Tormenta perfecta, o una grieta en las relaciones USA-UE

Tormenta perfecta en el Atlántico Norte

Pocas semanas antes de la cumbre de la NATO/OTAN del pasado julio, Walter Russell Mead pronosticaba que una tormenta perfecta se estaba formando en el Atlántico por el gap entre EEUU y Europa: “Profundas diferencias en estilo y substancia amenazan la alianza trans-atlántica” (“Why Trump Clashes With Europe”, The Wall Street Journal, New York, June 12, 2018).

OTAN o NATO, como es sabido, son las siglas de Organización del Tratado del Atlántico Norte, fundada en 1949 bajo el liderazgo de los EEUU, como reacción al expansionismo soviético después de la Segunda Guerra Mundial, durante la fase inicial de la denominada Guerra Fría (o, como la caracterizó James Burnham, Tercera Guerra Mundial).

Por cierto, Burnham –maestro pensador de Ronald Reagan- fue el pionero y casi único en predecir en fechas tan tempranas como 1947-49 la posibilidad y plausibilidad del “colapso” (frente a los esquemas estratégicos sobre la “contención” de G. Kennan, o la “coexistencia” de W. Lippmann) del sistema soviético. Con la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS y su glacis, no tenía mucha razón de ser una NATO expansiva, hasta los 29 Estados-miembros actuales, a costa de la Europa de Este e intimidando innecesariamente a la nueva Rusia.

Una vez derrotado el Comunismo, ¿por qué los americanos y europeos iban a arriesgar sus vidas luchando -en aplicación del artículo 5º de la Alianza- por mini-estados contaminados de las diversas mafias (como en el caso de Montenegro u otros de la órbita ex comunista de la Civilización Ortodoxa) o por intereses imperiales extraños a Occidente (como en el caso del Islamismo Otomano de Turquía)? Evidentemente, los europeos no entendieron o no quisieron entender las advertencias del profesor S. P. Huntington sobre los conflictos religioso-culturales (“Clash of Civilizations”) que se cernían sobre las democracias liberales de la Civilización Judeo-Cristiana.

Dos artículos seguidos de Victor Davis Hanson en National Review son iluminadores ya en los títulos sobre este problema: “NATO´s Challenge Is Germany, Not America” (NR-online, July 19, 2018) y “Continental Drift. As Europe wanes, the distance between it and America grows”, NR-en papel, August 13, 2018).

Alemania, en efecto, es culpable de muchas cosas que han ocurrido y están ocurriendo en Europa, y su potencia económica hoy no se corresponde con la escasa contribución a los gastos militares de la NATO. Su desastrosa política inmigratoria ha perjudicado a todo el continente, con el beneplácito lacayo, por ejemplo, de los socialistas españoles y su líder, Pedro Sánchez (ya me he referido anteriormente al apoyo judicial e indirectamente político del gobierno de frau Merkel al separatismo catalán).

La Ostpolitik alemana desde los tiempos de Willy Brandt, con sus ramificaciones anti-americanas y anti-atlánticas, persiste en gran medida con la dependencia energética y por tanto estratégica respecto a la tan denostada Rusia de Putin. El anti-sionismo originado en la Internacional Socialista (IS) bajo el liderazgo de Brandt, con el papel activo del entonces canciller austriaco Bruno Kreisky (paradójicamente un judío) se ha hecho insoportable y ha conducido hoy al abandono de los Laboristas israelíes de la propia organización en cuya fundación participaron en 1951.

La obsesión ideológica de la IS por la defensa del movimiento palestino se ha contagiado a todo el espectro político europeo, sin comprender que se ha producido hoy una gran mutación estratégica en la que dicho movimiento ya no representa intereses del pueblo árabe, sino que es un mero instrumento, con recurrencia terrorista –como Hezbolá y Hamás- de las aspiraciones imperiales chiitas de Irán en Oriente Medio. Discretamente las grandes potencias sunnitas árabes, Arabia Saudí y Egipto, han formalizado una cierta entente con Israel y el beneplácito de la administración Trump.

Tratando de comprender el gap político-cultural que se está produciendo entre Europa y los EEUU, los intelectuales, periodistas y políticos europeos (pienso, por ejemplo, en artículos recientes de los diplomáticos españoles Jorge Dezcallar y Javier Rupérez) también se resisten a entender que Trump y el Trumpismo son el resultado de una sana y eficaz reacción popular americana frente al Establishment, a la partitocracia, y en particular a la desastrosa administración de Obama, quien intentó convertir a EEUU en un sistema socialdemócrata (o del magma socialdemocristiano germánico) al estilo europeo, fracasando estrepitosamente y arrastrando a la ruina al propio Partido Demócrata. Con Trump, gracias a la gran rebaja fiscal y la desregulación, el desempleo en las comunidades negra e hispánica ha registrado mínimos históricos, algo que debería avergonzar a su predecesor.

El Partido Demócrata no obstante sigue en su deriva socialista o socialdemócrata inspirada en un presunto modelo nórdico-europeo, inexistente o fracasado, producto de la ensoñación del indigente intelectual Bernie Sanders y su última discípula, Alexandria Ocasio-Cortez. Ideal e indigencia al parecer compartidos por las “tres gracias” presidenciables del Partido Demócrata para 2020: las senadoras Elizabeth Warren (Massachusetts), Kirsten Gillibrand (New York) y Kamala Harris (California).

A propósito del gap transatlántico, hace pocos días The Wall Street Journal anunciaba en primera página que el robusto crecimiento de la economía estadounidense bajo la presidencia Trump -más del 4 por ciento en la mitad del presente año 2018- contrastaba con el enfriamiento y descenso en la Eurozona, China y Méjico (TWSJ, New York, August 1, 2018).

¿Tormenta perfecta en el Atlántico Norte? EEUU y Europa, pese a todo, seguirán siendo amigos y aliados porque comparten la Historia, las culturas y las tradiciones religiosas (aunque mantengan sistemas democráticos y culturas políticas diferentes). Lo único previsible que separa y enfrenta a ambos mundos es que el papel de Europa va a ser -especialmente la Europa continental tras los efectos a corto o medio plazo del “Brexit” (como señalan Walter Russell Mead, Victor Davis Hanson y otros analistas de las relaciones internacionales libres de prejuicios eurocentristas)- progresivamente irrelevante, pese a lo que piensen diplomáticos “progres”, defensores del Establishment europeo, como Dezcallar, Rupérez et alii.

Acerca de Manuel Pastor

Catedrático de Teoría del Estado y Derecho Constitucional (Ciencia Política) de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido director del Departamento de Ciencia Política en la misma universidad durante casi dos décadas, y, de nuevo, entre 2010- 2014. Asimismo ha sido director del Real Colegio Complutense en la Universidad de Harvard (1998-2000), y profesor visitante en varias universidades de los Estados Unidos. Fundador y primer presidente del grupo-red Floridablanca (2012-2019)