El impacto en España del cambio generacional en González, Zapatero y Sánchez

Los acontecimientos políticos que estamos hoy viviendo en España, se pueden entender muy bien si se tienen en cuenta los cambios generacionales que se han producido en los últimos cuarenta años.

El PSOE de Felipe González no es el de Rodríguez Zapatero, y, mucho menos, el de Pedro Sánchez. Ciertamente, siempre ha sido el partido socialista; pero ha tenido comportamientos diferentes a lo largo de estos años. Nunca fue un partido moderado, siempre alardearon de lo contrario. Preferían que se les calificara de revolucionarios, iconoclastas o progresistas de izquierda, antes que moderados. Para ellos la moderación era casi un insulto. No obstante, el partido socialista en tiempos de Felipe González supo ser un partido comedido sin renunciar a su vocación de izquierda socialista.

Tras la muerte de Franco y ante el dilema crucial de España de cómo enfocar la transición política, el PSOE optó por la ruptura en lugar de la reforma. No olvidaré las pintadas que inundaban las fachadas de Madrid pidiendo la ABSTENCIÓN, para boicotear el referéndum del 15 de diciembre de 1976, en el que el pueblo español respaldó por amplia mayoría la Ley para la Reforma Política (77% de participación y 94,17% de votos a favor), con lo que se abrió el camino hacia una transición pacífica.

En un congreso extraordinario, Felipe González, con un desplante muy teatral, renunció al marxismo como seña de identidad del partido, inclinándose por la corriente socialdemócrata dominante en Europa en aquel momento. Décadas después, Rodríguez Zapatero, se calificaba a sí mismo de rojo, antinuclear y feminista. No se definía como socialista, ni mucho menos como socialdemócrata, sino como rojo; esto es, marxista leninista.

La postura inicial del PSOE antes del 78 -siendo históricamente un partido republicano-, fue la de aceptar la monarquía si previamente se aprobaba en un referéndum. Tras la aprobación mayoritaria de la Constitución de 1978, la monarquía se mantuvo en España como forma de gobierno sin la celebración de referéndum.

En cuanto a lo de “OTAN de entrada NO”, otro de los puntos programáticos principales del PSOE, pasó a pedir el SI de forma activa en el referéndum, y veinte años después, Javier Solana Madariaga fue nombrado Secretario General de la OTAN. Lo que implicaba un cambio radical tan profundo del Partido Socialista, que los aliados atlánticos no tuvieron inconveniente en confiarle el mando de las fuerzas de la OTAN (1995/1999). Hoy, un nombramiento similar sería impensable. De hecho, Nadia Calviño no ha sido nombrada presidenta del Eurogrupo, a pesar de que tenía una amplia experiencia como directora general de Presupuestos de la Comisión Europea (2014-2018) durante la presidencia de Jean- Claude Junker.

Antes de llegar los socialistas al poder en 1982 se hablaba de las nacionalizaciones que iban a llevar a cabo; entre ellas, la nacionalización de las “eléctricas”. Cuando alcanzaron el poder dejaron su impronta socialista, nacionalizando la red de alta tensión (Red Eléctrica S.A.), pero se abstuvieron de nacionalizar todo el negocio eléctrico, la producción y la distribución. Parece ser que influyó en ellos el fracaso de su correligionario francés, el socialista François Miterrand.

Durante la segunda legislatura de Felipe González (1986-1990) se produjo la entrada efectiva de España en la Comunidad Económica Europea (1986). Felipe González supo negociar con habilidad los fondos europeos, lo que supuso un impulso extraordinario para el desarrollo económico de España; labor que José María Aznar continuó con igual o mayor eficacia. No sucedió así con Rodríguez Zapatero que renunció a los fondos europeos a cambio de nada. Las televisiones nos han dejado imágenes que demuestran que Rodríguez Zapatero no se encontraba a gusto entre sus socios europeos, hasta el punto de que fue comparado con Mr. Bean. Por eso se inventó la Alianza de Civilizaciones con Turquía e Irán como socios principales. Como expresidente, se puede cosntatar que Rodríguez Zapatero prefiere la compañía de Nicolás Maduro o Delcy Rodríguez (“mi príncipe”), que la de sus colegas europeos. En cuanto a Pedro Sánchez, todos sabemos que la joven y atractiva presidenta de gobierno de Finlandia, Sanna Marin, le espetó en una cena oficial: “En esta mesa están sentados distintos gobiernos que han movido sus posiciones para buscar un acuerdo. Hemos pasado de 0 a 350.000 millones de euros. ¿Y qué has hecho tú? Nosotros nos hemos movido. Ahora es tu turno”. Este rapapolvo en la cumbre europea, lo transformó la máquina de propaganda de Sánchez en el aplauso de sus ministros a su llegada a España, y de la bancada socialista tras su entrada en el Congreso.

Felipe González tuvo que hacer frente a una profunda y dolorosa reconversión industrial con el cierre de astilleros como los de Sagunto, en 1983. Esto le supuso una huelga general en 1988 promovida por los líderes sindicales históricos, Nicolás Redondo Urbieta (UGT) y Marcelino Camacho de Comisiones Obreras.

Todos sabemos que España necesita cambios estructurales profundos, sobre todo, después de la pandemia del Covid-19. Nadie piensa que Pedro Sánchez liderará los cambios que le han pedido sus socios europeos para librar los fondos, porque le enfrentarían necesariamente con su socio de Gobierno, Unidas Podemos, y con sus aliados de investidura, los separatistas catalanes y vascos. Las enseñanzas del Manual de Resistencia en este caso no aplican.

Sin duda alguna, Felipe González es un socialista; pero también es un español con una idea clara de España como nación. Para Rodríguez Zapatero, España es un concepto discutido y discutible; afirmación que no se la hemos oído pronunciar a González. En mi opinión, Felipe González tampoco hubiera afirmado: «Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento catalán», sobre el segundo estatuto de autonomía para Cataluña impulsado principalmente por el PSOE-PSC en 2006. Para Pedro Sánchez, España es una nación de naciones. Lo que hizo preguntar a Patxi López, su contrincante en las primarias socialistas, cuántas naciones hay en España. Pedro Sánchez respondió: «Todas las naciones son España. Y lo que tiene que hacer un presidente del Gobierno es escuchar, escuchar a sus ciudadanos, la vocación de ser que tienen muchos ciudadanos, y encauzar esa demanda a través de métodos racionales y darle solución, y en eso está el PSOE«. Palabras vanas, porque todos hemos visto cómo Pedro Sánchez es incapaz de escuchar las demandas de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, encaminadas a resolver conjuntamente los problemas que ha ocasionado la pandemia del Covid-19 en la Comunidad de Madrid.

Precisamente, en estos meses vivimos angustiados por la pandemia del Covid-19 que no ha desparecido, sino que se mantiene vigente, amenazando nuestras vidas y haciendas. De momento, la pandemia se ha cobrado la vida de casi 50.000 españoles, y ha hundido la economía, con una caída histórica del PIB del 18,5 % en el segundo trimestre de este año.

La obligación primordial –y única- de un gobernante es proteger las vidas y haciendas de sus ciudadanos. Para esto se le nombra y para nada más.

Pues bien, en estas circunstancias tan dramáticas, el Gobierno de Sánchez tenía como uno de sus objetivos principales hostigar al rey don Juan Carlos por supuestas irregularidades fiscales, hasta el punto de que ha provocado su salida de España. Muchos han interpretado este hecho como un paso más en la estrategia de demolición del espíritu de la Transición del 78; es decir, de anular la firme voluntad de todos los españoles de convivir pacíficamente, aunque existan discrepancias profundas, como sucede en todos los países libres.

En el extranjero no han entendido cómo se ha tratado así a quien ha sido el artífice de la Transición, porque don Juan Carlos heredó todos los poderes del dictador Franco y los transfirió al pueblo español. El crédito internacional que España había alcanzado como consecuencia de su Transición modélica, y que hizo posible el nombramiento de Javier Solana como secretario general de la OTAN, se ha perdido, puede que para siempre. Nuestro país dejó de ser un aliado fiable en Occidente tras la retirada en el año 2004 de las tropas españolas en Irak, que ordenó el presidente Rodríguez Zapatero como primera medida de su Gobierno. Pedro Sánchez ordenó la exhumación de los restos de Franco y su traslado al cementerio del Pardo, en contra de la voluntad de la familia. Una medida así nunca la tomó el gobierno socialista de Felipe González.

En España vivió doña Carmen Polo de Franco hasta su fallecimiento en 1988; igualmente su hija, Carmen Franco, hasta cumplir los 91 años en 2017. Gracias a la Transición promovida por el rey don Juan Carlos, en España vivió y murió Santiago Carrillo hasta alcanzar la avanzada edad de 97 años. Dolores Ibarruri presidió el inicio de las primeras Cortes en 1977, por ser la diputada de más edad, falleciendo en Madrid en 1989 a la edad de 93 años.

Estos hechos, que todos hemos vivido y que fueron posibles gracias a la Transición, hoy serían difícilmente repetibles; y no sólo por el Covid-19, que parece que castiga con más dureza a las personas de más edad.

Es indiscutible que hoy la convivencia en España se ha degradado de forma alarmante, sin que esta degradación sea achacable exclusivamente al envite feroz del separatismo vasco y catalán.

Esta degradación se explica si reparamos en que los tres líderes que ha tenido el socialismo español pertenecen a generaciones diferentes. Felipe González nació en 1942.  Zapatero en 1960, 18 años después y Pedro Sánchez en 1972, justo 30 años después que Felipe González. Tres presidentes socialistas, tres generaciones distintas.

Según Ortega, cada quince años se produce un cambio generacional, porque se produce un cambio de las vivencias comunes que determinan el carácter de cada generación. La diferencia de edad entre padres e hijos suele ser de treinta años; pero cada quince años se produce un cambio generacional, porque se modifican los usos y costumbres, de tal forma que los integrantes de cada generación tienen vivencias distintas.

La generación de Felipe González vivió el franquismo en plena madurez, aunque no llegó a conocer ni de lejos la Guerra Civil. La generación de Zapatero sólo conoció el tardofranquismo, y de refilón, durante la infancia y adolescencia. La generación de Pedro Sánchez no conoció el franquismo en absoluto, sólo de oídas; sin embargo, esa generación tiene la firme creencia de que el régimen de Franco era similar al de la Unión Soviética, por la acción de la propaganda cultural izquierdista recibida.

El gobierno socialista de Felipe González, siendo de por sí propenso a cambios revolucionarios, era consciente que tenía que ser comedido, porque había vivido intensamente el franquismo y había participado decisivamente en la Transición. Sabía que en España había algunos jarrones chinos que convenía no tocar. Este comedimiento no se aprende en los libros ni en la universidad; lo enseña la vida, es una vivencia que se adquiere viviendo.

Rodríguez Zapatero no fue en absoluto comedido. Desde el primer momento se propuso demoler el espíritu de convivencia que  había en España con su Ley de la Memoria Histórica, reivindicando la memoria de uno de sus cuatro abuelos, en un claro ejercicio de ensoñación. En este caso el término ensoñación, sí que se aplica adecuadamente.

Pedro Sánchez que, ni vivió el franquismo, ni participó en el encaje de bolillos de la Transición, se considera a sí mismo un Adán, que puede hacer y deshacer a su antojo, manipulando a su antojo a la sociedad española, como ha demostrado en la pasada pandemia. Esta manipulación no le sirve en Europa, donde a la hora de pedir fondos le exigen resultados, y no aceptan palabras vanas como las que acostumbra.

Tres líderes socialistas, tres generaciones distintas, tres talantes diferentes.

Acerca de Juan Manuel Blanco Rojas

Licenciado en Ciencias Físicas y diplomado en Ingeniería Nuclear por el Instituto de Estudios Nucleares (antigua JEN). Su experiencia profesional se ha desarrollado durante 32 años en la centrales nucleares de Almaraz y Valdecaballeros, participando en todas las etapas del proceso, desde su lanzamiento hasta la explotación comercial de Almaraz; ocupando los cargos de Jefe de Seguridad Nuclear, Combustible y Medio Ambiente; Jefe de Ingeniería y Subdirector Técnico. En la actualidad es jubilado y pensionista de la Seguridad Social.