El Dr. Anthony Fauci, inmunólogo y asesor de salud pública de los presidentes norteamericanos desde hace 50 años. (Kosmos-Polis)

LEVIATHANDEMIA II* El anti-Fauci o la conspiración de los expertos

En el anterior artículo hemos visto la ANORMALIDAD de las medidas que los gobiernos han tomado en el mundo para frenar la expansión de un virus cuya letalidad ha resultado ligeramente superior a la del virus de la gripe, y que tales medidas eran totalmente innecesarias, porque en los pocos lugares en donde no las han adoptado y han afrontado la crisis de una manera “NORMAL”, no les ha ido peor, sino al contrario, si tomamos todos los aspectos en consideración.

¿Pero qué es lo que podemos decir en cuanto a la política sanitaria?¿Se ha actuado con la vista puesta en lo fundamental, en salvar vidas, o esto también ha estado supeditado a algún otro fin espurio? Mucho nos tememos que esto último, pero, antes que nada, permítasenos hacer una aclaración. Hablamos de política sanitaria, es decir, de lo que hacen los Gobiernos y las Agencias Públicas sanitarias, no del colectivo médico y hospitalario, que han hecho frente a la pandemia de una manera ejemplar, con todo el saber, entrega y arrojo de su profesión, y poniendo en gran riesgo sus vidas, debido principalmente a la desidia de sus gobiernos, sobre todo en el caso de España, que con su imprevisión dolosa, y probablemente criminal, no les dotaron de los medios necesarios para ejercer su expuesta actividad con el máximo de protección y seguridad.

Para ello, hay que comenzar con lo principal. Cuando estalló la alarma, los gobiernos, con la excusa de la emergencia, pusieron en práctica un auténtico secuestro de todo el sistema sanitario, centralizando la seguridad pública y privada -que se nacionalizó de facto- en un solo Centro de Mando administrativo, con lo que se suprimió la esencia del ejercicio de la medicina, que es la relación médico-enfermo.

Recordemos el caso español, que, como en todo, solo que aumentado, se limitó a seguir las instrucciones y consignas que le venían de fuera, esencialmente de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Cuando una persona presentaba síntomas, sólo disponía de un recurso: llamar a un número de teléfono anónimo donde se le informaba que si los síntomas eran leves se quedase en su casa y tomase Gelocatil (sic), es decir, que esperara a que la enfermedad se presentara con todo su rigor para poder acceder a un tratamiento sanitario, en este caso hospitalario. Así, se suprimió de un plumazo la relación clínica entre el médico y el enfermo, al prohibirse las consultas ambulatorias, tanto públicas como privadas y, con ello, la posibilidad de recibir un tratamiento en los primeros estadios de la infección que podrían evitar posibles complicaciones. Y esto no sólo para el Covid, sino para cualquier otra enfermedad.

¿Es así como pretendían nuestras autoridades sanitarias mostrarnos su preocupación y denuedo por nuestra salud? Pero no es solo por esto. Fue sobre todo con el asunto del “triaje” y el abandono de los ancianos en las residencias donde se ha demostrado la incompetencia y la perversidad intrínseca de los gobiernos. ¿No se sabía, y se dijo desde el principio, que el Covid era especialmente letal con la población mayor de 65 años? En caso de tener que establecer prioridades por un eventual colapso del sistema, ¿no establece el “triaje” atender primero los casos más graves?¿No son éstos, precisamente, los ancianos, y mucho más los que están expuestos a una contaminación masiva, como es el caso de las residencias? Pues se hizo todo lo contrario. Desde todo tipo de administraciones, en España, en todo el mundo, y da exactamente igual su color político, de una manera planificada y simultánea -exactamente igual que con los confinamientos- se dejó encerrada desde el principio a la población mayor en sus residencias, abandonándolos a su suerte, sin apenas medicación ni medios, expuestos a la contaminación traída del exterior por el personal geriátrico, hacinados con el virus, y, en un acto de suprema crueldad, totalmente separados de sus seres queridos, a los que ni siquiera se les dio la oportunidad de rescatar a sus padres de las residencias, y que a duras penas pudieron acompañarles en el momento final de decir adiós a este mundo.

Por supuesto, hubo algunas excepciones, pero fue la práctica generalizada que se siguió en la gran mayoría de países. Aunque todos los gobiernos y administraciones han querido borrar las huellas, son numerosos los rastros que han dejado de las instrucciones cursadas, sobre todo al principio de la pandemia, en la que se instaba a las residencias a no desplazar a los enfermos a los hospitales, como se puede comprobar haciendo un simple rastreo por internet. Pero es peor, son numerosísimos los casos en los que incluso se despachó a enfermos con Covid a las propias residencias, como hizo el gobernador demócrata de Nueva York, Andrew Cuomo, el campeón de los confinamientos y la distancia social, que firmó una orden ejecutiva el 23 de Marzo por la que forzaba a las residencias a aceptar pacientes que habían dado positivo en los hospitales, convirtiéndolos en auténticos Caballos de Troya de expansión letal del virus.

El resultado de todo ello fue sobrecogedor. Más del 50% de los fallecidos por Covid en los países desarrollados lo han sido en residencias. En España cerca de las ¡¡¡dos terceras partes!!! de los fallecidos. Lo que se ha hecho con los mayores en las residencias solo puede calificarse como lo que ha sido: un genocidio eugenésico, o, como lo describió el famoso médico, escritor y publicista, Vernon Coleman, “la peor matanza masiva de ancianos de la historia moderna”, en una estremecedora denuncia que milagrosamente todavía podemos ver en Youtube.

Pero vayamos ya con lo principal cuando se trata de curar, con los remedios. ¿Cómo se abordó desde el principio el Covid? ¿Qué medicación y qué tratamientos se propusieron? Aquí, como en todo lo que llevamos visto, de nuevo hubo unanimidad GLOBAL. Como ya hemos dicho, en los primeros momentos, nada; Gelocatil, encerrarse en casa y rezar para que no pasase a mayores. Si esto ocurría se le mandaba al hospital, y ya en la UCI se le aplicaban los respiradores. Como bien se sabe, la mortalidad del Covid fue especialmente alta en los dos o tres primeros meses de la pandemia. Una gran proporción de los pacientes en la UCI fallecieron a pesar de ser tratados con respiración asistida.

Estas fueron las directrices que se transmitieron desde las autoridades sanitarias, siguiendo en su mayor parte las recomendaciones de la OMS. Pero, como es lógico, en los hospitales los médicos ejercieron como tales y trataron de aplicar los tratamientos que consideraron más oportunos para salvar vidas. Es especialmente significativo lo que ocurrió con los corticoides, y relataré aquí le experiencia de un alto responsable médico hospitalario amigo mío. Según me contó, el Ministerio de Sanidad, siguiendo a la OMS, había proscrito el uso de corticoides, como la Prednisona o la más potente Dexametasona. Pero siguiendo su experiencia médica, viendo las inflamaciones pulmonares que presentaban lo casos más avanzados de la enfermedad -y asumiendo el riesgo de prescribir unos medicamentos no reconocidos para el Covid por la autoridad sanitaria-, empezó a aplicarlos, con el resultado de que a los pocos días la mayoría de los pacientes eran dados de alta hospitalaria, sin tener que pasar por la aplicación de respiradores que en muy pocos casos estaba funcionando. Esto lo transmitió a otros colegas, muchos de los cuales también habían seguido su mismo proceder, generalizándose el uso de corticoides contra el criterio inicial de la OMS y las administraciones sanitarias que, ante la evidencia, rectificaron posteriormente. Lo mismo ocurrió en el resto del mundo.

Un caso más sangrante es el de la Hidroxicloroquina (HCQ) -un derivado de la Cloroquina que lleva 60 años aplicándose contra la malaria- y que tanta polémica ha desatado. Desde el principio, en muchos hospitales de España y del mundo, empezó a aplicarse. En su origen, esto se debió al eminente microbiólogo, Didier Raoult, asesor del presidente de Francia, que realizó unos tempranos ensayos clínicos en Marsella, publicados el 20 de Marzo de 2020, a tres grupos diferentes de afectados por el Covid. Al primero se le aplicó solo HCQ, y un 57% eliminó la carga vírica al sexto día. A otro grupo se le aplicó HCQ y un antibiótico, Azithromycina (AZI), y al sexto día todo el grupo (el 100%) había eliminado la carga vírica. Al tercer grupo, de control, no se le aplicó nada y sólo el 12,5% no presentaba presencia del virus al sexto día.

Los ensayos del Dr. Didier Raoult fueron continuados en diferentes lugares del mundo, con resultados todos muy positivos, destacando los del doctor estadounidense Vladimir Zelenco  de 3 de Julio de 2020 (en el enlace se puede descargar el Pdf). La importancia de este último ensayo radicó en dos aspectos:

  1. Se añadió al tratamiento una dosis alta de sulfato de Zinc (220 mg). La HCQ se demostró que ayudaba a la introducción del Zinc en las células, haciendo más eficaz su absorción. El Zinc, por su parte, se mostró como un inhibidor del RNA del coronavirus, debilitando su replicación intracelular y facilitando su erradicación.
  2. Se aplicó a pacientes de Covid que habían presentado síntomas con menos de 5 días de antelación, en tratamiento ambulatorio. Es decir, que presentaban los primeros síntomas del aparato respiratorio superior (tos, fiebre, faringitis, pérdida del gusto…), antes de que aparecieran los más graves del aparato inferior (inflamaciones de órganos, neumonía, síndrome respiratorio agudo…) que desembocaban en el hospital y la UCI.

Los resultados fueron elocuentes. Sólo un 2,8% de los pacientes tratados con los tres medicamentos fueron hospitalizados frente al 15,4% del grupo de control que no recibió ningún tratamiento, es decir, un 84% menos de hospitalizaciones. Igualmente, solo un 0,71% de los pacientes tratados fallecieron por diferentes causas, frente al 3,5% del grupo de control, es decir, un 80% menos.

La trascendencia de este ensayo, y la práctica ambulatoria que se siguió por muchísimos médicos en el mundo, estaban mostrando que la infección podía contenerse si se diagnosticaba y trataba precozmente, reduciendo exponencialmente las complicaciones de la infección que derivarían en la hospitalización y el colapso del sistema sanitario, así como el riesgo de muerte. La importancia para afrontar, no ya la presencia del virus en ese momento, sino futuras oleadas de la pandemia, daba a este tratamiento una relevancia capital.  

Parecía, pues, que se había abierto una puerta esperanzadora para vencer al virus sin necesidad de esperar en el tiempo a la complicada, hipotética y controvertida aparición de una vacuna. Pero no fue este el caso. Nada más lejano. Como ya hemos dicho el Covid ha sido la excusa, la añagaza para someter a la población mundial al dictado de unas fuerzas telúricas que dominan la economía, los mercados financieros, los medios de comunicación, los ejércitos, los gobiernos, y todo lo que ejerza un poder real sobre el devenir de la vida -y sobre todo la muerte- en este planeta.

¡Cómo se iba a permitir que unas vulgares medicinas que, además, en conjunto no cuestan más de 50 €, acabasen de un plumazo con la Amenaza, con la Emergencia, con el Pavor y el Amedrentamiento que con tanto éxito se había inoculado en la población mundial! Sin mencionar que su aceptación y promoción por los gobiernos y autoridades sanitarias frustrarían los planes de las Grandes Farmacéuticas y grandes plutócratas (i.e.- Bill Gates) para imponer, no solo sus propios fármacos, como era el caso de GILEAD con su antiviral “Remdesivir”, cuyo tratamiento cuesta la friolera de ¡¡¡3.200 €!!!, sino -y no menos importante-, pondría en entredicho y bajo sospecha esa urgencia de obtener en menos de un año una vacuna contra el Covid, saltándose todos los protocolos de seguridad establecidos para la obtención de vacunas, que duran como poco cinco años.  

Había que acabar rápidamente con ese despropósito, y como la ocasión la pintan calva, el hecho de que Donald Trump se hiciera eco el 23 de Marzo del ensayo clínico de Raoult, sólo tres días después, y entusiasmado declarara que habría un antes y un después con el tratamiento de la HCQ y de la AZI (“game-changers”, tuiteó), fue el detonante para que se pusiera en marcha toda la maquinaria de desacreditación de los fármacos.

El momento llegó pronto. El 22 de Mayo de 2020, la revista médica más prestigiosa del mundo, The Lancet, publicó un estudio sobre la efectividad de la Hidroxicloroquina  (HCQ), partiendo de los datos de una empresa de investigación “Surgisphere Corporation”, realizada supuestamente sobre un campo de 96.032 pacientes de 671 hospitales de todo el mundo, y analizado por prestigiosos médicos, entre otros Mandeep Mehra, del Brigham and Women´s Hospital (BWH) de Harvard, en cuyas conclusiones afirmaban que la HCQ “no solo no presentaba ningún beneficio en el tratamiento de la enfermedad, sino que estaba asociado con un aumento en el riesgo de arritmias ventriculares y un mayor peligro de muerte para pacientes hospitalizados por Covid”.

El efecto de esta publicación fue brutal e instantáneo. La OMS suspendió de inmediato (25 de Mayo) todos los ensayos con HCQ que estaba patrocinando en 17 países. Todos los medios de comunicación, las Plataformas de internet, etc., amplificaron el mensaje mostrando la peligrosidad del fármaco. ¿Cómo es posible que la HCQ, que llevaba 60 años en el mercado para combatir la malaria, la artritis aguda y el lupus, sin ninguna contraindicación de las descritas en el estudio publicado por The Lancet, de la noche a la mañana se convirtiera en la mayor amenaza para la salud del planeta?

Fueron muchos los médicos que no dieron crédito a este despropósito. Pero, ¿qué había tras esta empresa -Surgisphere Corp.- que nadie conocía? Por de pronto se supo que apenas tenía empleados (algo que en estos lares nos suena mucho), y uno era un escritor de ciencia-ficción y otro un actor pornográfico… ¿Cómo pudieron hacer esa recopilación de datos sobre 96.000 pacientes  y 671 hospitales, y, sobre todo, cómo pudo The Lancet dar crédito a esa superchería? La participación del prestigioso Dr. Mandeep Mehra, y del Brigham and Women´s Hospital (BWH) de Harvard, pudo ser la causa, o la tapadera.

Curiosamente, al tiempo que salía el estudio contra la HCQ por The Lancet, la multinacional GILEAD estaba esponsorizando varios ensayos clínicos de su antiviral Remdesivir en el BWH de Harvard. ¿Es una casualidad que se realizara precisamente en el complejo hospitalario donde el Dr. Mandeep Mehra, el ejecutor de la HCQ, era la cabeza visible? A nadie se le escapa que si se diera vía libre a la aplicación temprana de la HCQ, con el AZI y el sulfato de Zinc, las posibilidades de GILEAD de imponer su antivirus quedarían seriamente mermadas…

El caso es, como decía, que toda una serie de médicos se dirigieron a The Lancet para hacer una investigación independiente sobre el estudio, pero la fantasmal empresa Surgisphere se negó en redondo a aportar los datos de la investigación, alegando absurdas confidencialidades. La prestigiosa revista médica se vio cogida en el renuncio y no tuvo más remedio que retractarse reconociendo la superchería de todo el estudio, quedando como vulgarmente se dice como Cagancho en Almagro. Igualmente, El Dr. Mehra hizo una jeremíaca exculpación, reconociendo que “no hizo lo suficiente para asegurarse que la fuente de los datos (i.e.- Surgisphere) era apropiada para la investigación”, de lo cual se lamentaba profundamente :“I am truly sorry”. (Para quien quiera profundizar sobre este trama, el LANCETGATE, puede leer este esclarecedor artículo de M. Chossudovsky).

¿Tuvieron alguna consecuencia estas retractaciones?¿Quedó restablecido el crédito de la HCQ, y los ensayos clínicos suspendidos fueron reanudados? Como el lector podrá adivinar, en absoluto. A este escandaloso asunto, que debería haber puesto en el disparadero a sus causantes, se le echó un manto de silencio total. Ninguno de los grandes medios de comunicación ni Plataformas de Globales de Internet, que tan obsequiosos se mostraban con GILEAD, se hicieron el más mínimo eco. Lo que quedó fue el mensaje de que la HCQ era peligrosa para la salud.

A ello contribuyó también determinantemente las Agencias sanitarias públicas de EEUU, unos organismos indisolublemente “unidos” a la Gran Industria Farmacéutica, con el Dr. Fauci (el Fernando Simón yanqui) a la cabeza. Curiosamente, ¡otra casualidad!, aparecía el mismo día 22 de Mayo en que se ajustició a la HCQ, un Informe Preliminar sobre el Remdesivir auspiciado por el National Institutes of Health (NIH) del Dr. Fauci, en el que participaron 56 doctores, muchos de ellos con acreditada participación en actos de GILEAD, para una muestra de 53 pacientes (más escopetas que pájaros), alabando las excelencias del antiviral.

Como se dice en el mundo de los servicios secretos: “una vez es un accidente, dos una casualidad, tres veces una acción enemiga”…

Le faltó poco al Dr. Fauci para cerrar un contrato, el 29 de Junio, de 1.600 millones de dólares con Gilead, y eso que solo había en ese momento un informe “preliminar”, y recomendar en el NIH prácticamente como único fármaco el Remdesivir (nótese que para los no hospitalizados con síntomas no recomienda nada…). Igualmente, la todopoderosa Food & Drug Administration (FDA), abducida por Fauci, desaconsejó tajantemente la utilización de HCQ como tratamiento ambulatorio (“outside hospital”) por “problemas y riesgos en el ritmo del corazón”, lo cual, relacionado con el tratamiento del Covid, es una absoluta mentira, como demostró el prestigioso epidemiólogo de la Universidad de Yale, Harvey Risch en la revista Newsweek. El doctor Risch desveló que los casos que habían presentado arritmia con la HCQ -en que se basaba la FDA- se trataba de tratamientos muy prolongados en el tiempo para la artritis o el lupus. Nada que ver con los 10 días de aplicación para el Covid, en el que en ningún caso se presentaron anomalías cardíacas. En ese artículo Risch cita otros siete estudios en régimen ambulatorio realizados en EEUU, Brasil y otras partes, sobre 3.000 pacientes de alto riesgo, en los que se muestra la baja incidencia de hospitalizaciones y la casi ausencia de fallecimientos (2 casos en los siete estudios).

No había ninguna razón científica para desaconsejar o, prácticamente, prohibir la utilización de la HCQ. Pero está claro que las razones eran de otra índole, y nadie como el Dr. Fauci para hacerlas valer, un personaje que tiene a sus espaldas hitos que podían muy bien reclamar su sitio en la Historia Universal de la Infamia si J.L.Borges hubiera vivido para contarlo. A pesar de contar Fauci con la colaboración de los Mass Media para ocultar su pasado, no ha podido evitar que saliera a la luz, gracias a luchadores por los derechos civiles como Robert F. Kennedy Jr. El hijo de Bob, y sobrino de JFK, relató cómo Fauci reclamó y retuvo durante más de seis meses la investigación sobre el HIV de la más prometedora científica de los años 80, Judit Miskovits, y se la pasó a su protegido Robert Gallo para que la fusilara y se pusiera los galones. Peor fue cuando la investigadora descubrió que el Síndrome de Fatiga Crónica no se debía a una dolencia psicosomática de “yuppies”, como pretendían las Agencias de Salud americanas, sino a un retrovirus presente en las vacunas MMR, polio y de la encefalitis. El doctor Fauci le obligó a retractarse y, como ella se negó, ordenó que confiscasen su ordenador y todas sus notas, y maniobró para que la revista Science lo anulara, expulsando a la prometedora investigadora de la Investigación Pública.

El epidemiólogo Harvey Risch, defendiéndose de los ataques de Fauci por su apuesta a favor de la utilización ambulatoria de la HCQ, desveló que en 1987 tuvo un comportamiento muy similar con el SIDA. Muchos de los seropositivos desarrollaron un tipo de neumonía: “pneumocystis”, que ya había sido tratada favorablemente con un antibiótico muy barato, Bactrim, pero Fauci se negó a autorizarlo como tratamiento para el SIDA hasta que no hubiera ensayos clínicos autorizados, los cuales él se negó a hacer. Mientras tanto autorizó el uso de otro fármaco recién salido de las Big Pharma, el AZT, mucho más caro y que no resolvía ese problema. Al cabo de dos años, un grupo de médicos realizó por su propia cuenta los ensayos con Bactrim, demostrando en laboratorio lo que la praxis médica ya les había enseñado sobre la idoneidad del antibiótico. Pero en esos dos años, gracias al obstruccionismo de Fauci, 17.000 personas perdieron la vida…

El paralelismo con el caso actual es total, un deja vu. Lo que estaba haciendo Fauci y la FDA vetando la Hidroxicloroquina (HCQ) era impedir que se pudiera recetar de forma ambulatoria por los médicos. Es decir, coartar, si no anular, la relación médico-paciente. Es fácil entender que si las autoridades sanitarias vetan un medicamento, cualquier médico se tentará la ropa antes de atreverse a prescribirlo. Así y todo, fueron muchos los médicos en EEUU y del resto del mundo, que desafiaron esta política; como es el caso de los norteamericanos de la plataforma Front Line Doctors, que editaron un video relatando sus experiencias con la HCQ, la AZI y el Zinc, que en un solo en día alcanzó más de un millón de visitas. Como no podía ser de otra manera, al día siguiente el orwelliano Ministerio de la Verdad (Facebook, Twitter, Youtube…) lo censuró, como se jactaba con deleite la CNN. Hay que acudir a plataformas alternativas como Bitchute para poder escapar del Ojo del Gran Hermano y poder visionarlo.

El lector quizás se pregunte el por qué de este énfasis puesto en las tropelías de las autoridades sanitarias norteamericanas. Y la respuesta es evidente: Todo lo que ocurre en EEUU repercute en el resto del mundo. Y en el caso de la HCQ no podía ser menos. Como decía, al principio de la pandemia, en España, siguiendo a Francia y al Dr. Didier Raoult, se prescribió Hidroxicloroquina hospitalariamente. Y aunque esto no era tan efectivo como aplicado en los primeros estadios de la infección, también dio resultados positivos en pacientes hospitalizados, lo cual confirmó un importante estudio del Henry Ford Health System de 2 de Julio. Sin ir más lejos, una amiga mía enfermera del Hospital de la Paz fue internada en Abril una semana y tratada con HCQ y AZI, y superó satisfactoriamente la prueba. Como ella varias enfermeras más. Igualmente, en el hospital Carlos Haya de Málaga se aplicó también en los primeros meses. Sin embargo, he podido confirmar que actualmente está vetado el tratamiento con la HCQ, mientras que el antiviral Remdesivir (3.200 $) sí se está administrando, lo que me imagino dejará exhaustas las ya de por sí desprovistas arcas del sistema sanitario andaluz.

Muy recientemente, hasta la propia OMS, por medio de un estudio a gran escala, ha reconocido que el Remdesivir de la multinacional GILEAD no disminuye la mortalidad del Covid 19. Pero eso no ha sido óbice, seguramente todo lo contrario, para que poco después la FDA lo haya aprobado como el primer fármaco autorizado contra el Covid…

Para ir concluyendo, hemos visto a lo largo de estos dos trabajos el sinsentido de las draconianas medidas contra la Covid. Si no viviéramos en la más absoluta ANORMALIDAD, buscada e impuesta, lo que se hubiera hecho una vez pasada la primera “ola”, como mínimo, hubiera sido analizar todo lo ocurrido, diagnosticar la amenaza en toda su extensión, hacer un recuento de daños, detectar los errores y prepararse para hacer frente a futuras acometidas con más eficacia y menos daño para el conjunto de la sociedad. Esto llevaría a ineludiblemente a reconocer que:

  1. El diagnóstico inicial fue completamente erróneo. No se trataba, como se nos vendió, de la mal llamada gripe “española” o la peste bubónica, con secuelas de decenas o cientos de millones de muertos, sino de una infección vírica algo más severa que la gripe común. 
  2. Los medios utilizados para combatirla fueron absolutamente desproporcionados e innecesarios para conseguir el fin perseguido, porque en aquellos países y lugares -escasos ambos, desgraciadamente- donde no se adoptaron salieron mejor parados que en la mayoría de los que sí lo hicieron.
  3. Las consecuencias de estas medidas –no del Covid 19– han sido mucho peores que lo que pretendían solucionar, provocando probablemente la mayor depresión económica de la historia, destrozando la economía de millones de familias con todas sus secuelas: paro, miseria, desatención médica a otras enfermedades, enfermedades mentales, aumento de suicidios y todo tipo de desastres para todos los países de mundo (véanse las declaraciones del ministro de Cooperación alemán Gerd Muller) que serán difíciles de remontar en años venideros.

Y por supuesto, reconocido todo esto, las denominadas -a sí mismas- “autoridades” sanitarias habrían admitido fármacos baratos, asequibles, y no perjudiciales para la salud, que ante nuevas olas habrían parado la infección en sus primeros momentos y evitado muertes y un eventual colapso sanitario. Y aquí no solo hablamos de la HCQ, AZI y el ZINC. También de la Ivermectina (Stromectol), un antiparasitario que en ensayos de laboratorio realizados en Australia, eliminaron en 48 horas los cultivos del Covid 19, y que se ha aplicado recientemente con éxito en países que han sido atacados duramente por la Covid, como Perú, Bolivia o Ecuador, aunque los NIH, FDA, OMS et al, como era de esperar, lo han ignorado totalmente y se han negado a realizar ensayos clínicos con este medicamento. 

Como denunció el epidemiólogo Harvey Risch a la Fox, “el Dr. Fauci y la FDA están haciendo lo mismo que en 1987, y eso ha llevado a la muerte de cientos de miles de americanos que podrían haberse salvado de haberse utilizado ese fármaco (HDQ…)”. 

Todo esto nos está demostrando que existe una Agenda de los grandes poderes mundiales, los visibles y, sobre todo, los menos visibles, que no se va a torcer por mucho que los hechos les desmientan. Y en esa Agenda, lo que menos importancia tiene es la salud de las personas. Más bien, se podría decir que su objetivo es precisamente el contrario. Utilizando todas las Armas de Manipulación Masiva (Mass Media, TV, Internet…) de que disponen, se han dedicado a bombardearnos de nuevo hablándonos de cientos de miles de “contagios”, como si cada “caso” fuera sinónimo de haber contraído la lepra o la peste, cuando es una evidencia que esos contagios, en su inmensa mayoría son asintomáticos y cuando presentan síntomas, con la excepción de las personas de riesgo, en su mayor parte se superan con tratamientos convencionales (ni qué decir tiene si fueran prescritos a tiempo “ambulatoriamente” con los medicamentos “proscritos”, incluidos en este caso todas las personas de riesgo).

Si realmente tuvieran un mínimo de interés por nuestra salud -visto su anterior fracaso en contener la pandemia con el arresto domiciliario de toda la población mundial, y el desastre GLOBAL que nos han infligido-, lo que deberían hacer es dejar que de una manera natural se fuera produciendo la “inmunidad del rebaño” entre las personas sanas -la mayor parte de la población- que es la manera más eficaz de contener y limitar  el virus, y, por ende, de proteger a la población de riesgo, como están haciendo en Suecia y otros lugares, desgraciadamente pocos. Esto es lo que sostienen cientos de miles de médicos que se dedican a curar, y no a la política y al medro, como es el caso de los 30.000 científicos de altísimo nivel que firmaron la Gran Declaración de Barrington contra los confinamientos y otras medidas, vilmente atacados con campañas de silenciamiento y descrédito por parte del establishment sanitario-farmacéutico y los grandes medios y plataformas globales. Al respecto, es recomendable la lectura de la esclarecedora defensa contra estos ataques que hace una de las firmantes, la profesora y epidemióloga de la Universidad de Oxford Sunetra Cupta.

Pero como diría el Dante, lasciate ogni esperanza. No pueden soltar la presa. Nos quieren ocultos y embozados -inhalando nuestro propio CO2 para debilitar nuestro sistema inmunitario-, colaboradores, si no delatores, acobardados, resignados ante el destrozo acaecido en nuestras vidas, y sumisamente expectantes ante la ignota Nueva Normalidad que nos han anunciado, que tratarán de imponer con el mismo rigor con el que ahora nos recluyen y arruinan.

Esperemos que la Humanidad despierte y se sacuda este yugo letal que le ha impuesto toda una legión de sociópatas, cuyos planes es necesario desvelar, si no queremos convertirnos en cobayas y que, en vez de conseguir la “inmunidad del rebaño”, lo que obtengamos sea la seguridad del establo.

(En el próximo artículo, La solución final, hablaremos de las vacunas y las sombras que hay tras ellas)

* La primera entrega de la serie Leviathandemia se publicó el 27 de septiembre de 2020 con el título: «El virus del pánico».

Acerca de Ignacio López Bru

Málaga, 1954. Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Comercial de Deusto. Estudió Sociología en la misma Universidad. Diplomado Comercial del Estado del Ministerio de Economía y Hacienda, en excedencia desde 1986, en que pasó a dedicarse a la actividad privada empresarial. Actualmente compagina las labores de empresario con diversas actividades relaciona-das con la sociedad civil. Es Secretario de la “Asociación 11-M, Verdad y Justicia”. Ha escrito diversos artículos periodísticos y participa en diversos foros y tertulias, entre ellas en el programa Sin Complejos de Luís del Pino, en esRadio. Autor de “Las Cloacas del 11-M”, una auditoría crítica de la Versión Oficial del 11-M. Blog: “las Cloacas del 11-M”