¿Ocultan Ciudadanos y Rivera su cara sobre España como nación unida?

La cara oculta de Ciudadanos

La irrupción de Ciudadanos en el panorama político nacional podría describirse como la “Crónica de una traición anunciada”. Así lo hace el periodista Javier Benegas en un reciente e interesante artículo (lo puedes leer aquí), donde tacha a la formación de Rivera como un “partido de laboratorio”, diseñado “para poner fin a la dependencia de los gobiernos nacionales del apoyo de los nacionalistas”, y así “salvar el actual modelo político neutralizando a la peor de sus criaturas: el secesionismo nacionalista”.

Estoy totalmente de acuerdo con Benegas en que C´s es un diseño de laboratorio, aunque el objetivo por el que se creó me parece que no fue tanto para neutralizar a los secesionistas como a los propios partidos nacionales, y hacerlos dependientes de su concurso para cualquier eventualidad de gobierno que pudiera conformarse. 

Hace más de tres años, cuando se consumó la destrucción y abducción de UPyD por el partido naranja, expuse mi visión de la verdadera naturaleza de Ciudadanos en “El Reformatorio Constitucional”. Para entenderla hay que partir de una evidencia, no por clara más contestada: se trata de un partido nacido en Cataluña, promovido por catalanes y diseñado en los laboratorios de lo que en el sector más catalanista de Cataluña importa sobre todas las cosas: la pasta.

Quizás escandalizará oír esto al lector, teniendo en cuenta que en el nacimiento de C´s estuvieron personas libres de toda sospecha, como Albert Boadella, entre otros, hartas de la dictadura nacionalista-secesionista, que apostaban por una integración de Cataluña en un proyecto común de carácter español.

Pero aquí, incluso en sus inicios, nos encontramos con la constante que más genuinamente describe el carácter oculto de Ciudadanos: la de “okupar”, usurpar y adoptar discursos de contenido nacional, español, para otros fines…

Y en eso consiste la “Operación Rivera”, muy similar, aunque más compleja, que la “Operación Roca”, que se puso en marcha en 1986 para impedir que, una vez defenestrada la UCD, el partido de Fraga (AP) pudiera ocupar el espacio del centro-derecha, evitando que este espacio estuviera representado, exclusivamente, por un partido “español” sin el beneplácito y el peaje de la oligarquía catalana.

La operación fracasó, pero aprendieron. El error de presentar al frente de esa extraña coalición al número 2 de Jordi Pujol lo pagaron en la urnas con cero diputados. Había que esperar a una mejor ocasión. Y esta llegó por una circunstancia muy concreta. Pero antes de exponerla debemos hacer un inciso histórico.

El hecho más característico que rodea al 11-M, antes y después de la criminal masacre, es la progresiva “catalanización” de los partidos nacionales, total en el PSOE y parcial en el PP. En el caso del PSOE, esto es evidente desde el año 2001, y en ello participan desde el primero hasta el último, desde Felipe González, boicoteando la campaña del año 2000 de Redondo Terreros para echar a los nacionalistas del gobierno vasco en alianza con Mayor Oreja (recuerden cómo se subió en el cierre de campaña al atril y señalando con un dedo admonitorio a Terreros le espeto: “Nico, no cometamos más errores, hay que recuperar a mis amigos del PNV”), hasta Rodríguez Zapatero, que en el año 2001 comenzó su negociaciones políticas y alianza en la sombra con ETA (con Rubalcaba de pérfido mentor y el maltratador Jesús Eguiguren de ejecutor: el ídolo de las -y los- feministas de género que jamás le afearon su violencia “machista” condenada en los tribunales). Negociaciones que inició justo después de haber firmado con el PP el “Pacto por las Libertades y contra el terrorismo”, que prohibía a los dos partidos firmantes establecer alianzas, no ya con ETA y HB, sino con el PNV mientras no abandonara el Pacto de Estella (posteriormente rubricado en 1998 por Jordi Pujol en la no menos infame Declaración de Barcelona).

Lo que estaba haciendo el PSOE era, nada más y nada menos, que suscribir en la sombra el Pacto de Estella con todos los enemigos de la nación española, una auténtica puñalada trapera que marcó su rumbo liberticida y traicionero hasta hoy, pasando por el Pacto de Tinell y la promesa de respetar el Estatuto que votaran los catalanes (2003), el acoso y derribo del 11-M, las negociaciones políticas con ETA a cara descubierta, el inconstitucional Estatuto catalán promovido por el propio Zapatero (convirtiéndose en el sujeto agente del secesionismo catalán), terminando con la moción de censura del Frente Popular-Nacional-Socialista-Filoterrorista de Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy (con esa doblez, ya inaugurada por Zapatero, de amagar primero con un pacto constitucionalista, aplicando el 155, para después apuñalarles por la espalda con una moción de censura puesta al alimón con los “Afectados del 155”), y, como gran colofón, la felonía de Sánchez de reconocer a Cataluña como nación y Estado, al ofrecerle al supremacista Torra la figura del Relator.

¿Cómo se puede entender que un partido que se denomina a sí mismo español, tenga una historia terminal tan antiespañola, subsumida en las corrientes del catalanismo y el separatismo, de los que se ha convertido en un servil lacayo? Hay muchas posibles respuestas pero, de momento, nos conformaremos con constatar el hecho flagrante, espectacular, de la sumisión e identificación del PSOE con los separatismos de toda laya y condición, cruenta o incruenta.

Lo del PP es diferente. Si en el PSOE, su deriva antiespañola ocurre antes del 11-M (perfeccionándose después ya en el poder), en el PP esa derrota del rumbo se produce después de los atentados, indudablemente, como consecuencia de éstos.

Pero aquí no se trata tanto de una sumisión e identificación con los fines del separatismo. Aquí con lo que nos encontramos es con la neutralización del PP como referencia última en la defensa de la unidad de España y la nación, sus señas de identidad y su razón de ser.

Ese proceso lo he explicado con detalle en un artículo publicado hace casi 5 años en estas páginas, La senda de la secesión, y a él me remito. Como resumen, solo indicar que el PP sobrevivió a los feroces ataques del PSOE con el 11-M porque se amparó en la gran movilización de la sociedad “española” contra la negociación política de ZP y Rubalcaba con ETA, liderada por Francisco José Alcaraz y la AVT. Eso le permitió al PP recuperar fuerzas y ofrecer una firme oposición al mendaz Gobierno de Zapatero.

Sin embargo, después de la ¨pastichera” sentencia del Tribunal del 11-M, que exoneraba al PP de haber mentido, porque, decía el auto, los atentados no tuvieron como causa la guerra de Irak, el PP se sintió aliviado por lo que reconoció -con gran tino- como una tregua que le ofrecía el Régimen para integrarse en el Tiempo Nuevo, como así llamaron los arúspices del 11-M al proceso de desintegración de España inaugurado con los atentados (véase mi art. “Gabilondo y el 11-M”).

Pero claro, el PP tenía que dar signos de esa rendición, lo que no tardó en llegar, dejando en la estacada a las Víctimas, purgando en el Congreso de Valencia todo vestigio aznarista, aceptando implícitamente la negociación política con ETA -como hizo ya en el Gobierno-, y convirtiéndose, a todos los efectos, en un partido sin sustancia, banalizado en las brumas de un bochornoso economicismo: “lo único importante”, en palabras de Rajoy.

Esta fue la gran oportunidad de la que hablábamos más arriba, porque la desafección del PP a sus principios dejó un espacio de orfandad para la defensa de España en las instituciones españolas, incluidas las catalanas, que aprovecharon sin dudarlo los promotores de Ciudadanos.

Se daba, además, la circunstancia, de que ese espacio había sido ya totalmente abandonado por las fuerzas de izquierda, lo que dejó a Ciudadanos en Cataluña como única fuerza que defendía con firmeza los valores asociados a la nación española, y como principal altavoz contra los desmanes del nacionalismo catalán, labrándose allí, en el campo de batalla -donde hay que ganarse los galones-, la fama que después le permitiría dar el gran salto a la política nacional, el verdadero objetivo que se perseguía.

Este regalo del espacio nacional español, a derecha e izquierda, presentaba además la ventaja añadida de poder pescar en ambos caladeros, garantizándose, si se jugaba con habilidad, una cosecha de votos que harían imprescindible a la formación naranja para cualquier quiniela futura que se quisiera plantear en el ruedo político nacional. Lo que no pudo conseguirse con la Operación Roca, ya se auspiciaba como una realidad accesible en un horizonte no muy lejano.

Pero la pregunta que debemos hacernos es inevitable: ¿Era sincero Ciudadanos, presentándose como adalid de la españolidad, o más bien se trataba, parafraseando a Von Clausewitz, de un partido catalán, que quería conseguir objetivos -y beneficios- catalanes, por otros medios…?

Yo creo, como ya he sostenido en numerosas ocasiones, que lo segundo. Pero para llegar a esta conclusión habría que hacer un nuevo inciso histórico.

Hemos hablado de la neutralización del PP. Esto, que fue evidente con los hechos descritos, se corroboró nada más llegar al poder Rajoy, cuando dijo que “a las autonomías ni se las tocaba”. Es decir, que se consideraba anatema siquiera sugerir que a las principales causantes de la gran crisis política, social y económica de España se les iba a meter mano. Y esto, no cabe duda, tenía un gran valor simbólico, porque de haber acometido esa profiláctica tarea -que demandaba su electorado-, aunque solo hubiera sido su racionalización, se habría invertido el “proceso” en marcha de desnacionalización de España. Y eso no se lo iban a permitir…

El punto fundamental, o final, de todo ese proceso de desnacionalización pasaba, y pasa, por la Reforma de la Constitución, asunto que ha liderado siempre el PSOE, desde el momento en que se convirtió en el sujeto agente del nacionalismo catalán y vasco (lo llevaban en sus programas electorales de 2000 y, sobre todo, 2004). Una reforma de la que siempre han evitado dar muchos detalles, para no espantar al personal, pero que Ramón Jáuregui, en su libro “La España que será” describió con pelos y señales (pág. 191), la cual jira sobre cuatro ejes básicos:

  • Enumeración (léase: proclamación) de las autonomías en la constitución: acto simbólico de sustitución de la soberanía nacional del pueblo español por la de los territorios.
  • Definición de las competencias del Estado y las CCAA, reconociendo previamente como exclusivas de las últimas todas las que se habían conseguido, dejando al Estado central en un órgano residual.
  • Convertir al Senado en una cámara territorial, cuyos miembros serían nombrados directamente por las autonomías, aboliendo el sufragio universal de los españoles por el de los territorios.
  • Por último, dar el derecho de veto al Senado sobre asuntos de su competencia, lo cual, al estar todo prácticamente transferido, supondría el blindaje de las taifas autonómicas de por vida, convirtiendo al Congreso y al pueblo español en un mero apéndice de los Señores pashtunes de las autonomías. 

Esta Reforma sería un primer paso que daría entrada a la diferenciación definitiva de Cataluña, País Vasco y lo que viniera detrás:

«Ahora se trata de una Constitución [se refiere a la española una vez reformada] pactada con las fuerzas mayoritarias de Cataluña, porque su refrendo posterior lo hace imprescindible. Estamos hablando de darnos una nueva oportunidad de seguir viviendo juntos, desde la solución previa de los contenciosos que ahora tenemos. El “derecho a decidir” cobra así otro sentido, con otro fundamento. Los catalanes votarán a sus representantes en las Cortes, quienes negociarían el encaje del “hecho diferencial” catalán en la Constitución reformada. La votarían después en un referéndum, junto a todos los españoles. Y, por último, decidirán, ellos solos, el marco jurídico-político catalán, su propia Constitución en un Estado federal» (ibíd. pág. 188).

Es decir, el estado federal asimétrico, o, lo que es lo mismo, un estado federal con varios estados asociados que tendrían secuestrada a la nación, metiendo al pueblo español en lo más parecido a un correccional: el Reformatorio Constitucional.

Ahora bien, si la neutralización del PP significaba que no se iba a oponer a los logros “zapateriles” del “proceso”, de ahí a la colaboración activa va todo un trecho que no estaba dispuesto a traspasar. De hecho, Mariano Rajoy siempre mareaba al resto de fuerzas parlamentarias oponiéndose a la reforma constitucional por la falta de una “amplio consenso”, amplitud que, sin decirlo, no se conseguía por su renuencia. No hay más que mirar a los programas electorales del PP desde 2008 para percibir su escaso afán reformatorio.

¿Y Ciudadanos? ¿Cuál es su posición? Cabría esperar que se negaran a abrir ese melón tan peligroso, y que, si lo hicieran, sería para introducir cláusulas correctoras que invirtieran el proceso que ha llevado a poner en entredicho el artículo primero de la Constitución por la exacerbación del “troyano” Titulo VIII. Pues, ¿no son ellos los que habían venido a ocupar ese lugar abandonado por los grandes partidos en la defensa de la nación? ¿No son ellos la bestia negra de los separatistas?

Pues bien, eso habría cabido esperar, pero, desgraciadamente, sentados, porque C´s no ha parado de proponer la reforma de la Constitución, eso sí, entre una batería de propuestas dizque regeneradoras, como una cosa más, para así hacerla pasar más disimuladamente. Pero no hay engaño posible. Su Reforma es, exactamente, la misma que la que pretende el PSOE, como la hemos visto formulada en los 4 puntos de Ramón Jáuregui. Basta mirar su programa electoral de 2015.

Se dirá sin embargo, que hay alguna diferencia, como esa de abolir el Senado. Pero es solo para despistar, porque sería sustituido por un “Consejo de Presidentes de las CCAA”, con ¡¡¡capacidad legislativa!!!, lo cual es lo mismo sólo que más a lo bestia: los jefes de las Taifas amos y señores del cotarro, metiendo en vereda a los congresistas, en un regreso a los tiempos del feudalismo.

Entonces, ¿a qué juega Ciudadanos?¿Con quién está?¿Con los que quieren romper España, o con los que la defienden?

Pues desgraciadamente, con estos antecedentes, parece que está en el primer bando. Y no es que lo podamos pensar. Es que ya ha ocurrido, con el Acuerdo de investidura que firmó con Pedro Sánchez en 2016, que fracasó por la negativa de PODEMOS, a pesar de que Rivera hizo lo indecible, reuniéndose sin rubor con Pablo Iglesias, para conseguir su abstención…  

Y en este Acuerdo (en el que haciendo valer su naturaleza mobile, veleta, se olvida del Consejo de Presidentes y mantienen el Senado, eso sí, “reformado”), lo más importante, que dejan para el final, como gran colofón, es la “Reforma de la Constitución para… completar el funcionamiento federal de la organización territorial de nuestro estado”, pero no un federalismo cualquiera, sino uno que determine con precisión las competencias del Estado y las de las CCAA y la incidencia en las mismas de los hechos diferenciales reconocidos en la Constitución”.

Lo cual, para empezar, es una falsedad, porque la Constitución no reconoce ningún “hecho diferencial” de nadie, ni de nada, sino la igualdad de los españoles ante la ley. Pero al asumir el lenguaje de los nacionalistas secesionistas, y reconocerles su máxima reivindicación: la de ser diferentes, lo que están haciendo es mostrar sus cartas escondidas, porque esa “incidencia” del hecho diferencial en las competencias del Estado y las CCAA no es otra cosa que buscar “el encaje” de Cataluña y el País Vasco con el resto de España, es decir, el federalismo asimétrico, lo que Jáuregui describía con tanta crudeza como sinceridad: “Los catalanes votarán a sus representantes en las Cortes, quienes negociarían el encaje del “hecho diferencial” catalán en la Constitución reformada. La votarían después en un referéndum, junto a todos los españoles. Y, por último, decidirán, ellos solos, el marco jurídico-político catalán, su propia Constitución en un Estado federal”». Huelga cualquier posterior comentario…

Al final del Acuerdo se comprometen a oponerse a todo intento de convocar un referéndum con el objetivo de impulsar la autodeterminación de cualquier territorio de España”. Pero esto no es otra cosa que un despiste más, como ya nos tiene acostumbrados C´s, porque, primero, sólo faltaría que no fuera así. Pero si lo dicen es para aparentar que son unos “españolazos”, y disimular que, sin necesidad de eso, les están dando prácticamente todo lo que piden, sentenciando a la nación española a su desaparición.     

Esta es la cara oculta de Ciudadanos, el designio por el que fue creado, algo ahora evidente, pero que queda más claro si nos fijamos en la figura más importante que estuvo detrás de su fundación, la que le dio todo el soporte estratégico e ideológico: el catedrático de Derecho Constitucional, Francesc de Carreras. ¿Qué defiende Carreras? El lector ya no se sorprenderá: la Reforma de la Constitución, por supuesto, al estilo sancho-riveresco (Lo puedes ver aquí, o en la plataforma que promovió de catedráticos dizque constitucionalistas para destrozar la Carta Magna: Ideas para una Reforma de la Constitución).

Pero Carreras no se queda ahí, sino que haciendo una tramposa interpretación del art. 92 de la Constitución, que contempla la posibilidad de hacer referéndums consultivos “de todos los ciudadanos”, es decir, de todos los españoles, Carreras lo proyecta a los catalanes en exclusividad, con consecuencias, además, que deberían dar lugar a una separación pactada de Cataluña, si el resultado de la consulta así lo estableciera. Ver para creer…

Los últimos hitos de Ciudadanos no dejan tampoco interpretación alternativa sobre lo que pretenden y lo que representan. Elocuente es su relación con el multimillonario George Soros, del que el candidato a las elecciones europeas, Luis Garicano, se deshizo recientemente en elogios (ver aquí), o el encuentro “discreto” que parece haber mantenido Albert Rivera con el magnate, que se desplazó en su avión particular para convencerle de que no pacte con el centro derecha español (ver aquí, a partir del min. 1:30).

George Soros, como es bien sabido, es uno de los promotores principales del globalismo, el principal enemigo que tienen las naciones libres soberanas, a las que combate fomentando las migraciones/invasiones masivas, financiando a los partidos y organizaciones secesionistas, como ha hecho en Cataluña, y socavando todos los cimientos cristianos –especialmente los católicos- por medio de la ideología de género y movimientos como la Liga GTBI. Todo ese mundo de sectario laicismo tan afín al socialismo de Zapatero y Sánchez (que recibió a Soros en Moncloa nada más “okuparla”), y que, por las declaraciones despectivas de Rivera ante el Consejo de Familia que exigía Vox en Andalucía, sospecho que el líder naranja se encuentra también muy a sus anchas.

Pero la gota que ha colmado el vaso ha sido la irrupción de Manuel Valls en la política nacional de la mano de Ciudadanos. ¿Cómo puede entenderse que un partido que ha ganado las elecciones en Cataluña permita que un exjefe de gobierno de un país vecino se presente a las elecciones municipales en su nombre? Porque no se trata, además, de un país cualquiera, sino del país invasor que nos quiso arrebatar la independencia en la más cruenta guerra que hayamos padecido, del país que sirvió de santuario a la banda terrorista ETA, bien custodiado por los sucesivos ministros de Interior, Valls incluido. ¿Es ese el españolismo de Ciudadanos?

Pues la verdad, se entiende bastante mal. ¿Qué hay en este asunto de por medio? Porque, para empezar, Ciudadanos no ha explicado cómo y porqué ha hecho tan inaudito fichaje. Y no lo puede hacer porque no se trata de un fichaje sino de una imposición en la que se intuye que su papel se ha limitado al asentimiento. La irrupción de Valls sólo puede entenderse, por tanto, como una injerencia, como un acto hostil de Francia contra España, y esto solo es posible si Francia ha encontrado alianzas dentro de Cataluña que se lo permitan.

¿Cuáles pueden ser estas alianzas? Ciudadanos desde luego no, porque aquí sólo juega un papel de mero comparsa. Las continuas reconvenciones de los mandatarios galos sobre las políticas y pactos que está autorizado a llevar a cabo, incluidas las del Grand Macron, dejan al “petit Macron” -en acertada definición de Santiago Abascal- en una posición no ya desairada, sino patética. Tenemos que pensar, pues, que se trata de una alianza con poderes internos catalanes, seguramente aquellos por los que ha visto la luz Ciudadanos, porque, si no, no tiene sentido la sumisión del partido naranja.

No tiene desperdicio, para entender este embrollo, una editorial que sacó Luis del Pino en su programa de radio SinComplejos hace dos meses (la puedes leer aquí transcrita). Del Pino se hacía eco de unas declaraciones de Valls en las que, ¡¡¡cómo no!!!, proponía que había que hacer una reforma constitucional del Senado, en línea con Sánchez y Rivera. Y se preguntaba si la venida de Valls no obedecería a una nueva estrategia, para conseguir lo que los secesionistas no habían obtenido hasta ahora: la posibilidad de poner en marcha la figura de un mediador internacional para dirimir el “conflicto” de Cataluña. Si Valls saliera elegido alcalde, con sus grandes contactos, sería mucho más eficaz y plausible que fuera aceptado por la comunidad internacional esta mediación, entre otras cosas por haber sido elegido por los propios barceloneses.

Ciudadanos y Valls serían, por tanto, el Caballo de Troya para internacionalizar con éxito lo que los secesionistas llaman “el conflicto”. No hay que perder de vista que siempre que Cataluña ha hecho amagos de separarse (1640, Guerra de Sucesión…), Francia siempre ha estado por en medio, para recoger las nueces…

Todo de lo más inquietante. ¿Es creíble, por tanto, vistos los antecedentes, las recientes proclamas de Rivera, afirmando que no pactará bajo ningún concepto con el PSOE, con quien había intentado investirse hacía tres años con la ayuda -declinada- de PODEMOS? Tengo toda la impresión de que si lo dice es porque se plantea muy seriamente hacer lo contrario. La credulidad, desde luego, es una mala consejera en política. Y en este caso más.

Sólo quiero apuntar, ya para finalizar, la reacción de Ciudadanos con la inesperada irrupción de VOX en las elecciones andaluzas. Cabría haber esperado, dado sus reclamos de españolidad, que hubiera acogido sin animadversión -aunque mantuviera las distancias y las diferencias-  a un partido creado por víctimas del terrorismo etarra, y que tiene como principal divisa la unidad de España y la lucha contra el separatismo.

Pues no. Todo lo contrario. El desprecio y la demagogia con la que han tratado al recién llegado, negándole unas credenciales democráticas que, por lo visto, solo ellos pueden impartir, no tiene nada que envidiar al sectarismo de la izquierda o al supremacismo de los catalanistas ante ese mundo inferior poblado de charnegos.

Y en eso coinciden todos, incluida Inés Arrimadas, que recientemente tachó a VOX de “populista”, negándole la condición de “constitucionalista”. Lo cual es otra falsedad, porque VOX acata plenamente la Constitución y, al igual que Ciudadanos, también quiere reformarla, ateniéndose a las vías que la propia Norma establece para hacerlo. Pero al revés que el partido catalán, VOX no la quiere reformar para destruir la nación española, sino para reforzarla, y para ello propone lo que es el auténtico anatema del Régimen que nos gobierna desde el 11-M (con el cual comulga plenamente C´s): meterle mano a las autonomías para invertir el “proceso” de desmembración de España.Indudablemente, en la rabieta que ha cogido Ciudadanos se puede adivinar su contrariedad, porque VOX le ha estropeado su juguete, su papel de bisagra y perejil de todas las salsas, que ahora puede que no sea tan determinante, porque los desencantados del PP que, equivocadamente o engañados, cayeron en sus redes, ahora saben muy bien donde pueden colmar sus aspiraciones.

Conviene tener todo esto en cuenta, porque si el llamado bloque de centro-derecha consiguiera en las próximas elecciones la mayoría absoluta, pero los votos de Ciudadanos también pudieran conformar un gobiermo coaligado al PSOE, no sé cuánto tiempo tardaría Rivera en desdecirse de sus palabras, haciendo valer los merecidos atributos que todo el mundo le reconoce a su formación, como el partido veleta.   

Creo que no sería nada bueno darle esa oportunidad.

Acerca de Ignacio López Bru

Málaga, 1954. Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Comercial de Deusto. Estudió Sociología en la misma Universidad. Diplomado Comercial del Estado del Ministerio de Economía y Hacienda, en excedencia desde 1986, en que pasó a dedicarse a la actividad privada empresarial. Actualmente compagina las labores de empresario con diversas actividades relaciona-das con la sociedad civil. Es Secretario de la “Asociación 11-M, Verdad y Justicia”. Ha escrito diversos artículos periodísticos y participa en diversos foros y tertulias, entre ellas en el programa Sin Complejos de Luís del Pino, en esRadio. Autor de “Las Cloacas del 11-M”, una auditoría crítica de la Versión Oficial del 11-M. Blog: “las Cloacas del 11-M”