, ya que, al ser preguntado por el periodista Juan Cruz, sobre los fundamentos reales de tal acusación Sherlock/Viñas se irritó y dijo: “¡es un asesinato con premeditación y alevosía!”[133].

Para colmo, el historiador Moisés Domínguez publicó un libro titulado En busca del general Balmes, en cuyas páginas criticaba las tesis de Viñas, aportando documentos inéditos como la autopsia y el acta de defunción del militar[134]. Por su parte, Stanley Payne y Jesús Palacios no han dado excesiva importancia al tema: “No hay ninguna prueba directa y concluyente que sustente esta teoría de la conspiración, por lo que el asunto sigue siendo objeto de discusión y debate. Y si Balmes hubiera intentado oponerse a la rebelión sencillamente habría sido eliminado o neutralizado por sus subordinados”[135].

Naturalmente, una persona como Viñas no podía permanecer callado ante semejante desafío, sobre todo el de Moisés Domínguez, a quien no duda en calificar de “aficionado a la historia”[136]. Recientemente, ayudado por sus amigos Miguel Ull Laita –piloto- y Cecilio Yusta Viñas –médico-, el historiador madrileño ha publicado la obra El primer asesinato de Franco, en cuyas páginas pretende fundamentar con mayor solidez sus tesis anteriores. La conclusión del libro era, por otra parte, la esperada: los documentos aportados por Domínguez  están manipulados, sobre todo la autopsia, pues la fecha es incorrecta y ciertos términos empleados en su redacción no son para nada normales en medicina. Mientras el piloto, se encarga de describir la trayectoria del Dragon Rapide, su asesor médico afirma que los datos de la autopsia no son correctos y que todos los indicios demuestran que Balmes no fue víctima de un accidente de práctica de tiro, sino que apuntan “a que el disparo provino de alguien situado en su proximidad y no del arma que manipulaba”. Sin embargo, el doctor no debe sentirse del todo seguro ya que demanda la exhumación de los restos mortales del general para verificar su tesis y la falsedad del “sedicente informe”[137].  Conjeturo que un médico neutral o de ideología diferente a la de Cecilio Yusta Viñas sostendría lo contrario. Y es que el último libro de Viñas se mueve nuevamente en la construcción de una monumental conjetura.  En el fondo, como en otros libros suyos, los fundamentos resultan muy endebles. Se trata de suposiciones a menudo gratuitas y simples deducciones basadas en el a priori de la mano asesina de Franco. En principio, Viñas/Sherlock es incapaz de darnos un retrato y una biografía de Amado Balmes, y concluye que “no se conoce mucho” de su trayectoria vital. Sin embargo, rechaza, sin dar ninguna razón de peso y, sobre todo, sin evidencia empírica alguna, que existiera una “amistad profunda” con Franco. Y dice: “Fue, como tantos otros, leal a la Monarquía. Nada hace pensar que no hubiese permanecido fiel a la República. Todo lo que se dijo después se destinó a enmascarar su asesinato. Ahora bien, no quiero con ello decir que se tratara de un republicano delirante”. Tampoco cree que su amistad con Manuel Goded  “significase demasiado”. ¿Por qué?. Viñas no sabe apenas nada de Balmes, pero señala, de nuevo sin evidencia empírica, que “siendo amigos estaban muy alejados el uno del otro”[138].

Pero donde Viñas llega al colmo de la inanidad intelectual y de la ignorancia histórica es cuando alega que un descendiente del filósofo Jaime Balmes, como era el general, no podía ser partidario, a semejanza de su antepasado, de la intervención de los militares en la política[139]. Sin embargo tal aserto genealógico no sólo no prueba absolutamente nada, sino que es falso. Ciertamente, el filósofo vicense fue muy crítico con la actuación política de las Fuerzas Armadas, en las que veía el principal sostén del régimen liberal que detestaba. Su objetivo era la alianza de los carlistas y de los moderados autoritarios del marqués de Viluma para la instauración de un régimen monárquico autoritario. En ese sentido, veía a Narváez y Espartero como diques a ese proyecto. Sin embargo, según demostró el Padre Ignacio Casanovas en su biografía de Balmes con una carta de éste al marqués de Viluma, el sacerdote y filósofo no dudó en entrevistarse y sondear al general Manuel Bretón, conde de la Riva y de Picamoixons, y capitán general de Cataluña, para llevar a cabo su proyecto político[140].  Siguiendo la lógica de su relato, recurre a los testimonios de Guillermo Cabanellas –hijo del general Cabanellas y muy adverso a Franco- y de Jesús Pérez Salas, aunque reconoce que “éste, exiliado en Méjico, sin fuentes, no dio mucho detalles y cometió errores”[141]. Incluso llega a decir que el propio Franco reconoció el asesinato, si bien “en circunstancias misteriosas”, según la narración de una conversación inserta en el libro de José María Iribarren, Con el general Mola, luego censurado[142]. Algo que, para cualquier investigador mínimamente competente, no resulta en absoluto probatorio. ¿Recogió de forma ajustada la información el periodista?. ¿Era un rumor?.  ¿A qué se refería Franco cuando hablaba de “circunstancias misteriosas”? ¿Quizá a un atentado de la izquierda?.  ¿Por qué fue censurado el libro?. La opinión de Viñas/Sherlock resulta elusiva y nada concluyente. Incluso recurre nada menos que al “sentido común”. Y es que, según Sherlock/Viñas, “la ausencia de información documentada no constituye un obstáculo para nuestra argumentación”[143].

Y, en fin, como una muestra más de su método “empírico”, hace referencia a una “entrevista secreta” entre Balmes y Franco. En ese caso, tampoco existe evidencia empírica relevante, sino la “tradición oral”, eso sí, con “fuentes orales que nos merecen toda confianza”. Claro que, reconoce Viñas, el problema es cómo interpretarla y contextualizarla adecuadamente; y reconoce que es “imposible saber cómo reaccionó Balmes”. Según esa “tradición oral de toda confianza”, Balmes tenía “un gesto adusto”. Viñas cree –pues es cuestión de fe- que la conversación fue “un tanto encrespada”; que “con toda seguridad (¡sic!)”, Balmes dio una respuesta dilatoria y enervante. O, siendo un hombre enérgico también, haber dicho que no se sublevaría”[144]. Y ya en el colmo, en el libro aparece una foto de Balmes junto a Franco y otros oficiales, y al píe un comentario: “Caras serias en un grupo de generales, jefes y oficiales durante la crucial visita de Franco a Las Palmas. No se aprecia un ambiente de cordialidad. Balmes, reglamentariamente, aparece en un plano algo detrás de Franco”[145]. Al fin, Viñas reconoce “no haber encontrado constancia de una orden que determinara el asesinato”; pero juzga  que es “innecesario señalar que tal tipo de instrucciones no suelen darse por escrito”; quizás, señala Viñas, la orden proviniese “de una persona interpuesta, pero con autoridad suficiente”; y apunta al general Orgaz[146]. Nuevamente, no se atreve a denunciar al supuesto autor material del “asesinato”, porque, según él, “el nombre no es lo más importante”; lo fundamental es “¿quién se benefició de ello?”[147]. Y es que aquí Franco no es “tonto” ni “gallego”, sino que alguien que “demostró una más que notable competencia”[148].

Y es que, en fin, como señala el historiador canario Ramiro Rivas García –autor del libro Tenerife 1936. Sublevación militar, resistencia y represión-: “En relación con la hipótesis del asesinato, mientras no se demuestre lo contrario, a pesar de los libros y de la rumorología popular, no hay ni el más mínimo indicio fiable ni documentación de ningún tipo que avale que Balmes fue asesinado. Amado Balmes estaba probando en el campo de tiro unas pistolas, en concreto para facilitárselas a los escuadristas de Falange, para que esos jóvenes no llevaran <cacharros> el 18 de julio cuando participara en el golpe de Estado”. ¿Por qué decimos que no hay nada. Entre otras muchísimas cosas por lo chapucero del acto. Si fue un asesinato como asesinato es un acto muy mal planificado y muy mal terminado. En primer lugar, dejan a Balmes vivo, es tratado por médicos, lo ve muchísima gente en la casa de socorro y en el hospital. El cuerpo de Balmes es visto por miles de personas que van a su capilla ardiente. No son creíbles los motivos que se alegan para señalar su muerte como un asesinato. Viñas no aclara quien es el asesino, porque en realidad no tiene ninguna prueba”. Para Rivas, Balmes era “un militar monárquico reaccionario, con relaciones cordiales con Franco y subordinado de este, y era el militar que iba a ser dejado por Franco como comandante militar del Archipiélago cuando él emprendiera vuelo en el Dragon Rapide. Por lo demás, el general Amado Balmes Alonso era un militar que había sido maltratado por la República”[149].

Como hemos tenido oportunidad de ver, los alegatos de Viñas son absolutamente radicales y unilaterales; y, por tanto, distan de ser convincentes. Al revés que Viñas, no creo que nadie sea ciento por ciento malo; y, desde luego, tampoco Francisco Franco. Su figura puede resultar más o menos atractiva, como la de todo personaje histórico; pero el monolitismo condenatorio no lo explica. Hace falta un esquema polivalente y matizado, como el defendido por Renzo de Felice y sus discípulos a la hora de analizar el fascismo y la figura de Mussolini o Payne/Palacios para el propio Franco[150].

Con respecto a la llamada Transición, Viñas no la considera un proceso político digno de alabanza, ya que, según él,  silenció la memoria histórica de los vencidos. A ese respecto, Viñas relativiza el rol de Juan Carlos I a lo largo de aquellos años. El monarca no hizo, a su entender, otra cosa que “saldar la deuda histórica con la sociedad española y cumplir con su deber”. “Es más –dirá-: se vio impelido a ello por falta de alternativas”[151].

  1. Epílogo para un alma insatisfecha y radicalizada.

Por último, hay que destacar en la producción historiográfica de Viñas, la ausencia total y absoluta de fair play. En rigor, Viñas no es un hombre de ideas, sino, como diría Ortega y Gasset, de creencias[152], o, mejor dicho, de prejuicios. Su modo de expresión es provocativo y pretende afirmarse destruyendo la posición del contrario. Un análisis de su lenguaje haría las delicias de John Pocock. Se trata de un lenguaje de carácter bélico, cuyas palabras más usadas y llamativas son las de “destrucción” y “demolición”. Viñas parece verse como el conductor de un T-26 que arrolla y aplasta a sus enemigos.  Hubo un tiempo, sobre todo en los siglos XVIII y XIX, en que la historia estaba ligada directamente al campo literario, a la historia como obra de arte. Todavía hoy podemos leer con fruición a Gibbon,  Ranke,  Taine, Renan, Michelet o Menéndez Pelayo, aunque no estemos de acuerdo con sus planteamientos. El estilo de Viñas es, por el contrario,  deliberadamente tortuoso, plúmbeo y reiterativo. Desde luego, no podemos experimentar, a través de su lectura, lo que Roland Barthes denominaba el “placer del texto”[153]. Más bien todo lo contrario; produce cansancio y, al mismo tiempo, melancolía y tedio. Leemos sus libros por un penoso deber profesional, no por gusto. Como hubiera señalado Ortega y Gasset, Viñas parece escribir sus libros de historia, entre otras cosas, para “el halago concienzudo a los más viejos instintos de las más típicas masas”[154]. Viñas ofrece a los antifranquistas de vez en cuando una suerte de desagravio político-espiritual, como si de una labor terapéutica se tratara.

El historiador madrileño abomina del ethos de pluralización; aspira a que en la Universidad y en el campo historiográfico sólo exista una interpretación de la II República, de la guerra civil y del régimen de Franco; por supuesto, la suya[155], es decir, la foucaultiana “voluntad de verdad”. Y es que, a su buen entender, “los españoles empezaremos a dar muestras de normalidad (sic) cuando rechacemos mayoritariamente las construcciones ideológicas del neointegrismo franquista y dejemos de sorprendernos porque la historiografía seria (sic) se mueva abrumadoramente en la dirección contraria”[156]. En el fondo, se muestra como un profeta y/o precursor del panóptico historiográfico: “La Universidad española no será un dechado de perfecciones, pero es la mejor que hasta ahora ha tenido España (sic) y se ha mostrado bastante impermeable a la aceptación de tales distorsiones, con la excepción de un grupito de autores (sic), que denuncian, a veces con malas maneras e insultos personales (sic), a quienes escriben, según ellos <historia militante>. En general, ni son especialistas de la represión ni tampoco conocen demasiadas experiencias extranjeras (…) en España habrá que seguir atentos a que universitarios de escasa fiabilidad (sic), periodistas de medio pelo (sic) y divulgadores carentes del menor sentido del bochorno (sic), no queden sin respuesta”[157]. ¿Y quiénes son los miembros de esta especie de caterva historiográfica?. Veámoslo. Sus bestias negras son, aparte de Jesús Salas Larrázabal,  Stanley Payne, Jesús Palacios,  Anthony Beevor,  Juan José Linz, Ricardo de la Cierva, Bartolomé Benassar, Burnett Bolloten, Andrés de Blas,  Arturo Pérez Reverte,  Jeremy Treglown,  Luis Suárez, Luis E. Togores, Lucas Molina,  Pablo Martín Aceña, Alfonso Bullón de Mendoza, Julius Ruíz, Pío Moa, César Vidal,  los colaboradores del libro colectivo Palabras como puños, y muchos más, la lista es larga,  a los que califica de “revisionistas”, “subnormales”, “franquistas”, “infantiles”, “integristas”, afectados por el síndrome de ansiedad, o por el “miedo a la libertad”, cuando no farsantes cuyo único interés es el dinero[158].

Es decir, que todo aquel que discrepe de sus interpretaciones o es un canalla, o es un corrupto, o es un fascista/franquista, o es un loco. Algo absolutamente intolerable. Además, deliberadamente lo mezcla todo. No distingue entre propagandistas, divulgadores y los historiadores académicos que legítimamente no concuerdan, ni tienen por qué concordar con sus discutibles opiniones. ¿Es que el señor Viñas ha llegado, por sus propios medios al “saber absoluto”?. Ya hemos visto que no; ni él, ni nadie. No deja de ser concluyente que Viñas se vanaglorie de que Jesús Salas Larrázabal no fuese nunca invitado a universidades como la Complutense, la Autónoma o la Carlos III[159]. Por lo visto, Viñas debe considerar dichas universidades como su cortijo o chiringuito. Nunca he visto exponer con tanta suficiencia y desparpajo una postura tan nítida de intolerancia intelectual. Se siente legitimado, además, para “salvar “ o “condenar” a aquellos que comulgan o no con sus planteamientos.  En su vanidad y petulancia, se permite “salvar” al novelista Arturo Pérez Reverte, tras haber sometido a un juicio sumarísimo su libro La guerra civil contada a los jóvenes, porque señala que el bombardeo de Guernica se hizo con la autorización de Franco[160]. Seguramente el escritor se ha sentido muy aliviado.

Su animadversión se extiende hacia la Iglesia católica y al Partido Popular, a los que acusa de haber constituido un “bloque de poder” -¡otra vez la palabreja de Tuñón de Lara!- en contra de la “memoria histórica” de los vencidos en la guerra civil y de la II República[161]. Este presentismo llega, en algún momento, a extremos difícilmente asumibles: “Lo que quería el gobierno radicalcedista era paralizar cualquier posibilidad de avance o, como diríamos ahora, de profundizar en la democracia. Ello se reflejó en una proyectada revisión constitucional que incluía la creación de una segunda cámara y la modificación de medidas sobre el divorcio. ¿Le suena algo esto al lector en relación con el matrimonio homosexual, el aborto o el derecho a una muerte digna?”[162].

Además, Viñas se muestra muy optimista respecto al resultado de sus trabajos historiográficos en el futuro: “Pienso –dice a Mario Amorós- que dentro de cincuenta años lo que hayan dicho los turiferarios de turno, repitiéndose unos a otros como papagayos, habrá sido desmontado por nuevas fuentes documentales. Sin ellas no hay Historia. Los camelos no sirven”[163].  Quizás Viñas es un confidente de la Providencia, algo que, al menos hasta ahora, no sabíamos. No sólo quiere controlar el pasado, sino el futuro.

En realidad, Viñas se ha convertido más en un polemista que en un auténtico historiador. Buena prueba de ello, si es que hacía falta, es el contenido del número extraordinario de la revista Hispania Nova, que ha coordinado el propio Viñas con el único objetivo de desacreditar de forma inquisitorial el conjunto de la obra del hispanista norteamericano Stanley G. Payne, en particular su reciente biografía de Franco escrita con Jesús Palacios.  Viñas ha calificado la obra de Payne de “patochada” y de “pornografía histórica”[164].  Claro que alguien que se toma en serio, como Viñas,  los estudios “culturales” de Gregorio Morán[165], no merece excesivo crédito intelectual.

Y concluimos: Ángel Viñas nos sirve como ejemplo de lo que no se debe hacer. Mientras el gran Joseph Schumpeter pedía una “historia razonada”[166], Viñas nos ofrece una historia que podríamos denominar “visceral”. No deja de ser curioso que Viñas describa, en un artículo escrito a la sazón con Alberto Reig Tapia, los rasgos que a su juicio caracterizan a la historiografía “franquista”: “denigración”, “distorsión”, “ocultación”, “confusión”, “ofuscación, “apelación a autoridades dudosas”, “sustracción de información” y “mentira”. Y concluían: “Nosotros no insultamos ni descalificamos (sic) previamente a nadie por sus ideas dentro del marco común de la democracia y la Constitución, debatimos y dejamos siempre la puerta abierta a quien, bona fide atque sine ira studio, se ajuste a la deontología inherente a los profesionales de la historia y quiera compartir con nosotros la siempre colectiva búsqueda del conocimiento (sic). Esa en nuestra única militancia (¡) . Somos civiles, ciudadanos”[167]. Como hemos tenido oportunidad, los rasgos que atribuyen a la historiografía “franquista” pueden muy bien servir para describir la forma de hacer historia del propio Viñas y de sus seguidores. En verdad, parece un autorretrato. Y con respecto a sus conclusiones sencillamente son, como hemos tenido oportunidad de mostrar,  brutalmente falsas. Por todo ello, su influencia me parece nefasta para el porvenir de nuestra historiografía.  Es un autor que carece de capacidad de autocrítica y de revisión de sus planteamientos.  Aconsejarle que abandone sus posiciones creo que resulta ya inútil. Y no sólo porque sea un hombre de prejuicios, sino porque se trata de “su” lucha, de algo que, en definitiva, ha dado y da sentido a su existencia. Quizás sin Francisco Franco no existiría Ángel Viñas, al menos tal como lo conocemos. Y es que su autobiografía podía muy bien titularse en alemán Mein Kampf gegen Franco. Esta es, en el fondo, su tragedia.

  

[1] Pierre Bourdieu, Meditaciones pascalianas. Barcelona, 1997, pp. 23 ss. Antoine Prost, Doce lecciones de Historia. Granada, 2016, pp. 35-39.

[2] Pierre Bourdieu/Roger Chartier, El sociólogo y el historiador. Madrid, 2011, pp. 44-45.

[3] José Enrique Ruíz-Domènec, El reto del historiador. Barcelona, 2006, pp. 31-34.

[4] Renzo de Felice, Rojo y negro. Barcelona, 1996, pp. 128-129.

[5] Antoine Prost, Doce lecciones de historia. Granada, 2016, pp. 222.

[6] Pierre Bourdieu y Jean Claude Passeron, La reproducción. Madrid, 2001, pp. 15-18.

[7] Joseph Gabel, Ideologies. París, 1975.

[8] Michel Foucault, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Madrid, 2012, pp. 227 ss.

[9] Michel Foucault, El orden del discurso. Barcelona, 1974, pp. 12, 44 ss.

[10] Véase Mario Amorós, 75 años después. Las claves de la guerra civil española. Conversación con Ángel Viñas. Barcelona, 2014, pp. 14-18. Fernando Hernández Sánchez, “Entre Clío y las Cancillerías, Ángel Viñas”, en Historia del Presente nº 15, 2010, pp. 79-81.

[11] “El extraño caso de un Estado que secuestra sus libros”, El País, 23-II-1977.

[12] Ángel Viñas, Prólogo a El amigo alemán. EL SPD y el PSOE, de la dictadura a la democracia, de Antonio Muñoz Sánchez. Barcelona, 2012, pp. 11-16.

[13] Amorós, op. cit., pp. 24-26. Hernández Sánchez, op. cit., pp. 86-87.

[14] Véase Ángel Viñas, Prólogo a El arte de la estrategia,  de Carl von Clausewitz. Madrid, 2011.

[15] El País, 2-VI-2011.

[16] Ángel Viñas, “Presentación”, En el combate por la historia. La República, la guerra civil, el franquismo. Barcelona, 2013, pp. 17 y 22.

[17] Hayden White, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. México, 1992, pp. 18, 20 ss.

[18] Michael Seidman, “Polémicas pasadas”, en Revista de Libros, 25-III-2014. Véase del mismo autor, La victoria nacional. Madrid, 2014. Y “La hábil Albión”, Revista de Libros, 13-III-2017.

[19] Pablo Sánchez León, “La violencia contra ciudadanos y el desbordamiento del marco narrativo heredado”, en La guerra que nos han contado y la que no. Memoria e historia de 1936 para el siglo XXI. Madrid, 2017, pp. 179-180.

[20] Véase, a ese respecto, una exposición de tales doctrinas en Keith Jenkins, ¿Por qué la Historia?. México, 2014.

[21]The Volunter, 4-I-2013.

[22] Ángel Viñas, Las armas y el oro. Palancas de la guerra, mitos del franquismo. Barcelona, 2013, pp. 13 ss. Guerra, dinero, dictadura. Barcelona, 1984, pp. 15 ss.

[23] Mario Amorós, 75 años después. Las claves de la guerra civil española. Conversación con Ángel Viñas. Barcelona, 2014, pp. 21-22. Fernando Hernández Sánchez, “Entre Clío y las Cancillerías: Ángel Viñas”, Historia del Presente nº 15, 2010, pp. 89-90.

[24] David Hume, Investigación sobre el conocimiento humano. Madrid, 2008, pp. 108 ss.

[25] Karl Raimund Popper, La lógica de la investigación científica. Madrid, 1962. Realismo y el objetivo de la ciencia. Madrid, 1985. Conocimiento objetivo. Un enfoque evolucionista. Madrid, 1988. Conjeturas y refutaciones. El desarrollo del conocimiento científico. Barcelona, 1994. Búsqueda sin término. Una autobiografía intelectual. Madrid, 1979.

[26] Ángel Viñas, Epílogo a La destrucción de Guernica de Herbert R. Southworth. Granada, 2013, p. 694

[27] Ángel Viñas, “Herbert R. Southworth ante los desafíos de la historia contemporánea: el caso de Guernika”, en Herbert R. Southworth: Vida y obra. Guernika, 2001, 61-85.

[28] Arthur Schopenhauer, El arte de tener siempre razón. La dialéctica erística. Palma, 2015.

[29] Ángel Viñas, Guerra, dinero, dictadura. Barcelona, 1984, pp. 13 y 16.

[30]  Ibidem, pp. 13.

[31] Ángel Viñas, La conspiración del general Franco y otras revelaciones acerca de una guerra civil desfigurada. Barcelona, 2011, pp. 321.

[32] Leo Strauss, Derecho natural e Historia. Buenos Aires, 2014, p. 99.

[33] Ángel Viñas, La otra cara del Caudillo. 2015, p. 14.

[34] Viñas, Las armas y el oro…, pp. 15. Afirma Viñas que últimamente no suele leerse en España a lord Acton. No parece, pues, haber tenido noticia de las antologías elaboradas hace relativamente poco tiempo por los historiadores liberales Manuel Álvarez Tardío y Paloma de la Nuez. Véase Lord Acton, Ensayos sobre la libertad y el poder. Madrid, 2011. Y Lord Acton, Ensayos sobre la libertad, el poder y la religión. Madrid, 1999.

[35] Lord Acton, “Causas políticas de la  revolución americana”, en Ensayos sobre la libertad, el poder y la religión. Madrid, 1999, p. 226.

[36] Lord Acton, “La democracia en Europa de sir Erkime May”, en op. cit., p. 166.

[37] Ángel Viñas, Prefacio a La destrucción de Guernica, de Herbert R. Southworth. Granada, 2013, pp. XVII ss.

[38] Herbert R. Southworth, El mito de la Cruzada de Franco. Barcelona, 2008, p. 72.

[39] Ángel Viñas, Epílogo a La destrucción de Guernica, de Herbert R. Southworth. Granada, 2013, p. 689.

[40] Herbert R. Southworth, El mito de la Cruzada de Franco. Barcelona, 2008, p. 64.

[41] Véase Albert Forment, José Martínez: la epopeya de Ruedo Ibérico. Barcelona, 2000, p. 242.

[42] Véase Alasdair Hamilton, La ilusión del fascismo. Barcelona, 1971. Joseph Pearce, Roy Campbell. Madrid, 2012. Michael Seidman, Antifascismos, 1936-1945. La lucha contra el fascismo a ambos lados del Atlántico. Madrid, 2017, p. 64. J. Isaías Gómez López, Estudio introductorio a Poemas escogidos de Roy Campbell. Almería, 2010, pp. 35-85.

[43] Southworth, El mito…  pp. 77 ss.

[44] Ibidem, p. 302.

[45] Véase Forment, op. Cit., pp. 257 ss.

[46]  Southworth, El mito…, pp. 66-67.

[47] Herbert R. Southworth, Antifalange. Estudio crítico de Falange en la Guerra de España, la Unificación y Hedilla, de Maximiano García Venero. París, 1967, pp. 15 ss, 26, 27, 80, 96.

[48] Paul Preston, “Una vida dedicada a la lucha”, en Herbert R. Southworth, El mito…, p. 25.

[49] Véase Pierre Vilar, Sobre 1936 y otros escritos. Madrid, 1982, pp. 12, 24, 37 y 63.

[50] Herbert R. Southworth, La destrucción de Guernica. Periodismo, diplomacia, propaganda e historia (1975). Granada, 2013.

[51] Forment, op. cit, p. 467.

[52] Ángel Viñas, Prólogo a La destrucción de Guernica, de Herbert R. Southworth. Granada, 2013, pp. XVIII-XIX. En su prólogo a la obra de Xabier de Irujo, Guernica, Viñas reconoce su “mala uva” hacia Salas Larrazábal. Véase Ángel Viñas, Prólogo a Guernica, de Xavier de Irujo,. Barcelona, 2017, p. 9.

[53] Jesús Salas Larrazábal, Guernica. El bombardeo. La historia frente al mito. Madrid, 2012. Guernica. Madrid, 1987.

[54] Ángel Viñas, Epílogo, “El fallido intento de exonerar al alto mando franquista. La agónica metodología de un general de división del Ejército del Aire”, en Southworth, op. cit., pp. 585-700.

[55] En sus conversaciones con Mario Amorós señala: “No está documentado” (Amorós, op. cit., pp. 146-147)

[56] Roberto Muñoz Bolaños, Guernica. Una nueva historia. Las claves que nunca se han contado. Madrid, 2017, pp. 209, 221 ss.

[57] Carl Schmitt, Teología política. Madrid, 2009, p. 13.

[58] John Vincent, Introducción a la Historia para gente inteligente. Madrid, 2013, p. 47.

[59] Ángel Viñas, El primer asesinato de Franco. Barcelona, 2018, p. 537.

[60] Ángel Viñas, Prólogo a Controversia sobre España. Tres ensayos sobre la guerra civil. Sevilla, 2015, pp. 7 y 16.

[61] Véase Manuel Tuñón de Lara, Medio siglo de cultura española (1885-1936). Madrid, 1977, p. 290. José Álvarez Junco y Gregorio de la Fuente, “La evolución del relato histórico”, en Las historias de España. Visiones del pasado y construcción de identidad. Madrid/Barcelona, 2013, pp. 410 ss. Walter L. Bernecker, Estudio preliminar a Un drama histórico incomparable. España 1808-1939, de Antonio Ramos Oliveira. Navarra, 2017, pp. IX-CLXIII.

[62] Georges Dumézil, “Del mito a la historia”, en A. Al-Azmeh et alia, Historia y diversidad de Culturas. Barcelona, 1984.

[63] Público, 18-II-2014.

[64] Alfonso Mateo Sagasta, La Oposición. Un relato sobre la invención de la historia. Madrid, 2016, p. 82.

[65] Ángel Viñas, Prólogo a 14 de abril. Crónica del día en que España amaneció republicana, de Vicente Clavero. Madrid, 2015, p. 15 ss.

[66] Guglielmo Ferrero, El Poder. Los Genios invisibles de la ciudad. Madrid, 1988, p. 142. Del mismo autor profundizando en el principio de legitimidad, Historia de Roma. Madrid, 1960, pp. 411-413.

[67] Véase Luciano Pellicani, “Revolución y legitimidad”, en Sistema nº 74, septiembre 1986, pp. 3-15.

[68] “Vivimos en una democracia de baja intensidad y de raíces muy endebles”, El País, 21-II-2014.

[69] Viñas, “La connivencia…”, en op. cit., p. 394.

[70] Ángel Viñas, “La connivencia fascista y otros éxitos de la trama civil”, en Los mitos del 18 de julio. Barcelona, 2013, pp. 79 ss.

[71] Véase Jesús Salas Larrázabal, La intervención extranjera en la guerra civil española. Valladolid, 2017, pp. 33. 35 ss.

[72] Ismael Saz, “¿Condenados al enfrentamiento?. La España republicana y la Italia fascista”, en Ángeles Egido León (ed.), La II República y su proyección internacional. Madrid, 2017, pp. 69-70.

[73] Viñas, “La connivencia…”, p. 99.

[74] Véase Pedro Carlos González Cuevas, Acción Española. Teología política y nacionalismo autoritario en España (1913-1936). Madrid, 1998, pp. 188 ss. Alfonso Bullón de Mendoza, José Calvo Sotelo. Barcelona, 2004, pp. 694 ss.

[75] Ángel  Viñas, La República en guerra. Barcelona, 2012, p. 247.

[76] Véase Pedro Carlos González Cuevas, Historia de las derechas españolas. De la Ilustración a nuestros días. Madrid, 2000, pp. 326 ss. El pensamiento político de la derecha española en el siglo XX. De la crisis de la Restauración a la crisis del Estado de partidos (1898-2015). Madrid, 2016, pp. 135 ss.  Estudios revisionistas sobre las derechas españolas. Salamanca, 201, pp. 123-143 ss.

[77] Ángel Viñas, Introducción a Salamanca 1936,  de Francisco Serrat Bonastre. Barcelona, 2014, pp. 30 ss.

[78] Véase Pedro Carlos González Cuevas, Acción Española…, pp. 192-194 ss.

[79] Véase Zeev Sternhell, Los orígenes de la ideología fascista. México, 1994, pp. 15 ss. Renzo de Felice, Entrevista sobre el fascismo con Michael Leeden. Buenos Aires, 1979, pp. 33 ss. Stanley G. Payne, Historia del Fascismo. Barcelona, 1995.

[80] Ángel Viñas, Las armas y el oro…, pp. 24 ss, 405 ss.

[81] Amorós, op. cit., pp. 41-42. “La connivencia fascista con la sublevación y otros éxitos de la trama civil”, en Los mitos del 18 de julio. Barcelona, 2013, p. 132.

[82] Manuel Tuñón de Lara, La II República. 2º tomo. Madrid, 1977, pp. 95 ss.

[83] José Álvarez Junco, Prólogo a ¿Por qué fui lanzado del Ministerio de la Guerra?, de Diego Hidalgo. Madrid, 2015, pp. 12.

[84] Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa, 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular. Madrid, 2017.

[85] Amorós, op. cit., pp. 43-44.

[86] Ibidem, p. 44.

[87] John A.G. Pocock, “Verbalitzing a Political Act Toward a Politics of Speech”, en M.J. Shapiro, Language and Politics. Oxford, 1984, pp. 25-53.

[88] Paul Preston, El Holocausto español. Barcelona, 2011.

[89] “Las raíces del terror”, El País, 23-IV-2011.

[90] Amorós, op. cit., p. 234.

[91] Véase Stanley G. Payne, La Europa revolucionaria. Madrid, 2010, pp. 252-253. La guerra civil española. Madrid, 2014, pp. 119-141.

[92] Véase Michael Seidman, Antifascismos. La lucha contra el fascismo a ambos lados del Atlántico. Madrid, 2017.

[93] Ángel Viñas, La soledad de la República. Barcelona, 2006, p. 15.

[94] Véase Lucas Molina y Rafael Permuy, Importación de armas en la Guerra Civil española. Discrepancias con Ángel Viñas. Valladolid, 2016.

[95] Ángel Viñas, La soledad de la República. Barcelona, 2006, pp. 4ss.

[96] Raymond Aron, Memorias. Medio siglo de reflexión política. Barcelona, 2013, pp. 218-219.

[97] Véase Michael Seidman, Antifascismos, 1936-1945. La lucha contra el fascismo a ambos lados del Atlántico. Madrid, 2017, pp. 33-90.

[98] Viñas, Las armas y el oro…, pp. 322.

[99] Michael Seidman, La victoria nacional. Madrid, 2014.

[100] Ángel Viñas, “Presentación: libros sobre la guerra civil: un chorro que no cesa”, en Studia Histórica. Historia Contemporánea. La Guerra Civil. Volumen 32, 2014, pp. 45 ss. Véase también su Introducción a Salamanca, 1936, de Francisco Serrat Bonastre. Barcelona, 2013, pp. 19 ss.

[101] Véase Michael Seidman, A ras del suelo. Historia social de la República durante la guerra civil. Madrid, 2003.

[102] Ángel Viñas, La República en guerra. Barcelona, 2012, pp. 60 ss.

[103] Véase Julius Ruíz, El terror rojo. Madrid, 2012. Paracuellos, una verdad incómoda. Madrid, 2015.

[104] Fernando Hernández Sánchez, José Luis Ledesma, Paul Preston y Ángel Viñas, “Puntualizaciones sobre Paracuellos”, El País, 21-IX-2012.

[105] Amorós, op. cit., pp. 191 ss.

[106] Amorós, op. cit., pp. 227.

[107] Ángel Viñas y Alberto Reig Tapia, “Residuos y derivaciones franquistas. Unos ejemplos”, En el combate por la Historia. Barcelona, 2012, p. 931.

[108] Julius Ruíz, Paracuellos. Una verdad incómoda. Madrid, 2016, p. 73.

[109] Ángel Viñas, El escudo de la República. Barcelona, 2007, p. 75.

[110] Julius Ruíz, Paracuellos…, pp. 252 ss.

[111] Pablo Sánchez León, “Rememorar, <revisionar>, redefinir: la guerra española de 1936 en el siglo XXI”, en Rey Desnudo. Revista de Libros nº 11, Primavera 2017, p. 144.

[112] Ángel Viñas, La República en guerra. Barcelona, 2012, pp. 249-251.

[113] Ángel Viñas, La soledad de la República…, pp. IX-XVIII.

[114] El Siglo, 1-III-2010.

[115] “Negrín: sin miedo a la Historia”, El País, 10-XI-2015.

[116] Por cierto que Viñas cree que Besteiro fue catedrático de Metafísica, cuando lo fue de Lógica (Amorós, op. cit., p. 192). De Metafísica fue Ortega y Gasset.

[117] Viñas, Las armas y el oro…,p. 286.

[118] Ángel Viñas, La República en guerra…, pp. 350-351.

[119] Fundación Juan Negrín, 3-II-2014.

[120] Ángel Viñas, Epílogo a La destrucción de Guernica.., p. 679.

[121] Luis Eugenio Togores, Historia de la guerra civil española. Madrid, 2011, p. 407.

[122] “Negrín y 35 viejos militantes socialistas, rehabilitados”, El País, 20-VII-2008.

[123] El Confidencial, 19-XI-2014.

[124] Ángel Viñas, “El plan de estabilización y liberación”. De la suspensión de pagos al mito”, En el combate por la Historia. Barcelona, 2012, p. 689. “Intentos alemanes para salvar a José Antonio”, en Guerra, dinero, dictadura. Barcelona, 1984, pp. 60-96. La conspiración del general Franco y otras revelaciones de una guerra civil desfigurada. Barcelona, 2011, pp. 1 ss. La soledad de la República. Barcelona, 2006, pp. 109 ss. Las armas y el oro…., pp. 15 ss. La otra cara del Caudillo. Barcelona, 2015, pp. 1-387.

[125] Viñas, La otra cara, pp. 25 .

[126] Michel Winock, “Reconsiderando el fascismo francés: La Rocque y los Croix de Feu”,en Los años sombríos: Francia en la era del fascismo (1934-1944). Buenos Aires, 2010, pp. 111 ss.

[127] Véase Rodrigo Fernández Carvajal, La Constitución española. Madrid, 1969. Gonzalo Fernández de la Mora, “Con el Estado del 18 de julio”, en Pensamiento español 1969. Madrid, 1970.

[128] Viñas, La otra cara…, pp. 89 ss.

[129] Julien Freund, L´aventure du politique. Entretiens avec Charles Blanchot. París, 1991, pp. 77 ss.

[130] En ese sentido, parece como si Viñas infundiera miedo a los críticos de sus libros. Es lo que, a mi juicio, ocurre con Francisco Sevillano Calero, quien en su recensión de La otra cara del Caudillo, parece tener dificultades a la hora de afirmar con nitidez que el “rey está desnudo”. Percibe que el libro es manifiestamente malo, pero no se atreve a decirlo con nitidez. Véase “Francisco Franco entre sombras”, en Revista de Libros, 7-III-2016. El hecho no deja de ser sintomático y prueba la eficacia de la “violencia simbólica” que Viñas y sus acólitos intentan ejercer, y de hecho ejercen, en el campo historiográfico español. Lo cual tiende a desvalorizar la función que una crítica solvente en el ámbito de la esfera pública. Y es que, como señala el gran crítico literario alemán Marcel Reich-Ranicki, el contenido de los libros refleja una serie de “síntomas” sociales y políticos y la crítica ha de tener una “intención pedagógica”. En consecuencia, “el crítico que no tiene el valor de ser claro, el que teme pasar por descortés, el que evita respuestas inequívocas y se escuda detrás de fórmulas ambiguas y dúctiles, el que se complace demasiado en servirse de los pares (…) ese crítico se ha equivocado de oficio” (Marcel Reich-Ranicki, Sobre la crítica literaria. Barcelona, 2014, pp. 72-74).

[131] Ángel Viñas, Introducción a Salamanca 1936, de Francisco Serrat Bonastre. Barcelona, 2013, pp. 8-45.

[132] Ángel Viñas, La conspiración del general Franco y otras revelaciones acerca de una guerra civil desfigurada. Barcelona, 2011, pp. 1-128.

[133] El País, 22-V-2011.

[134] Moisés Domínguez Núñez, En busca del general Balmes. Málaga, 2015.

[135] Stanley G. Payne y Jesús Palacios, Franco, una biografía personal y política. Madrid, 2014, pp. 156-157.

[136] Ángel Viña, Miguel Ull Laita y Cecilio Yusta Viñas, El primer asesinato de Franco. La muerte del general Franco y el inicio de la sublevación. Barcelona, 2018, pp. 13 ss. Este calificativo se reitera sarcásticamente a lo largo de todo el libro.  

[137] Ibidem, p. 235.

[138] Ibidem, pp. 112, 116.

[139] Ibidem, p. 118.

[140] Véase Ignacio Casanovas, “Biografía de Balmes”, en Obras Completas de Jaime Balmes. Madrid, 1948, p. 479.

[141] Viñas et alii, El primer asesinato…, p. 123.

[142] Ibidem, pp. 265-266 ss.

[143] Ibidem, pp. 282, 289.

[144] Ibidem, pp. 386-387.

[145] Ibidem, pp. 431.

[146] Ibidem, p. 552.

[147] Ibidem, p. 556.

[148] Ibidem, p. 561.

[149] El País Canario, 25-II-2018.

[150] Emilio Gentile, Renzo de Felice. Lo histórico e il personaggio. Roma-Bari, 2003. Pedro Carlos González Cuevas, “Derechas, Fascismo e Historia de España en la obra de Stanley G. Payne”, en Stanley G. Payne. Perfiles de un Hispanista. Madrid, 2018, pp. 119-150.

[151] “Exaltación monárquica e historia”, El Confidencial, 19-VI-2014.

[152] José Ortega y Gasset, Ideas y creencias. Madrid, 1975.

[153] Ronald Barthes, El placer del texto. México, 1974.

[154] “Este señor Pemán…”, Luz, 19-IV-1932. José Ortega y Gasset, Obras Completas. Tomo V. Madrid, 2006, p. 10.

[155] Ángel Viñas, En el combate por la historia. Barcelona, 2012, p. 23.

[156] Ángel Viñas, La conspiración del general Franco…, p. 307.

[157] Ángel Viñas, “Presentación”, En el combate por la historia…, pp. 23-24.

[158] Viñas, La conspiración…, p. 307 ss. Las armas y el oro…, p. 460. La otra cara del Caudillo…, pp. 79 ss. “Un remedo de libro”, Revista de Libros, 18-VII-2016.

[159] Ángel Viñas, Epílogo a La destrucción de Guernica…, p. 587.

[160] “Un remedo de libro”, Revista de Libros, 18-VII-2016.

[161] Viñas, Las armas y el oro…, p. 411.

[162] Ángel Viñas, “La connivencia fascista con la sublevación y otros éxitos de la trama civil”, en Los mitos del 18 de julio. Barcelona, 2013, p. 121.

[163] Amorós, op. cit., p. 233.

[164] Ángel Viñas, “Sin respeto por la historia. Una biografía de Franco manipuladora”, en Hispania Nova nº 1. Extraordinario. Año 2015, pp. 13.

[165] Ángel Viñas, La otra cara del Caudillo…, p. 29.

[166] Joseph A. Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia. Tomo I. Barcelona, 2015, p. 108.

[167] Ángel Viñas y Alberto Reig Tapia, “Residuos y derivaciones franquistas, Unos ejemplos”, En el combate por la Historia. Barcelona, 2012, pp. 924-941.

Acerca de Pedro Carlos González Cuevas

Profesor Titular de Historia de las Ideas y de las Formas Políticas en la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Fue Becario en el CSIC y en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Autor de las siguientes obras: Acción Española. Teología política y nacionalismo autoritario en España (1913-1936).Historia de las derechas españolas. De la Ilustración a nuestros días .La tradición bloqueada. Maeztu. Biografía de un nacionalista español. El pensamiento político de la derecha española en el siglo XX. Conservadurismo heterodoxo. La razón conservadora. Gonzalo Fernández de la Mora, una biografía político-intelectual. Estudios revisionistas sobre las derechas españolas.