Los protagonistas de la gesta de Elcano y la Leyenda Negra II

Martín Fernández Navarrete editó en 1837 un magnífico estudio (1) sobre la expedición a las Molucas de Magallanes/Elcano que detalla todos sus pormenores, desde su preparación, ejecución, conclusión y consecuencias; basándose en muchas fuentes, entre ellas la narración de Pigafetta, el diario de navegación de Francisco Albo, las órdenes reales, incluyendo la correspondencia cruzada con Magallanes, los informes de los embajadores en España del rey de Portugal, y los interrogatorios o pesquisas que se hicieron a todos los supervivientes – Elcano incluido – sobre los trágicos sucesos acaecidos durante la expedición. Gran parte de esta documentación está extraída de los manuscritos conservados en los archivos de Indias y de Simancas. Podemos decir que sabemos todos los detalles de lo ocurrido, incluso en distintas versiones, porque nuestros antepasados lo dejaban todo por escrito, lo que constituye un rasgo propio de la cultura española, que no se destaca lo suficiente. Pocos acontecimientos de la historia universal están tan bien documentados como la expedición de Magallanes/Elcano.

Tripulación

Gracias al documento de Navarrete conocemos el nombre, cargo y lugar de origen de todos los miembros de la tripulación, distribuidos en las cinco naves en el momento de partida, con algunas dudas o lagunas en cuanto a varios nombres y origen. La tripulación se componía de 239 hombres, más otros 21 adicionales que no están asignados a ninguna nao en particular, en la relación de Navarrete.

De acuerdo con dicha información, he elaborado la siguiente tabla:

TRIPULACIÓN DE LA EXPEDICIÓN
Origen % Origen %
Andaluces 62 23,8 Portugueses 33 12,7
Castellanos 39 15 Italianos 29 11,2
Vascos 33 12,6 Franceses 23 8,8
Gallegos 11 4,2 Flamencos 5 1,9
Navarros 4 1,5 Alemanes 4 1,5
Asturianos 4 1,5 Ingleses 1 0,3
Extremeños 1 0,3 Otros países 8 3,1
Murcianos 1 0,3


Aragoneses 1 0,3


Valencianos 1 0,3


Subtotal 157 60,4
103 39,6
TOTAL 260

Hay que hacer una salvedad: en los asientos originales no se hablaba de italianos, sino de naturales de Génova, Lombardía, Sicilia, etc.; tampoco de andaluces, sino de naturales de Huelva, Sevilla, Lepe, etc.; ni se habla de vascos, sino de nacidos en Bilbao, Guipúzcoa, Bermeo o Baquio.

Los números no son exactos, porque las fuentes originales tienen imprecisiones; pero las conclusiones son validas.

1º.- Intencionadamente, la tripulación estaba compuesta exclusivamente de hombres, porque se preveía una travesía de dos años de duración, en unas embarcaciones de reducidas dimensiones (26 m de eslora y 7 de manga: unos 180 m2 en cubierta), en las que tenían que convivir 50 personas, muchas veces en condiciones de extrema dureza. Según el testimonio de Elcano, se produjo un acto de sodomía frente a las costas de Guinea. Es fácil imaginar lo que hubiera ocurrido si hubiera habido igualdad de hombres que de mujeres, o se hubiese aplicado el criterio “cremallera” en la asignación de cargos: capitán/capitana; piloto/pilota, marinero/marinera, etc.

Pintura de la nao Victoria con la que Elcano culminó la vuelta al mundo

2º- Sorprende el elevado porcentaje de tripulantes de otras naciones europeas (39,6%), porque según Magallanes, los nativos no estaban muy dispuestos a enrolarse, a pesar de que la expedición se había pregonado en Sevilla y Málaga. Las órdenes reales establecían que no fueran más de 235 tripulantes, sin embargo este número se superó. También dichas órdenes limitaban el número de portugueses entre ocho y diez; incumpliéndose ampliamente este criterio. La mayoría de los pilotos fueron portugueses (4 de 5), como informaron al rey de Portugal. Todos los lombarderos (3 por nao) eran franceses, flamencos o alemanes.

3º- No figura ningún catalán en la tripulación, tan sólo uno de Aragón y otro de Valencia. Si el número de catalanes hubiera igualado al de andaluces, hoy sería la gran gesta de la nación catalana. La expedición, más que española, se puede decir que era castellana, en el sentido amplio de la palabra (Castilla y León); o incluso europea. Habían transcurrido 40 años desde la unión dinástica de las coronas de Castilla y Aragón; pero todavía no se había alcanzado la unión de los pueblos; es decir, los proyectos comunes. Este logro sólo se ha conseguido después de siglos de larga convivencia y es lo que los separatistas catalanes, irresponsablemente, quieren romper en aras de una falsa superioridad.

4º- Los vascos participaron de manera significativa; en particular, el gran héroe de la hazaña, Juan Sebastián Elcano, que inicialmente figuró como maestre de la nao Concepción, encargado de reclutar y mandar a la tripulación, principalmente marineros y grumetes (aproximadamente 12 y 10 por nao, respectivamente). Por expresa orden real, el armamento y las armaduras se compraron en Vizcaya, por ser de mejor calidad y precio. Obviamente esta orden no vino directamente del rey, que con diecinueve años acababa de llegar a España y no hablaba español, sino de los funcionarios de la Casa de Contratación, que llevaban un cuarto de siglo organizando los viajes a América. El coste del armamento ascendió a 333.668 maravedíes, equivalente al coste de la nao Victoria.

Fernando de Magallanes

La Leyenda Negra atribuye a Fernando de Magallanes todo el mérito de la hazaña, cuando no alcanzó su objetivo de llegar a las islas de las Especias, empecinado en llevar a cabo una lucha desigual contra los nativos de Mactán (Filipinas), que le habían desaconsejado todos sus compañeros. En justicia, se le tiene que reconocer el mérito de haber descubierto el paso por América del Atlántico al Pacífico que, por estar tan al sur del continente y en tierras tan frías e inhóspitas, resultó inútil a efectos de permitir una navegación fluida y rápida.

Stefan Zweig, en su biografía de Magallanes (2), con gran desparpajo afirma: “Un solo hecho quedaba por cumplir, el último, el de más bizarría, el más costoso: dar la vuelta a toda la Tierra en un buque, y en este único viaje medir y probar con toda evidencia la forma redonda de nuestra tierra, contra todos los cosmólogos y los teólogos del pasado. Y éstos serán la idea y el destino del portugués Fernao de Magelhaes, que conocemos por Magallanes”.

Afirmación rotundamente falsa, porque nunca fue la idea de Magallanes dar la vuelta a la Tierra, sino llegar a las islas de las Especias a través de un paso – que él decía conocer – en América del Sur. Así está expuesto en las capitulaciones que se hacen con el rey de España y que conoce Stefan Zweig, porque cita párrafos textuales; pero en ellas nunca se habla de dar la vuelta a la Tierra, sino de descubrir las islas de las Especias y comerciar con los nativos. Las capitulaciones detallan el reparto de beneficios entre el rey de España y los promotores de la idea: Fernando de Magallanes y Rui Falero; pero nunca se menciona el objetivo de circunnavegar la Tierra.


Ese mérito hay que atribuírselo exclusivamente al guipuzcoano Juan Sebastián Elcano y a sus diecisiete compañeros de navegación, que milagrosamente llegaron a Sevilla. Tampoco era el objetivo de Elcano rodear la Tierra, sino llegar a España con la nao Victoria cargada del preciado clavo, huyendo de los portugueses que hicieron todo lo posible por detenerles. Las paradojas del destino hicieron que los portugueses fracasaran en su intento y la gloria la alcanzaron los españoles por partida doble: traer el clavo de las Molucas, y dar la primera vuelta al mundo. Es por lo segundo, por lo que escribieron una de las páginas más brillantes de la historia de la Humanidad.

La Leyenda Negra consiste en negar los méritos de los españoles y en atribuirles todo tipo de ignominias, maldades y crueldades. Para ello, es necesario negar la evidencia e ignorar la verdad, como ha hecho un escritor tan acreditado como Stefan Zweig, entre otros muchos, ocultando siempre lo positivo y resaltando lo negativo.

Las capitulaciones se hicieron con dos portugueses – Magallanes y Rui Falero – a los que se encargó conjuntamente el mando de la expedición. Rui Falero era un teórico, astrónomo y matemático, que nunca había navegado, pero tenía un método para calcular la longitud. Magallanes era un caballero portugués, avezado marino y valeroso guerrero, que había estado varias veces en la India y Malaca, pero nunca había alcanzado las Molucas. Ambos estaban indispuestos con el rey Manuel I de Portugal, porque no les reconocía sus méritos – indiscutibles en el caso de Magallanes- y decidieron venir a España. Se repite la historia de Colón. Harían bien los portugueses en preguntarse, por qué perdieron tantas oportunidades. En mi opinión, la palabra clave es prepotencia. Estaban tan seguros de su hazaña marinera de alcanzar la India, circunnavegando el continente africano, que despreciaban cualquier vía alternativa, como les propuso Colón y después Magallanes.

Gracias a los cálculos erróneos de Falero, el rey Carlos I y sus consejeros se convencieron – o quisieron convencerse- de que las islas Molucas se encontraban dentro de la demarcación de España, según el tratado de Tordesillas, por el cual la Tierra se había dividido en dos hemisferios: el del Portugal y el de España. La clave estaba en la longitud, no en la latitud (las Molucas están cerca del Ecuador). Según Magallanes, Falero era el experto que sabía calcular la longitud.

Pero Falero debía ser un hombre desequilibrado, según reconocen los mismos portugueses, por lo que en el último momento fue descartado de la expedición. El mismo Magallanes propuso en su lugar a Cartagena, que era el factor o veedor del Rey y, además, capitán de una de las naos, por nombramiento real. Aquí empezaron los problemas, porque Cartagena consideraba que tenía el mando conjunto, como sucesor de Rui Falero, lo que siempre negó Magallanes. Por otra parte, las órdenes reales eran muy claras: Magallanes tenía que comunicar con antelación la derrota a los capitanes y pilotos, a lo que siempre se negó.

A través de los hechos históricos, tenemos que tratar de adivinar la psicología de los personajes, para llegar a comprender cómo sucedió la tragedia de la Patagonia. En este caso acierta Stefan Zweig, cuando afirma: “No sabía sonreír, ni ser amable ni complaciente. […] Todo era aspereza a su alrededor, como dice Raquel de Kleist”.

En mi opinión, Magallanes era un hombre encerrado en sí mismo, que no atendía a razones, incapaz de escuchar los consejos de sus compañeros y eso le llevó a morir inútilmente luchando contra el cacique Lapu Lapu en la isla Mactan. No escuchó los consejos de sus compañeros, y del propio rey de Cebú, que se había brindado a ayudarle con mil nativos para luchar contra Lapu Lapu. Magallanes declinó el ofrecimiento del rey de Cebú, y le invitó a que presenciara cómo sesenta guerreros castellanos eran suficientes para vencer a tres mil indígenas. El rey de Cebú lo que presenció fue una catástrofe. Hizo justo lo contrario que Hernán Cortés, que se apoyó en las otras tribus mexicanas para vencer a los aztecas.

La tragedia de Patagonia puede ser discutible, porque en una expedición de alto riesgo, como la de Magallanes, no es admisible una rebelión, aunque había dado claros motivos para la queja de los capitanes castellanos, al no comunicarles la derrota y andar perdido – sin rumbo fijo- por la Patagonia, invernando sin alimentos.

Aquí no se discutió si era rebelión o sedición. En la revuelta, mataron a Mendoza y Magallanes mandó ajusticiar a Quesada, desmembrando los cuerpos de ambos después de muertos por traidores. También ordenó que se dejaran en tierra – en la Patagonia- a Cartagena y al clérigo Pero Sánchez de la Reina, con algunos alimentos; lo que fue considerado como un castigo más cruel que el terrible fin de los ajusticiados.

Mendoza, Quesada y Cartagena, tenían un nombramiento real, expreso para cada uno de ellos, como capitanes de una nao; y, además, Mendoza tenía el cargo de tesorero y Cartagena de veedor.

Magallanes liquidó a todos los hombres de confianza del rey Carlos, entregando el mando de la armada a los portugueses, a su cuñado, Duarte Barbosa y a Álvaro Mezquita.

Juan Sebastián Elcano participó activamente en la rebelión, pero no fue ajusticiado al no ser un cabecilla y necesitarse marineros para la navegación. A su regreso a España, le sometieron a un interrogatorio, que se puede considerar como un auténtico tercer grado. Ante la pregunta: “¿Qué fue la causa porque el dicho Fernando de Magallanes desterró a Juan de Cartagena y al clérigo con él, y hizo justicia de Quesada y Mendoza y otras personas?”. Elcano respondió: “Porque decía el dicho capitán Magallanes que los susodichos le revolvían la gente […] y por hacer capitanes a Álvaro Mezquita y Duarte de Barbosa, […] porque teniendo capitanes portugueses tendría toda la gente a su mano, y haría todo lo que quisiese”.

Si Elcano fue el capitán de la nao Victoria, que regresó con éxito desde las Molucas, tras una increíble travesía, completando así la primera vuelta a la Tierra, su testimonio merece ser digno de consideración.

Su testimonio coincide con el del resto de los supervivientes de la expedición, porque a todos se les hizo el mismo tipo de preguntas, con el fin de investigar la verdad de lo sucedido.

Pero lo grave no fue sólo la imprudente muerte del capitán Magallanes en Mactán, sino las consecuencias que ella tuvo.

Cuando las tres embarcaciones llegaron a Filipinas, los nativos vieron en ellos a unos poderosos hombres, que venían en grandes naos desde lejanas tierras, pertrechados de armaduras y lombardas. Con la muerte absurda de Magallanes se perdió esa aureola de poder que tenían al principio y se convirtieron en vulnerables. El rey de Cebú, que había sido su amigo y se había convertido al cristianismo, cedió ante las presiones de los caciques locales, que querían dar muerte a los intrusos y escuchó las insidias vertidas por el esclavo malayo de Magallanes, que había sido injuriado por Barbosa. Con el pretexto de darles unos regalos para el rey de España, convidó a todos los capitanes y oficiales de la armada a un banquete y, cuando estaban desprevenidos, les dieron muerte a todos.

Los muertos en Mactán con Magallanes, y en el posterior convite, fueron en total treinta y cinco, entre ellos el portugués Duarte Barbosa, cuñado de Magallanes, que había sido nombrado jefe de la expedición. Este desastre también hay que atribuírselo a Magallanes.

Un jefe, un líder, es aquel que, aunque tenga grandes ideas, un firme carácter y temple de acero, sabe que hay que trabajar en equipo; que él sólo, con sus únicas fuerzas, poco puede alcanzar; que necesita la colaboración y entusiasmo de su gente para conseguir los grandes logros que ha soñado. Magallanes no fue un gran líder, fue un solitario y despótico capitán, que por sus errores no llegó alcanzar su objetivo: llegar a las islas Molucas y enriquecerse con el lucrativo comercio de las especias.

Juan Sebastián de Elcano

Al hablar de Elcano, lo primero que hay que decir es que era un proscrito a efectos de la Corona. Se lo recordó el rey Carlos I el 13 de febrero de 1523, cuando le perdonó, debido a su gran gesta, con las siguientes palabras: “Vos, siendo maestre de una nao de doscientos toneles, nos servisteis en Levante y en África, y como no se vos pagó el salario que habíais de haber por el dicho servicio, tomasteis dineros a cambio de unos mercaderes vasallos del Duque de Saboya, y que después, por no les poder pagar, les vendisteis la dicha nao; y por cuanto por leyes y establecimientos de estos reinos vos no podíais vender la dicha nao a los susodichos, por ser extranjeros de estos reinos, en lo cual cometisteis crimen”.

Lo segundo que hay que decir es que si la Corona hubiera pagado a Elcano los servicios prestados por su nao, no se hubiera visto en la necesidad de empeñar su nave; pero la Corona ha sido históricamente un mal pagador de sus servidores y los herederos de éstos, como ocurrió con la madre de Elcano, que litigó durante veintisiete años, después de la muerte de su hijo Sebastián, para poder cobrar los haberes prometidos y nunca pagados.

Precisamente, por estar arruinado, Elcano se enroló en la expedición de Magallanes, siendo nombrado maestre de la nao Concepción, cuya capitán fue Gaspar de Quesada, teniendo como misión reclutar y mandar a los marineros y grumetes (diez de cada).

En tercer lugar, hay que decir que Elcano participó activamente en la rebelión encabezada por su capitán, pero no fue ajusticiado como él, por precisar Magallanes de tripulantes para las naves.

Tras la muerte de Magallanes, eligieron como capitán de la armada a su cuñado, Duarte Barbosa, que murió asesinado en el convite del rey de Cebú, junto con otros veintiséis oficiales y mandos. Ante la falta de tripulantes, los supervivientes decidieron quemar la nao Concepción, aprovechando sus enseres, quedando sólo disponibles dos naos: Trinidad y Victoria. Nombraron como jefe, al piloto portugués, Joan López de Carbalho, capitán de la nao Trinidad. El alguacil, Gonzalo Gómez de Espinosa fue nombrado capitán de la nao Victoria. Como vieron que el capitán Carbalho navegaba por Indonesia a lo corso, haciendo escala en Borneo, sin poner rumbo a las Molucas, decidieron destituirle. Goméz de Espinosa pasó a ser el jefe de la expedición y capitán de la nao Trinidad; siendo designado Elcano como capitán de la nao Victoria. Estas dos naves son las únicas que llegaron a las islas Molucas y comerciaron con los nativos, intercambiando sus mercancías a cambio del preciado clavo. Además firmaron una carta de posesión, por la cual los nativos se reconocían como vasallos del rey de España, documento fundamental para el litigio posterior con Portugal.

Hay que decir que todos estos nombramientos se hicieron lejos de España, por los propios supervivientes, que elegían a la persona que consideraban más capaz para completar la misión y retornar a España; por eso, sus compañeros nombraron a Elcano como capitán de la nao Victoria.

A la hora de partir de las Molucas, la nao Trinidad tuvo que demorarse, porque necesitaba reparaciones. Pensaba navegar por Levante hasta Darien, Panamá; pero no fue posible completar la travesía debido al mal estado de la nave, que regresó a las Molucas, siendo apresada por los portugueses, sufriendo sus tripulantes un auténtico calvario que se prolongó durante varios años, regresando a España tan sólo tres de sus tripulantes.

Estatua a Juan Sebastián Elcano de Ricardo Bellver en Guetaria, Gupúzcoa (1881)

Elcano emprendió la navegación por Poniente, lejos de la India, para no ser detenidos por los portugueses. Doblaron el cabo de Buena Esperanza, recalando en las islas portuguesas de Cabo Verde en busca de alimentos. Al ser detenido el batel que habían enviado en busca de negros que les ayudaran a achicar el agua, la nao Victoria soltó amarras y emprendió la fuga rumbo a España, donde llegó el 6 de septiembre de 1522, después de tres años de navegación y tras haber dado por primera vez la vuelta al mundo.

Fueron recibidos como lo que eran, auténticos héroes; pero a la vez todos los supervivientes, incluido Elcano, fueron sometidos a un interrogatorio muy severo sobre la rebelión ocurrida en la Patagonia, sobre el comercio llevado a cabo en las islas Filipinas y las Molucas, tratando de indagar si habían sustraído a la Corona parte del clavo, oro y perlas conseguidos en las islas orientales.

Me sorprende que el libro de Pedro Insua (3) no haga mención a este interrogatorio, porque, leyéndolo, asistimos al primer juicio de relación que posteriormente se aplicó sistemáticamente a los virreyes de América a su regreso a España.

El interrogatorio se compone de trece preguntas, una de ellas trata de averiguar por qué el peso del clavo recibido en España era menor que el consignado en los libros. Elcano lo explica por las alteraciones causadas por la humedad del mar durante los largos meses de travesía. Los antiguos oficiales de la Casa de Contratación velaban por los ingresos de la Corona con tanto o más celo que los actuales funcionarios de la Agencia Tributaria, aunque sin los poderosos medios informáticos actuales.

Recuérdese que años después encarcelaron en Sevilla a Miguel de Cervantes, el héroe de Lepanto, porque se suponía que había sustraído dinero de las alcabalas reales. Para entretenerse durante las largas horas en prisión, Cervantes se puso a escribir el Quijote, una de las obras maestras de la literatura universal.

Según la biografía de la Real Academia de la Historia (RAH) (4), a su regreso a España, Elcano disfrutó de tres años de tranquilidad bien merecida, teniendo amores con María Vidaurreta, de la que tuvo una hija, a la que legó una manda de cuarenta ducados en su testamento.

Según describe minuciosamente Navarrete, Elcano participó como experto en las negociaciones con Portugal que tuvieron lugar en la primavera de 1524 en la raya fronteriza entre Badajoz y Elvas. Las conversaciones se desarrollaron varios meses y resultaron tediosas; en cierta manera, fueron de pillo a pillo y medio. Versaban sobre la propiedad y posesión de las islas Molucas de acuerdo con el tratado de Tordesillas; entendiendo por propiedad la comprobación geográfica de si las islas Molucas caían o no dentro del hemisferio de Portugal, cuestión difícil de zanjar con los conocimientos de la época. La posesión consistía en la prueba documental que demostrara el vasallaje de los nativos de las Molucas al rey de España, siendo clave los documentos aportados por Elcano.

Elcano se enroló en una expedición de seis naos al mando de García Jofre de Loaysa, que partió el 25 de julio de 1525 del puerto de La Coruña con destino a las islas de las Especias, atravesando el estrecho de Magallanes. La expedición fue un desastre. Dos naves se perdieron antes de llegar al estrecho; otra, se perdió en una tormenta y la cuarta desertó. De las dos naves que cruzaron el estrecho y navegaron por el Pacífico, sólo una llegó a las Molucas en un lamentable estado. Según la biografía de la RAH, murieron el contador Alonso de Tejada, el piloto Antonio Bermejo, y otros treinta y dos tripulantes. Finalmente falleció el propio general Loaysa el 30 de julio. Elcano asumió el mando, pero por poco tiempo; pues falleció, posiblemente de escorbuto, el 6 de agosto de 1526. Su cuerpo fue lanzado al agua por la borda, como anteriormente lo había sido el del general Loaysa.

Los restos de Juan Sebastián Elcano, el hombre que por primera vez había circunnavegado la Tierra, descansan en el fondo del océano, donde no pueden ser ni exhumados ni ultrajados, como fueron los del emperador Carlos V durante la primera república española.

La Casa de Contratación de Sevilla

No hubiera sido posible la gran gesta de la primera vuelta al mundo, sin la experiencia, conocimientos y capacidad de gestión que acreditaron los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla. Basta leer en Navarrete el listado detallado de alimentos, armamento, mercancías, materiales y herramientas necesarios para la reparación y mantenimiento de las naves, para darse cuenta que conocían en profundidad su negocio después de 25 años de navegación por el océano Atlántico. Igualmente es necesario leer las 74 instrucciones detalladas que el rey envió por escrito a Magallanes el 8 de mayo de 1519 con objeto de garantizar el éxito de la empresa, teniendo en cuenta la experiencia adquirida durante los viajes a América y el trato con los indios. Aunque el escrito está firmado por el rey, es obvio que las 74 instrucciones provienen de los oficiales de la Casa de Contratación.

Pues bien, Stefan Zweig, conociendo todos estos documentos, porque los describe detalladamente, atribuye todo el mérito a Magallanes e ignora la labor de los oficiales de la Casa de Contratación, a los que sólo atribuye la conspiración contra Magallanes. Esto es Leyenda Negra en su más pura esencia, porque Stefan Zweig es un hombre muy inteligente, perspicaz, maestro a la hora de narrar, capaz de contagiar su entusiasmo vital al lector. El equipamiento minucioso de las cinco naos fue mérito de los oficiales de la Casa de Contratación; ignorarlo, es faltar a la verdad.

En esta historia hay dos personas que tienen nombre propio: el factor, Juan de Aranda y el obispo de Burgos, Juan Rodríguez de Fonseca, presidente del Consejo de Indias.

Juan de Aranda es el que abrió la puerta a Magallanes y Falero para acceder al rey Carlos I y a sus consejeros. A cambio de esta gestión, pidió una comisión de un octavo de los futuros beneficios de ambos capitanes, sustentada en escritura pública. Por esto fue criticado y procesado. Él se defendió argumentando que la empresa era en beneficio de la Corona, y que la hubiera apoyado en cualquier caso, aunque Magallanes y Falero no le hubieran dado voluntariamente su participación en los futuros beneficios.

Sin duda alguna, la persona clave en esta empresa fue el obispo de Burgos, Fonseca, como también reconoce Stefan Zweig. Su gran poder le vino de los Reyes Católicos, que le asignaron importantes misiones diplomáticas. Según la biografía de la RAH, el obispo Fonseca firmó el testamento de Isabel la Católica en 1504 y viajó a Flandes para darlo a conocer en dicha Corte. En 1503 fundó la Casa de la Contratación y en 1524 el Consejo de Indias.

Fue un hombre poderoso y controvertido, que tuvo enfrentamientos con Colón por su desmesurada ambición y, posteriormente con Hernán Cortés. De él dijo Bartolomé de las Casas que “era muy capaz para mundanos negocios, señaladamente para congregar gente de guerra para armadas por la mar, que era más oficio de vizcaínos que de obispos”.

Fray Antonio Guevara nos dejó el siguiente retrato del obispo Fonseca: “¿Qué es lo que la gente dice por acá de vuestra señoría? […] Todos dicen en esta corte que sois un muy macizo cristiano y un muy desabrido obispo. También dicen que sois largo, pródigo, descuidado e indeterminado en los negocios que tenéis entre manos y con los pleiteantes que andan tras vos. Y, lo que es peor, que muchos de ellos se vuelven a sus casas gastados y no despachados. También dicen que vuestra señoría es breve, orgulloso, impaciente y brioso, y que muchos dejan indeterminados sus negocios por verse de vuestra señoría asombrados. Otros dicen que sois hombre que tratáis verdad, decís verdad y sois amigo de verdad […] También dicen que sois recto en lo que mandáis, justo en lo que sentenciáis y moderado en lo que ejecutáis […] También dicen que sois compasivo, piadoso, limosnero […]”.

Carlos I de España y V de Alemania

Sin la aprobación del rey Carlos I y su decidido apoyo, la expedición de Magallanes no hubiera tenido lugar y, por tanto, Elcano no hubiera podido realizar la gran proeza de dar la primera vuelta al mundo.

El emperador Carlos I

Hay que atribuir a Carlos I el mérito de dejarse aconsejar por el obispo Fonseca, prescindiendo de sus consejeros áulicos: el cardenal Adriano de Utrecht, amigo de Erasmo y futuro papa; Guillermo de Croix, señor de Chièvres; o Mercurino Arborio Gattinara, el gran canciller; todos ellos pocos interesados en las empresas atlánticas.

Stefan Zweig reconoce el mérito de Carlos I con su fino olfato, pero su inevitable insidia, le hace escribir las siguientes frases: “Su Majestad – aquí una inclinación ante el joven endeble y pálido, con el belfo de los Habsburgo. […] Carlos V, en sus años juveniles y más bien de un temperamento vacilante, reservado, se declara el más impaciente y fervoroso abogado de aquella nueva expedición de argonautas. […] Es casi la única vez durante su largo reinado que aquel Emperador, en general vacilante y fácil a las influencias, se puso al servicio de una idea magna”. Stefan Zweig dixit.

A lo largo de estos once años (desde 1518 a 1529), y a través de los manuscritos que Navarrete pone a nuestra disposición, vemos cómo el rey Carlos I madura con extraordinaria rapidez. (No olvidemos que nació en 1500).

Fijémonos en el encabezamiento de los primeros escritos de 1518: “Doña Juana y Don Carlos su hijo, por la gracia de Dios Reina e Rey de Castilla, &.”. Obviamente aparecía su madre, la reina Juana, en primer lugar. Entre los títulos que utiliza figuran el de rey de Aragón, conde de Barcelona, señor de Vizcaya y de Molina. Aunque el señorío de Molina tuvo mucha menos entidad que el de Vizcaya, fue un señorío muy apetecido por los reyes en la Edad Media y está unido al nombre de María de Molina, una de las mujeres más importantes en la historia de España, porque fue tres veces reina. Ahora que parece que algunos han descubierto el feminismo, hay que recordar que en el reino de Castilla las mujeres podían reinar como los hombres, lo que no sucedía en la Corona de Aragón, que sólo podían transmitir los derechos dinásticos, como ocurría en otros países.

Veamos ahora un encabezamiento posterior de 1529, cuando vende al rey de Portugal por 350.000 ducados, el derecho a comerciar con las islas Molucas, con opción de recompra (pacto de retro vendendo). “A veinte y dos días del mes de Abril, año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de 1529 años, en presencia de mí Francisco de los Cobos, secretario y del Consejo del Emperador D. Carlos é de la Reina Doña Juana, su madre, Reina e Rey de Castilla […] e muy poderosos señores Príncipes D. Carlos, por la divina clemencia, Emperador semper augusto, Rey de Alemania, y Doña Juana, su madre, y el mismo D. Carlos, su hijo, por la gracia de Dios, Reyes de Castilla, de León, de Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén y de Navarra, de Granada, &c. “. Como ya es emperador y rey de Alemania, precede a su madre, la reina Juana en el encabezamiento de los escritos oficiales. Un cambio significativo.

¿Qué ha ocurrido en estos once años, durante los cuales el joven Carlos pasa de ser fervoroso abogado de los argonautas a vender los derechos para comerciar con las islas de las Especias?

La pretensión del joven rey Carlos de ser proclamado emperador, tras la muerte de su abuelo Maximiliano (12 de enero de 1519), cambió por completo el rumbo de la política, como queda de manifiesto recordando los acontecimientos históricos.

La expedición de Magallanes ya estaba en marcha, y de hecho partió de Sevilla el 10 de agosto de 1519. De haberse retrasado un año, como pretendieron los portugueses, puede que se hubiera frustrado en su inicio.

A partir de aquí los acontecimientos se sucedieron con gran rapidez.

Se produjo la sublevación de los comuneros, derrotados en Villalar el 23 de abril de 1521. Por esas fechas, el emperador, que estaba en Alemania, convocó la Dieta de Worrns, que, en vez de conseguir el apaciguamiento de Lutero, puso de manifiesto su desafío al poder imperial.

En otoño de 1521 se produjo la invasión de Navarra por las tropas francesas del rey Francisco I, que llegaron hasta el Ebro y tomaron Fuenterrabía. El conflicto se prolongó hasta 1524.

En 1525 las tropas del rey Francisco I de Francia invadieron el Milanesado, siendo derrotadas el 24 de febrero de 1525 en la batalla de Pavía, donde el rey Francisco I fue hecho prisionero y trasladado a Madrid.

El tratado de Madrid de 1526, en vez de resolver el conflicto, lo agravó, porque emergió el emperador Carlos V como dueño y señor de media Europa y además de medio mundo, tras la conquista de Méjico por Hernán Cortés. A raíz de este tratado el rey de Francia renunciaba a sus derechos sobre Artois, Borgoña, Génova, Flandes, Milán, Nápoles, Navarra y Tournai (5). Esto provocó la reacción en contra de todas las potencias europeas, encabezadas por Francisco I y el papa Clemente VII, a las que se sumó el rey de Inglaterra Enrique VIII, e incluso Solimán el Magnífico.

Ante esta situación, Carlos V buscó el apoyo de Portugal, concertando su matrimonio con Isabel, hermana del rey Juan III de Portugal, su cuñado, por estar casado con su hermana menor, Catalina de Austria.

Este enlace supuso un cambió drástico en la política seguida hasta entonces en relación con las Molucas, porque se quiso zanjar rápidamente el litigio que había con Portugal sobre lo posesión de dichas islas, a cambio de dinero efectivo necesario para los proyectos imperiales.

Hay que tener en cuenta que era discutible que las islas Molucas cayeran dentro de la demarcación del rey de España, de acuerdo con el tratado de Tordesillas; como ahora sabemos que de hecho no lo estaban. Por otra parte, había fracasado la expedición de García Jofre de Loysa (1525/26), que de nuevo pretendió llegar a las Molucas por el estrecho de Magallanes, muriendo en el empeño Loysa y Elcano.

Todas estas consideraciones hicieron que se llegara al tratado de Zaragoza de 1529, por el que se vendieron al rey de Portugal los derechos comerciales sobre las islas de las Molucas, por valor de 350.000 ducados, con la equivalencia de 375 maravedís por ducado.

Para poner en su contexto esta cantidad, he confeccionado la siguiente tabla:

Acontecimiento Valor en maravedís
Coste aproximado del primer viaje de Colón 2.000.000
Coste de la expedición de Magallanes 8.334.335
Venta del comercio con las Molucas (350.000 ducados) 131.250.000
Dote que aportó Isabel de Portugal por su matrimonio 2.328.500.000

De esta tabla sorprende la gran rentabilidad que sacó el emperador Carlos V por la expedición de Magallanes, ya que, con el tratado de Zaragoza de 1529, obtuvo 15,7 veces su valor.

Pero todavía sorprende más la fabulosa dote de la emperatriz Isabel de Portugal, que hubiera permitido financiar 279 expediciones como la de Magallanes, o 1.164 veces el primer viaje de Colón.

Isabel de Portugal se casó con Carlos I en marzo de 1526

Se puede pensar que el matrimonio del rey Carlos con Isabel de Portugal era un enlace de conveniencia, y de hecho lo fue; pero también hubo auténtico amor entre los cónyuges. La emperatriz Isabel de Portugal era una mujer de singular belleza, que fue una de las grandes reinas de España, actuando de gobernadora del país durante las largas ausencias del emperador; gracias a sus gestiones con Portugal regresaron a España algunos de los tripulantes españoles, cautivados por los portugueses en la enconada lucha que mantuvieron por el comercio con las Molucas.

El gran empeño de los Reyes Católicos fue conseguir la unión de los reinos cristianos de la península ibérica, después de la expulsión de los musulmanes, con la caída del reino de Granada. Es lógico pensar que los pueblos que vivían confinados en un espacio bien delimitado por la geografía, como es una península, terminaran unidos; como sucedió con Italia en el siglo XIX, a pesar de que históricamente habían sido repúblicas con gran personalidad, como Génova, Venecia, Florencia, etc. Para alcanzar este objetivo, los Reyes Católicos establecieron una política de enlaces matrimoniales, incluyendo Portugal. Lo que no podía imaginar la reina Isabel es que ella había establecido las bases para que la unión con Portugal fuera prácticamente imposible, cuando, tras la guerra de sucesión – o guerra civil- se firmó el tratado de Alcáçovas en 1474. Isabel, para tener garantizada la corona de Castilla, renunció a que los andaluces navegasen más allá del cabo de Bojador, dejando el lucrativo negocio del comercio africano en manos exclusivas de los portugueses. Es obvio, que la reina Isabel no podía imaginar que, circunnavegando África, se alcanzaría la India, Indonesia y las islas de las Especias. Por supuesto que sabía que el negocio africano era muy lucrativo, por eso lo ofreció como cesión a cambio de la corona de Castilla; pero no podía suponer, que la navegación africana era realmente la puerta hacia Oriente. Por eso, cuando Colón le propuso llegar a las islas de las Especias navegando hacia Poniente, fuera de la demarcación de Portugal, la reina Isabel lo apoyó con entusiasmo, en contra de la opinión de su inteligente esposo, Fernando. Era una forma de compensar la concesión que había hecho, y saldar la “deuda moral” que había contraído con los navegantes andaluces, al prohibirles su salida natural hacia África, la misma que tenían los portugueses y que la geografía les había otorgado a ambos.

Pero, Portugal, al descubrir el camino hacia las Indias bordeando África, se transformó en un gran país, con auténtico músculo, que trataba de igual a igual al emperador Carlos V, sin concederle ninguna preeminencia, como se puede observar en los manuscritos que recogen las actas de las reuniones que tuvieron lugar en la primavera de 1524 entre Elvas y Badajoz, por la propiedad y posesión de las Molucas.

Una prueba de la gran riqueza que habían acumulado los portugueses fue la fabulosa dote que aportó Isabel de Portugal a su matrimonio y que según recoge el cronista luso, Damián de Goes “dote que nunca mujer que no fuese heredera trajo en casamiento a su marido”.

Tras el descubrimiento de Colón, a quien los portugueses habían despreciado (como a Magallanes), se apresuraron a revisar el tratado de Alcáçovas, ampliando los límites de su demarcación 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, de acuerdo con el tratado de Tordesillas de 1494. De esta forma se encontraron en 1500 con un gran país, como Brasil, dentro de su demarcación, con la expedición de Pedro Álvares Cabral; gracias a que América había sido antes descubierta por la Corona de Castilla, por iniciativa y empeño personal de la reina Isabel.

Con las posesiones en África, India, Indonesia, Molucas y Brasil, Portugal aumentó varias veces su extensión, su musculatura y su poder, haciendo muy difícil su unión con los antiguos reinos cristianos medievales de la península. (Hay que recordar que la separación de Portugal empezó con un error mayúsculo del rey Alfonso X, que no era tan sabio como se dice, porque renunció a favor de su nieto, el entonces príncipe don Dionis, al vasallaje que los reyes de Portugal debían a los reyes de León, por ser los auténticos promotores de su reconquista).

Más tarde, gracias al enlace matrimonial de Isabel de Portugal con el emperador Carlos, se produjo la unión de Portugal en la figura del rey Felipe II; pero esa unión se rompió definitivamente en 1640, durante el reinado de su nieto Felipe IV, como consecuencia del levantamiento de Cataluña, sin el cual, dicha separación no se hubiera producido, o se hubiera podido atajar. Este divorcio histórico hay que ponérselo en el debe de los rebeldes catalanes; al igual que años después, la pérdida de Gibraltar durante la guerra de Sucesión.

La Leyenda Negra

El libro de Stefan Zweig, titulado “Magallanes. El hombre y su gesta” es un claro ejemplo de lo que es la Leyenda Negra. Como se ha dicho, el objetivo de Magallanes siempre fue llegar a las islas de las Especias y comerciar en ellas, nunca tuvo como fin dar la vuelta al mundo, como se demuestra leyendo la “Capitulación y asiento que SS.MM. mandaron tomar con Magallanes y Falero sobre el descubrimiento de las islas de la especería” (22 de marzo de 1518) y el “Memorial que dejó al Rey, Fernando de Magallanes cuando partió a su expedición, declarando las alturas y situación de las islas de la Especería, y de las costas y cabos principales que entraban dentro en la demarcación de la Corona de Castilla (septiembre de 1519). Ambos documentos se encuentran recogidos en el libro de Martín Fernández Navarrete (disponible en Internet en PDF) y custodiados en el Archivo de Indias. Stefan Zweig falta a la verdad cuando afirma que la idea de Magallanes era dar la vuelta a la Tierra. Lo grave es que Stefan Zweig conoce estos documentos, porque cita párrafos completos de la capitulación.

Como Stefan Zweig es un magnífico escritor y tiene un gran talento, su libro es doblemente nocivo, porque castiga al auténtico héroe de la gesta, Elcano, y ensalza hasta la exageración a Magallanes, que fue un visionario con un carácter insoportable, como el propio Stefan Zweig reconoce. Por otra parte, también ignora la gran labor que hicieron los oficiales de la Casa de Contratación equipando la armada con gran profesionalidad y experiencia, para una travesía de dos años de duración.

Nadie puede negar a Magallanes el mérito de descubrir el estrecho que en justicia lleva su nombre; pero hay que reconocer que también estaba equivocado, porque suponía que estaba en la latitud 40 º, creyendo que se encontraba en el estuario del río de la Plata. Según Stefan Zweig, el falso paso figuraba en un portulano de Martin Behaim que los portugueses mostraron en Alemania. Pero a partir del río de la Plata Magallanes anduvo perdido, sin saber dónde estaba el estrecho, explorando cualquier bahía o desembocadura de río que hubiera, hasta el punto que se perdió la nao Santiago, la más pequeña y maniobrera, en una de esas exploraciones.

Hablando de los tripulantes de la nao San Antonio (muchos de ellos vascos), que volvieron a España un año antes desertando de la expedición, Stefan Zweig dice: “Eran graves las acusaciones que hacían al ausente [Magallanes]. Decían que se había deshecho arteramente de los hombres de confianza del Rey para dejar la flota a disposición de los portugueses, y que si ellos habían conseguido salvar su barco fue gracias a haberse apoderado de Mesquita, el primo de Magallanes, que éste había pasado de contrabando”. Por eso, según Zweig, los “desertores” de la nao San Antonio se alegraron del regreso de la nao Victoria: “Elcano es su cómplice, uno de los conjurados en Puerto de San Julián. […]Bendita sea la muerte de Magallanes y el testimonio de Elcano. […] Siempre tienen razón los vivos contra los muertos.

Stefan Zweig se autoproclama defensor de los débiles, en este caso del muerto y olvidado Magallanes; de esta forma capta la simpatía del lector. Stefan Zweig escribe este libro para hacer justicia, cuando lo que está cometiendo es una gran injusticia histórica.

Para rematar su insidia, Stefan Zweig afirma que deliberadamente desapareció el diario de Pigafetta, admirador de Magallanes. “Con el tiempo hubo empeño en oscurecer lo que hacía referencia a la oposición de los oficiales españoles contra el portugués Magallanes, para hacer triunfar más rotundamente a Elcano, el hidalgo vasco. También esta vez, como ocurre a menudo en la Historia, la honrilla nacional pasa delante de la justicia

Recientemente, doña Elvira Roca Barea (6) nos ha recordado que la Leyenda Negra nació en Italia, cuando resultaba insoportable el dominio español sobre los estados italianos, por ejemplo, con el emperador Carlos V. Pero el libro de Stefan Zweig está escrito en el siglo XX, cuando España hacía tiempo que había dejado de ser una gran potencia y no contaba nada en el panorama internacional. La Leyenda Negra no es algo antiguo: sigue vigente en la actualidad.

Stefan Zweig no es el único autor del siglo XX que propaga la Leyenda Negra. Voy a citar dos ejemplos más actuales.

David S. Landes, profesor emérito de historia y economía de la Universidad de Harvard, en su obra cumbre “La riqueza y la pobreza de las naciones” (7), hace un análisis de las exploraciones oceánicas calificando de positivas y meritorias las de los portugueses y de negativas y fútiles las de los españoles:

Recordemos algunos de sus párrafos:

La estrategia portuguesa de actuar con conocimiento de causa, era harto juiciosa. Cada expedición se basaba en las anteriores; en cada ocasión se llegaba un poco más lejos; siempre se anotaba la latitud, se modificaban los mapas y se dejaba una marca de la presencia. […]La decisión de navegar hacia el oeste [al circunnavegar África], prácticamente hacia América del Sur, fue la más inventiva y audaz de todas, y revela una tremenda confianza en su capacidad de encontrar el rumbo. (Comparativamente el viaje de Colón fue un atajo)”.

Los españoles no adoptaron este enfoque metódico hasta el último cuarto del siglo XVI. O bien no lo necesitaban (no debían hacer frente a la competencia, disponían de vías navegables más directas), o no concordaba con su tradición y estilo. Mientras los portugueses daban carta de naturaleza a sus propiedades haciendo valer sus descubrimientos, es decir, registrando las latitudes de los territorios sobre los mapas, los españoles tenían en su activo hechos materiales. Plantaban cruces, “convertían” a los nativos, construían templos, creaban tribunales y prisiones. En cuanto a los objetivos, los españoles pensaban en tesoros; los portugueses, en beneficios comerciales. Dos formas de concebir el imperio”

Cabe recordar que los españoles también anotaban todos los datos de la navegación de forma meticulosa y precisa, como queda constancia en el diario de Francisco Albo, piloto de la nao Victoria, reproducido en el libro de Fernández Navarrete. Los portugueses robaron las cartas de navegación de la nao Trinidad, por considerarlas valiosas y las que llevaba el jerezano Mafra, cuando le hicieron prisionero en la cárcel de Lisboa. Por otra parte, a los castellanos les impulsaba el mismo espíritu comercial que a los portugueses: querían obtener pingües beneficios con las mercancías que transportaban, intercambiándolas por especias. Todos, desde el capitán al grumete, llevaban un alijo de mercancías para poder comerciar por su cuenta, en proporción decreciente a su rango; pagando siempre a la Corona su parte correspondiente, el equivalente al impuesto del valor añadido (IVA). Para velar por la recaudación de impuestos, la Corona nombraba a sus agentes: veedores, tesoreros, contadores, etc. Las instrucciones reales ordenaban comerciar de forma pacífica, y recomendaban hacer estudios de demanda; es decir, hablar con los nativos para saber qué mercancías les atraían más, para llevarlas en futuras expediciones.

Por otra parte, no es ningún desdoro, sino un orgullo, transmitir la fe cristiana a los lejanos países de Oriente. Gracias a la presencia española, hoy Filipinas es un país cristiano; una excepción en esas latitudes, convertidas mayoritariamente al Islam.

Los españoles en América no sólo construían templos, sino también universidades. Antes de que se fundara la universidad de Harvard en 1636, se habían fundado doce universidades en la America hispana, entre ellas la universidad de santo Tomás de Aquino en Santo Domingo en 1538, la universidad de san Marcos en Lima, en 1551, y la universidad de Méjico en la misma fecha; muchas de las cuales siguen existiendo en la actualidad (8).

David S. Landes dice de los españoles: “Lucharon, aterrorizaron, torturaron y mataron a los nativos; se encamaron con su mujeres, hijas y viudas de factura española; y llevaron muchas almas paganas a la salvación; por lo común, segundos antes de acabar con su vida corpórea. Y nunca abandonaron el hábito de preguntar por el oro”.

En este momento, hay más nativos en la América hispana que en Norteamérica, donde la población nativa es prácticamente inexistente, por no decir que fue extinguida. No importa que la realidad y los manuscritos antiguos demuestren lo contrario. Cuando no se respeta la verdad, se difama, como hace David S. Landes en este libro, al hablar de la acción de los españoles en el Nuevo Mundo.

Ian Morris, doctor en historia por la universidad de Cambridge, ha publicado un libro titulado: ¿Por qué manda Occidente… por ahora? (9). En sus comentarios y reflexiones Morris no es tan insidioso como Landes; pero adolece de los mismos defectos. Al igual que él, reconoce méritos en las exploraciones oceánicas de los portugueses, mientras que ridiculiza y menosprecia las de los españoles. Así por ejemplo afirma: “Si hay un idiota chapucero que ocupa un lugar privilegiado en la historia del mundo, ese es sin duda Cristóbal Colón, que abrió la ruta hacia Tenochtilán subestimando escandalosamente el tamaño del planeta y negándose reiteradamente a admitir que se había equivocado en sus cálculos”.

En mi opinión, Morris da una importancia excesiva a la geografía, en relación con los descubrimientos atlánticos. Ciertamente que España y Portugal son dos países que miran hacia el Atlántico, sintiéndose atraídos por él; pero igualmente lo son Francia, Holanda e Inglaterra, entre otros, que no descubrieron América, pudiendo haberlo hecho. Menosprecia la decisión de Isabel la Católica de apoyar a Colón, cuando afirma: “Si la reina Isabel I le hubiera dicho que no por tercera vez a Colón en 1492, no por ello los europeos hubieran dejado de navegar hacia el oeste. Colón habría encontrado apoyo en otra parte o simplemente recordaríamos a otro marinero – Caboto, quizá, o al portugués Pedro Alvares Cabral, que se encontró con que Brasil bloqueaba su camino a la India en 1500 – como gran descubridor”.

Cómo se ha dicho, la reina Isabel fue una mujer metódica, que se había fijado como gran objetivo la conquista del Granada expulsando a los musulmanes bereberes, recuperando así la Hispania visigoda, cristiana y romana, que se había perdido. Sólo cuando consiguió este objetivo, aprobó el proyecto de Colón, y lo hizo para compensar a sus súbditos andaluces de la prohibición de navegar y comerciar por las costas africanas, cediendo el monopolio de este lucrativo negocio a los portugueses, como concesión que tuvo que hacer para conseguir la Corona de Castilla.

Pedro Alvares Cabral se topó con Brasil en 1500 en su camino a la India por el oeste; pero fue la expedición de Magallanes, patrocinada por el emperador Carlos V en 1519/1522, la que descubrió el paso por el extremo sur de América, y la que cruzó el Pacífico hasta llegar a las islas de las Especias; siendo el vasco, Juan Sebastián Elcano, quien retornó a España, completando la primera vuelta al mundo.

Como siempre, la Leyenda Negra silencia los acontecimientos históricos positivos protagonizados por los españoles y realza los negativos. Por ejemplo: “[…] Cortés puso a España en este camino con el saqueo de Tenochtitlán en 1521, y Francisco Pizarro avanzó todavía más rápido por esa vía. En 1533 secuestró al rey inca Atahualpa y como rescate ordenó a sus súbditos que llenaran una habitación de siete metros de longitud, cinco metros y cuarto de anchura y casi tres metros de altura con tesoros de oro y plata. Pizarro fundió las grandes obras de arte de la civilización andina en lingotes -6.087 kilos de oro y 12.000 de plata- y luego estranguló a Atahualpa de todos modos”.

Las Médulas, el Bierzo, León, donde Roma extrajo oro en minas a cielo abierto

Los romanos vinieron a España atraídos por el oro y la plata, que extrajeron de sus minas, quedando las Médulas de León como prueba indiscutible de ello. Basta leer la historia de Roma contada por Tito Livio para saber las cantidades de oro y plata que anualmente extraían de la península ibérica, no inferiores a las que vinieron de América. A título de ejemplo, en el libro XXXIII de la historia de Roma contada por Tito Livio (10), se habla de los pretores romanos que desfilaban triunfantes por Roma a su regreso de Hispania, mostrando el oro y la plata que habían traído. “[Gneo Cornelio Blasión] desfiló llevando delante mil quinientas libras de oro, veinte mil de plata, y treinta y cuatro mil quinientos denarios de plata acuñada. […] Lucio Esterninio, que venía de la Hispania ulterior, aportó al erario público cincuenta mil libras de plata”. Y así, sucesivamente, año tras año.

Los romanos expoliaron las obras de arte de la Magna Grecia (Sicilia) y con ellas adornaron la ciudad de Roma, como Marco Tulio Cicerón ha documentado pormenorizadamente en sus discursos conocidos con el nombre de Verrinas, por ir contra el pretor Cayo Verres que esquilmó Sicilia. Igualmente Bizancio, expolió las obras de arte de Grecia y con ellas adornó la ciudad.

Se pueden apreciar un gran número de obras de arte antiguas de Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma en los museos de Londres (British Museum), Paris (Louvre), Berlín (Pergamo) y Nueva York (Metropolitan). Se puede decir que de esta forma se han conservado para la posterioridad en condiciones idóneas; pero con igual razón y fundamento se puede afirmar que han sido expoliadas a sus países de origen, sustrayéndoles así una importante fuente de ingresos por turismo. Con este expolio de obras de arte, se les ha sustraído a esos países gran parte de su patrimonio cultural y artístico, del que legítimamente se podían sentir orgullosos. Precisamente son los historiadores de estos países occidentales los que han contado a su manera la historia del descubrimiento de América y de la gesta de Elcano, no siempre con el debido respeto a los hechos probados.

CONCLUSIÓN

Los españoles tenemos la tarea de escribir sobre nuestra historia, contrarrestando la versión que algunos historiadores occidentales han publicado a lo largo de los siglos, siendo en ocasiones poco escrupulosos con la verdad. No tenemos que ser muy optimistas al respecto, porque el pasado demuestra que se han construido relatos históricos ignorando hechos probados y realidades manifiestas.

En cualquier caso, nunca debemos ocultar nuestros propios errores, movidos por un patriotismo o chauvinismo mal entendido, ya que un país progresa, cuando reconoce sus propios errores y es capaz de corregirlos.

La Transición se hizo asumiendo los errores cometidos en el pasado. Hoy está en peligro ese gran logro histórico, porque los partidos que se llaman progresistas han entrado en un proceso de involución, retornando al pasado, imponiendo la ley de Memoria histórica, que en realidad es de venganza histórica.

REFERENCIAS

1.- Fernández de Navarrete, Martín. “Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo V.” Tomo IV “Expediciones al Maluco. Viaje de Magallanes y Elcano”. Madrid, 1837. http://www.cervantesvirtual.com/obra/coleccion-de-los-viajes-y-descubrimientos-que-hicieron-por-mar-los-espanoles-desde-fines-del-siglo-xv–con-varios-documentos-tomo-2/

2.- Stefan Zweig. “Magallanes. El hombre y su gesta”. Editorial Juventud. Barcelona, 1999

3.- Insua Rodríguez, Pedro. “El orbe a sus pies. Magallanes y Elcano: cuando la cosmografía española midió el mundo”. Ariel, Barcelona, 2019.

4.- Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia (http://dbe.rah.es/). Biografías de: Isabel I, la Católica; Fernando de Magallanes; Juan Sebastián Elcano; Juan Rodríguez de Fonseca; Carlos I de España y V de Alemania; Emperatriz Isabel de Portugal.

5.- Stanley G. Payne. “365 momentos clave de la Historia de España”. ESPASA, Barcelona, 2016.

6.- Elvira Roca Barea. “Imperiofobia y Leyenda Negra”. Siruela. Madrid, 2016/2017.

7.- David S. Landes, “La riqueza y la pobreza de las naciones”. Cítica. Barcelona, 1999.

8.- Universidades en la América española. https://laamericaespanyola.wordpress.com/2016/10/10/universidades-en-la-america-espanola/

9.- Ian Morris, “¿Por qué manda Occidente…por ahora”. Ático Libros, Barcelona, 2014.

10.- Tito Livio. “Historia de Roma desde su fundación. Libros XXXI-XXXV”. Biblioteca Básica Gredos. Madrid. 2001

Acerca de Juan Manuel Blanco Rojas

Licenciado en Ciencias Físicas y diplomado en Ingeniería Nuclear por el Instituto de Estudios Nucleares (antigua JEN). Su experiencia profesional se ha desarrollado durante 32 años en la centrales nucleares de Almaraz y Valdecaballeros, participando en todas las etapas del proceso, desde su lanzamiento hasta la explotación comercial de Almaraz; ocupando los cargos de Jefe de Seguridad Nuclear, Combustible y Medio Ambiente; Jefe de Ingeniería y Subdirector Técnico. En la actualidad es jubilado y pensionista de la Seguridad Social.