Los presidentes Obama y Zapatero fomentaron el antiamericanismo y antiespañolismo respectivamente, impulsando la corriente revolucionaria que se enmascara en el globalismo

Antiamericanismo y Antiespañolismo

Estados Unidos de América, como observó el hispanista norteamericano Philip W. Powell (Tree of Hate, Albuquerque NM, 1971) -opinión suscrita por el filósofo español Julián Marías (España inteligible. Razón histórica de las Españas, Madrid, 1985)- es la única nación junto a España en haber padecido una Leyenda Negra en su historia nacional. El antiamericanismo de nuestra época es, mutatis mutandis, similar al antiespañolismo que proliferó durante la época de nuestro Imperio, que se desplegaría desde 1492 hasta 1898, rebrotando durante la Guerra Civil y el Franquismo.

Los españoles, por tanto, deberíamos estar vacunados contra la paranoia del antiamericanismo, pero el problema parece ser más bien algo de carácter ideológico en la naturaleza del progresismo en general.

Los españoles al descubrir América y escribir las múltiples crónicas del Descubrimiento y colonización al Norte del Río Grande, inventaron el género del “Americanismo”: anticipado como un informe anexo por Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia General y Natural de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano (1539), cuando Álvar Núñez Cabeza de Vaca publica su obra La Relación de lo acaecido en Indias (o con el título Naufragios en otras ediciones), Imprenta Agustín de Paz y Juan Picardo, Zamora, 1542, nos dejó la primera descripción de los territorios norteamericanos que hoy conocemos como Florida, Texas,  New Mexico y Arizona, con sus indígenas, animales y plantas.

Género “Americanista” cuya moderna actualización historiográfica y literaria, concretamente respecto a Estados Unidos, reclamaría Juan Valera  hacia finales del siglo XIX como contrapeso al exceso de afrancesamiento cultural. Sin embargo, tras la guerra entre España y los Estados Unidos en 1898 y el relativo éxito ideológico del “arielismo” hispano-americano contra el “Calibán” o “Coloso del Norte”  –con contadas excepciones: Valera, Castelar, Almirall, Azorín, Unamuno, Yela Utrilla…-  el interés por la gran nación americana dejó prácticamente de existir (la indiferencia, por ejemplo, de Ortega es muy reveladora e inexplicable). Hasta la resurrección del género en la segunda mitad del siglo XX con autores de diversas monografías como Francisco Morales Padrón, Julián Marías, Manuel Fraga Iribarne, Amando de Miguel, María del Pilar Ruigómez y José María Marco, entre los más importantes.

Hoy existe ya una notable bibliografía de autores jóvenes sobre los diversos temas históricos, culturales, literarios, económicos y políticos de los Estados Unidos, aunque me atrevería a decir que numéricamente predomina una literatura ideológicamente sesgada, principalmente periodística, caracterizada por su antiamericanismo.  

No solo en España el antiamericanismo ha sido una típica enfermedad infantil del progresismo en todo el mundo. Por ejemplo, el Marxismo (no Marx, sino los marxistas), el Tercermundismo (no el Tercer Mundo, sino los intelectuales del mismo, incluidos los latinoamericanos), y el Islamismo (radical y yijadista), han sido las principales fuentes ideológicas del moderno antiamericanismo, sobre el que existe una abundantísima literatura.

Ahora nos encontramos con que el anti-trumpismo representa algo como la etapa superior de ese antiamericanismo, en cuanto último pretexto asimismo infantil del mismo. Es evidente que el anti-trumpismo es un fenómeno internacional o global, principal y especialmente intenso en los Estados Unidos, de tal forma que constituye hoy la expresión americana, interna, del antiamericanismo.

El anti-trumpismo ha tenido diferentes momentos histéricos, desde la elección de Trump y el intento golpista de anularla, culminando en el  fracasado Fake Impeachment, y la campaña 2020. Últimamente hemos contemplado perplejos los escándalos de la familia Biden, y la gran aportación patriótica de la informaciones del New York Post (diario vespertino de la ciudad de New York, decano de la prensa estadounidense, fundado por mi héroe político Alexander Hamilton, consejero y colaborador de George Washington, padre de la Constitución federal, impulsor de los ensayos The Federalist, y fundador del Partido Federalista, precursor del Partido Republicano de Lincoln).

Asimismo, hemos presenciado el último episodio previo a las elecciones, el debate Trump-Biden en Nashville, Tennessee, el 22 de octubre (coincidente con el debate de la moción de censura en España los días 21-22 de octubre), que objetiva y espectacularmente ha ganado el presidente, pese a las valoraciones que hayan hecho los medios progresistas.

Al mismo tiempo, algunas encuestas poco mencionadas por esos medios, como las de Rassmussen y del Trafalgar Group (éste fue uno de los pocos que acertaron en 2016) detectan un voto tímido (“shay vote”) y un voto oculto (“hidden vote”) pro-Trump. Mi intuición (no creo en las predicciones “científicas” y desconfío de las encuestas) es que Donald Trump va a ganar la reelección el próximo 3 de noviembre.

Pero lo que me interesa más es otro asunto. No quiero dejar de hacer referencia al mismo, que es un problema típicamente español: el curioso efecto o fenómeno colateral del antiamericanismo en la época de Trump ha sido precisamente inducir o provocar también un nuevo antiespañolismo.

Pierde credibilidad la necesaria y legítima crítica al golpismo anticonstitucional en España (de los separatistas catalanes, vascos, y sus simpatizantes social-comunistas) por parte de liberales, conservadores y democristianos, incluyendo los medios que se declaran “liberales” (Libertad Digital, okdiario, El Confidencial, El Mundo, ABC, La Razón, etc.) si ellos mismos son incapaces de reconocer y defender la legitimidad del presidente Donald Trump, y condenar los recurrentes intentos golpistas anticonstitucionales en los Estados Unidos contra su presidencia por parte del “Estado Profundo”, del Partido Demócrata, de las izquierdas, de la prensa y la televisión progresistas (y sí, también de George Soros), e incluso de muchos neuróticos conservadores  -RINO, RATs, “Nevertrumpers”- asimismo afectados por el TDS (“Trump Derangement Syndrome”).

El antiamericanismo actual en su forma anti-trumpismo me recuerda al nuevo antiespañolismo, interno, generado por la obsesión anti-Vox de todas las izquierdas y gran parte de las derechas (Nacionalistas periféricos, Cs y PP). ¿Padecemos también en España una especie de “Vox Derangement Syndrome”?

 Pablo Iglesias, líder de Podemos, ya lo anunció al presentar su “alerta antifascista” contra Vox en 2018. Adriana Lastra, portavoz del PSOE, tuiteó el día de la moción de censura (22 de octubre de 2020): “Esta ultraderecha (Vox) es el último aliento de una ideología fascista.” Posiciones aparentemente en sintonía con el movimiento izquierdista internacional conocido como Antifa.

Lamentablemente, el PP de Pablo Casado también parece haberse aliado al frente anti-Vox. Pero como ya anticipó perspicazmente Huey Long en los años 1930, poco antes de su asesinato por el gansterismo en los márgenes del Partido Demócrata, el verdadero fascismo del futuro se presentará como un  frente progresista “antifascismo”.

En cierta ocasión Julián Marías observó que “mucho europeísmo en realidad es anti-americanismo”. Esperemos que el europeísmo del Establishment español (de centro-izquierda y de centro-derecha) no se utilice hoy contra Vox como una manifestación de un nuevo antiespañolismo.

Acerca de Manuel Pastor

Catedrático de Teoría del Estado y Derecho Constitucional (Ciencia Política) de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido director del Departamento de Ciencia Política en la misma universidad durante casi dos décadas, y, de nuevo, entre 2010- 2014. Asimismo ha sido director del Real Colegio Complutense en la Universidad de Harvard (1998-2000), y profesor visitante en varias universidades de los Estados Unidos. Fundador y primer presidente del grupo-red Floridablanca (2012-2019)