La hija de la española

La hija de la española”, Karina Sainz Borgo (Editorial Lumen, Barcelona, 2019).

La reciente rebelión civico-militar en Venezuela contra el régimen criminal y opresor de la narcodictadura que representa Maduro, ha vuelto a poner el foco mundial sobre la dictadura de terror que sufre la sociedad venezolana. La liberación del líder opositor, Leopoldo López, y el llamamiento del presidente Guaidó a las Fuerzas Armadas para que dejen de sostener al títere y usurpador Nicolás Maduro, se mantiene en stand by hasta su derrocamiento definitivo a corto plazo. La reseña que publicamos de la obra de Karina Sainz Borgo, es un homenaje al pueblo venezolano que, o bien desde el exilio o en el interior de la bella y rica nación americana, padece tan sangrienta dictadura (N. Redacción Kosmos-Polis)

La obra narra las angustias y horrores que pasa una mujer venezolana en la Venezuela de Maduro, años después de la muerte del Comandante Presidente, o Comandante Revolucionario Eterno (Hugo Chávez), al que nunca se menciona por su nombre.

Si a los españoles nos resultaba desmesurada la denominación de Generalísimo o Caudillo al general Franco, hay que reconocer que la narcotiranía de Maduro no se queda atrás en el abuso del lenguaje, porque en la novela aparecen continuamente los Hijos de la Revolución, los Hijos de la Patria, los Motorizados de la Patria, bandas armadas de hombres y mujeres que, en connivencia con las autoridades, actuaban por su cuenta extorsionando, robando, y matando a los ciudadanos no adictos al régimen bolivariano, en una lucha feroz por la supervivencia.

La autora dice al final del libro que: “algunos episodios y personajes de esta novela están inspirados en hechos reales, pero no atienden a la exigencia del dato. Se desprenden de la realidad con una vocación literaria, no testimonial”. Interpreto esta advertencia en el sentido de que los personajes de la novela son ficticios, pero el ambiente descrito es real.

La novela describe unos grados de crueldad que resultan sobrecogedores. No es que se mate a los opositores al régimen bolivariano, es que previamente se les veja, violando a las mujeres o sodomizando a los hombres y, en los casos extremos, se ensañan con los cadáveres, haciéndoles la corbata a los soplones; es decir, sacando la lengua a través de una raja en la sotabarba, o arrojando los cadáveres a un vertedero con los testículos en la boca.

Ante estas atrocidades a uno le parecen menores los desmanes cometidos en la guerra civil española, en que se arrojaban a la cuneta los cadáveres de los fusilados por ambos bandos.

El hombre tiene dos instintos básicos derivados de su condición animal: el instinto de supervivencia, gracias al cual vivimos; y el instinto sexual, gracias al cual nos reproducimos y se conserva la especie humana.

El instinto de supervivencia es tan fuerte, que somos capaces de envilecernos por sobrevivir. La novela describe la tortura que sufrió un joven venezolano en las cárceles del régimen (La Tumba), hasta el punto que, después de ser suficientemente macerado, se le ofreció formar parte de las bandas armadas de los Hijos de la Patria o de los Hijos de la Revolución para sobrevivir… y aceptó.

Lo que más me ha sobrecogido del relato es que todos, si viviéramos en un régimen de terror como el venezolano o el cubano, tarde o temprano terminaríamos envilecidos para poder sobrevivir. Es decir, que todos, incluso los que no participan en los desmanes del régimen bolivariano, terminan degradándose.

La autora lo describe así:

Comenzó a hincharse en nuestro interior una energía desorganizada y peligrosa. Y con ella las ganas de linchar al que sometía, de escupir al militar estraperlista que revendía en el mercado negro o al listo que pretendía quitarnos un litro de leche en las largas filas que se formaban los lunes a las puertas de los supermercados. Nos hacían felices cosas funestas: la muerte súbita de algún jerarca ahogado sin explicación en el río más bronco de los llanos centrales, o el estallido en pedazos de algún fiscal corrupto luego que una bomba escondida bajo el asiento de su todoterreno de lujo hiciera contacto tras girar la llave. Olvidamos la compasión, porque ansiábamos cobrar el botín de aquello que iba mal”.,

Últimamente he estado en la biblioteca municipal Conde Duque y en el Archivo Histórico Nacional, en ambos sitios me han tratado con amabilidad y eficacia. En los últimos meses he estado sometido a un proceso de quimioterapia; en el hospital que me han atendido he recibido un trato amable y profesional por parte de los médicos, enfermeras y auxiliares. Todo lo contrario de lo que describe la autora de los hospitales venezolanos, en donde carecen de los medicamentos más esenciales y, además, el personal de enfermería atiende a los pacientes y familiares con frialdad y desgana.

España es hoy un país amable. Estoy seguro de no equivocarme si afirmo que, si se cambian las tornas, y se instaura un régimen de terror en el que cada ciudadano tiene que luchar por su supervivencia, los mismos españoles que hoy son amables, mañana dejarían de serlo y se convertirían en crueles, en animales feroces y despiadados.

Como recuerda Federico Jiménez Losantos en su libro “Memoria del comunismo”, mucha gente cree que esto en su país nunca podrá ocurrir. Y esto no es verdad. Basta que las autoridades no hagan cumplir la ley y permitan que campen a sus anchas las bandas u organizaciones afines a los extremistas, para que nos aproximemos peligrosamente a una revolución. Piénsese en los activistas de Omnium Cultural, la ANC o los CDR´s de Cataluña. Los Comités de Defensa de la República catalana recuerdan en su denominación y actuación a los Hijos de la Revolución, hecha la salvedad de que el grado de violencia alcanzado en la Venezuela de Maduro no tiene parangón con ningún otro. Nótese que toda revolución engendra una contrarrevolución, de acuerdo con el principio de acción/reacción de las Ciencias Físicas, que también es aplicable a las Ciencias Sociales y Políticas. Si se quiere evitar el enfrentamiento civil, provocado por los revolucionarios y contrarrevolucionarios, las autoridades deben evitar todo conato de violencia, aunque sea hecho por grupos afines, como pasó en la II República española con la quema de conventos.

Todos hemos visto por la televisión que cuando se produce una catástrofe en Estados Unidos por un tornado, un huracán o unas inundaciones, inmediatamente surgen bandas de ciudadanos que asaltan los supermercados y grandes almacenes, aprovechando que en ese momento las autoridades están ocupadas en remediar la catástrofe. La violencia está siempre latente, incluso en los países más civilizados, como los EE.UU.; si no sale a la luz a diario, es por la actuación constante de las autoridades en situaciones normales.

Ante el panorama desolador descrito en la novela, uno se pregunta por qué nuestros partidos políticos no reaccionan ante tanto horror.

Los dirigentes de Unidos Podemos han asesorado al régimen chavista para que se mantenga en el poder indefinidamente, prolongando el sufrimiento, la degradación y el envilecimiento del pueblo venezolano. Al parecer han cobrado por ello. Para Unidos Podemos, el régimen bolivariano de Venezuela es un referente político: el modelo a seguir. Nunca lo han condenado. No hay que olvidar que Unidos Podemos es en la actualidad la tercera fuerza política de España.

Por otra parte, resulta alarmante que el ex presidente socialista Zapatero dé la impresión de actuar como embajador de Maduro ante España y la Unión Europea, sin que haya sido desautorizado por el Gobierno español, ayer de Rajoy y hoy de Sánchez. En los periódicos digitales se afirma que la actuación de Zapatero no es desinteresada.

Por todas estas razones, los españoles tenemos contraída una deuda moral, difícil de saldar con el pueblo venezolano.

La postura del ex presidente González ha sido clara y contundente en este asunto, ha salvado el honor de los socialistas de su generación, que es la mía. Lo mismo ha ocurrido con el señor Aznar.

Sin embargo, me ha preocupado la tardanza con la que el Gobierno español del señor Sánchez ha abordado este problema, de simple humanidad, influyendo en el retraso de la Unión Europea.

Si resulta preocupante la actitud de nuestro Gobierno, lo es aún más la de los gobiernos de otros países miembros de la Unión Europea, donde no ha habido una postura unánime ante semejante abuso de poder.

En un acto de la Fundación Adenauer, celebrado en el Círculo de Bellas Artes, los conferenciantes nos han dicho que Europa es una comunidad de valores, no una comunidad de mercaderes. La respuesta que ha dado la Unión Europea al problema de Venezuela demuestra que no somos una comunidad de valores.

En los siglos pasados (XVII, XVIII, XIX y XX) Europa fue el ámbito donde se creaba la ciencia y la tecnología. Hoy las nuevas tecnologías se crean en otros continentes. No somos un ámbito creador de riqueza, tampoco somos un referente moral: la prueba está en la guerra de los Balcanes y la respuesta que estamos dando a las dictaduras de Cuba y Venezuela. Entonces, ¿qué es Europa? Europa es un atractivo turístico y poco más. Somos como el lord inglés que muestra a los turistas su mansión solariega, prueba indiscutible de su antigua grandeza; pero la realidad es que su economía no le permite mantener en pie el solar de sus antepasados.

Volviendo al libro de Karina Sainz, hay que decir que, no hace muchos años, Venezuela era un país prospero, un emporio de riqueza, a donde emigraban los españoles para hacer fortuna, o simplemente ganarse la vida. La naturaleza ha sido mucho más generosa con Venezuela que con España, que es un país semidesértico. La naturaleza ha sido pródiga en dones con Francia, y cicatera con España. Pero la riqueza de un país no viene determinada por la naturaleza, sino por el empuje de sus ciudadanos y su capacidad para organizarse como Estado de Derecho, donde, por encima de todo, se respete la vida y la propiedad de sus ciudadanos. Esto no sucede hoy en Venezuela, como demostraron a la protagonista del libro, Adelaida Falcón, de forma contundente una banda armada de mujeres venezolanas, que allanó su vivienda, a las órdenes de la Mariscala, que portaba un revólver en la cintura.

He empezado la reseña afirmando que el libro narra las angustias y horrores de una mujer venezolana en el régimen bolivariano de Maduro. Entonces, ¿por qué se titula “La hija de la española”? Permítame el lector que no desvele el argumento de la novela; la reseña sólo trata de comentarla, animando a su lectura, a pesar de la crudeza de algunos de sus pasajes.

Hay que destacar que la novela está escrita con soltura y maestría. Karina Sainz tiene voluntad de estilo. Para nosotros resultan desconocidos los nombres de las frutas, plantas y animales que se citan en la novela, por ser típicamente venezolanos. La autora hace un alarde de escritura al recoger en algunos párrafos el habla popular de la Mariscala y sus compinches. A través de Google Maps he podido localizar los lugares citados en la novela, visualizándolos gracias a las fotos que están asociadas a los mismos.

Como dice Fernando Aramburu – autor de Patria– en su reseña de la novela de Karina, este es un libro de difícil digestión para la izquierda. Precisamente por eso, será silenciado y ninguneado; razón por la cual conviene leerlo y difundirlo.

El gran pecado de la izquierda es que es incapaz de condenar las dictaduras de Cuba y Venezuela, por considerarlas afines y mirarlas con simpatía, hasta el punto de que se dan mutuamente apoyo. Mientras esto sea así, y hoy lo es en grado sumo, su oposición a la dictadura franquista, reflejada en la ley de Memoria Histórica, es una burda impostura.

Acerca de Juan Manuel Blanco Rojas

Licenciado en Ciencias Físicas y diplomado en Ingeniería Nuclear por el Instituto de Estudios Nucleares (antigua JEN). Su experiencia profesional se ha desarrollado durante 32 años en la centrales nucleares de Almaraz y Valdecaballeros, participando en todas las etapas del proceso, desde su lanzamiento hasta la explotación comercial de Almaraz; ocupando los cargos de Jefe de Seguridad Nuclear, Combustible y Medio Ambiente; Jefe de Ingeniería y Subdirector Técnico. En la actualidad es jubilado y pensionista de la Seguridad Social.